CAPÍTULO 16 ...continuado
El 19 de mayo de 1940, Petain fue convocado para servir en París. No podemos tratar aquí de los movimientos que lo llevaron al poder. ¿Fue una mera equivocación de Reynaud? ¿Fue debido a las intrigas de aquellos que lo rodeaban? ¿Fue la obra de Laval, el incansable conspirador? Quizás todas estas causas contribuyeron. Permanece el hecho de que la profecía de Petain de varios meses antes se demostró verdadera. Reynaud le nombró Vice Primer Ministro. Petain usó su recientemente adquirida influencia para procurar el nombramiento del ultracatólico, complotado, y reaccionario General Weygand como Comandante en jefe. Otros dos líderes católicos, Baudouin y Prouvost, fueron incluidos en el nuevo Gabinete.
Weygand, el cómplice de Petain, había hecho frecuentes visitas al representante Papal en París, de la manera más privada y continuamente durante semanas, justo antes de la invasión a Francia. "Como el Mariscal Petain, Weygand era un clerical intolerante y un enemigo de la Constitución Republicana", dice el imparcial Annual Register. Él era un belga de origen noble, notorio por su odio franco hacia el régimen Republicano y los "Socialistas y bolcheviques ateos." Su primera actuación fue informar oficialmente al Gobierno que la defensa de Francia era sin esperanza, y Petain, por supuesto, le apoyó.
En el campo político Laval se hizo eco de las palabras de sus amigos. Huestes de personas interesadas en la cesación inmediata de hostilidades basaban su clamor en que los que querían continuar la lucha, aunque Weygand y Petain declararon que la victoria alemana era segura, eran responsables de la muerte de franceses inocentes.
Laval era un político de muy dudoso carácter. Sus diversas actividades no nos interesan aquí. Baste decir que él era un católico, y, como Von Papen, un Caballero de la Corte Papal. En un cierto sentido era el principal laico católico de Francia, y era muy popular en el Vaticano. Él era el primer Ministro de la Tercera República, de hecho el primer Ministro desde 1865, que visitaba el Vaticano. Fue él quien presentó a altos dignatarios de la Iglesia a la creciente influencia detrás de escena de la vida política francesa.
La gran intimidad de Laval con el Vaticano empezó en 1935, cuando él y Mussolini estaban trazando un plan para permitir la invasión italiana fascista a Abisinia sin provocar un conflicto internacional. Así es cómo empezó la intimidad:
Su Santidad expresó su alegría porque después de setenta años un representante del Gobierno francés había venido, no meramente por una visita personal de cortesía, sino para restablecer el homenaje de la nación francesa. Monsieur Laval fue llevando puesta la Orden de Pío IX conferida a él por Pío XI. El Papa también le dio un rosario de oro y de coral a la hija de M. Laval. Como una devolución de obsequios, M. Laval dio a su Santidad tres libros exquisitamente encuadernados... (Le Temps, 11 de enero de 1935).
Durante la crisis suprema de Francia que estamos relatando, y durante un largo período anterior, Laval, como Weygand, estaban manteniendo numerosas y muy confidenciales conferencias con el representante Papal en París.
Mientras todavía era Vice-Primer Ministro, Petain, y sus socios, iban por París diciendo:
Francia necesita la derrota. La derrota es necesaria para su regeneración. La victoria fortalecería el régimen político que la ha llevado a la ruina moral. Cualquier cosa es preferible a la continuación de un régimen tan abominable. La derrota seguida por una rápida paz quizás costará a Francia una provincia, unos pocos puertos, algunas colonias. ¿Qué son ellos en comparación con su imperiosa regeneración? (Elie Bois, en Truth on the Tragedy of France.)
No obstante, habían surgido complicaciones para Petain y sus socios. Mussolini, con quien Petain y Laval habían entrado en contacto por medio de Franco, había aumentado sus demandas sobre Francia. Además de su demanda por Niza, Saboya, y Túnez, él quería entrar en la guerra y marchar en París. Él deseaba que su Ejército fascista conquistara y destruyera "la plutocracia francesa, infiltrada con masones, judíos, y bolcheviques".
Las intenciones de Mussolini de entrar en la guerra habían empezado a revelarse a principios de 1940, y se confirmaron cuando el Conde Ciano le dijo al nuncio Papal en Italia, el Arzobispo Borgongini-Duca que Alemania estaba preparándose para atacar a Francia:
Tengo la impresión de que una gran ofensiva está a punto de estallar en el frente francés, y preveo que, en este caso, Alemania hará el máximo esfuerzo para hacernos entrar en la guerra (29 de febrero de 1940).
Esta fue la primer advertencia a Petain, Weygand, y Laval de las intenciones de Mussolini. Ellos protestaron ante el Papa, pidiéndole que hiciera lo mejor que pudiese para "evitar que Italia hiciera para Francia más difícil aun salir del atolladero".
El Papa se acercó a Mussolini en varias ocasiones, a través de los buenos auspicios del Padre Tacchi-Venturi que era un intermediario entre el Vaticano y Mussolini. Pero Mussolini parecía ponerse más obstinado acerca de sus intenciones. El Papa apeló a Hitler, pidiéndole que interviniera y refrenara a Mussolini. Hitler prometió que haría lo mejor posible, pero no podía "impedirle a Italia que entrara en el rumbo que Mussolini consideraba en beneficio de la nueva Europa."
Cuando Ribbentrop, en marzo, por fin fue a ver al Papa, para asegurar que el plan para la rendición de Francia ante Alemania se desarrollaría como se acordó, sus discusiones preliminares con el Papa, y con los franceses que estaban trabajando detrás de escena en cooperación con el Vaticano, iban tan bien que el Ministro de Relaciones Exteriores Nazi, en un momento de optimismo, declaró:
Francia y Alemania buscarán y encontrarán la paz dentro de este año. Una Nueva Francia se volverá la gran socia del Tercer Reich para reconstruir la Nueva Europa. Ésta es la convicción firme de todos los alemanes (Ribbentrop, 12 de marzo de 1940).
Entretanto, los conspiradores franceses (Petain, Weygand, y Laval) enfatizaban al Papa que "el honor francés y el interés nacional" no podrían "permitir sufrir la humillación de una ocupación italiana de territorio francés", y que "todo el plan tan laboriosamente calculado para la reconciliación de Francia y Alemania se pondría grandemente en peligro" si Mussolini declaraba la guerra a Francia.
Viendo que Mussolini no respondía a sus peticiones, el Papa empezó una gira por la paz en Italia. El Embajador fascista en el Vaticano, Alfieri, protestó ante el Papa contra tales manifestaciones de la Iglesia a favor de la paz "en Italia".
Entretanto, como la fecha fijada por Hitler para el ataque a Francia iba acercándose, y como los franceses querían la certidumbre de que Mussolini no atacaría su país, el Papa le envió una carta personal a Mussolini, escrita por su propia mano, en la que entre otras cosas, decía:
Pueda Europa ser salvada de más ruina y lamentos, y sobre todo pueda nuestro y vuestro amado país ser librado de la inmensa calamidad.
En contestación, Mussolini escribió:
Yo deseo asegurarle, muy Santo Padre, que si mañana Italia entra en el campo, esto significaría de una manera inequívoca que el honor, el interés, y el futuro del país hacen esto completamente necesario.
Finalmente, Mussolini hizo saber al Papa, por medio del Subsecretario de Estado italiano, Guidi, quien dio las noticias al Arzobispo Borgongini-Duca, que Italia había decidido definitivamente entrar en la guerra (22 de mayo de 1940). Esto lo confirmó el Conde Ciano al Papa el 28 de mayo.
Petain y Weygand pidieron a Hitler que detuviera a su colega dictador. Hitler respondió que él no podía "impedir que Mussolini" entrara en la contienda.
En desesperación Petain y Laval una vez más pidieron auxilio al Vaticano, actuando de nuevo por medio del representante Papal en Madrid, "habiendo sido puesto en peligro el futuro entero de la Francia católica por la decisión de Mussolini".
El Papa contestó que después de que Mussolini había hecho saber su intención de entrar en la guerra, y viendo cómo Mussolini estaba decidido a actuar, él (el Papa) había intentado persuadir al dictador italiano "a ser moderado en esta coyuntura crítica."
Petain y Weygand dudaron en someterse; Laval les aconsejó que lo hicieran, pidiendo al Papa que insistiera a ambos sobre la necesidad de la situación. El Papa fue tan lejos como para enviar su mensaje personal a Petain, pidiéndole que Francia "cediera ante la situación... con templanza y realismo", y asegurándole que él mientras tanto "continuaría haciendo apelaciones personales a Hitler y a Mussolini para que formularan sus términos con moderación y ausencia de venganza".
Petain, Weygand, Laval, y Baudouin (un fanático converso al Catolicismo) decidieron el rumbo que seguirían.
Los ejércitos Nazis habían invadido Bélgica y Holanda; el Rey Leopoldo, por el consejo de Weygand y sus otros consejeros católicos, y por las instrucciones directas del Vaticano, después de haber impedido que los Aliados coordinaran sus planes, se había rendido sin siquiera permitir a sus Aliados que lo supieran. Las legiones Nazis habían invadido Francia y estaban avanzando sostenidamente hacia París.
Mientras todo esto estaba sucediendo, y como el desastre final estaba acercándose rápidamente, el Papa y su Secretario de Estado tuvieron varias reuniones muy privadas con el Embajador francés a quien el Papa otorgó una entrevista final el 9 de junio de 1940, el día antes a "la puñalada en la espalda" de Mussolini. Lo que el Papa dijo al Embajador y lo que que el Embajador dijo al Papa todavía no se conoce. Pero la coincidencia de la fecha, que no fue en absoluto una casualidad, es significativa y debe tenerse presente, en vista de las consecuencias.
El día siguiente la Italia fascista le declaró la guerra a Francia y a Gran Bretaña. Las tropas fascistas entraron en territorio francés y, después de muy poco combate, alcanzaron sus primeros objetivos de Mentone y Niza.
Pero mientras los eventos anteriores tenían lugar en Roma, y mientras los ejércitos Nazis estaban ocupando Francia, Petain, Weygand, Laval y los otros conspiradores estaban jugando sus cartas para llevar a cabo sus planes. Petain que entretanto se convirtió en Presidente del Consejo ofreció su renuncia, con el pleno acuerdo de Laval y Weygand, complicando así en este momento grandemente crítico al Primer Ministro francés, a quien el Mariscal envió una carta que, entre otras cosas, incluía las siguientes ominosas líneas:
La gravedad de la situación me convence de que debe ponerse un fin a las hostilidades inmediatamente. Éste es el único paso que puede salvar al país (carta encontrada entre los documentos del Mariscal que él trajo desde Alemania después de su arresto en el verano, 1945).
Esto fue escrito en un momento cuando algunos Ministros querían continuar la lucha desde África del Norte. El Presidente Lebrun y el Primer Ministro Reynaud continuaron en vano intentando persuadir a Petain para seguir con la lucha. Ellos le pidieron que no renunciara, sino que esperara una respuesta desde Inglaterra. Pero lo que se conoció después fue que la carta no fue escrita por el propio Petain, sino que fue escrita y enviada al Primer Ministro por alguien más. Esto declaró Petain a la Comisión del Tribunal Superior de Investigación, junio de 1945: "Yo no estaba allí cuando la carta fue redactada. Mi pensamiento había sido interpretado."
¿Por quién? Por sus socios, el General Weygand y Laval, que la escribieron para provocar la caída del Gobierno y así obtener la oportunidad de asumir ellos mismos el poder, lo cual fue todo parte de las intrigas, los sobornos, y los engaños que ellos maquinaron.
Mucho antes de que los ejércitos Nazis llegaran hasta París, Petain había decidido que Francia debía capitular. Cuando el Sr. Churchill voló a Francia para consultar al Gobierno francés, él asistió a una cena en Briare, sur de París (junio de 1940). Intentando ser optimista, le dijo al Mariscal Petain: "Tuvimos días difíciles en 1918 -nosotros los superamos. Igualmente los superaremos." A lo cual Petain replicó: "En 1918 yo dí cuarenta divisiones francesas que salvaron el Ejército británico. ¿Dónde están sus cuarenta divisiones para salvarnos ahora?"
Durante la Reunión de Gabinete, sostenida en la misma noche, la atmósfera se puso tensa por el derrotismo, dos personas que eran principalmente responsables de aconsejar al Primer Ministro que se rindiera -a saber, Madame Helen de Portes y, sobre todo, el fanáticamente católico Monsieur Paul Baudouin, el Subsecretario de Monsieur Reynaud.
El Mariscal Petain y el General Weygand -quién en ese período fatal era el Comandante en jefe francés- iban a ver a M. Reynaud todos los días a las 11 de la mañana. Pero el 10 de junio, el día en el cual Mussolini declaró la guerra, Weygand llegó sin haber sido citado. La primer cosa que él hizo fue leer una nota en la cual pedía al Gobierno francés que se rindiera.
Reynaud se negó. Durante la noche, acompañado por el General de Gaulle, él partió en automóvil hacia Orleans.
Charles de Gaulle
La mañana siguiente, sin embargo, el General Weygand que había estado en permanente contacto con Laval y Petain, telefoneó a Reynaud y le dijo que él, Weygand, le había pedido al Sr. Churchill que viniera a su cuartel general en Briare, para que la situación pudiera explicársele.
Entretanto, muchos miembros del Gobierno estaban determinados a continuar la lucha, e instaron al Primer Ministro que no siguiera el consejo de Petain o de Weygand.
El 12 de junio, George Mandel, entonces Ministro del Interior, Edouard Herriot, Presidente de la Cámara de Diputados, Jules Jeanneney, Presidente del Senado, y el General de Gaulle, persuadieron al Primer Ministro a continuar sosteniendo la guerra. Francia seguiría luchando desde África del Norte. Los planes estaban listos para ser puestos en operación, por los cuales aproximadamente medio millón de soldados especializados podrían ser evacuados desde todos los puertos disponibles -principalmente desde Brest y Niza- y ser transportados a África.
El Primer Ministro dio una orden escrita al General Weygand para llevar a cabo el plan. Pero Weygand, viendo que de esta manera la oportunidad por la cual él y sus amigos católicos habían estado esperando se perdería, no cumplió la orden:
El 12 de junio intentamos animar a M. Reynaud. Yo hice pública una orden escrita al General Weygand para la ejecución de medidas ya planeadas para el retiro a África del Norte de dos grupos de la reserva todavía en adiestramiento, de especialistas de las divisiones motorizadas, desde Bélgica, desde las divisiones Alpinas, etc., comprendiendo a unos 500,000 hombres.
Ellos habrían sido evacuados desde todos los puertos desde Brest hasta Niza. Pero el General Weygand no llevó a cabo la orden (General de Gaulle, París, 18 de junio de 1945).
Entretanto los conspiradores estaban preocupados por Gran Bretaña. Ellos querían estar seguros de que ella se rendiría como Francia lo haría. Por consiguiente, ellos tenían que persuadir a Churchill para que hiciera lo mismo que Petain quería hacer, así que cuando, el 13 de junio, el Primer Ministro británico llegó a Tours, ellos intentaron persuadirle para que se rindiera. Esta tarea fue emprendida por el ultracatólico Baudouin. Reynaud, sin embargo, expresó que telefonearía a Roosevelt antes de dar cualquier paso.
Viendo que el Gobierno francés no quería rendirse y así cederle el paso a un nuevo Gobierno encabezado por Petain, los conspiradores concibieron otro plan que, además de atemorizar al Gobierno francés, influiría grandemente a la conservadora Inglaterra; ellos traerían al frente, al fantasma Nazi y católico del Comunismo.
Petain, Weygand, y Laval decidieron actuar inmediatamente. Petain intentaría derrocar al Gobierno francés por medio de un ataque abierto contra éste. Si eso no tenía éxito, Weygand anunciaría solemnemente que los bolcheviques habían capturado París y que todos los horrores de la anarquía habían empezado a paralizar la ciudad. Citamos las palabras del General de Gaulle:
En una reunión de Gabinete sostenida en el Castillo de Cange el mismo día, el Mariscal Petain inició el ataque contra M. Reynaud. El General Weygand anunció que París estaba en las manos de los comunistas. Telefoneamos a M. Roger Langeron, Prefecto de la Policía de París que negó esta noticia (General de Gaulle, París, 18 de junio de 1945).
El truco no salió bien entonces. El día siguiente Reynaud partió para Bordeaux. De Gaulle y otros le preguntaron si continuaría luchando, y él aseguró que lo haría.
Así el Gobierno francés fue transferido desde París a Bordeaux, donde Marquet, otro católico prominente y amigo de Laval, era Alcalde. Laval que todavía no estaba en el Gobierno, empleó amenazas y promesas para persuadir a la mayoría de los Diputados para que aceptaran rendirse.
Una vez más Reynaud les aconsejó que siguieran con la lucha, si era necesario desde África. En esto continuó siendo apoyado por Jeanneney, Presidente del Senado, y por Herriot, Presidente de la Cámara de Diputados. Daladier, Mandel y otros de hecho zarparon desde Bordeaux para establecer el Gobierno en África del Norte, pero a causa de las maquinaciones de Laval el viaje no se completó. Petain ordenó detener el barco, y aquellos que estaba intentando escapar fueron arrestados.
Las intrigas de Laval, financiadas con su propio dinero y con dinero alemán, finalmente aseguraron la nominación de Petain, por medio de quien esperaba gobernar el país una vez que pudiera obtener la disolución del Parlamento. Entretanto de Gaulle había llegado a Gran Bretaña y había estado haciendo planes para asegurar la flota necesaria para transportar al Gobierno y las tropas francesas a África del Norte. Pero Reynaud renunció, Petain fue hecho Primer Ministro, y el 17 de junio de 1940, a las 1 pm, Churchill y de Gaulle se enteraron que Petain había pedido un Armisticio.
Algún tiempo después Laval, que continuaba trabajando detrás de escena, vio que Petain debía tomar el completo control del Estado. En la reunión conjunta de la Cámara de Diputados y el Senado franceses, en la Asamblea Nacional del 10 de julio de 1940, se delegaron plenos poderes en Petain. En el mismo día una misión encabezada por Paul Boncour le urgió para que se hiciera un dictador. En las palabras del propio Petain: Paul Boncour me visitó el 10 de julio. Él me dijo que quería ver que se me ofrecieran los plenos poderes de un dictador romano. Yo los rechacé, y dije que no era un César y que no quería convertirme en uno (Petain ante la Comisión del Tribunal Superior de Investigación, 16 de junio de 1945).
Toda la maniobra había sido manejada por Laval y Weygand. Cuando se le preguntó (en la misma Comisión del Tribunal Superior de Investigación) cómo pudo asumir el poder, Petain declaró: "Todo el asunto fue manejado por Laval, y yo no estaba aun presente (en la Asamblea Nacional del 10 de julio de 1940)."
Al volverse la cabeza del nuevo Estado, la primera acción de Petain fue firmar el Armisticio, después del cual se deshizo de todos los que querían seguir combatiendo a los Nazis. Él los arrestó, los encarceló, y los persiguió. La nueva dictadura reaccionaria católica empezó una guerra extraoficial contra los comunistas.
Por este tiempo los Nazis habían ocupado París y casi la mitad de Francia. El Ejército, la Armada, y la Fuerza Aérea de Francia se habían rendido. Los miembros del antiguo Gobierno estaban en vuelo o en prisión, y Petain, apoyado por sus estrechos socios, estuvo al fin donde él quería estar: a la cabeza de un nuevo Gobierno.
Así concluyó la Tercera República.
Petain saludando a Hitler
El Vaticano, además de dar su bendición y estímulo a Petain, Weygand, y sus aliados, se atrevió a expresar su entusiasmo en términos nada ambiguos en más de una ocasión.
En julio de 1940 el Papa escribió una carta a los obispos franceses. ¿Les propuso el Papa que rechazaran al invasor y desobedecieran las órdenes de un Poder extranjero? ¿Les convocó para que predicaran la rebelión a los católicos, como fue el caso cuando ordenó que los obispos españoles y mejicanos combatieran a sus Gobiernos democráticos, o cuándo él había exhortado a los eslovacos y a los austríacos a "socavar" aquellas fuerzas que eran reacias a cooperar con Hitler?
Lejos de eso. En esta ocasión el Papa propuso a los obispos que trabajaran más duro, porque ahora por fin ellos tenían una oportunidad para "producir un despertar de toda la nación", ya que las "condiciones para una tarea espiritual mayor" eran tan buenas. Aquí están sus literales palabras:
Estas mismos infortunios con los que Dios hoy ha visitado a su pueblo dan convicción, lo sentimos indudable, de condiciones para una mayor labor espiritual favorable para producir un despertar de toda la nación.
Cuando el nuevo Embajador francés ante la Santa Sede presentó sus credenciales, Pío XII le aseguró que la Iglesia cooperaría y daría apoyo incondicional a "la obra de recuperación moral" que Francia había emprendido (Havas).
Eso no fue todo. El órgano oficial del Vaticano, el Osservatore Romano, publicó el 9 de julio de 1940 un artículo en el el cual el Mariscal Petain era muy ensalzado y se aclamaban sus esfuerzos por salvar a Francia. El artículo hablaba, en calurosos términos, del "buen Mariscal que más que cualquier otro hombre parece personificar las mejores tradiciones de su raza." Éste terminaba hablando del "amanecer de un nuevo y radiante día, no sólo para Francia, sino también para Europa y el mundo" (Catholic Herald, 2 de julio de 1940).
Estas alabanzas despertaron protestas contra el Vaticano desde todos los lugares, especialmente desde Gran Bretaña y Norteamérica. Tanto fue esto así que el Vaticano fue obligado a hacer que uno de los cardenales explicara el asunto. El lector debe recordar el caso del Cardenal Innitzer. Esta vez fue seleccionado el Cardenal Hinsley. Su posición como Cardenal británico le permitía ser oído por los católicos angloparlantes, y él fue hecho responsable para tranquilizar a los británicos y norteamericanos acerca del franco apoyo del Vaticano a un régimen fascista y a los alemanes. El Cardenal Hinsley, "con autoridad del Vaticano", presentó la pobre excusa de que tales declaraciones, sobre todo las del mencionado artículo, no fueron de manera alguna oficialmente inspiradas o sancionadas. El artículo, explicó, había sido escrito en respuesta a la Organización de la Juventud Católica francesa, que había comprometido públicamente el apoyo de la juventud católica de Francia a Petain y a su nuevo Gobierno.
Una vez a la cabeza de la nueva Francia, Petain prontamente declaró su intención de abolir el eslogan de la Francia revolucionaria, "Libertad, Igualdad, y Fraternidad". En su lugar introduciría un eslogan promovido por él y la Iglesia: "Trabajo, Familia, y Patria". En sus exhortaciones al pueblo francés las palabras que continuamente se reiteraban eran "disciplina" y "obediencia". Él declaró que la nueva Francia se libraría de todas las amistades tradicionales (especialmente con Gran Bretaña) y de las enemistades (con Alemania e Italia), anunciando al mismo tiempo que había pedido el permiso de Hitler para actuar como compañera de la Alemania Nazi creando y manteniendo el Nuevo Orden en Europa.
Petain y la Iglesia en Francia tenían un programa doble: reconstruir una nueva sociedad en el campo doméstico, según los principios, enunciados por el Papa, y crear un bloque de países católicos en el campo exterior. Trataremos con el último en breve.
En el frente doméstico el Gobierno de Petain empezó a destruir muchos principios y leyes de la Tercera República, suplantándolos con leyes inspiradas por la Iglesia Católica. Petain estaba decidido a abolir el Socialismo y el Comunismo; él deseaba construir en Francia un Estado Corporativo según las líneas establecidas por el Papa Pío XI en su encíclica Quadragesimo Anno. Hemos visto que esto significaba un Estado fascista, como en Italia. Los sindicatos serían reemplazados por "corporaciones".
Todas las medidas industriales tenían que conformarse estrechamente a las encíclicas Papales, y a la ideología fascista.
Petain predicaba el ideal de la gran familia, como lo habían hecho Hitler y Mussolini. Él organizó la Juventud francesa en estructuras cuasimilitares, según el modelo de las Juventudes Hitlerianas. Él abolió aquellas leyes de la Tercera República que limitaban los poderes de la Iglesia, y ordenó la instrucción religiosa en las escuelas, permitiendo en ellas la enseñanza de sacerdotes. Él imitó en todo a Hitler y a Mussolini, excepto que superó a ambos en el poder sin precedentes que otorgó a la Iglesia. Por supuesto, Petain adoptó inmediatamente la educación como un instrumento para amoldar la mente de toda la juventud de Francia según el Nuevo modelo católico fascista. Él introdujo la instrucción religiosa obligatoria en las escuelas. Creó una comisión especial para ejercer censura sobre los libros usados en las escuelas secundarias, y la enseñanza de la historia fue especialmente modificada. Se puso énfasis en Francia antes de la Revolución francesa. Los capítulos referentes a la historia reciente subrayaban las iniquidades de la Tercera República, y se daba prominencia a los beneficios derivados de la disciplina, la obediencia, y el respeto por la autoridad de la Iglesia.
La política educativa de Petain fue reaccionaria y clerical, y se caracterizó además por un deseo de restringir el entrenamiento intelectual a los pocos afortunados. La juventud, en su mayoría, estaba destinada a las ocupaciones agrícolas e industriales, teniendo la habilidad de leer, escribir, ser obediente, y nada más.
Fue introducido el antisemitismo, y se prohibieron libros de historia de autores judíos. En resumen, la juventud francesa estaba siendo preparada según líneas estrechamente afines al Nacionalsocialismo.
El régimen de Petain estaba removiendo activamente las influencias, los principios, y los métodos de la Tercera República en cada aspecto de la vida de la nación. Recapitular cada cambio es imposible aquí, y creemos que aquellos recién enumerados bastan para dar una idea de las reformas que estaban comenzándose, a pesar de la hostilidad del pueblo francés en general. La marea estaba volviéndose tan persistente como en todos los otros regímenes totalitarios.
Las relaciones del régimen de Petain y la Iglesia no fueron totalmente tranquilas, porque se suscitó la misma preocupación a partir del mismo eterno problema -la juventud. La Iglesia, aunque en general satisfecha, se quejaba de que el régimen tendía, en cuestiones educativas, a concentrarse demasiado en lo patriótico, a expensas de los principios católicos. Tanto fue esto así que en un tiempo el mismo clero se opuso a la instrucción religiosa en las escuelas sobre la base que, siendo anticlericales los maestros, la educación ofrecida no era cien por ciento católica. Pero aparte de eso, y de problemas por el estilo, similares a los encontrados por la Iglesia en Italia y Alemania, Petain y la Iglesia estaban en completa armonía. Juntos ellos empezaron a preparar un Concordato que habría dado a la Iglesia privilegios casi sin precedentes, sólo comparables a los que ella disfrutó antes de la Revolución en el siglo dieciocho.
¿Cuál fue la actitud de la Iglesia Católica ante el régimen autoritario establecido por Petain?
De lo que recién hemos examinado, es obvio que la Iglesia Católica no sólo era favorable al régimen, sino que lo ayudó y lo sostuvo con toda su fuerza, abiertamente e indirectamente, y -lo que nunca debe olvidarse- en la medida en que esta política no dañara sus intereses en otras partes del mundo.
Ya hemos visto cómo intervino el Vaticano para producir el cambio en los asuntos internos de Francia lo que crearía una situación favorable para el dominio espiritual y político de la Iglesia Católica.
No hay duda que el Vaticano ordenó a la Jerarquía francesa que apoyara a Petain. La mejor prueba está en el hecho que la Jerarquía francesa, con notablemente pocas excepciones, apoyó muy calurosamente al nuevo Gobierno desde el principio. Sólo después los obispos franceses y aun el Vaticano (si raramente) dirigieron algunas protestas de vez en cuando; pero tales protestas nunca fueron contra Hitler, nunca contra el nuevo Gobierno fascista, nunca contra el sistema Nazi como tal. Ellas sólo fueron hechas si los Nazis, Petain o Hitler no cumplían sus promesas a la Iglesia, si ellos entraban en conflicto con los intereses de la Iglesia en cuestiones tocantes a la educación, el bienestar espiritual de los trabajadores, o si invadían lo que la Iglesia consideraba su esfera.
Desde el mismo comienzo ni un solo prelado francés de importancia protestó contra los Nazis o Petain. Fue con el paso de tiempo y la aparición del resentimiento y el odio de Francia contra los Nazis y Petain, y del creciente patriotismo francés y del movimiento de Resistencia, que la Iglesia empezó a retroceder aquí y allí, y permitió quejarse a algunos obispos o cardenales franceses. A pesar de eso, sin embargo, las relaciones entre la Iglesia y Petain siempre permanecieron muy cordiales. Los más altos rangos del clero hablaron abiertamente a favor de los ideales de la Revolución Nacional, como ellos la entendieron en los primeros días después de la caída de Francia, y su actitud puede resumirse en las palabras del Cardenal Suhard en octubre de 1942: "La política no es nuestro asunto. La Iglesia Católica Romana en Francia es un reservorio intelectual que algún día ayudará en la edificación de la nueva Francia."
Aunque la Iglesia de Francia era pro-Petain, no era pro-alemana. ¿Cómo podría serlo cuando la mayoría de los franceses tenían un único objetivo -la expulsión de los Nazis de su país? Eso habría sido demasiado difícil, aun para la Iglesia. Sin embargo, aunque en conjunto la Jerarquía francesa tenía que contenerse, muchos prominentes cardenales y obispos franceses eran abierta y activamente pro-Nazis. Baste mencionar algunos: el Cardenal Baudrillart, Rector del Instituto católico, quien, debido a su horror extremo hacia el Bolchevismo, se unió al "Grupo de Colaboración"; el Cardenal Suhard, el Arzobispo de París, el Abad Bergey, que en su periódico católico Soutanes de France, se volvió notorio por la violencia e incluso la vulgaridad de sus diatribas; el Arzobispo de Cambrai; Gounod, el Primado de Túnez; Gerlier, el Arzobispo de Lyon, y muchos otros.
Los rangos inferiores del clero, al principio, siguieron la dirección Petainista dada a ellos por sus superiores, pero después se enfriaron, sin duda porque estaban en estrecho contacto con el pueblo y sus desdichas cotidianas.
Muchos periódicos católicos eran colaboracionistas y estaban a favor de Petain. Los más notorios eran: La Croix, el más grande periódico católico, que después de la liberación de Francia tuvo que enfrentar procesos legales por una acusación de haber apoyado la política de colaboración; y el supercatólico Action Francaise que frecuentemente atacó al movimiento de Resistencia entre católicos. Éste continuamente daba ejemplos de la actitud de los Cures, sobre todo la de aquellos responsables en guiar a la juventud, y exigió su remoción del cargo. Esta campaña de denuncia alcanzó su cumbre cuando el Action Francaise (del 26 de junio de 1943) reprodujo, del periódico clandestino Courrier Francaise du Temoignage Chretien, un artículo de un sacerdote que deseaba permanecer incógnito, cuestionando la legitimidad del Gobierno de Vichy, y afirmando que en las circunstancias la cuestión del deber de un ciudadano hacia semejante Gobierno, que es un Gobierno sólo en nombre, debe replantearse en nuevos términos; el ciudadano no está limitado por ningún deber de obediencia en cuestiones civiles o políticas; el derecho a servir -si su conciencia lo exige- a las autoridades disidentes no puede negarse a nadie.
Una tormenta de abuso se suscitó, acusándose al clero inferior de todo crimen según la agenda collaboracionista, desde incitar a la juventud del país a sublevarse o unirse a la "Maquis" [guerrilla] hasta la muy seria cuestión de la legitimidad del Gobierno.
Esta tendencia por parte del clero inferior alarmó al Vaticano y a la Jerarquía francesa más alta, quienes tomaron medidas para impedirles tomar parte activa en el movimiento de Resistencia. El asunto se discutió en la Asamblea General de los Cardenales y Arzobispos de Francia, en octubre de 1943. Ellos hicieron una declaración repudiando la teoría y reiterando su lealtad a Petain y el apoyo a su Gobierno, al cual consideraban absolutamente legítimo.
Debe notarse que esta declaración fue emitida en 1943 cuando el clero superior parecía haber perdido casi completamente la confianza del pueblo francés y aun del clero inferior.
Después del ataque sobre Rusia se inició una intensa campaña contra los Rojos, y a menudo los propagandistas más notorios contra Rusia pertenecían a la Jerarquía francesa. Los siguientes son algunos casos típicos:
Numerosos católicos franceses creen con toda sinceridad que el Bolchevismo es un fantasma inventado o exagerado por los agentes de Hitler. Estos católicos han olvidado que esto no es así. Ellos deben recordar que "el Comunismo es la completa ruina de la sociedad humana", como dijo el Papa Pío IX.
El Comunismo es una peste mortal, como declaró el Papa León XIII.
El Comunismo es salvaje e inhumano, en tal grado que es imposible creer de lo que éste es capaz, como dijo el Papa Pío XI.
Después de leer tales declaraciones, ¿es sorprendente que tantos católicos franceses se volvieran fascistas e hicieran los eslóganes anticomunistas y antirusos su política principal? ¿O que numerosos católicos se formaran en grupos militares y fueran, lado a lado con las legiones de Hitler, a invadir y combatir a Rusia?
Las razones para tal conducta son obvias, pero podría no ser errado resumirlas citando las palabras del Arzobispo francés de Auch, quien declaró:
La Jerarquía indudablemente tiene miedo de la guerra civil ... Seamos sobre todo franceses. Reunámonos en torno de nuestra bandera y en torno de quien la sostiene.
O las palabras del Obispo de Brieue, quien dijo aun más contundentemente:
Si la anarquía (por ejemplo el Comunismo) viniera, nosotros seríamos sus primeras víctimas.
Nos gustaría en esta etapa citar los sentimientos expresados por un moderado del alto clero francés. Decimos "moderado" porque él era considerado así en el Vaticano y en círculos católicos franceses. Este dignatario de la Iglesia, el Cardenal Gerlier, declaró que :
En una de las horas más trágicas de nuestra historia la Providencia ha proporcionado a Francia un jefe alrededor del cual estamos contentos y orgullosos de reunirnos. Mis sacerdotes recordarán lo que que les dije. Oramos a Dios que bendiga al Mariscal, y que nos enliste como sus colaboradores, sobre todo a aquellos de nosotros cuya tarea es difícil. Por lo tanto, la Iglesia continúa teniendo confianza en el Mariscal y dándole su amorosa veneración.
A las objeciones de varios obispos disidentes y de muchos del clero inferior, acerca de que el Mariscal era un fascista y estaba cooperando con Hitler, y que quería construir un Estado totalitario, que ya había, como en Alemania, empezado a entrar en las esferas de la Iglesia, el Cardenal replicó:
Nada ha cambiado ni cambiará nuestro apoyo al Mariscal; los católicos no le harán responsable por los sucesos que la Iglesia desaprueba.
En posteriores declaraciones el Cardenal fue tan lejos como para declarar que los católicos no eran, y no debían ser, hostiles a Laval. Todo esto, el lector debe recordar, fue dicho no más allá del 16 de junio de 1943.
El 23 de noviembre de 1943, Monseñor Piquet declaró:
Para mí y para algunos otros como yo, el Mariscal Petain es la cabeza del Estado francés porque Dios mismo, y no una mediocre asamblea de hombres que han renunciado, deseó que él llegara a ser la cabeza del Estado francés. Y yo digo que si todos los católicos de Francia -digo todos ellos: obispos, sacerdotes, doctores, el laicado, etc.- si todos ellos le hubieran seguido religiosamente, ciegamente, y fanáticamente, antes y después del Armisticio, aprobándole y escuchándole, el destino de Francia habría sido diferente.
Esta fue la actitud de la Iglesia Católica ante el gobierno de Petain patrocinado por los Nazis, y ante su programa social, económico, y político basado en principios fascistas.
La política de colaboración como fue dictada por el Vaticano y la Asamblea francesa no fue apoyada por el cuerpo católico entero, que se encontraba en desacuerdo con las más altas autoridades eclesiásticas. Como un dignatario francés lo expresó:
Los teólogos en París, Lyon, Lille, están haciendo esfuerzos para obedecer las órdenes de los obispos, pero ellos están dando a los fieles razones inexactas que les dirían por qué ellos no deberían aceptar la situación en la que Francia se encuentra. Los cardenales y obispos no han podido pasarlos por alto o minimizar su influencia. (Abad Daniel Pezeril, 1944).
¿Cuál era el gran plan concebido por el Vaticano? Nosotros ya lo conocemos. Establecer un concierto de Estados autoritarios, posiblemente católicos, que estarían basados en la concepción católica de cómo debe construirse una sociedad moderna. Ése era el objetivo general del Vaticano. ¿Pero qué rol desempeñaba en esto el caso particular de Francia, y, sobre todo, cuál era el plan particular de la alta Jerarquía francesa y de todos los otros estratos reaccionarios de la sociedad francesa que trabajaban de la mano con ésta?
El plan de tales sectores de la sociedad estaba, por supuesto, en completa armonía con el plan del Vaticano, el cual era de una doble naturaleza: interior y exterior.
Francia, después de la anticipada victoria Nazi, tendría que ser reconstruida según las líneas del régimen de Petain. Tenía que volverse un Estado autoritario, basado en el sistema Corporativo. El Socialismo y el Comunismo, por supuesto, serían completamente suprimidos; la Iglesia sería el gran poder en la vida de la nación.
Además de este plan interior, había uno exterior. Ambos eran una parte integral de un esquema más grande y tenían que encajar en el programa mundial del Vaticano. El plan francés era puramente Continental, y el Vaticano, aunque podía no haberlo subscrito en su totalidad o en la forma particular en la que era visualizado por los franceses y los católicos de otros países, no obstante le dio su bendición.
¿Cuál era su característica general? Bastante curiosamente, era una réplica -aunque, por supuesto, en una forma más grande y más moderna- del plan para un gran bloque de Estados católicos como fue concebido por un estadista austríaco. La única gran diferencia era que mientras que Monseñor Seipel quería la formación de un gran bloque de Estados católicos en Europa Central que habría sido formado principalmente por las provincias de Austria y Hungría, este nuevo plan era para un bloque compuesto principalmente por pueblos latinos. Iba a ser la unión de todos los países católicos latinos europeos, y habría incluido a Italia, España, Portugal, Bélgica, y bastante curiosamente, a los Estados alemanes católicos del sur. Cómo habrían sido incluidos los nombrados al final, si Hitler hubiese ganado la guerra, es un misterio.
Por supuesto, los Estados involucrados habrían tenido que librarse del gobierno parlamentario democrático, y todos habrían estado basados en los principios del sistema Corporativo como fueron enunciados por la Iglesia Católica. El sistema habría sido una mezcla del Portugal de Salazar, la España de Franco, el fascismo de la Italia de Mussolini, y la Francia de Petain, todos cementados por los lazos y la influencia de la Iglesia Católica. Que Hitler tenía conocimiento de este plan ha sido demostrado por el hecho de que él mismo se comprometió solemnemente con Petain, cuando este último todavía estaba en España y complotando con los Nazis, a que permitiría la formación de "un sólido bloque de países católicos, que coperarían con el Más Grande Reich para la edificación del Nuevo Orden Europeo y Mundial" (citado de una carta, fechada en agosto de 1939, del Embajador fascista italiano en Madrid).
Este plan fue seriamente estudiado en ese momento por mucha gente, y apoyado por poderosas personalidades de los elementos católicos derechistas en Francia, así como en Portugal y España. El hecho de que no pocos de aquellos que lo apoyaron lo hicieron así, no para favorecer al Catolicismo, sino por intereses no religiosos, es intrascendente. Muchos estaban vehementemente interesados en el plan por temor a que una Francia aislada podría volverse un mero vasallo de la Más Grande Alemania, mientras que una Francia en el bloque latino se volvería el centro del nuevo sistema. La única alternativa a esto sería combatir a Hitler. Pero si Hitler y la Alemania Nazi eran destruidos, la marea del Comunismo barrería luego sobre Francia; mientras que con una Rusia ex-soviética bajo Alemania, Hitler habría estado muy satisfecho y permitiría que Francia y el nuevo bloque se consolidaran.
Hasta qué punto Hitler apoyaba personalmente este plan nadie lo sabe. Pero una cosa es segura; él prometió a Petain, Laval, y al Cardenal Suhard que una vez que la guerra estuviese concluida mejoraría sus relaciones con la Iglesia Católica en toda Europa. Esto estaba de acuerdo con su promesa al Papa de que, al fin de las hostilidades, él firmaría un nuevo Concordato con el Vaticano. El Cardenal Suhard, Salazar y otros prominentes políticos portugueses, Franco, y el Secretario del Partido Fascista en Italia, todos aludieron al plan en varias ocasiones, y el telégrafo alemán amplió sobre esto, pintando seductoras imágenes de una nueva Europa cristiana, formada por Estados católicos y por "la victoriosa Alemania", que producirían juntos "la restauración completa de una Europa cristiana, la prosperidad de los pueblos católicos"; una restauración que se habría logrado sin "la interferencia tiránica de los usureros Judaicos en Londres y Nueva York."
Éste, entonces, era el plan de largo alcance que los diversos elementos católicos y derechistas en Francia tenían en mente al colaborar con Petain y Hitler. Y esto explica, si no completamente, por lo menos en gran parte, la de otra manera inexplicable política seguida por la alta Jerarquía francesa, que era absolutamente consciente de la impopularidad de sus acciones. Por supuesto, el plan era el secreto de los privilegiados: la gran mayoría de los católicos, incluyendo los obispos y el clero inferior, nada sabían de esto lo cual también explica sus ocasionales protestas y acciones cuando hacían lo que que consideraban de acuerdo con el bienestar de Francia, y nada más.
Este gran plan, concebido por el Vaticano y la Jerarquía francesa, nunca se materializó, salvo la primera fase -a saber, la creación de un Estado francés autoritario. Y aunque es verdad que los países latinos eran fascistas y estaban basados en el sistema Corporativo como fue expuesto por la Iglesia, la unión de estos países dependía, no sólo del permiso de Hitler, sino también de cómo acabaría la guerra. La victoria militar de los Aliados decidió la cuestión, y el gran plan se cayó con los derrotados ejércitos Nazis.
El Vaticano había sufrido un revés en sus titánicos esfuerzos por crear y consolidar una Europa católica autoritaria, un programa que había empezado inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial. El golpe fue particularmente doloroso, considerando que todos los tales esfuerzos parecieron estar al borde de ser finalmente coronados con el éxito. El plan se había malogrado. ¿Pero absuelve eso al Vaticano y a todas las otras fuerzas que trabajaron con éste, del severo juicio que la historia pronunciará sobre ellos? Dejamos la respuesta al lector.
Cuando los alemanes fueron expulsados de Francia, y este país se encontró bajo el Gobierno provisional francés encabezado por De Gaulle, la posición de la Iglesia, o más bien de la Jerarquía francesa, no era envidiable. El nuncio Papal fue fríamente tratado, y se le pidió en términos nada ambiguos que dejara Francia. La cabeza de la Jerarquía francesa, el Cardenal Suhard, fue "confinado en su palacio" y se le prohibió tomar parte en las primeras grandes ceremonias religiosas en Notre Dame, donde el nuevo Gobierno y todo París fueron para una solemne acción de gracias por la liberación de la ciudad. Varios obispos de hecho fueron arrestados, siendo el más notorio de ellos el Obispo de Arras. Parecía como si los franceses liberados castigarían sin discriminación a todos los que habían colaborado con Petain y los alemanes. Las cortes fueron establecidas, se atestaron campos de internación, empezaron los juicios, las condenas empezaron a caer sobre muchos colaboracionistas franceses, se pronunciaron fuertes sentencias, incluyendo la pena de muerte, sobre periodistas, difusores, funcionarios del régimen de Petain, y líderes de varios partidos fascistas franceses.
[Doriot y el ex Primer Ministro Laval estuvieron entre los juzgados y ejecutados después de la liberación (otoño de 1945); Petain fue sentenciado a prisión de por vida.]
Laval y Hitler
Pero aunque se tomaron severas medidas contra la alta Jerarquía católica, el tiempo pasó y ningún cardenal u obispo compareció jamás en una corte o fue condenado. La cuestión había sido abandonada muy calladamente. El propio De Gaulle, aunque un buen católico, en su retorno a Francia pidió permiso al Vaticano para llevar al Cardenal Suhard y a otros altos prelados eclesiásticos ante la justicia, pero a la larga nada pasó. O, más bien, lo que pasó fue que los mismos cardenales que habían apoyado, y que habían pedido a todos los franceses que apoyaran, a Petain desde el mismo principio hasta que el viejo Mariscal dejó Francia con los ejércitos Nazis retrocediendo, ahora empezaban a hablar a favor de la nueva Autoridad y a pedirles a los franceses que la apoyaran.
Pocos días habían pasado desde que la Nueva Autoridad llegó a París, antes de que el Cardenal Gerlier, Arzobispo de Lyon, hizo una transmisión en la que entre otras cosas, dijo:
Nosotros ejerceremos hacia este Gobierno, para el cual el apoyo de todos los buenos ciudadanos es indispensable, la lealtad de los hombres libres, en conformidad con las doctrinas tradicionales de la Iglesia ... De la adhesión incesante y creciente del país a la nueva Autoridad, el único Gobierno capaz en la actualidad de asegurar el orden...
El propio Cardenal Suhard, cuando le permitieron aparecer y hablar en público de nuevo, empezó a alabar a la nueva Autoridad y a pedirles a los franceses que la apoyaran.
Mientras esto estaba siguiendo, el nuncio Papal en París, Valery, había dejado Francia y un nuevo nuncio Papal sin antecedentes fue acreditado en la ciudad; al Embajador de Petain ante el Vaticano le fue pedido que renunciara, lo cual hizo cuando Petain dejó Francia, un nuevo Embajador de la "nueva Autoridad" tomó su lugar. Al mismo tiempo, un cardenal, Monseñor Tisserant, tuvo una extensa reunión con De Gaulle, después de haber visto al General Catroux y a los obispos de África del norte.
Una campaña a escala nacional había empezado a mostrar el gran papel que había sido jugado por la Iglesia Católica al ayudar a las fuerzas de resistencia. El papel del católico individual y del sacerdote de la parroquia humilde fue debidamente exaltado. El General de Gaulle y otros miembros del Gobierno asistían a Misa semanalmente. Los juicios tales como el planeado contra el periódico ultracatólico La Croix estaban siendo cancelados, se mantuvieron aquellos privilegios concedidos a la Iglesia.
¿Qué había sucedido? La Iglesia, habiendo perdido un turno, había empezado otro. Ella estaba una vez más operando su tradicional política de cortejar y aliarse al exitoso. En otras palabras, ahora que Petain ya no era útil, era parte de los intereses de la Iglesia apoyar al nuevo Gobierno.
En este caso la Iglesia tenía poderosas cartas para jugar. La cabeza del nuevo Gobierno era un católico. Es verdad que mientras fue un expatriado la Iglesia no le había reconocido, sino que le había desairado a él y a sus seguidores en muchas ocasiones; pero eso era el pasado. En aquel tiempo, muchos católicos le habían ayudado en la liberación de Francia, y entonces nadie podría acusar a la Iglesia de no haber desempeñado su parte en la recuperación nacional.
A De Gaulle, en su carácter de buen católico, se le pidió "que no persiguiera o desacreditara de alguna forma a la Iglesia en esta grave hora de responsabilidad, lanzando acusaciones apresuradas contra sus dignatarios." Tal promesa fue obtenida fácilmente, a pesar de las protestas y presiones de muchos sectores franceses, sobre todo las del movimiento de Resistencia.
Los cardenales más comprometidos guardaron silencio, mientras que aquellos que alguna vez se habían atrevido a hablar contra Petain o los alemanes ahora hablaban por todas partes. Las acusaciones de colaboración fueron gradualmente retiradas por parte de los sectores del Gobierno, y sólo fueron mantenidas por los elementos Socialistas, Comunistas, y Radicales. La Iglesia, que, inmediatamente después de la retirada alemana parecía estar a punto de sufrir por su política, después de sólo algunos meses estaba tan a gusto con el nuevo Gobierno como lo había estado con Petain. El Vaticano había iniciado muy exitosamente un nuevo capítulo.
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