Por Lucila Marti Garro   Paladares exquisitos   En las primeras y revolucionarias décadas del siglo XIX, Francia sufría una gran hambruna. La gente, desesperada, comenzó a probar platos que hasta entonces parecían lejos de toda lógica. Uno de ellos fue el caracol. Su riqueza proteica lo hizo tan popular que hoy el país galo es el mayor consumidor de caracoles del mundo.  Pero no fueron los franceses los primeros en probar este molusco, ni siquiera en Europa: en varias cavernas prehistóricas del Viejo Continente se encontraron restos de caparazones.  Si para el hombre primitivo el caracol era un alimento fácil de obtener, para los antiguos romanos se trataba de un verdadero manjar, una deliciosa confitura.  Los estudiosos hasta reconstruyeron la receta: los asaban con manteca, ajo y aceite... y a disfrutar.  También se asegura que fueron estos conquistadores los que propagaron su consumo por todo Europa. Como no querían pasar demasiado tiempo sin probar su plato preferido, los romanos llevaban los moluscos ya preparados en sus incursiones guerreras, de modo que en todo el imperio el caracol se convirtió en un placer especial de la alta cocina.