Luis Wallar

 

 

 

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De pizzas, ajos, polentas y cebollas

Que un hombre es único y universal, ya lo sabemos. Más aún, Raúl Gonzalez Tunón decía (es el título de uno de sus libros) que todos los hombres del mundo somos hermanos.
La discusión sobre etnias e identidades quizá se acortaría si los teóricos se fijaran más en lo que une a la especie que en las diferencias, que en la mayoría de los casos no son más que características folclóricas, aún en el buen sentido de la palabra.
El tema puede ser complejo como fenómeno social de coyuntura histórica universal. No lo es si entendemos la globalización de la cultura como parámetro único de civilización.
Pero estas honduras son tema de otras secciones de "el Duende".
El hombre común no teoriza, pero sus conclusiones de vida son pasto después de esa infatuación de coraje ( en este caso intelectual) que Borges atribuía a los compadritos.
Los pueblos, a medida que se conocen entre sí integran y se integran. Aunque parezca insólito, es el caso de las pizzas, los ajos, las polentas y las cebollas.
Hace un tiempo una mujer de clase media, algo avergonzada, me decía:
-Qué querés que te diga, aunque me digan "coya", para mí la comida no es comida si no tiene ajo o cebolla.
Como todos sabemos (o deberíamos saberlo), el ajo y la cebolla fueron introducidos en América por los españoles. En realidad su origen está en Asia y el sur de Africa. Nuestra amiga estaba convencida que eran productos típicos, naturales, de la cocina ansestral americana, (¡Y se avergonzaba de su predilección culinaria!). Quizá si hubiera conocido el origen transicional europeo del ajo y la cebolla, su actitud hubiera sido de refinamiento y orgullo. Pero a fuerza de verlos en los picantes, las zajtas y las ensaladas bolivianas o jujeñas, su desprecio racial le producía contradicciones.
Por otra parte, la pizza italiana no sería tal si no tuviera entre sus ingredientes el tomate, producto típicamente americano. Es el caso de la de la polenta, hecha con harina de maíz, el vegetal que, junto con la papa conquistó el mundo alimentario desde nuestro continente.
Para los italianos la pizza y la polenta son más tanos que el ajo y la cebolla que estuvieron desde siempre en su cultura culinaria.
Que sería entonces de nosotros los coyas y qué de los italianos, si un buen día -el día de la conquista- sus respectivos pueblos, más allá de las teorías no se hubieran apropiado del "Otro", o sea, del mismo que es el ser humano.


Texto extraido de la revista "El Duende" San Salvador de Jujuy. 1996.

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