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Conde Diógenes Fonseca
Consejos para medir los sueños
Una vez que logramos llegar a la meta que nos habíamos propuesto de antemano,
debemos evaluar concienzudamente si el resultado obtenido era el esperado. De
nada sirve alcanzar una meta si después aquello que logramos no es lo
que soñamos esa noche de invierno. No se rían. Es que a veces
sucede y bastante a menudo. Mucho más que lo que queremos ver.
Lo que sucede realmente es que nuestras pretensiones están siempre acordes
con un montón de cuestiones que tenemos idealizadas. O sea que suponemos
cómo son sin saber si realmente son así.
Muchas cosas llegamos a comprender sólo cuando las tenemos muy cerca.
Vamos a los ejemplos. El tipo soñaba desde niño, casi podríamos
decir desde el vientre materno, con tocar el cielo con las manos. Lo veía
desde su ventana cuando lo acunaban para que durmiera, lo veía desde
la terraza cuando navegaba en su triciclo y lo admiraba desde el ventanal de
un rascacielos en su oficina. Ya era grande, entonces. Un hombre grande y con
bigotes que se dio el gusto un verano de ir a un lugar lejano, contratar un
guía y hacer un viaje en aladelta. Y ahí se dio cuenta: como un
golpe en la cabeza. Extendía las manos y no pasaba nada, aunque no podía
negarse que estaba cumpliendo con su sueño. Nada. No pasaba nada
Muerte antes de nacer
Es posible que esa misma tarde de la que nos olvidamos, todo en el mundo haya
cambiado. No pasó tanto tiempo. Además, muy por el contrario de
lo que parece a simple vista, la cuestión no es solamente aquí:
en este caos que nos rodea. Aunque no importa dónde sea. El tema es que,
de la noche a la mañana, nos encontramos en un ambiente con las relaciones
culturales modificadas. Aún no pasaron 15 años de que en Buenos
Aires se podían ver en las calles esos raros peinados new romantic o
esas crestas coloridas desafiando calvicies. Todavía tampoco hace tanto
de que un montón de tipos andaban de aquí para allá con
banderas e intenciones liberadoras. Sin embargo, hacia el fin de milenio, tenemos
que convivir con un victorianismo casi provinciano aún en una ciudad
tan grande como la nuestra.
No se trata, obviamente, de los poderosos, que viven más allá
de cualquier pregunta y han superado todas las respuestas; porque viven en un
olimpo sostenido por oro. Se trata de la gente en general que han olvidado todo.
Parece que nadie habla de nada: es un zig-zag de voces transparentes.
Si una de las consignas del punk fue la muerte joven, gracias a la vida acelerada
que nos era posible vivir; entonces hoy es como pregonaba un tema de Los Violadores:
"Estamosmuertos todos juntos acá/ ya no nos queda nada más
para hacer/ sino padecer..." Habría que entender esto en más
de un sentido. Porque no es que no haya nada más para hacer, simplemente
hay demasiadas cosas para hacer a las que tienen acceso cada vez menos personas.
Eliminar de raíz el deseo de la gente ha sido imposible; pero para el
poder organizado ha sido muy fácil hacer que la gente se OLVIDE de su
deseo. No es simplemente resignación, pues ésta supone una conciencia
permanente del objeto. Es sacar de una vez y para siempre de adentro de la persona
un grupo de intenciones.
No es una queja. No se trata de decir lo que todos sabemos: el circo beneficia a un grupo que hace su negocio. Más bien habría que entender de qué manera las consignas culturales por olvidadas que parezcan, hacen huellas en la sociedad en general. En este caso se trata de la idea de desinterés por la oferta cultural que planteaban algunos hacia finales de los '70 (y en Buenos Aires a principios de los '80).
Es difícil que la vida interese, a no ser que uno aprenda a satisfacer sus espectativas con pequeñas delicias cotidianas. Lo interesante es que la gente pareciera haberse replegado hacia fines del siglo XIX en lo que a patrones morales se refiere. Como ejemplos tenemos a los jóvenes que intentan defender su "honor" o su "bandera" aún al costo de exponer su cuerpo; ya sea ésto un equipo de fútbol o un barrio. Hay un nuevo concepto de honor y un nuevo concepto de dignidad que aún no se sabe muy bien por dónde pasa.
Pensándolo bien, hay que hacer un gran esfuerzo creativo para encontrar lo que antes llamaban: "la sal de la vida". La idea de muerte nos ha invadido desde la concepción.
Una pequeña historia
El hombre
aquella noche dormía
el sueño de un señor
sin feudo,
la última luz
de todas sus tardes
grabada con cincel
en el frizo opaco de la memoria.
Vestido
de domador de recuerdos,
soñaba
que era otro el dolor
y que un grito entonces
para qué
y para qué esa mueca
de risa desordenada
y
ese silencio largo
casi tanto
como la vigilia.
En cambio,
detrás de una pared delgada,
en otro mundo
(hecho de astillas
de secretos olvidados),
la mujer contaba
sobre una mesa azul
historias
o mentiras
y hacía con las palabras
una lista
con detalles precisos
sobre instantes perdidos
en las superficies de otros
manteles de hule.
Con una bata
quizá entornada
sobre el pecho,
ella
cruza en medio
de las frases
los ejercicios furtivos
de sus manos
o
sube la mirada y ve
un cielo
donde están los pliegues
de su piel
trazando un mapa
de caminos sin retorno.
Después,
el día siguiente.
Porque todo acaba
y aún la noche
dobla en una esquina
hasta perderse
y nos deja a medias,
asombrados o heridos,
apenas
arrastrando nuestra sombra.
Entonces él
puso los zapatos
en los pies y en la cabeza
el sombrero
que lo hacía serio,
mientras ella,
con un vaso detenida
frente a un espejo,
miraba sus ojeras
y cómo
el color de sus canas
asomaba
en las raíces del cabello.
Al fin fueron
las diez
y
abrieron las puertas
para cruzar sigilosos
el pasillo
y decir
buen día,
como queriendo tachar
sin que se note,
e hilvanar con descaro
la trama de otra historia
que estire el aliento
para armar algo así
como un destino.
Lo virtual es también real
El mundo no es único. Lo sabemos todos. La literatura y el cine nos dan
muestras permanentes de que en la imaginación de todos existen otras
realidades. Así, desde otros posibles planetas habitados hasta los mundos
microscópicos son construcciones habituales del arte. También
los niños, a través de sus juegos, inventan personajes y situaciones
con un grado de virtualidad muy elevado, donde la realidad visible sólo
sirve de soporte legalizador. Con esto queda claro que, por un lado, nuestro
sentimiento de ignorancia sale a la superficie de nuestra vida a cada paso,
y -por otro lado- las relaciones que se establecen entre la realidad más
tangible y esos otros mundos son extremadamente variables en calidad y referencia.
Si tenemos todo esto presente en cada momento de decisión, nuestro panorama
se volverá más complejo; pues la vida se tornará más
frágil, más aleatoria; pero también será más
rico. Cuanto mayor sea el espectro de posibilidades que tenemos delante, más
sentidos encontraremos a nuestros actos. Cada cosa que haga que el mundo crezca
tendrá como consecuencia nuestro propio crecimiento y producirá
la sensación de que la realidad no nos queda chica.
La ocación
Aparentemente estaba yo sentado del lado de la ventanilla, no me acuerdo de
nada, pero así me lo contó después esa vieja que te dije.
Apoyado contra el vidrio en un asiento de a uno. La mujer vio directamente cómo
me corría la sangre por la sien y mi cuerpo caía al piso como
una bolsa de harina. Yo ya no tenía conocimiento y a lo de antes no le
había prestado atención; pero te juro que eso en realidad no fue
nada comparado con lo que vino después.
La vieja tomó la decisión de llevarme a un hospital: también
el colectivero. Hizo bajar a casi todo el pasaje ahí no más y
arrancó como un loco por esa calle tan angosta creyéndose el piloto
de una ambulancia.Parece que alguien puso en la última ventanilla un
brazo con un pañuelo blanco y finalmente llegamos. El colectivero volvió
a su trabajo o se fue a su casa, aprovechando el incidente. Eso no lo sabemos
ni nos importa demasiado. Conmigo se quedó esta señora y unmuchacho
simpático, que hizo los trámites para que me pudieran atender
allí. No sé bien si haciéndome un favor o produciéndome
un mal peor: porque el lugar apestaba. Bueno, al fin de cuentas es un hospital
y todos sabemos lo que significa un hospital.
Cuando quedamos en la guardia vino alguien con un delantal blanco un poco sucio
que me preguntó mi nombre y mi apellido. Nunca llevo los documentos encima
y me anotaron como N/N. En una planilla pusieron un número de entrada,
el 346 y una descripción somera basada en el relato de la anciana: el
paciente fue fuertemente golpeado en la sien por una piedra que arrojaron desde
abajo del micro y traspasó el cristal. Después me di cuenta de
que no se entendía muy bien si el que había traspasado el cristal
era yo o había sido la piedra. Pero bueno, qué podemos esperar
sino ambigüedad o desorden de los enfermeros que hay en esos lugares, que
laburan cuarenta horas por día para lograr sobrevivir.
Cuando recuperé el conocimiento estaba en un pabellón de muchas
camas, separadas entre sí por unos biombos blancos que limitaban espacios
más bien pequeños. A mi alrededor: nadie; pero muy cerca, en el
compartimiento de al lado, había personas conversando sobre lo que había
pasado conmigo. Ahí está, como siempre, la exageración
o el agregado. Así se construyen en definitiva los hechos: con un puñado
de palabras invitadas al pasar. Se cuelan los nombres de las cosas por la puerta
de atrás, se filtran también algunos adjetivos que bien pueden
acotar o amplificar, haciendo retumbar la realidad contra tabiques virtuales.
Esto pude entenderlo después de un rato, como ya te dije, no me acordaba
de nada.
-Este tipo se salvó por casualidad. Dicen los que estaban que después
de las piedras vinieron los balazos.
-Y ahí, chau, no cuenta el cuento.
-No cuenta. Ni el cuento, ni dos más dos.
Un concepto de salud variable como el tiempo
Idea rara la de la salud. Ha ido cambiando a través de los tiempos.
Y mucho. Hace alrededor de 100 años se privilegiaba el aspecto rozagante
de las personas: un ser humano sano tenía que demostrar públicamente
que estaba bien alimentado y lo hacía a través de la robustez
y del color rosado de sus mejillas.
Sin duda, salud y normalidad están ligados como conceptos, pero a su
vez, en todos los tiempos se ha tenido a la salud como algo digno de ser alcanzado.
¿Hoy todos tenemos que ser flacos y un poco torcidos para ser sanos físicamente;
o por el contrario, deformes como los fisicoculturistas de los gimnasios?