Despedida

Ya no es mágico el mundo

Ausencia

A un viejo poeta

Arte poética

El enamorado

Lo perdido

La busca

 

 

Alguien

Elvira de Alvear

Los espejos

A un poeta sajón

El cómplice

Remordimiento por cualquier muerte

El suicida

Everness

La lluvia

 

 

Mi vida entera

Susana Bombal

Un ciego

Tankas

Alhambra

Recuerdo mio del jardín de mi casa

El remordimiento

España

 

 

 

 

 

 

Despedida

 Entre mi amor y yo han de levantarse
Trescientas noches como trescientas paredes,
Y el mar sera una magia entre nosotros.

No habrá sino recuerdos.
Oh tardes merecidas por la pena,
Noches esperanzadas de mirarte,
Campos de mi camino, firmamento
Que estoy viendo y perdiendo...

Definitiva como un mármol
Entristecerá tu ausencia otras tardes.

 

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Ya no es mágico el mundo 

 

Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
Ya no compartirás la clara luna
Ni los lentos jardines. Ya no hay una
Luna que no sea espejo del pasado,

Cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
Que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
La fiel memoria y los desiertos días.

Nadie pierde (repites vanamente)
Sino lo que no tiene y no ha tenido
Nunca, pero no basta ser valiente

Para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
Y te puede matar una guitarra.

Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
Un instante cualquiera es más profundo
Y diverso que el mar. La vida es corta

Y aunque las horas son tan largas, una
Oscura maravilla nos acecha,
La muerte, ese otro mar, esa otra flecha
Que nos libra del sol y de la luna

Y del amor. La dicha que me diste
Y me quitaste debe ser borrada;
Lo que era todo tiene que ser nada.

Sólo me queda el goce de estar triste,
Esa vana costumbre que me inclina
Al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.

 

 

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Ausencia 

 

Habré de levantar la vasta vida
Que aún ahora es tu espejo:
Cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
Cuántos lugares se han tornado vanos
Y sin sentido, iguales
A luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
Músicas en que siempre me aguardabas,
Palabras de aquel tiempo,
Yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
Para que no vea tu ausencia
Que como un sol terrible, sin ocaso,
Brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
Como la cuerda a la garganta,
El mar al que se hunde.

 

 

 

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A un viejo poeta 

 

Caminas por el campo de Castilla
Y casi no lo ves. Un intrincado
Versículo de Juan es tu cuidado
Y apenas reparaste en la amarilla

Puesta del sol. La vaga luz delira
Y en el confín del Este se dilata
Esa luna de escarnio y de escarlata
Que es acaso el espejo de la Ira.

Alzas los ojos y la miras. Una
Memoria de algo que fue tuyo empieza
Y se apaga. La pálida cabeza

Bajas y sigues caminando triste,
Sin recordar el verso que escribiste:
Y su epitafio la sangrienta luna

 

 

 

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Arte poética 

 

Mirar el río hecho de tiempo y agua
Y recordar que el tiempo es otro río,
Saber que nos perdemos como el río
Y que los rostros pasan como el agua.

Sentir que la vigilia es otro sueño
Que sueña no soñar y que la muerte
Que teme nuestra carne es esa muerte
De cada noche, que se llama sueño.

Ver en el día o en el año un símbolo
De los días del hombre y de sus años,
Convertir el ultraje de los años
En una música, un rumor y un símbolo,

Ver en la muerte el sueño, en el ocaso
Un triste oro, tal es la poesía
Que es inmortal y pobre. La poesía
Vuelve como la aurora y el ocaso.

A veces en las tardes una cara
Nos mira desde el fondo de un espejo;
El arte debe ser como ese espejo
Que nos revela nuestra propia cara.

Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
Lloró de amor al divisar su Itaca
Verde y humilde. El arte es esa Itaca
De verde eternidad, no de prodigios.

También es como el río interminable
Que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
Y es otro, como el río interminable.

 

 

 

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El enamorado 

 

Lunas, marfiles, instrumentos, rosas,
Lámparas y la línea de Durero,
Las nueve cifras y el cambiante cero,
Debo fingir que existen esas cosas.

Debo fingir que en el pasado fueron
Persépolis y Roma y que una arena
Sutil midió la suerte de la almena
Que los siglos de hierro deshicieron.

Debo fingir las armas y la pira
De la epopeya y los pesados mares
Que roen de la tierra los pilares.

Debo fingir que hay otros. Es mentira.
Sólo tú eres. Tú, mi desventura
Y mi ventura, inagotable y pura.

 

 

 

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Lo perdido 

 

¿Dónde estará mi vida, la que pudo
Haber sido y no fue, la venturosa
O la de triste horror, esa otra cosa
Que pudo ser la espada o el escudo

Y que no fue? ¿Dónde estará el perdido
Antepasado persa o el noruego,
Dónde el azar de no quedarme ciego,
Dónde el ancla y el mar, dónde el olvido

De ser quien soy? ¿Dónde estará la pura
Noche que al rudo labrador confía
El iletrado y laborioso día,

Según lo quiere la literatura?
Pienso también en esa compañera
Que me esperaba, y que tal vez me espera.

 

 

 

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La busca 

 

Al término de tres generaciones
Vuelvo a los campos de los Acevedo,
Que fueron mis mayores. Vagamente
Los he buscado en esta vieja casa
Blanca y rectangular, en la frescura
De sus dos galerías, en la sombra
Creciente que proyectan los pilares,
En el intemporal grito del pájaro,
En la lluvia que abruma la azotea,
En el crepúsculo de los espejos,
En un reflejo, un eco, que fue suyo
Y que ahora es mío, sin que yo lo sepa.
He mirado los hierros de la reja
Que detuvo las lanzas del desierto,
La palmera partida por el rayo,
Los negros toros de Aberdeen, la tarde,
Las casuarinas que ellos nunca vieron.
Aquí fueron la espada y el peligro,
Las duras proscripciones, las patriadas;
Firmes en el caballo, aquí rigieron
La sin principio y la sin fin llanura
Los estancieros de las largas leguas.
Pedro Pascual, Miguel, Judas Tadeo...
Quién me dirá si misteriosamente,
Bajo este techo de una sola noche,
Más allá de los años y del polvo,
Más allá del cristal de la memoria,
No nos hemos unido y confundido,
Yo en el sueño, pero ellos en la muerte.

 

 

 

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Alguien 

 

Un hombre trabajado por el tiempo,
Un hombre que ni siquiera espera la muerte
(Las pruebas de la muerte son estadísticas
Y nadie hay que no corra el albur
De ser el primer inmortal),
Un hombre que ha aprendido a agradecer
Las modestas limosnas de los días:
El sueño, la rutina, el sabor del agua,
Una no sospechada etimología,
Un verso latino o sajón,
La memoria de una mujer que lo ha abandonado
Hace ya tantos años
Que hoy puede recordarla sin amargura,
Un hombre que no ignora que el presente
Ya es el porvenir y el olvido,
Un hombre que ha sido desleal
Y con el que fueron desleales,
Puede sentir de pronto, al cruzar la calle,
Una misteriosa felicidad
Que no viene del lado de la esperanza
Sino de una antigua inocencia,
De su propia raíz o de un dios disperso.

Sabe que no debe mirarla de cerca,
Porque hay razones más terribles que tigres
Que le demostrarán su obligación
De ser un desdichado,
Pero humildemente recibe
Esa felicidad, esa ráfaga.

Quizá en la muerte para siempre seremos,
Cuando el polvo sea polvo,
Esa indescifrable raíz,
De la cual para siempre crecerá,
Ecuánime o atroz,
Nuestro solitario cielo o infierno.

 

 

 

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 Elvira de Alvear

 

Todas las cosas tuvo y lentamante
Todas la abandonaron, La hemos visto
Armada de belleza. La mañana
Y el arduo mediodía le mostraron,
Desde su cumbre, los hermosos reinos
De la tierra. La tarde fue borrándolos.
El favor de los astros (la infinita
Y ubicua red de causas) le había dado
La fortuna, que anula las distancias
Como el tapiz del árabe, y confunde
Deseo y posesión, y el don del verso,
Que tranforma las penas verdaderas
En una música, un rumor y un símbolo,
Y el fervor, y en la sangre la batalla
De Ituzaingó y el peso de laureles,
Y el goce de perderse en el errante
Río del tiempo (río y laberinto)
Y en los lentos colores de las tardes.
Todas las cosas la dejaron, menos
Una. La generosa cortesía
La acompañó hasta el fin de su jornada,
Más allá del delirio y del eclipse,
De un modo casi angélico. De Elvira
Lo primero que vi, hace tantos años,
Fue la sonrisa y es también lo último.

 

 

 

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Los espejos 

 

Yo que sentí el horror de los espejos
No sólo ante el cristal impenetrable
Donde acaba y empieza, inhabitable,
Un imposible espacio de reflejos

Sino ante el agua especular que imita
El otro azul en su profundo cielo
Que a veces raya el ilusorio vuelo
Del ave inversa o que un temblor agita

Y ante la superficie silenciosa
Del ébano sutil cuya tersura
Repite como un sueño la blancura
De un vago mármol o una vaga rosa,

Hoy, al cabo de tantos y perplejos
Años de errar bajo la varia luna,
Me pregunto qué azar de la fortuna
Hizo que yo temiera los espejos.

Espejos de metal, enmascarado
Espejo de caoba que en la bruma
De su rojo crepúsculo disfuma
Ese rostro que mira y es mirado,

Infinitos los veo, elementales
Ejecutores de un antiguo pacto,
Multiplicar el mundo como el acto
Generativo, insomnes y fatales.

Prolonga este vano mundo incierto
En su vertiginosa telaraña;
A veces en la tarde los empaña
El Hálito de un hombre que no ha muerto.

Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro
Paredes de la alcoba hay un espejo,
Ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo
Que arma en el alba un sigiloso teatro.

Todo acontece y nada se recuerda
En esos gabinetes cristalinos
Donde, como fantásticos rabinos,
Leemos los libros de derecha a izquierda.

Claudio, rey de una tarde, rey soñado,
No sintió que era un sueño hasta aquel día
En que un actor mimó su felonía
Con arte silencioso, en un tablado.

Que haya sueños es raro, que haya espejos,
Que el usual y gastado repertorio
De cada día incluya el ilusorio
Orbe profundo que urden los reflejos.

Dios (he dado en pensar) pone un empeño
En toda esa inasible arquitectura
Que edifica la luz con la tersura
Del cristal y la sombra con el sueño.

Dios ha creado las noches que se arman
De sueños y las formas del espejo
Para que el hombre sienta que es reflejo
Y vanidad. Por eso no alarman. 

 

 

 

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 A un poeta sajón

 

Tú cuya carne, hoy dispersión y polvo,
Pesó como la nuestra sobre la tierra,
Tú cuyos ojos vieron el sol, esa famosa estrella,
Tú que viniste no en el rígido ayer
Sino en el incesante presente,
En el último punto y ápice vertiginoso del tiempo,
Tú que en tu monasterio fuiste llamado
Por la antigua voz de la épica,
Tú que tejiste las palabras,
Tú que cantaste la victoria de Brunanburh
Y no la atribuiste al Señor
Sino a la espada de tu rey,
Tú que con júbilo feroz cantaste,
La humillación del viking,
El festín del cuervo y del águila,
Tú que en la oda militar congregaste
Las rituales metáforas de la estirpe,
Tú que en un tiempo sin historia
Viste en el ahora el ayer
Y en el sudor y sangre de Brunanburh
Un cristal de antiguas auroras,
Tú que tanto querías a tu Inglaterra
Y no la nombraste,
Hoy no eres otra cosa que unas palabras
Que los germanistas anotan.
Hoy no eres otra cosa que mi voz
Cuando revive tus palabras de hierro.

Pido a mis dioses o a la suma del tiempo
que mis días merezcan el olvido,
que mi nombre sea Nadie como el de Ulises,  pero que algún verso perdure
en la noche propicia a la memoria
o en las mañanas de los hombres.

 

 

 

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El cómplice

 

Me crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos.
Me tienden la copa y yo debo ser la cicuta.
Me engañan y yo debo ser la mentira.
Me incendian y yo debo ser el infierno.
Debo alabar y agradecer cada instante del tiempo.
Mi alimento es todas las cosas.
El peso preciso del universo, la humillación, el júbilo.
Debo justificar lo que me hiere.
No importa mi ventura o mi desventura.
Soy el poeta.

 

 

 

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 Remordimiento por cualquier muerte

 

Libre de la memoria y de la esperanza,
Ilimitado, abstracto, casi futuro,
El muerto no es un muerto: es la muerte.
Como el Dios de los místicos,
De Quien deben negarse todos los predicados,
El muerto ubicuamente ajeno
No es sino la perdición y ausencia del mundo.
Todo se lo robamos,
No le dejamos ni un color ni una sílaba:
Aquí está el patio que ya no comparten sus ojos,
Allí la acera donde acechó sus esperanzas.
Hasta lo que pensamos podría estarlo pensando él también;
Nos hemos repartido como ladrones
El caudal de las noches y de los días.

 

 

 

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 El suicida

 

No quedará en la noche una estrella.
No quedará la noche.
Moriré y conmigo la suma
Del intolerable universo.
Borraré las pirámides, las medallas,
Los continentes y las caras.
Borraré la acumulación del pasado.
Haré polvo la historia, polvo el polvo.
Estoy mirando el último poniente.
Oigo el último pájaro.
Lego la nada a nadie. 

 

 

 

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Everness

 

Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Dios, que salva el metal, salva la escoria
Y cifra en Su profética memoria
Las lunas que serán y las que han sido.
Ya todo está. Los miles de reflejos
Que entre los dos crepúsculos del día
Tu rostro fue dejando en los espejos
Y los que irá dejando todavía.
Y todo es una parte del diverso
Cristal de esa memoria, el universo;
No tienen fin sus arduos corredores
Y las puertas se cierran a tu paso;
Sólo del otro lado del ocaso
Verás los Arquetipos y Esplendores.

 

 

 

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La lluvia 

Bruscamente la tarde se ha aclarado
Porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado.

Quien la oye caer ha recobrado
El tiempo en que la suerte venturosa
Le reveló una flor llamada rosa
Y el curioso color del colorado.

Esta lluvia que ciega los cristales
Alegrará en perdidos arrabales
Las negras uvas de una parra en cierto

Patio que ya no existe. La mojada
Tarde me trae la voz, la voz deseada,
De mi padre que vuelve y que no ha muerto.

 

 

 

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 Mi vida entera

 

Aquí otra vez, los labios memorables, unico y
Semejante a vosotros.
Soy esa torpe intensidad que es un alma.
He persistido en la aproximacion de la dicha y
En la privanza del pesar.
He atravesado el mar.
He conocido muchas tierras; he visto una mujer
Y dos o tres hombres.
He querido a una nina altiva y blanca y de una
Hispanica quietud.
He visto un arrabal infinito donde se cumple una
Insaciada inmortalidad de ponientes.
He paladeado numerosas palabras.
Creo profundamente que eso es todo y que ni veré
Ni ejecutaré cosas nuevas.
Creo que mis jornadas y mis noches se igualan en
Pobreza y en riqueza a las de Dios y a las
De todos los hombres.

 

 

 

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 Susana Bombal

 

Alta en la tarde, altiva y alabada,
Cruza el casto jardín y está en la exacta
Luz del instante irreversible y puro
Que nos da este jardín y la alta imagen
Silenciosa. La veo aquí y ahora,
Pero también la veo en un antiguo
Crepúsculo de Ur de los Caldeos
O descendiendo por las lentas gradas
De un templo, que es innumerable polvo
Del planeta y que fue piedra y soberbia,
O descifrando el mágico alfabeto
De las estrellas de otras latitudes
O aspirando una rosa en Inglaterra.
Está donde haya música, en el leve
Azul, en el hexámetro del griego,
En nuestras soledades que la buscan,
En el espejo de agua de la fuente,
En el mármol de tiempo, en una espada,
En la serenidad de una terraza
Que divisa ponientes y jardines.

Y detrás de los mitos y las máscaras,
El alma, que está sola.

 

 

 

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 Un ciego

 

No sé cuál es la cara que me mira
Cuando miro la cara del espejo;
No sé qué anciano acecha en su reflejo
Con silenciosa y ya cansada ira.

Lento en mi sombra, con la mano exploro
Mis invisibles rasgos. Un destello
Me alcanza. He vislumbrado tu cabello
Que es de ceniza o es aún de oro.

Repito que he perdido solamente
La vana superficie de las cosas.
El consuelo es de Milton y es valiente,

Pero pienso en las letras y en las rosas.
Pienso que si pudiera ver mi cara
Sabría quién soy en esta tarde rara.

 

 

 

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Tankas 

.I

Alto en la cumbre
Todo el jardín es luna,
Luna de oro.
Más precioso es el roce
De tu boca en la sombra.

II

La voz del ave
Que la penumbra esconde
Ha enmudecido.
Andas por tu jardín.
Algo, lo sé, te falta.

III

La ajena copa,
La espada que fue espada
En otra mano,
La luna de la calle,
Dime, ¿acaso no bastan?.

IV

Bajo la luna
El tigre de oro y sombra
Mira sus garras.
No sabe que en el alba
Han destrozado un hombre.

V

Triste la lluvia
Que sobre el mármol cae,
Triste ser tierra.
Triste no ser los días
Del hombre, el sueño, el alba.

VI

No haber caído,
Como otros de mi sangre,
En la batalla.
Ser en la vana noche
Él que cuenta las sílabas.

 

 

 

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Alhambra 

 

 Grata la voz del agua
A quien abrumaron negras arenas,
Grato a la mano cóncava
El mármol circular de la columna,
Gratos los finos laberintos del agua
Entre los limoneros,
Grata la música del zéjel,
Grato el amor y grata la plegaria
Dirigida a un Dios que está solo,
Grato el jazmín.

Vano el alfanje
Ante las largas lanzas de los muchos,
Vano ser el mejor.
Grato sentir o presentir, rey doliente,
Que tus dulzuras son adioses,
Que te será negada la llave,
Que la cruz del infiel borrará la luna,
Que la tarde que miras es la última.

 

 

 

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Recuerdo mio del jardín de mi casa 

 Recuerdo mío del jardín de casa:
Vida benigna de las plantas,
Vida cortés de misteriosa
Y lisonjeada por los hombres.

Palmera la más alta de aquel cielo
Y conventillo de gorriones;
Parra firmamental de uva negra,
Los días del verano dormían a tu sombra.

Molino colorado:
Remota rueda laboriosa en el viento,
Honor de nuestra casa, porque a las otras
Iba el río bajo la campanita del aguatero.

Sótano circular de la base
Que hacías vertiginoso el jardín,
Daba miedo entrever por una hendija
Tu calabozo de agua sutil.

Jardín, frente a la verja cumplieron sus caminos
Los sufridos carreros
Y el charro carnaval aturdió
Con insolentes murgas.

El almacén, padrino del malevo,
Dominaba la esquina;
Pero tenias cañaverales para hacer lanzas
Y gorriones para la oración.

El sueño de tus árboles y el mío
Todavía en la noche se confunden
Y la devastación de la urraca
Dejó un antiguo miedo en mi sangre.

Tus contadas varas de fondo
Se nos volvieron geografía;
Un alto era «la montaña de tierra»
Y una temeridad su declive.

Jardín, yo cortaré mi oración
Para seguir siempre acordándome:
Voluntad o azar de dar sombra
Fueron tus árboles.

 

 

 

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 El remordimiento

He cometido el peor de los pecados
Que un hombre puede cometer. No he sido
Feliz. Que los glaciares del olvido
Me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego
Arriesgado y hermoso de la vida,
Para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

No fue su joven voluntad. Mi mente
Se aplicó a las simétricas porfías
Del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
La sombra de haber sido un desdichado.

 

 

 

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España 

 

Más allá de los símbolos,
Más allá de la pompa y la ceniza de los aniversarios,
Más allá de la aberración del gramático
Que ve en la historia del hidalgo
Que soñaba ser don Quijote y al fin lo fue,
No una amistad y una alegría
Sino un herbario de arcaísmos y un refranero,
Estás, España silenciosa, en nosotros.
España del bisonte, que moriría
Por el hierro o el rifle,
En las praderas del ocaso, en Montana,
España donde Ulises descendió a la Casa de Hades,
España del íbero, del celta, del cartaginés, y de Roma,
España de los duros visigodos,
De estirpe escandinava,
Que deletrearon y olvidaron la escritura de Ulfilas,
Pastor de pueblos,
España del Islam, de la cábala
Y de la Noche Oscura del Alma,
España de los inquisidores,
Que padecieron el destino de ser verdugos
Y hubieran podido ser mártires,
España de la larga aventura
Que descifró los mares y redujo crueles imperios
Y que prosigue aquí, en Buenos Aires,
En este atardecer del mes de julio de 1964,
España de la otra guitarra, la desgarrada,
No la humilde, la nuestra,
España de los patios,
España de la piedra piadosa de catedrales y santuarios,
España de la hombría de bien y de la caudalosa amistad,
España del inútil coraje,
Podemos profesar otros amores,
Podemos olvidarte
Como olvidamos nuestro propio pasado,
Porque inseparablemente estás en nosotros,
En los íntimos hábitos de la sangre,
En los Acevedo y los Suárez de mi linaje,
España,
Madre de ríos y de espadas y de multiplicadas generaciones,
Incesante y fatal.

 

 

 

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