Gustavo Morales RAMIRO LEDESMA Y LA REBELIÓN EUROPEA (2a parte) |
Individualismo y EstadoRamiro piensa que es la nación más que la clase la unidad primaria de la política. La nación es trasversal, recoge a gentes de distintos estamentos, generaciones y regiones. Es la aplicación del destino histórico y el espacio de la solidaridad. En la nación se produce una democratización social con la generalización de la enseñanza, de la sanidad, de la vivienda, la creación de leyes laborales para desbrozar la jungla cruel del liberalismo económico. La nación es la acotación cultural y política de un pueblo con voluntad de serlo, con ese empeño mantiene un Estado. Ramiro Ledesma recoge de Hegel y de Mussolini el culto al Estado. «Sólo contra un Estado artificioso, antinacional, detentador, incapaz, es lícito y obligado indisciplinarse. No hay espacio alguno en la vida del Estado nacional para la disidencia contra el Estado» [2]. ¿Cómo entiende Ledesma el Estado? Cuando Ledesma rechaza a la burguesía como detentadora del poder político, destaca como defecto: «Le falta por completo el sentido de lo colectivo, el espíritu de comunidad popular, la ambición histórica y el temple heroico» [3]. Ramiro supera las críticas tradicionales de izquierda y derecha ante el poder político. El poder, para el economista socialdemócrata Joaquín Estefanía, es una conspiración permanente contra el débil. El periodista liberal Revel lo denomina «la tragedia de la sumisión del individuo al poder político». Los revolucionarios piensan que la persona aislada no produce valores, sino dentro de su sociedad. Marx lo llama el hombre socializado. Ledesma busca un poder carismático y deja el poder compensatorio a la derecha cuyas reformas no frenan el avance de la oleada izquierdista. A Ledesma le preocupa mucho la eficacia revolucionaria y poco las palabras. A la postre, afirma Henry Kissinger, «la distinción reside entre quienes adoptan sus objetivos a la luz de la realidad y los que intentan modelar la realidad a la luz de sus propios objetivos». Ledesma rechaza el levantamiento contra el Estado, pero no a costa de aceptar cualquier Estado supletorio. La rebelión se legitima contra el Estado liberal que al renegar de sus funciones pierde el impulso colectivo nacional y popular. «Su supuesta fuerza es [...] de gendarmería, pero sin realidad alguna honda. Y este bagaje armado a su servicio reconoce, como señala Sorel, un origen pintoresco. Cada triunfo revolucionario demoliberal traía consigo un aumento de fuerza pública para consolidarse y una centralización –no unificación- frenética en las débiles manos de los gobiernos» [4]. Ledesma practica una concepción subversiva de la política que desvela la naturaleza meramente represiva del Estado débil en que en modo alguno podía verse representado Ramiro. «Su glorificación del pasado sirvió sólo para marcar el momento de la época moderna. En que el cambio de nuestro mundo y de las circunstancias generales era tan inminente que dejó de ser posible una confianza rutinaria en la tradición» [5]. No es por pacifismo por lo que Ramiro rechaza ese Estado que centraliza y no une. Ledesma piensa que «el Estado liberal se asienta sobre una desconfianza y proclama una primacía monstruosa» [6]. Esa hegemonía es la del egoísmo como motor liberal, el egoísmo individual que por arte de magia liberal muta de vicio privado a virtud pública. Ledesma no acepta ese hombre aislado que parte de la Revolución Francesa. El hombre que al nacer se supone realiza un presunto contrato social para aceptar los límites a su libertad a cambio de las ventajas del grupo. El fascismo es una reacción contra el siglo XVIII, que ha levantado la razón como una diosa sin iguales y, en nombre de ella, impone el egoísmo como razón última. El joven español, para combatir el egoísmo, como trabajador ha de estar en un sindicato y como español a favor de la nación desde su municipio. La fe de Ledesma en el Estado, reflejo y brazo de la comunidad nacional, expresa su intención de llevar a cabo tareas colectivas gigantescas. «La transformación social que propugnamos busca precisamente la organización y la solidaridad de los españoles» [7]. Lo colectivo es el signo de los tiempos, las masas han entrado en la Historia. Se aleja del concepto falangista de personalismo cristiano, no es la trascendencia de cada persona lo prioritario para Ramiro sino el destino de todo el pueblo, la continuidad de su historia, el triunfo de la nación. Ledesma recusa el marxismo porque arranca la nación del alma popular. Pero realiza una acusación clara contra la burguesía en el poder, cuya actuación define Julio Ruiz de Alda como el bolchevismo de los privilegiados. Ramiro muestra cierto individualismo cuando bajo el pseudónimo de Roberto Lanzas escribe sobre sí mismo: «La actividad periodística y política de Ledesma supuso para él el abandono radical de su actividad anterior, cuando se le abrían por ese camino las mejores perspectivas académicas. Es éste uno de los episodios de su vida que menos se explican sus amigos de entonces, y no tiene otra explicación que la profunda generosidad de este hombre, verdadera existencia de fundador, con una mística entrega a la revolución nacional que comenzó a presentir» [8]. Aunque peque de evidente falta de humildad, es cierto. «Un filósofo se apartó de la filosofía para llevarla adelante en el campo político [...] expresado primero en su decisión, filosófica en sí misma, de abjurar de la filosofía y, en segunda lugar, en su intención de cambiar el mundo y, por tanto, la conciencia de los hombres» [9]. Hannah Arendt se refiere a Marx pero el paralelismo en el proceso de toma de una decisión vital, que cambia la vida personal misma, es semejante en Ledesma con la diferencia de que el alemán murió de viejo y el español bajo las balas. No es un hormiguero lo que
pretende nuestro autor. Si así fuera, no se opondría al marxismo que no en vano
sigue teniendo éxito en Asia como vaticinó Lenin. RebeliÓn frente al marxismo como ideologÍaExisten varios modelos para conseguir el cambio social. Uno es la construcción de una sociedad paralela a la burguesa que se organiza dentro de ésta pero de espaldas a ella. El Estado dentro del Estado. Casos conocidos fueron las colectividades anarquistas de Aragón y el control de Barcelona en los primeros tiempos de la Guerra Civil española en el siglo pasado. Otro modelo es el enfrentamiento contra el poder establecido. El cambio puede conseguirse por la revolución desde abajo, socavando las estructuras hasta que el Estado, perdida su autoridad, se desprenda como cáscara muerta. Fue la revolución jomeinista iraní de 1979. También puede propiciarse el cambio mediante el asalto al poder de una minoría concienciada y profesional: los bolcheviques. El modelo que asume Ledesma es la toma del poder y la transformación desde arriba, al igual que Lenin, en octubre de 1917; Mussolini con la marcha sobre Roma o Hitler, en las elecciones de 1933. Conquistar el Estado. Para ese asalto al Estado, como vanguardia de la lucha, Ramiro convoca a la juventud española, una leva trasversal, no de clase. Tienen en común ser jóvenes españoles y conquistadores. El marxismo también quiere el poder y predica la dictadura de clase. Serán enemigos. Marx dio una respuesta a la búsqueda permanente del valor universal: el tiempo de trabajo. Engels anunció: «El trabajo creó al hombre», con lo que elimina a Descartes: «Pienso, luego existo». Es el trabajo y no el pensamiento lo que define de forma exclusiva la identidad humana. La rebelión moderna contra el homo sapiens en nombre de una nueva superstición, la ciencia marxista que anuncia la génesis humana por la tarea. Si el trabajo crea al hombre y Marx y Engels predicen que el nuevo mundo paradisíaco apenas requerirá trabajo humano evidencian una de las muchas contradicciones de su tesis, aunque es cierto que «la ciencia moderna sería superflua si la apariencia y la esencia de las cosas coincidieran» [10]. Ledesma conoce el marxismo porque ha ahondado en la filosofía alemana. El marxismo es un intento de organización racional de la sociedad en base a la producción. Kant, otro alemán, pretende una filosofía moral universal y Hegel busca organizar con la generalización y ampliación del Estado y de la explicación dialéctica de la Historia. Marx, como los otros, es eurocéntrico y creyó en la universalidad del modelo europeo de desarrollo que describe en El Capital. El marxismo es una doctrina errante, apátrida. Ramiro lo combate exaltando el nacionalismo español. De hecho, la sentencia condenatoria de Ledesma se debe a que «el marxismo es antinacional y desaloja del alma de las clases populares el sentimiento que corresponde a éstas de modo más directo: la fidelidad a la Patria» [11]. Pueblo y patria. El internacionalismo marxista y el cosmopolitismo liberal coinciden en el desprecio a lo nacional. Robert Reich destaca que «cuando la gente no tiene lazos nacionales, se siente poco inclinada a realizar sacrificios o aceptar la responsabilidad de sus acciones» [12]. La nación es un espacio concreto donde las fuerzas de la izquierda y la derecha no saben moverse porque para ellos la patria es incomprensible y despreciable. Por ello prefieren la mundialización que simplifica los interlocutores del planeta y enfoca los circuitos de emisión y recepción cultural en una dirección única. Marx es el triunfo del racionalismo, de la planificación, de las «leyes históricas» que acaban con el libre albedrío inherente al espíritu del capitalismo. El progresismo reduce el desarrollo humano, es el monstruo que ha engendrado el sueño de la razón que nos representó Goya,un racionalismo febril que pretende dar respuesta a todo, rechaza factores como sentimientos, identidad, etc. Una nueva ciencia que pronto «iba a degenerar en el cientifismo y en la superstición científica general» [13]. La razón, asegura Joaquín Estefanía, en un tiempo histórico de vacío teológico, convertida en abstracción de logos, deviene en caricatura de sí misma. Marx es parte de lo que Ledesma detesta: el racionalismo, los programas, las constituciones. Al contrario que el mecanicismo histórico marxista, Ledesma obvia la trampa de los intelectuales y de los programas, no sitúa la solución en generaciones posteriores o en el más allá. Menos teóricos, los bolcheviques profesionalizan la agitación y la propaganda. Practican una doble moral: Exigen a Occidente que cumpla las leyes y derechos que proclama en los frontispicios de los parlamentos, mientras ellos están dispuestos a la mentira, la traición y el crimen para conseguir sus fines. «A la victoria que no sea limpia y generosa, preferimos la derrota», asume la oración difícil de Rafael Sánchez Mazas. Ledesma, como Sorel, desecha el marxismo aunque no fue seguidor de Marx, al contrario que el ingeniero galo. La ideología que anima la revolución soviética es condenada sin ambages por Ledesma: «El resentimiento marxista es el máximo enemigo [...] No caben pactos con el marxismo» [14]. Precisamente esa cualidad de competencia revolucionaria con el comunismo le hace entender que el avance de éste fortalecerá las filas de cuantos resueltos se opongan al levantamiento bolchevique en España. Las JONS de Ramiro no serán solamente pro: revolucionarias, sindicalistas e hispanas. También son resueltamente anticomunistas. Ramiro sabe que es precisamente el auge del marxismo el que reforzará las filas españolistas y rebeldes. Por eso aconseja prudencia en la calle a sus camaradas de Valladolid. Ledesma escribe a Onésimo Redondo: «Nuestras Juntas no pueden robustecerse mientras el peligro de la canalla marxista no gravite con más furia sobre la Patria» [15]. Ramiro espera una reacción más amplia ante el incremento del bolchevismo en España. La hubo en forma de dos guerras y los soviéticos se adueñaron de media Europa en la segunda mitad del siglo XX. Desde la perspectiva dialéctica, ya implícita en la rotación de los cuatro elementos, el nacional sindicalismo es una tesis surgida del enfrentamiento entre derecha e izquierda. La idea del nacional sindicalismo nace en la primera mitad del siglo XX, tras el fracaso del liberalismo capitalista y el rechazo a la solución economicista que pretende aplicar la izquierda, donde el odio es superior al afán de justicia. Por ello, Ledesma exige «arrebatar al pseudorrevolucionarismo de las izquierdas la bandera catilinaria, subversiva y liberadora» [16]. Porque el marxismo no busca justicia, es una reacción revanchista ante los crímenes brutales del capitalismo en sus inicios. Los sorelianos, y Ledesma entre ellos, abren la tercera vía entre las dos concepciones totales del hombre y la sociedad que son el liberalismo y el comunismo, ideologías presas del racionalismo donde se prescinde de la intuición y del sentimiento en favor de una quimérica concepción matemática de las ciencias sociales, tan fantasiosa como La Fundación de Isaac Asimov. El discurso postmarxista es radical, basado en el poder de los sindicatos, Lenin repudia el carácter meramente reivindicativo de éstos y Sorel su domesticación por el socialismo parlamentario. Los sindicalistas nacionales condenan los pactos y acuerdos con la burguesía, así como el sistema de dominio del liberalismo democratizado: el parlamentarismo. En cambio, Stalin llama al pacto más amplio con la burguesía demócrata, fomenta la política de Frentes Populares cuando la revolución fracasa en Alemania y Hungría y decide implantar el socialismo en un solo país, la URSS. La consigna es el antifascismo y justamente en España, donde el fascismo era débil, las armas le dieron la victoria sin alas durante casi cuarenta años. Mientras la URSS se extendió por media Europa casi tres cuartos de siglo, en España fracasó. Donde los partidos fascistas eran fuertes, llegaron al poder por movimientos de masas o electorales, sus regímenes fueron destruidos militarmente por los adeptos del parlamentarismo capitalista y del monolito marxista que extendió vertiginosas sus fronteras. En España la debilidad numérica del fascismo hasta 1936 contrasta con el peso absoluto de sus imágenes y mitología en la nueva España desde 1939 a 1945. Las masas han entrado en la Historia y Ledesma lo sabe irrevocable. Su acción política busca tener acceso a ellas. Ledesma había tenido una mirada amplia y generosa. «Nosotros decimos al grupo disidente de la CNT, a los Treinta, al Partido Sindicalista que preside Ángel Pestaña, a los posibles sectores marxistas que hayan aprendido la lección de octubre, a Joaquín Maurín y a sus camaradas del bloque obrero y campesino: Romped todas las amarras con las ilusiones internacionalistas, con las ilusiones liberal-burguesas, con la libertad parlamentaria» [17]. El llamamiento de Ledesma no tuvo eco. Serán finalmente los
comunistas quienes asesinen a Ledesma. El corresponsal del periódico soviético Pravda
en España, Mijail Koltsov, «en su entrevista con el Comité Central del Partido
Comunista, instó a sus miembros a que se fusilase a los reclusos de las
cárceles madrileñas» [18]. El delegado de Seguridad de Madrid, Santiago
Carrillo, cumplió la orden. Uno de sus destacamentos de la muerte asesinó a
Ramiro. SindicalismoLas tareas que plantea Ledesma son titánicas. Realizarlas requiere un pueblo militante y en acción. Busca movilizarlo y fija su mirada en la acción directa de los sindicatos: «Aplaudimos la acción sindicalista que, por lo menos, reanuda las virtudes guerreras y heroicas de la raza» [19]. Como Sorel, rechaza la domesticación en la figura industrial y burguesa del ciudadano. Ledesma transfiere las virtudes y el poder creador del guerrero medieval al trabajador moderno. El obrero industrial sustituye al guerrero heroico. Los valores de ambos son comunes y el ascetismo y la eliminación del individualismo suponen características compartidas por el soldado-monje y por el obrero-combatiente. En esta línea frugal y casi mística marchaban las asociaciones anarquistas que a comienzos del siglo XX practican el naturismo y hacen publicidad contra el juego, el alcohol y la prostitución, buscan un hombre nuevo. «Los planteamientos sorelianos aparecerían en las formulaciones anarcosindicalistas, lo que supuso un punto de contacto entre este movimiento y el movimiento nacionalsindicalista» [20]. Esta proximidad, como vimos en otro artículo, propició un encuentro con Ángel Pestaña, cenetista histórico y fundador del Partido Sindicalista. Pero el desencuentro tenía más fondo. «Mientras que los anarquistas querían que los sindicatos fueran una especie de clubs de metafísica antiautoritaria, los sorelianos, en cambio, conciben a los sindicatos en términos de unidades de combate disciplinadas, sólidamente organizadas y dirigidas por una elite de militantes de profundas convicciones» [21]. Ramiro está en el segundo grupo. Ledesma escribe que «son los trabajadores, es decir, los sindicatos obreros, los que con mayor urgencia y premura tienen necesidad de que se vigorice y aparezca sobre la Península la realidad categórica de España» [22]. Los asalariados son los primeros beneficiarios del principio de nación por el igualitarismo en la enseñanza, la sanidad y los seguros sociales, además de por la idea dinámica de patria. En las primeras décadas del siglo pasado, la condición de trabajador fue la principal, la identidad que englobaba más aspectos de la vida de la persona, donde ésta dejaba más tiempo y energía. De forma paulatina, el productor es incluido en las redes del mercado mediante la generalización de un estado del bienestar, impulsado por el nacionalismo y el sindicalismo, y ocupa otro puesto más en la cadena, como trabajador, como consumidor y como sujeto fiscal. El incremento del ocio dará más peso a la condición de consumidor pasados los años 60 del siglo pasado. Es habitual y necesario citar a Hubert Lagardelle cuando escribe en Plans en 1931: «La utopía de la democracia ha despojado al individuo de sus cualidades sensibles» reduciéndolo a la condición abstracta de «ciudadano». Esa condición tiene una vertiente política, la de legitimar con el voto el orden democrático y otra doble económica: producir y consumir. Sin conocer la existencia de los poderosos reclamos audiovisuales de hoy, ni la televisión, aún no podía afirmarse con tantas evidencias como ahora que «a excepción de las minorías perseguidas y de los intelectuales desclasados, los trabajadores occidentales están cautivos en las redes de la cultura consumista» [23]. Ramiro Ledesma ya anuncia esa nueva figura encadenada, el trabajador a quien el sistema aplica «la doble función de producir y consumir» [24]. Ramiro se adelanta a su tiempo y vaticina el futuro, nuestro presente, mientras los socialistas siguen predicando la dictadura del proletariado. Ledesma vaticina algo que ya ocurre lejos de Europa, plus ultra. La inclusión de los obreros en las redes de consumo impulsada por Henry Ford, quien desarrolló la cadena de montaje para abaratar costes y la venta a plazos para dar salida a sus famosos coches Ford T que, hasta 1914, habían vendido 15 millones de unidades. Ford es un representante genuino del cambio que supuso la segunda revolución industrial, con un talante más dado a la acción que al diálogo: «La mayoría de las personas gasta más tiempo y energías en hablar de los problemas que en afrontarlos. Tanto si piensas que puedes, como si piensas que no puedes, estás en lo cierto». Hay algo de voluntarismo en la actitud de los renovadores de la industria que generalizaron la venta a plazos pero su objetivo no consiste en hacer llegar más coches a más gente sino más dinero al fabricante. Ledesma rompe el hechizo
del progreso cuando deja la verdad desnuda. Ramiro condena el interés egoísta
creciente ante la menguante igualdad pública. Los medios de producción son
usados como instrumentos de dominio de una minoría que tiene sobre una mayoría
desposeída. Los medios de producción son caros por eso la fabricación en serie
incorpora miles de puestos de trabajo para producir más y más barato. El avance
de la técnica en Occidente requiere de forma creciente un mayor conocimiento
técnico. La industrialización irá dejando su etapa salvaje de mano de obra
intensiva que multiplicó la aparición de las ciudades. Una guerra mundial
generalizará el Estado del bienestar en Occidente: la educación y la sanidad
públicas se imponen en Europa occidental. Rebeldes espaÑolesLedesma explica que «la bandera social de las JONS consiste precisamente en difundir entre las masas un sindicalismo nacional, es decir, jerarquizado y al servicio de los intereses nacionales» [25]. Imperio y pan, no hay grandeza ni dignidad nacional sin esas dos cosas, afirma Ramiro Ledesma. Junto al imperio, el pan porque la miseria material puede llevar a la negación de la fe. Ramiro quiere «nacionalizar a los españoles, a todo el pueblo, ligar su destino con el destino nacional de España. Ese es el camino más inmediato, la tarea más importante» [26]. Algún tiempo, poco, Ramiro soñó con españolizar el espíritu anarcosindicalista, hasta que comprendió la necesidad de «nacionalizar los mismos sindicatos» [27]. Diversas actuaciones sindicales en Italia y en Francia junto a la trayectoria del líder italiano Benito Mussolini facilitaban la creencia en la conversión de la izquierda al nacionalismo, con más fuerza en nuevas naciones como Alemania e Italia. No es exclusiva de Ledesma esta forma de pensar ni ese objetivo. En Francia Valois ha iniciado la tarea e influye en el tradicionalista español Víctor Pradera. «El objetivo de Valois era recuperar las masas obreras de la izquierda, a través del sindicalismo para el nacionalismo» [28]. Ledesma siembra en Iberia esas ideas con fuerza y sin eco, los escritos de Sorel se repiten en las bibliotecas fascistas. La prioridad en Ledesma la tiene la Patria. «Vivimos los españoles una época decisiva. Tenemos a la intemperie lo más profundo, valioso y delicado [...] no sólo a nuestras instituciones, a nuestro bienestar, a nuestra cultura, sino a nuestra propia Patria» [29]. En la salvación de esa patria, en la conjunción entre la justicia social y lo nacional como proyección histórica y área de la solidaridad está la tesis básica del nacional sindicalismo: la nación es el espacio de la solidaridad, la conjunción de una historia común y una voluntad presente de mantener un Estado. El Estado garantiza el pan y el pueblo el imperio. Santiago Montero explica: «La universalidad constituye la esencia misma del Imperio [...] por referirse a un orden de valores universales» [30]. En el fascismo español primitivo confluyen gentes de distinto origen, izquierdistas nacionalizados y derechistas socializados. Convergen en la nación como unidad política de acción de un pueblo. Los anhelos de justicia generalizados a partir del socialismo toman cuerpo en el ámbito nacional. El pueblo sustenta el Estado, la maquinaria nacional por excelencia, y ese Estado trae la justicia que exigen las multitudes, que llegan a la arena pública en el siglo pasado sin intención de salir de ella. A partir de ahí las ideologías, cualquiera de ellas, han de proclamarse populares, en su versión democrática o asamblearia. Los discursos de las facciones políticas habrán de tener ya muy en cuenta al protagonista biológico de la vida nacional, el pueblo. Todo se hará por y para el pueblo pero sin el pueblo. Hemos visto que Ramiro Ledesma vive los tiempos de las revoluciones europeas y apuesta por ellas globalmente: «Las revoluciones realizan el hallazgo de tareas formidables, a las cuales se lanzan con intrepidez y entusiasmo las energías del pueblo» [31]. Dos claves de la rebelión, el concepto de misión histórica, la tarea, y el protagonismo del pueblo en acción con alegría. Ese es el sentido del líder, encontrar la misión, entusiasmar al pueblo en pos del destino asumido. La nación es un qué hacer entre los hombres, es decir, en la Historia, que marca el devenir humano, el presente continuo del género. La nación es territorio y es pueblo, presente, pasado y futuro. Ledesma afirma que «el fascismo es en su más profundo aspecto el propósito de incorporar a la categoría de soporte o sustentación histórica del Estado Nacional a las capas populares más amplias» [32]. Hemos visto en otras ocasiones que ese protagonismo de las masas en la vida nacional lleva a Ledesma a choques con algunos falangistas más cercanos a la teoría de la aristocracia del conocimiento de Ortega, a la postre platónica. Eugenio Montes acusa a Ledesma de jacobino en un homenaje a Giménez Caballero. Hoy dudo si es una acusación incorrecta pero desconoce el pensamiento profundo de Ramiro, que anhela un pueblo movilizado en pos de sus líderes naturales: «Política, en su mejor acepción, es el haz de hechos que unos hombres eminentes proyectan sobre un pueblo» [33]. De nuevo la idea de liderazgo por la acción. Más aún, escribe el director de La Conquista del Estado: «Una España grande será imperialista, porque su influencia cultural, económica y militar, se dejaría sentir en todo el mundo» [34]. Si Eugenio Montes tiene razón y Ramiro Ledesma es jacobino hay que añadirle el adjetivo napoleónico. El nacional sindicalismo recoge las corrientes patrióticas vivificadas por los procesos de unidad italiano y alemán y la eclosión nacional posterior al desmembramiento del imperio austrohúngaro en Europa. A ello se añade la democratización económica en Italia y el desarrollo de tesis sindicalistas en Francia. Esas actuaciones han generado fuerzas que han conquistado el poder. En 1936 el nacional sindicalismo español es extraparlamentario y la nación sufre violentas tensiones secesionistas a manos de los separatistas vascos y los secesionistas catalanes desde que España perdió formalmente su imperio en 1898 contra Estados Unidos. Desde ese momento, «hemos considerado que era muy peligroso tener una identidad nacional mientras nos parecía muy democrático que existieran nacionalismos» [35]. Para poner en pie de guerra la nación, hace falta mantener su unidad. «El nacionalismo de la clase media proporcionó una base común, unas pautas comunes y un marco de referencia común sin los que la sociedad se disuelve en facciones en lucha» [36]. El nacionalismo revolucionario critica el monopolio del poder político a manos de los partidos parlamentarios, cuyo fin es crear problemas que permitan su existencia, pero es más crítico, si cabe, con las facciones separatistas. Ramiro es celoso de la unidad de la nación y del Estado. Se enfrenta a los estatutos de autonomía, desvela su fin último: «No se trata de una simple autonomía regional dentro del Estado, sino de reconocer una nacionalidad, una soberanía política frente a la soberanía española» [37]. Es la ruptura de la soberanía nacional, compartirla y, por tanto, vaciarla de sentido. La defensa de la unidad española se hace sin fisuras desde los distintos grupos de tercera vía contemporáneos de Ledesma del arco político extraparlamentario. Esa primacía de lo español
tiene un instrumento de ejecución histórica, el Estado nacional unitario, en un
concepto total. El vigor de Ledesma en la defensa de ese Estado como
instrumento y protagonista de la vida nacional le supuso que un sector de la
derecha civilizada abjurase de él como totalitario, al menos en política. El
cardenal Ángel Herrera Oria, fundador del periodismo católico en España, acusó
a Ledesma ante Onésimo Redondo. Ledesma escribe en tercera persona que «Ángel
Herrera [...] los calificaba a todos de hegelianos, empedernidos, estatólatras
y una porción más de herejías» [38]. Sin embargo, Ramiro fue claro en su actitud
ante las relaciones entre el trono y el altar: «No aceptamos la disciplina
política de la Iglesia pero tampoco seremos nunca anticatólicos» [39]. Persona y trascendenciaEl concepto católico de la existencia, que inspiraba a José Antonio Primo de Rivera, Leon Degrelle, Onésimo Redondo o Codreanu, da la primacía a la persona pues la trascendencia de su alma inmortal es la razón última. El fascismo primigenio pone su fuerza y sus esperanzas en el Estado que es el instrumento y el protagonista del destino nacional. En ese sentido, el diputado Primo de Rivera reconoce: «Nosotros sólo hemos asumido del fascismo aquellas esencias de valor permanente que también habéis asumido vosotros [...] ese sentido de creer que el Estado tiene algo que hacer y algo que creer, es lo que tiene de contenido permanente el fascismo, y eso puede muy bien desligarse de todos los alifafes, de todos los accidentes y de todas las galanuras del fascismo, en el cual hay unos que me gustan y otros que no me gustan nada» [40]. En el fascismo católico que representan José Antonio Primo de Rivera y Onésimo Redondo el Estado no es un todo ni una estructura opresiva sino un instrumento para alcanzar el desarrollo de la persona. Hay una concepción trascendente del individuo al que se le unen valores eternos en línea con lo expuesto por Santo Tomás. La influencia católica vacuna contra el panestatismo que caracteriza a otras concepciones más próximas al fascismo original como es la lectura que hace el jonsismo ramirista. Para José Antonio, abogado, existen las personas –no confundir con los individuos-, para Ledesma, filósofo, las naciones imperiales. Cuando Primo de Rivera habla del fecundo camino de la crítica, Ledesma le contesta en las primeras líneas de ¿Fascismo en España?: «La fecundidad de la crítica es siempre muy limitada» [41]. Ledesma llega a través de Heidegger a la teoría de los valores, cuyos representantes son «Max Scheller, Nicolai Hartman, Heidegger y Hans Gadamer [...] ellos proponen una moral valórica que surge de la naturaleza del ser y de la vida, en oposición a la moral formal de Manuel Kant desarrollada en el siglo XVIII en su obra Crítica a la Razón Práctica publicada en 1788. Kant afirmaba que la moral se basa en la noción del deber que aparece como una orden incondicional de la razón o imperativo categórico al que debemos obedecer y que no admite ninguna derogación, sean cual fueran las circunstancias. Unamuno, Kierkegaard, James y Bergson han afirmado que la razón no sirve para conocer la vida. El hombre vive y muere y no quiere morir del todo. [...] Por eso los hombres le dan significación a la existencia, ser de la vida según Heidegger, como forma de ser y de convivir, que debe llevar a la plenitud como ser vivo auténtico y real que se incorpora a la historia como parte de la realidad existencial, cuya esencia participa del ser como origen y destino de todo cuanto existe» [42]. Frente a esos planteamientos, la realidad occidental evidencia que «la vida de la generalidad de la población se dirime entre trabajos alienantes y ocio artificial» [43]. Ledesma vivió consciente el tiempo de las masas, siglo europeo en que dos guerras mundiales, varias civiles y setenta años de experimento socialista en media Europa, han dejado paso a la sociedad a medida del cliente, donde el individuo y su cualidad liberal inherente, el egoísmo, han triunfado. Al menos, como valor extendido, aunque las infraestructuras del sistema tengan mucho más de red que de pirámide monárquica. Es el resultado del contrato social. Para lidiar por una España nueva, para conseguir el predominio de una forma justa de convivencia, de servicio en pos de una misión, es necesario el combate, la perseverancia, la militancia entregada y seria. Ledesma subrayó este compromiso con su vida. La lucha contra el individualismo fracasó. En la actualidad, impera. «No sólo son individualistas los meros ciudadanos que van por libre: también el político lo es en la medida en que su oficio ha dejando de ser un claro servicio público para ser un servicio a los intereses de un partido o de una clase profesional» [44]. Desde los puestos ejemplarizantes de la conducción política emanan un modo de vida y unos valores que se extienden al resto de los ciudadanos. La cultura del pelotazo, de las promesas incumplidas y del circo televisivo informa a la sociedad. Occidente tiene olvidado que «fuera de la historia, el hombre no es nada. Este es el motivo por el cual el fascismo se opone a todas las abstracciones individualistas fundadas en el materialismo del siglo XVIII» [45]. Es tan absurda la expresión política y mediática del Siglo de las Luces hoy que alienta los derechos de sus enemigos mortales, dispuestos a exigir hasta el mínimo privilegio que les otorga Occidente pero no van a cumplir ley ajena alguna. Pero Ledesma acertó. Antes que lo indicara Marcusse, Ledesma destacó el valor de los jóvenes como conquistadores de la liberación nacional. La juventud es la protagonista de las movilizaciones: «La pugna de la España de los jóvenes con la España de los viejos [...] No más mitos fracasados. España se salvará por el esfuerzo joven» [46]. Hoy existe una juventud pobre, sin perspectivas de futuro, movilizada de forma permanente en torno a una fe que impone a su alrededor. Una juventud que «dejaba de lado los partidos políticos porque rompían con la unidad de la comunidad» [47]. Sin embargo no son banderas rojas ni nacionalistas las que agitan los nuevos jóvenes airados, ahora viven en el Magreb, África y Oriente. Pero esa ya es otra historia. Ramiro Ledesma fue un rebelde en hechos y palabras. Dejó el flemático análisis intelectual para servir a una causa que se sustancia más por sus actuaciones. Para extender el nacional sindicalismo Ledesma publicó distintos periódicos y predicó la acción directa, que era más frecuente en la izquierda y poco más allá de la retórica en los grupos fascistizados. Su nacimiento político en el fascismo responde a su espíritu de rebeldía, airado y cortante. Viste camisa negra, lleva una temporada un irritante flequillo hitleriano y da vivas a todas las revoluciones. Y aconseja que si para hacerla en España es necesario gritar «abajo el fascismo» [48] pues a ello. Si una etiqueta mantuvo hasta su muerte fue la de nacional sindicalista, probablemente el primero en España con La Conquista del Estado. Ledesma deja de reivindicar lo fascista, no era hombre de marcas, ante el fin de la novedad revolucionaria y su burocratización: La institucionalización en Roma y Berlín hizo virar el tono político desde la rebeldía al pragmatismo gubernamental donde los revolucionarios en uno y otro país, en Alemania son las SA y en España, los falangistas radicales, quedan eliminados de la vida política para ceder el paso a un partido patrimonio del Estado. Ajenos a esas contaminaciones, los escritos de Ledesma siguen a por levas en la juventud española para encuadrar al protagonista de la liberación nacional de España. [1] Gustavo Morales es periodista. [2] Ledesma Ramos, Ramiro: Obras Completas. Volumen IV, página 524. [3] Ibid.: Obras Completas. Volumen IV, página 185. [4] Ibid.: Obras Completas. Volumen IV, página 115. [5] Ibid.: Escritos políticos, 1935-1936. Edita Trinidad Ledesma, Madrid, 1988, página 168. [6] Arendt, Hannah: Entre el pasado y el futuro. Ediciones Península, Barcelona, 2003, página 45. [7] Ledesma Ramos, Ramiro: Escritos políticos, 1935-1936. Edita Trinidad Ledesma, Madrid, 1988, página 165. [8] Nuestra Revolución.. Julio 36 http://www.ramiroledesma.com/nrevolucion/rnr.html. [9] Ledesma Ramos, Ramiro: Obras Completas. Volumen IV, página 166. [10] Arendt, Hannah: Entre el pasado y el futuro. Ediciones Península, Barcelona, 2003, página 34. [11] Ibid.: Entre el pasado y el futuro. Ediciones Península, Barcelona, 2003, página 53. [12] Ledesma Ramos, Ramiro: Obras Completas. Volumen IV, página 185. [13] Lasch, Christopher: La rebelión de las elites y la traición a la democracia. Ediciones Paidós, Barcelona 1996. Página 47. [14] Arendt, Hannah: Entre el pasado y el futuro. Ediciones Península, Barcelona, 2003, página 58. [15] Ledesma Ramos, Ramiro: Obras Completas. Volumen III, página 286 [16] Ibid.: Obras Completas. Volumen IV, página 516. [17] Ibid.: Obras Completas. Volumen IV, página 209. [18] Ibid.: «Obreros parados y capitales parados». en La Patria Libre, nº 3. 2 de marzo de 1935. [19] Zavala, José María: En busca de Andreu Nin. Plaza & Janés Barcelona 2005, página 193. [20] Ledesma Ramos, Ramiro: Obras Completas. Volumen III, página 273. [21] VELARDE FUERTES et al, Juan: José Antonio y la economía. Grafite Ediciones, Baracaldo 2004, página 185. [22] Sternhell et al, Zeev: El nacimiento de la ideología fascista. Siglo XXI editores, Madrid, 1994, página 156. [23] Ledesma Ramos, Ramiro: Obras Completas. Volumen III, página 336. [24] Rubenstein, Richard: Alquimistas de la revolución. Granida Ediciones, Barcelona, 1988, página 155. [25] Ledesma Ramos, Ramiro: Obras Completas. Volumen IV, p. 117. [26] Ibid.: Obras Completas. Volumen IV, página 332. [27] Ibid.: Obras Completas. Volumen IV, página 368. [28] Ibid.: Obras Completas. Volumen IV, página 336. [29] Orella Martínez, José Luis: Víctor Pradera. Un católico en la vida pública de principios de siglo. BAC Biografías. Madrid, 2000, página 115. [30] Ledesma Ramos, Ramiro: Obras Completas. Volumen IV, página 365. [31] Montero Díaz, Santiago: Idea del Imperio. Círculo Cultural La Conquista del Estado, Sevilla 2003, páginas 9 y 10. [32] Ledesma Ramos, Ramiro: Obras Completas. Volumen III., página 258. [33] Ibid.: Escritos políticos, 1935-1936. Edita Trinidad Ledesma, Madrid, 1988, página 184. [34]La Conquista del Estado, Madrid, 11 de abril de 1931, número 5, página 3. [35] Ledesma Ramos, Ramiro: Escritos políticos, 1935-1936. Edita Trinidad Ledesma, Madrid, 1988, página 202. [36] Alonso de los Ríos, César: Si España cae... Asalto nacionalista al Estado. Espasa hoy, Madrid, 1994, página 55. [37] Lasch, Christopher: La rebelión de las elites y la traición a la democracia. Ediciones Paidós, Barcelona 1996. Página 49. [38] Ledesma Ramos, Ramiro: Obras Completas. Volumen III, página 271. [39] Ibid.: Obras Completas. Volumen IV, página 167. [40] Ibid.: Obras Completas, Volumen III, página 365. [41] Discurso pronunciado por José Antonio Primo de Rivera en el Parlamento el 3 de julio de 1934 http://www.rumbos.net/ocja/jaoc0059.html [42] Ledesma Ramos, Ramiro: Obras Completas.Volumen IV, p. 21. [43] Principios y Valores http://www.aspas.cl/Doctrina/Principios_Valores.htm Movimiento Revolucionario Nacional Sindicalista de Chile - M.R.N.S. - www.aspas.cl - 2005 [44] Palacios Romeo, Francisco J.: La civilización de choque. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Madrid, 1999, página 169. [45] Camps, Victoria: Paradojas del individualismo. Crítica, Barcelona 1993. [46] Mussolini: http://www.red-vertice.com/disidencias/textosdisi32.html#_ftn5 [47] Macipe López, Antonio: Ramiro Ledesma Ramos. Círculo Cultural La Conquista del Estado, Barcelona, 2003, página 9. [48] Kepel, Gilles: La yihad. Ediciones Península. Barcelona, 2002, página 67. |
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