Sergio Lobosco
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Manifiestos de dos épocas
El 20 de febrero de 1905, Filippo Marinetti publica
su manifiesto del futurismo, en el que expresa lo siguiente: "Queremos
cantar el amor al peligro. La belleza de la velocidad... Un auto es más
hermoso que la Victoria de Samotracia.
Ningún trabajo que no se agresivo puede ser una obra de arte".
Contemporáneamente a nosotros, encontramos el manifiesto de Unabomber
(publicado en el New York Times) que dice:
"Y en la naturaleza salvaje incluimos la naturaleza humana, que entendemos
como aquellos aspectos que no están sujetos
a la regulación por la sociedad organizada, pero que son producto del
azar".
Si nos siutamos históricamente, cuando se publicó el primer manifiesto,
los autos que allí se nombran llegaban tan sólo a 20 km/h,
las batallas se desenvolvían con ballonetas y la sociedad de esa época
con costumbres típicamente victorianas. Se pasaba
por las primeras grandes tiendas de compras (semillas de shopping). Entonces
el manifiesto toma en realidad una postura
revolucionaria.
Lo que realmente es significativo es que los artistas tomaron una postura ante
lo que presentían de su tiempo. También el
segundo manifiesto plantea una postura, en este caso ante nuestro tiempo. Dos
manifiestos de tiempos distintos con emergentes
muy similares.
Entiendo que si un futurista abriese los ojos en esta época tomaría
la misma postura que el Unabomber. No sólo por darse
cuenta de que el progreso tan anunciado sólo es una invención
más, sino también que dos guerras mundiales, masacres, migraciones
sólo sirvieron para que el mono evolucionado eruopeo llega a su más
alta sublimación: un mercado.
Tal vez aquí flotemos en otro tipo de situación como quien flota
a la deriva, en cosas no concebidas por nosotros.
Nos encontramos con la negación. Ni historia, ni futuristas, ni mercado,
ni Unabombers, sólo contamos, sólo miramos.
Principalmente no historia.
La ricota más agria
Mientras nosotros hablamos
las ratas ríen.
Carlos I. Solari.
En este tiempo donde el "puticlub" nos invade, pequeños cibernautas
automáticos patrullan nuestra mirada, no nos queda más que esperar.
Esperar el cuarto de hora en el que la maquinaria se les oxide. Se tengan que
aceitar las tuercas o hacerle un lifting a sus neuronas, para digerir su último
fetiche de moda.
La misa últimamente sale mal, el olor es raro, las miradas se entrecruzan
ya el lobo no parece lobo, ni el cordero tal.
Mientras se espera la ricota se pone agria. Detrás en lo oscuro, donde
nadie ve, donde todos niegan se esconden un par de ojos vidriosos, sospechando,
un par de ojos, afilados, esperando dar el zarpazo final.
Mientras en la esquina todos se saludan, se sientan, putean un rato, pero Juan
no está.
Industria cultural vs. mercado. (Editorial)
Es un poco exasperante ver como el resultado de dos mil años
de historia se resumen en estas dos palabras: «oferta y demanda».
Guerras, migraciones, inventos, avances científicos y técnicos.
Todos los logros y errores pasados por el tamiz del mercado.
El mundo entero sujeto al sube y baja del Tema Monetario.
Uno de los resultados de esta lógica es la desocupación y otra
es la corrupción.
Mayor oferta que demanda nos da siempre un precio más bajo. O en su defecto
la pérdida de la mercancía. Es más que evidente que el
trabajo (dentro de esta lógica) como sustancia, como cosa negociable
es preferible que siempre sea mayor a la necesidad del mercado, para subvalorarlo.
Pero lo que se hecha a perder en este caso no es mercancía, sino personas.
La corrupción es también estructural de este pensamiento, ya que
si el único valor socialmente aceptado es el dinero, el político
no hace otra cosa que mercar con la necesidad de los demás.
Por eso, necesitan de una imagen que tienen que vender y maquillar como un objeto.
Lo primero que habría que entender es que el mercado no es otra cosa
un invento de la cultura y como tal se modifica por los integrantes de la misma.
Los conocimientos, costumbres, tradiciones, formas artísticas y expresiones
étnicas serán los canales dónde generar otro tipo de intercambio
en un país donde la mayor riqueza es su gran diversidad. También
una forma de plantarse ante la globalización, otra manera de decir mercado.
Diversidad o globalización. (Editorial)
Como habíamos hablado en la nota anterior, un sinónimo
de mercado es globalización, y por ende, la pérdida de toda individualidad.
Ya que las empresas y corporaciones se dirigen a masas uniformes de consumo
y no a personas.
También hablamos de la necesidad de un intercambio y enriquecimiento
cultural para la generación de trabajo. Trabajo independiente de las
necesidades corporativas ya que los productos culturales no responden siempre
a lo que en general se les llama mercado.
Esas necesidades se forman de a poco y trascienden las fronteras de lo material
en si, ya que el dinero no es otra cosa que un símbolo y no un fin. Puede
ser uno de los recursos, pero no el principal.
Esta estructura paralela, casi perdida, sería en parte, nuestra identidad
cultural, que por otra parte está marcada históricamente por la
diversiad (crisol de razas, diferencias políticas, etc). Mal o bien convivimos
sin tantos problemas xenofóbicos como en los países del supuesto
primer mundo.
Sin dejar de lado que vivimos en una especie de caricatura de democracia, sin
dejar de lado los problemas de la violencia que a todos nos atañen, en
parte causa de la marginalidad económica.
Pero a pesar de eso pienso que esta diversidad podría ser el primer paso,
el primer hilo de luz para plantarse ante la hegemonía global.
Distintos o iguales en serie, sujetos o sujetados, ya no a consumir sino a ser
rellenados como envases de este todo global, de este todo de nada.
Las proyecciones imaginarias de los animales
Supongamos por un momento, que algunas especies animales podrían
llegar a generar objetos, los cuales satisfagan sus necesidades. Obviando por
supuesto, que para mí la imaginación depende en primer lugar de
las posibilidades que da el lenguaje, en segundo lugar la sublimación
del deseo y, en tercer lugar, la historia de lo percibido (no se puede inventar
un nuevo modelo de mesa sin haber visto una antes, no se puede pensar en una
nueva sociedad sin haber padecido otra).
Pero bueno, volvamos al punto de partida ¿cómo serían sus
ciudades?, ¿cómo serían sus maquinarias?, ¿inventarían
religiones, tendrían necesidad de Dios?, ¿cómo sería
su economía?, ¿cómo intercambiarían estos objetos?
Estas proyecciones siempre estarían limitadas por las posibilidades materiales
de cada especie.
Cuesta pensar en la materialidad de estos objetos, ya que la sublimación
depende de la sexualidad y ésta también sería una pregunta
más.
Ciudades completas pensadas y enjendradas de otra manera, casi imposibles para
nosotros ¿cómo se organizarían, cómo sería
su sociedad?
Vemos si, casi con seguridad, como ciertas especies de monos domesticados necesitan
del capitalismo para satisfacer sus impulsos de muerte.
La pregunta más importante sería entonces: ¿las demás
especies, de ser inteligentes, serían cínicos?
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