Fuera del tema del amor y otras cosas no menos importantes
TU RECUERDO Y EN LA SANGRE
Dos breves cuentos de Eduardo Minervino


12 de septiembre
Aeropuerto. Sostuve tu mano y luego, un poco más, tu mirada. Después avanzaste hacia la sala de espera. Ahí empezó la agonía, mientras observé cómo te alejabas.

14 de septiembre
El lugar común dice que siempre es más difícil para el que se queda que para quien se va. Es cierto. Me acosa la cercanía de los objetos que me traen tu recuerdo; hasta la rutina es una trampa insalvable. Todas las cosas que te pertenecen, todas las que alguna vez rozó el aire de tu falda, me tienen sitiado. Hoy tu cepillo de dientes estuvo a punto de provocarme una crisis nerviosa.

20 de septiembre
Ayer llegó una carta tuya. Lleva 36 horas sobre la mesa del comedor, cerrada, como un pequeño ataúd. He decidido no abrirla. ¿Qué estarás haciendo justo en este momento? Decidimos no fijar reglas, tal vez fue lo mejor, pero ahora me siento como un barco sin ancla, sin vela, sin viento.

24 de septiembre
Hoy decidí no invocarte sino una vez cada quince días. Nada más. Será la ceremonia de tu presencia ausente que te mantendrá próxima a mí. Ninguna comunicación. Tus cartas permanecerán cerradas. He desconectado el teléfono. En tanto más te extrañe más estarás conmigo.

27 de septiembre
No pude hacerlo. Un telegrama te desencadenó entera. La tentación es sal en la herida de mi angustia, pero debo resisitir. Sólo quiero escuchar lo que tu recuerdo me susurra al oído.

11 de octubre
Hoy se cumple el primer plazo de dos semanas. Apenas puedo creerlo. Ha sido una batalla terrible, devastadora. Sin embargo, la facilidad con que tu recuerdo convive conmigo me lo ha hecho posible.

25 de octubre
Una vez más logré no invocarte en estos quince días, no hablar contigo mentalmente, no pensarte. Pero tu recuerdo no ceja de tomar por asalto mis ratos muertos, mis sueños, mis noches. Comienzo a disfrutar su presencia.

Diciembre
No tengo idea cuánto tiempo haya pasado. Hoy tu recuerdo hizo el desayuno. Cocina muy bien y sus piernas son más bellas que las tuyas. De hecho me parece que tiene todas tus cualidades, pero mejoradas. Esta noche pienso comprobarlo. Por favor, no se te ocurra volver.

EN LA SANGRE
Sentado frente a la máquina de escribir Gerardo dejaba que sus manos galoparan libremente sobre las teclas, sin saber exactamente a dónde lo conducirían las palabras que iban salpicando la superficie del papel. Sentía un texto poderoso correrle por las venas y dejaba que sus ideas salieran como por la válvula de una olla express. Creía que por fin podría cumplir su máximo anhelo, vertirse en alma y sangre sobre lo que escribía.
Una cosquilla picante se le alojó en el brazo. Interrumpió el frenético ritmo que llevaba para rascarse. Se acomodó los lentes y siguió escribiendo sin darle mayor importancia al asunto. La siguiente punzada lo atacó en la rodilla, con tal saña que necesitó bajarse los pantalones para poder rascarse a gusto. La luz escaseaba, así que se paró a encender la lámpara con los jeans en los tobillos; luego continuó acribillando a la cuartilla en cuestión.
Extasiado contemplaba cómo sus manos hacían que las letras se estrellaran contra la página como gotas de lluvia sobre techos de lámina. La diversión se le cortó en seco cuando, escalofrío de por medio, necesitó estirar ambas manos hacia la espalda, tratando de rascarse la maldita comezón que le había aterrizado en el centro. Siguió siendo aguijoneado hasta que debió alternar los dedos de una mano sobre las teclas, con las uñas de la otra sobre su epidermis.
Un escozor terrible le recorrió de los pulgares a las ingles, como si cientos de cucarachas con patas afiladísimas le caminaran bajo los poros. Gerardo comprendió entonces que se trataba de su novela. Era de una intensidad tal que la tinta no sería suficiente para plasmarla, y se lo estaba exigiendo. Empezó a rascarse todo el cuerpo con la desesperación febril que unos momentos antes lo poseía al escribir, hasta que una primera gota brotó acompañada de un alivio casi orgásmico.
Su máximo sueño se había cumplido y sonreía, aunque su madre no lo comprendió cuando a la mañana siguiente lo encontró desollado sobre su máquina de escribir.

                                                                                                                                   A OTROS CUENTOS

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