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EL SERMÓN DE LA MONTAÑA (47)
Lectura
guiada de Mateo capítulos 5 al 7
Vivir como
el Hijo – Vivir como Hijos
EL
DESEO: TERMÓMETRO DE LA CARIDAD FILIAL
En el Padre Nuestro ha de derramarse el amor filial en forma de deseos ardientes dados por el Espíritu Santo
¡Santificado
sea tu nombre! ¡Venga tu Reino! ¡Hágase tu voluntad! Estas peticiones deberíamos
‘rugirlas’, como dice el salmista (Salmo 37, 9), derramando nuestras
ansias filiales en la presencia del Padre. O como el bramido del
ciervo sediento del Salmo 41,2. Me imagino la oración de Jesús como
una oración brotada de un ardiente deseo, de un hambre y de una sed del espíritu,
una oración gemida, rugida con toda el alma. Las noches que Jesús pasaba en
oración serían un amoroso desvelo del deseo filial por cumplir la voluntad
del Padre. Por vivir de acuerdo a su voluntad y para su gloria (Lc 6, 12; Mt
14, 23; Jn 6, 15.17; Mc 6, 46). Una oración nacida de un corazón que se
consume por el celo por las cosas del Padre (Jn 2, 17).
¡Dame
un corazón semejante al Tuyo! ¡Encendido en amor al Padre! Comenta San Agustín,
a propósito del mismo salmo 37,9, lo que significa la tibieza o la frialdad
del deseo en el corazón humano: “El frío de la caridad es el silencio del
corazón, y el fuego de la caridad es el clamor del corazón. Si la caridad
permanece siempre, clamas siempre; si clamas siempre, siempre deseas; si
deseas, te acuerdas del reposo eterno. Todas
mis ansias están en tu presencia. ¿Qué sucedería si nuestras ansias
estuvieran delante de Dios y no lo estuvieran nuestros gemidos? ¿Acaso esto
es posible, siendo así que el gemido es la voz de nuestras ansias? Por esto añade
el salmista: Y no se te ocultan mis
gemidos. Para ti no están ocultos, para muchos hombres lo están. A veces
parecería que el humilde servidor de Dios dice: Y
no se te ocultan mis gemidos. Otras veces observamos que sonríe ¿será
acaso porque aquél deseo ha muerto en su corazón? Si subsiste el deseo,
también subsiste el gemido; no siempre llega a los oídos de los hombres,
pero nunca se aparta de los oídos de Dios”. El Padre Nuestro está pensado
para expresar las ansias interiores con gemidos exteriores. Ambas cosas debe
darlas el Espíritu Santo filial: “los que son movidos por el Espíritu de
Dios, ésos son hijos de Dios. Porque no habéis recibido un espíritu de
esclavos para volver a caer en el miedo, sino que habéis recibido un espíritu
de hijos, por el que clamamos: “¡Abbá! ¡Papi!” El Espíritu mismo le da
testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” [...]
“nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de
nosotros mismos, suspirando por la adopción” [...] “Y el mismo Espíritu
viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos orar como
conviene” (Rom 8, 14-16.23.26).
¡Padre!
¡Derrama dentro de nosotros el huracán de tu Espíritu para que nos
filialice el corazón y nos contagie con sus ansias y gemidos! Amén.
Hasta
la próxima
Horacio
Bojorge
hbojorge@adinet.com.uy