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EL SERMÓN DE LA MONTAÑA (17) Lectura guiada de Mateo capítulos 5 al 7 Vivir como el Hijo – Vivir como Hijos. ¿NO SABÉIS QUE LOS SANTOS HAN DE JUZGAR EL MUNDO? Por tercera vez quiero comentarte la enseñanza de Jesús: «Habéis oído también que se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos. Pues yo os digo que no juréis en modo alguno...etc.” (Mateo 5, 33). Jesús enseña que todo juramento implica una referencia a Dios cuya presencia y verdad deben ser honradas en toda palabra. Siguiendo el uso de San Pablo (2 Cor 1,23 y Gal 1,20) la Iglesia ha comprendido que las palabras de Jesús no excluyen el juramento cuando se presta 1) por una causa grave y justa, 2) por necesidad; 3) con reverencia y 4) con verdad (Ver Catecismo de la Iglesia Católica 2153-55). Alrededor de la verdad en las palabras se juega un misterio muy hondo y sagrado, que toca la santidad del Nombre de Dios: Padre Verdad fontal, Hijo: Veraz revelador de la Verdad, Espíritu de toda la Verdad (Jn 17,17; +16,7+16,13). Jurar
es traer a alguien por testigo de la verdad de los propios dichos ante un
tribunal. Jurar equivale, por lo tanto, a aceptar un tribunal y un juicio;
o a acudir ante un tribunal en busca de justicia. Si
la justicia de los hijos es la más excelente porque imita la perfección
del Padre, y supera, por eso, a
toda justicia humana y hasta la de los escribas y fariseos que tenían la
excelente justicia de la Ley, ¿ante qué tribunal llevarán los hijos su
justicia? Puesto que su justicia viene del cielo es superfluo que juren
por él. Puesto que este mundo pasará antes que esta justicia, tampoco
han de jurar por la tierra. Ni por Jerusalén, sede de los supremos
tribunales del Templo. Sobre todas estas instancias está el Padre y su
justicia, que comparten sus hijos. Quien sea hijo de tal Padre, no puede mentir y por eso no debe tener necesidad de jurar, buscando convalidar con una autoridad externa, pero al fin creada, su sí, sí, no, no, que es el del Espíritu Santo. Si miente o jura, no es hijo. Este tal es testigo de la verdad, cuando obra las obras del Padre (Jn 15,27; 19,35). No tiene por qué invocar otro testimonio que lo autorice. Quien autoriza su vida es el Padre. “A mí poco me importa ser juzgado por un tribunal humano” (1 Cor 4, 3); “¿no sabéis que los santos han de juzgar el mundo?” (1 Cor 6,2, Ver Mt 19,28; 25,31ss) En
cambio, la raza de víboras, la generación
perversa, es mentirosa como su padre el diablo (Jn 8, 44.55; 1ª Jn 2,4; 4, 20) “¡Padre!
¡Por la oración de tu Hijo: conságranos en la verdad!” Hasta
la próxima Horacio Bojorge S.J. hbojorge@adinet.com.uy |