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Van Gogh
Van Gogh y el impresionismo
Más allá de toda otra consideración, el descubrimiento de¡ color-luz fue para Van Gogh una verdadera revelación. Los cuadros que pintó en los do años pasados en París son el signo más evidente de esto. Naturalezas muertas, vistas de los suburbios: en estas telas aclara rápidamente su registro cromático y comienza a servirse de las nueva teorías, aunque sin llegar nunca a un resultad "científico". Hasta parece que ha olvidado su pasado reciente, perdido como está en esa búsqueda Los personajes dolorosos que habían inspirado su cuadros holandeses han desaparecido. ¿,Puede pensarse, entonces, que ha abandonado todas sus preocupaciones anteriores? Es la época en la cual pinte el mayor número de autorretratos: una serie admirable de 23 telas que alcanzan un grado de intensidad expresiva que admite pocos parangones En estos autorretratos puede adivinarse la tensión que continúa abrigando el pecho de Van Gogh: los ojos fijos, la piel estirada, la barba erizada y ese aire agreste, interrogador, de víctima inocente. Se escruta a sí mismo. Estos autorretratos no son una “búsqueda” de colores. En ellos Van Gogh se abandona a su impulso, a su perturbadora pasión por la verdad. Ahora el color es claro, limpio, también puro, pero en él no hay nada de "positivista"; es decir, el color, aunque en una gama distinta, conserva toda la carga expresiva y toda aquella vibración psicológica a la que ya él había llegado; más aún, no sólo las conserva sino que las lleva a un grado superior de agudeza. Es evidente que la poética del impresionismo y el divisionismo es demasiado estrecha para él. Por ello, en esos días parisinos, si bien por un lado aprendió de los impresionistas y de Seurat la necesidad de dar al color toda su vivacidad, por otro lado se inclina más a escuchar a Gauguin cuando éste - da las premisas de una crítica al impresionismo, premisas que serán adoptadas, en general, por una importante tendencia del arte contemporáneo. En sus conversaciones, Gauguin, al referirse a los impresionistas y sus continuadores, deja caer a veces frases como la siguiente: "Todo ese conjunto de colores justos y sin vida es una mentira " Son juicios que más tarde Gauguin fijará también en el papel: "los impresionistas miran a su alrededor con el ojo, en lugar de dirigirse al centro del pensamiento ... Cuando hablan de su arte, ¿de qué se trata? De un arte puramente superficial, h echo de menudencias, meramente material, donde no hay pensamiento." Van Gogh siente que estos juicios responden a lo que también él piensa, y que en ellos está la continuidad con lo que ya ha hecho o tratado de hacer hasta ese momento. Además, en el impresionismo había también esa especie de optimismo epidérmico que, unido a la óptica naturalista, le fastidiaba y acababa por irritarlo. Estos motivos fueron, en conjunto, la verdadera causa de la fuga de Van Gogh de París. En febrero de 1888 lo encontramos en Aries, en Provenza. En una de las primeras cartas a Théo escribe: "Veo que lo que he aprendido en París se esfuma, y que vuelvo a las ideas adquiridas ... antes de conocer a los impresionistas. Y no me asombraría mucho que dentro de un tiempo los impresionistas criticasen mi estilo, que ha sido fecundado más por las ideas de Delacroix que por las suyas. Porque en lugar de tratar de traducir exactamente lo que tengo ante los ojos, me sirvo de¡ color de¡ modo más arbitrario para expresarme vigorosamente.'!' Esto no significa, sin embargo, que olvide la lección aprendida en París; significa solamente que la someterá sin titubeos a sus propias exigencias, violando cualquiera de sus principios toda vez que sea necesario. ¿En qué se convierte en Provenza, la enseñanza de Seurat? Para darse cuenta, basta mirar un momento los cuadros que Van Gogh pintó en este período: los puntos coloreados de Seurat se alargan, se convierten en líneas, luego en línea ondulantes, circulares, casi en imágenes intangibles de las energías que llenan la naturaleza. Provenza como Japón Al llegar a este punto hay otro componente d la pintura de Van Gogh que es absolutamente necesario recordar: la del arte japonés. Se trata d un componente que se inserta en sus estilos de una manera determinante. Es sabido que por aquel entonces estuvieron muy de moda las estampa japonesas y que más de un pintor se deleitaba con ellas; pero nadie experimentó más su fascinación que Van Gogh. La primera viva impresión ¡a tuvo en Amberes en 1885, cuando compró algunas a un marinero. Luego vio un gran número de ellas en París, en lo de Tanguy, un viejo ex comunero que las tenía en su negocio de pinturas junto con cuadros de Cézanne., Esas estampas le hicieron entrever por vez primera la posibilidad de salir d la pintura negra; a través de los ejemplos de Hokusai, Utamaro, Kesai Yeisen e Hiroshige, le inspiraron las primeras soluciones de¡ color unido, límpido y sin sombras, y le sugirieron el dibujo sintético, de línea fluida y ondulada. La mayor conquista estilística de Van Gogh en Arles se produjo cuando esa línea se identificó con el color, esto es, cuando logró mantener el carácter de tal dibujo usando el pincel embebido de colores vivos, los colores de¡ neoimpresionismo. La fascinación que sobre él ejerce el arte japonés es tan grande que le hace ver hasta la Provenza como una especie de Japón. Esta analogía reaparece frecuentemente en sus cartas: "Si no cortan el césped quisiera rehacer este esbozo ... Una pequeña ciudad rodeada de campos teñidos de amarillo y violeta sería verdaderamente un hermoso sueño de estilo japonés." Y más adelante: "En lo que respecta a permanecer en el sur, veamos un poco: la pintura japonesa gusta, se sufre su influencia; todos los impresionistas tienen esto en común. Entonces, ¿por qué no ir al Japón, es decir, a lo que corresponde a Japón, al sur? Creo que ahora, a pesar de todo, el porvenir del arte se encuentra en el sur." igualmente en su habitación coloca sobre las paredes estampas japonesas, y se lamenta de no poder adquirir más: "He leído que Bing realiza una muestra japonesa... En ciertos momentos me parece terrible no poder ya adquirir tantas japonerías. Mientras tanto es mejor tratar de hacerlas nosotros mismos." Lo que admira en los japoneses es que el artista "dibuja rápidamente,
muy rápidamente, cómo un rayo". Es un artista con nervios,
dice, "más sensible", con un sentimiento "más
simple". Su sueño es llegar a una transcripción inmediata,
rápida y espontánea de la emoción, y justamente es
en Provenza donde se realiza su sueño. Después de unos meses,
en efecto, se da cuenta de que el prodigio se produce, que "la emoción,
la sinceridad del sentido de la naturaleza" son "tan fuertes"
que "las pinceladas se suceden una a otra" sin pensar en ello,
mientras que "las relaciones entre los colores, se ordenan naturalmente,
"como las palabras en un discurso o una carta". De este modo,
cae el último obstáculo que lo separaba de la identificación
de sí mismo con el medio pictórico: desde este momento,
materia, dibujo y color forman parte integrante de su emoción,
de su visión, de su contacto profundo con la realidad que lo rodea. La poética de Van Gogh
Extraído de “El mundo de Van Gogh” Mario De Micheli y otros. Centro Editor de América Latina S. A. 1979. |