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EL SERMÓN DE LA MONTAÑA (58)
Lectura guiada de Mateo capítulos 5 al 7
Vivir como el Hijo – Vivir como Hijos.
ASÍ
EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO
“Gracias a la venida de Dios a la tierra, el tiempo ha alcanzado su plenitud” (Juan Pablo II)
La expresión del Padre Nuestro: “así en la tierra como en el cielo” tiene profundas raíces y resonancias bíblicas. Moisés y Ezequiel reciben de Dios una visión del templo celestial que ha de ser el modelo a imitar en la construcción del templo terrenal (Ex 25,9; Num 8, 4; Ez 40-48). En la Ley de Santidad del Levítico la santidad del pueblo elegido debe espejar la de Dios (Lv 19, 2). En la tradición rabínica se afirmaba que las sentencias dictadas en los tribunales del Templo eran ratificadas por el tribunal celestial. De acuerdo con esta visión, pero con una manifiesta sustitución de un foro por otro, Jesús le dice a Pedro que lo que ate y desate en la Tierra quedará atado o desatado en el Cielo (Mt 16, 19). Jesús pone al Padre celestial como el modelo que han de imitar sus hijos, siendo perfectos (Mt 5, 48) misericordiosos (Lc 6, 36) santos (1 Pe 1, 15) como lo es su Padre celestial. Pablo invitará a los cristianos a ser “imitadores de Dios” (Ef 5,1).
Si en todas las edades y civilizaciones de la humanidad, la religión ha proporcionado los modelos sobre los que se calca la cultura y la vida humana, en la fe cristiana mucho más. Decir “así en la tierra como en el cielo” equivale a decir: “así en el tiempo y en la historia como en la eternidad”. Según nuestra fe, la vida eterna entra en la historia y la anima desde dentro. La eternidad se historiza y la historia se carga de sentido divino y eterno. Juan Pablo II lo ha expresado así: “Gracias a la venida de Dios [desde el Cielo] a la tierra, el tiempo ha alcanzado su plenitud. En efecto, ‘la plenitud de los tiempos’ es sólo la eternidad, mejor aún, Aquél que es eterno, es decir Dios. Entrar en la ‘plenitud de los tiempos’ significa por lo tanto, alcanzar el término del tiempo y salir de sus confines, para encontrar su cumplimiento en la eternidad de Dios. En el cristianismo el tiempo [y la tierra] tiene una importancia fundamental. Dentro de su dimensión se crea el mundo, en su interior se desarrolla la historia de la salvación, que tiene su culmen en la ‘plenitud de los tiempos’ de la Encarnación y su término en el retorno glorioso del Hijo de Dios al final de los tiempos. En Jesucristo, Verbo encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión de Dios, que en sí mismo es eterno. Con la venida de Cristo se inician los ‘últimos tiempos’ (Hb 1,2), la ‘última hora’ (Ver 1 Juan 2, 18), se inicia el tiempo de la Iglesia que durará hasta la Parusía. De esa relación de Dios con el tiempo nace el deber de santificarlo” (Tertio Millennio Adveniente 9-10).
Horacio Bojorge
hbojorge@adinet.com.uy