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EL SERMÓN DE LA MONTAÑA (43)
Lectura
guiada de Mateo capítulos 5 al 7
Vivir como
el Hijo – Vivir como Hijos
RESUMEN
DE TODO EL EVANGELIO
El Padre Nuestro, es una oración única, nos viene del Señor mismo y Él nos da el Espíritu que permite orarla.
Al Padre Nuestro se le ha llamado tradicionalmente en la historia de la Iglesia: la oración del Señor. O, lo que es lo mismo: la oración dominical. (En latín, Señor se dice Dominus. Y de allí deriva el nombre del ‘día del Señor, el Domingo’ = Dominicus; y de la oración del Señor ‘oración dominical’ o Padre Nuestro. No porque se rece en Domingo, sino porque es la ‘Oratio Domini’, la oración del Señor).
Esta oración inspirada, de origen divino y revelada por Dios mismo, encierra en sí tesoros de gracia inagotables y es por sí misma la expresión y el camino de la santidad filial.
Tertuliano afirma que “la oración dominical es, el resumen de todo el evangelio”. Y recomienda que cualquier oración que hagamos, la comencemos orando de corazón el Padre Nuestro (CIC 2761). San Agustín afirma que es como el compendio de todas las oraciones bíblicas y las resume todas: “Recorred –dice – todas las oraciones que hay en las Escrituras, y no creo que podáis encontrar algo que no esté incluido en la oración dominical”. Y Santo Tomás de Aquino afirma: “La oración dominical es la más perfecta de todas las oraciones... En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear rectamente, sino que además lo pedimos en el orden de prioridad en que conviene desear cada cosa. De manera que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también nos enseña a querer”. El Espíritu Santo da forma nueva a nuestros deseos. Jesús nos enseña no sólo palabras para repetir, sino deseos del corazón para expresarse en ellas o en otras parecidas. Junto con las palabras filiales nos da el Espíritu Filial para decirlas desde el corazón y como él mismo las pronunció, “con grande clamor y lágrimas” (Hebr 5,7). Efectivamente, sólo quien tiene el Espíritu de hijo puede decirla desde el corazón, como corresponde a ‘verdaderos adoradores que adoran al Padre en Espíritu y en Verdad’ (Juan 4,23), con palabras que son en nosotros ‘espíritu y vida’ (Juan 6, 63). “La prueba y la posibilidad de nuestra oración filial –dice el Catecismo – es que el Padre ‘ha enviado a nuestros corazones el Espíritu del Hijo que clama ¡Abbá, Padre! (Gal 4,6). Ya que nuestra oración expresa nuestros deseos ante Dios, es también el Padre, ‘el que escruta los corazones’, quien ‘conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios (Rm 8, 27). La oración al Padre se inserta en la misión misteriosa del Hijo y del Espíritu” (CIC 2766). Ambas misiones convergen en el Padre Nuestro.
Horacio Bojorge