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Horacio
Bojorge S.J.
Cuadernos de Espiritualidad y Teología, Nº 27, págs 25-36
En estas jornadas
dedicadas a pensar sobre las virtudes cristianas
he querido tratar de la virtud cristiana de la Fortaleza. No pretendo hacer de
ella una descripción completa y sistemática. Josef Pieper lo ha hecho ya en su
tratado sobre las virtudes[1].
Existen también monografías históricas
sobre la fortaleza en la antigüedad griega y en el Nuevo Testamento que
muestran claramente la evolución del concepto y la diferencia entre la
fortaleza en el mundo pagano y en el mundo de la fe bíblica[2].
El punto de partida y el ámbito
principal donde se moverán mis reflexiones y observaciones, será la Sagrada
Escritura.
Me limitaré a tratar de lo que hace
específicamente cristiana a la fortaleza cristiana, es decir, de su conexión
con la virtud teologal de la caridad, y muy de paso, casi alusivamente, de su
conexión con la Esperanza y con la Fe.
Me limitaré a tratar, principalmente,
de la conexión que existe entre fortaleza cristiana y caridad, porque pienso
que tiene mucho para enseñarnos acerca del carácter agonístico de la vida
cristiana. Eso me llevará a ubicar, aunque muy de paso, la vida, la lucha y la
victoria de los que aman a Dios, a la luz de la teología de la guerra santa en
el Antiguo Testamento y de su transposición en el Nuevo[3].
Una advertencia en cuanto al camino
expositivo: La Sagrada Escritura es asistemática y se expresa en lenguaje
figurado. Los caminos de la interpretación espiritual y creyente de la Sagrada
Escritura son los de la tipología. Buscar en ella el hilván de un hilo
temático, como intentaré hacer con el tema fortaleza,
puede dar la sensación de un cierto desorden lógico. Sin embargo, el lenguaje
imaginario de los símbolos bíblicos tiene una gramática y una sintaxis propia,
aunque su coherencia interna no sea inmediatamente manifiesta. La imaginería
bíblica es más objeto de contemplación intuitiva que de análisis lógico, aunque
de ningún modo excluya ulteriores instancias analíticas y reflexivas. Los
sobrevuelos mostrativos (más que
demostrativos) que parecen aconsejables, en los que hay vaivenes, vueltas atrás
y repeticiones, no son los mismos que prescribiría un tratamiento sistemático.
FORTALEZA
Y CARIDAD
1. - Un
recorrido por textos bíblicos
Tomo como punta del hilo de la madeja
de mi exposición, la frase que he elegido para subtítulo: “El gozo del Señor es
vuestra fortaleza”[4].
Podría haber elegido otros textos
bíblicos que se refieren a la fortaleza. Por ejemplo algunos del Antiguo
Testamento, que nos introducen, todos y cualquiera de ellos, desde distintos
ángulos, en los misterios de la participación del creyente en la fuerza divina:
El salmista, que en muchos casos es
nada menos que el Rey David podrá cantar: “El Señor es mi fuerza”, “Mi Dios, la
roca en que me amparo, mi escudo,... mi altura inexpugnable y mi baluarte”[5].
"Yahvé mi fuerza", "fuerza de su pueblo", "fortaleza
de salvación para su ungido"[6]
En el rudo contexto de la guerra santa
los guerreros carismáticos afirmarán que tanto la fuerza como la victoria les
viene del Señor:
El joven David, tras probarse las
armas de los guerreros de Israel y quitárselas oprimido por su peso, va al
encuentro del gigante Goliat armado de su honda de pastor y cinco guijarros del
torrente. David acomete al temido enemigo: "en nombre del Dios de los
Ejércitos de Israel" y proclama su convicción de que: "no por la
espada ni por la lanza salva el Señor, sino que, porque esta guerra es del
Señor, Él os entrega en nuestras manos"[7].
Jonatán afirmará en pleno combate:
"Nada le impide a Dios dar la victoria con pocos o con muchos"[8].
Coincidentemente con Jonatán, siglos después, Judas Macabeo, arengará a sus
tropas atemorizadas por un ejército muy superior en número, diciendo: "En
la guerra no proviene la victoria de la muchedumbre del ejército sino de la
fuerza que viene del Cielo"[9].
Este es el lugar de abrir un
paréntesis para presentar el arquetipo
vetero-testamentario de la lucha y victoria del cristiano donde tiene su lugar
principal la virtud de la fortaleza. Me refiero a la guerra santa, a cuyo
contexto pertenecen los textos que acabo de alegar
Quizás esta propuesta cause sorpresa
en algunos y les parezca anacrónica y prescindible. Pero no es así. Sabemos la
importancia teológica que tienen los tipos bíblicos y cómo el sentido
tipológico arroja su luz sobre el misterio de la vida cristiana. Como dice San
Pablo: "Estas cosas sucedieron en figuras para nosotros"[10].
El sentido típico permite una
transposición de los hechos del Antiguo Testamento al Nuevo. Y si hemos de
explorar la transposición de los de la guerra santa al tiempo de la vida
cristiana y de la Iglesia, los hallaremos especialmente concentrados en la
lucha y victoria de Cristo y de su cuerpo místico.
La guerra santa, no es un tipo último.
Es un tipo o figura subordinado al tema de la Tierra Prometida. Dios le entrega
a su pueblo la Tierra Prometida y lo pone en posesión de ella, mediante una
serie de episodios de guerra santa.
A su vez, el tipo del cumplimiento de
la Promesa de la tierra es un tema subordinado a otro: a la Alianza, dentro de
la cual se dan las promesas y a la obediencia y docilidad amorosa con que debe
responder el pueblo a su elección.
La Tierra Prometida es, en el Antiguo
Testamento, la prefiguración de la Vida eterna, no sólo como el más allá de
esta vida, sino incluyendo su comienzo, que es la caridad, (agape en griego y
jésed en hebreo) como si fuese su anticipo, sus arras y su comienzo. De ahí que
la guerra santa encuentre su equivalente y se encuentre traspuesto en el nuevo,
en la lucha con la carne, el mundo y el demonio. La victoria que Dios daba a
los suyos en el Antiguo Testamento era, un don de gracia y un premio a los
luchadores en el combate de la fe y de la caridad divina. Y lo seguirá siendo
en el Nuevo.
La teología de la guerra
santa se deja resumir en algunos artículos que fe y constituyen lo que podría
llamarse el "Credo del guerrero”, o el "Manual de la guerra"[11].
La guerra santa es tan
santa como un acto de culto en el templo. Los combatientes debían purificarse
para el combate, e ir a la lucha en el mismo estado de pureza ritual que se
reclamaba de los sacerdotes para el culto. Era pues un acto de virtud de
religión.
La guerra era considerada santa porque
la convocaba el Señor y enviaba a ella
por medio de sus sacerdotes y levitas. Ellos exhortaban, organizaban y
enviaban las tropas al combate.
En esas guerras era Dios quien
lideraba las huestes de Israel, las salvaba de la mano de sus enemigos; y las
llevaba a la victoria mediante su presencia y asistencia salvíficas.
La teología de la guerra santa se
expresa mediante lo que los exegetas han dado en llamar fórmulas.
Está en primer lugar el primer mandamiento del guerrero de
Dios que es No temas. Desde el no temas
María, siguiendo por los no temas de Jesús en el Evangelio, han de verse
iluminados por este mandato de no temer, como opuesto al amor y la confianza.
Siguen los motivos y fundamentos para
no temer, que se expresan en las fórmulas de vocación y envío al combate, así
como en promesas de auxilio y de victoria.
La convocación de la guerra santa
suele encomendársele a un líder carismático convocado al efecto, a quien el
Señor le encarga convocar a la guerra (ve, sube, levántate, mira que te envío).
Hay fórmulas que expresan la promesa
de victoria, o la promesa de asistencia (Yo estaré con vosotros, Dios está
contigo, Dios está contigo, valiente guerrero). El mismo nombre de Yahvé, que
se interpreta yo soy el que soy, pero también el que está (siempre contigo) puede considerarse un nombre que
expresa la fórmula de asistencia. Y el mismo sentido tiene el nombre Emmanuel,
Dios con nosotros, profetizado por
Isaías y referido a Jesús. Cuando Jesús despidiéndose de los suyos les promete
“yo estaré con vosotros hasta el fin de los siglos”, emplea y hace propia la
fórmula de asistencia, aplicándola a la misión y la lucha de la Iglesia en este
mundo.
Pablo dirá: Si Dios está por nosotros:
¿Quién contra nosotros?
A la luz de la espiritualidad de la
guerra santa se comprende lo que significó que los Israelitas le pidieran a
Samuel un rey para que saliese delante de ellos a combatir sus guerras. El pedido es doblemente blasfemo y agraviante para el
Señor de los ejércitos de Israel. Primero porque ya no admiten o por lo menos
no aprecian más el liderazgo divino. Y segundo porque ya no consideran que las
guerras de Israel sean las de Dios, sino las suyas propias. Se trata de un
movimiento de desacralización y secularización de la vida nacional y política.
Y la gravedad de esta apostasía, pero también la del neosecularismo sólo se
mide bien a la luz de la teología de la guerra santa.
1.3. - Continuando con los textos sobre la
fortaleza
Volvamos ahora a la enumeración de
textos por los que pudiéramos haber empezado esta exposición, y que
interrumpimos para presentar el arquetipo de la fortaleza de los guerreros de
Dios.
No sólo los rudos contextos de la
guerra santa nos ofrecen enseñanzas sobre la fuerza de Dios y del creyente.
También en el perfumado contexto del Cantar de los Cantares nos encontramos
revelaciones nada desdeñables sobre la fortaleza. Y ella nos orienta mejor en
la dirección del secreto de la fortaleza y a su fuente que es la alianza de
amor y de amistad entre Dios y su pueblo:
“Fuerte es el amor como la muerte,
como el she'ol el celo, flechas incendiarias sus saetas; llamarada divina que
no puede extinguirla el océano ni apagarla los ríos”[12]
Y si acudimos al Nuevo Testamento nos
encontramos con aquellos textos de San Pablo que tanto nos sorprenden con sus
paradojas entre fuerza y debilidad, dándonos a entender que la fortaleza
cristiana es algo misteriosa y sustancialmente distinto de lo que en el mundo
ajeno a la fe se entiende por tal:
"La debilidad de Dios, - en
efecto - es más fuerte que la fuerza de los hombres"[13]
"Mi gracia te basta porque mi
fuerza se consuma en la debilidad. Por lo tanto muy gustosamente seguiré
gloriándome sobre todo de mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de
Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las
necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues
cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte"[14]
"Hacéos fuertes en el Señor y en
la fuerza de su poder"[15].
"Si Dios está con nosotros quién
contra nosotros”[16].
"Todo lo puedo en Aquél que me
conforta"[17].
“En todo supervencemos por aquél que
nos amó”[18].
San Juan, por
último, es el hagiógrafo de la victoria de Cristo y el cristiano. Nadie como él
nos habla tanto ni tan explícitamente de la victoria en sus escritos:
Como testamento de su última cena,
Jesús anuncia tribulaciones, pero invita a la confianza en su victoria, que
adelanta la de los que lo aman: “No temáis, yo he vencido al mundo”[19].
Y el apóstol Juan exhorta a su
comunidad diciendo: "Os he escrito, jóvenes, porque sois fuertes y habéis
vencido al maligno"[20].
“Lo que ha conseguido la victoria
sobre el mundo es nuestra fe... ¿quién es el que vence al mundo sino el que
cree que Jesús es el hijo de Dios?”[21].
Por último, en las siete cartas a las
Iglesias, se promete premio a los vencedores:
"No temas lo que vas a sufrir... manténte fiel hasta la muerte y te
daré la corona de la vida... el vencedor no sufrirá daño de la muerte
segunda"[22]. "Al
vencedor, al que guarde mis obras hasta el fin, le daré poder sobre las
naciones"[23]
Cualquiera de estos textos se hubiera
prestado para comenzar a exponer a partir de él, la teología bíblica de la
fortaleza y en particular, su relación con la caridad.
2. - El gozo
de la caridad es vuestra fortaleza: Un punto de partida convencional
Dos motivos
para esta elección
Los motivos de haber elegido la frase
bíblica del subtítulo para comienzo de mi exposición, son dos. El primero es de orden puramente personal:
tenía más a mano y más presente esta frase en el ánimo, ya que a ella y al gozo del Señor como fortaleza de los que lo aman, me he venido refiriendo a
menudo, desde que me ocupé de él en el capítulo séptimo del primer libro sobre
la civilización de la acedia: “En mi sed me dieron vinagre”[24].
El segundo
motivo es resultado de aquellos estudios y consiste en que esta frase pone,
aunque implícitamente, una conexión entre la fortaleza y la caridad. En efecto,
el gozo es fruto de la caridad. Y decir que el gozo del Señor nos hace fuertes,
implica enseñar que la fortaleza cristiana es una consecuencia de la amistad
con Dios.
En ocasión de mis observaciones y
reflexiones sobre la acedia me llamó poderosamente la atención la frase de
Esdras, pues en aquel entonces, no me resultaba a primera vista tan evidente
cómo ni porqué el secreto de la fortaleza pudiera estar en la alegría.
Esta frase de Esdras enseñaba, para mi
intriga, que el gozo es la fuente de la fuerza para el creyente. De donde
deducía yo que, correlativa e inversamente, el vicio de acedia, que es la
tristeza opuesta a dicho gozo, tenía que ser la causa de los pecados opuestos a
la fortaleza: La temeridad, pero también sus contrarios, el miedo, la cobardía,
la pusilanimidad, la impaciencia, la agresividad, la desesperación y la
apostasía. Dicho sea de paso: a esa tristeza, y a sus formas, por atenuadas
menos reconocibles, que son la indiferencia, la tibieza o falta de fervor, hay
que atribuir en buena parte una cierta
debilidad cultural y política de muchos católicos, una debilidad para el
martirio, en su sentido amplio de testimonio
de amor, que se da tanto con la vida como con la muerte[25].
Con todo, - como he dicho - quedaba en penumbras la razón por la cual el gozo
es fuente de fortaleza.
3. - La frase
en su contexto
Conviene
ubicar, ahora, en su contexto la frase de Esdras que nos habla del gozo como
fuente de fortaleza, para comprender mejor lo que implica.
Con esta frase el
gobernador Nehemías y el sacerdote Esdras exhortan al pueblo de Dios en un
momento crucial de su historia que se considera como el día del nacimiento del
Judaísmo. Esdras lee la ley en la fiesta de las Tiendas delante de la puerta
del Agua de la Jerusalén recién reconstruida. Sus habitantes han levantado las
murallas hostigados por los vecinos y teniendo la herramienta en una mano y la
espada en la otra. Han terminado su obra y es un día inaugural para la ciudad
entera.
De pie sobre un estrado para que lo
vea y escuche todo el pueblo, Esdras abre el libro y después de bendecir al
pueblo, lee en el libro de la Ley de Dios, aclarando e interpretando el
sentido, para que se comprenda la lectura. Todo el pueblo llora al oír las
palabras de la Ley. Es un llanto de compunción, porque la lectura de los
designios del amor divino hacen resaltar la gravedad de los pecados que
arrastraron a su ruina y al destierro al pueblo elegido.
Es en esta ocasión y en esta situación
espiritual del pueblo en que Nehemías el gobernador, Esdras el sacerdote y los
levitas que explican al pueblo lo que se está leyendo, le dicen: ‘este día está consagrado a Yahvé vuestro
Dios; no estéis tristes ni lloréis, porque el gozo del Señor (jedwat
'adonáy) es vuestra fortaleza”[26].
Las murallas de Jerusalén acababan de
ser reconstruidas y Sión era de nuevo una plaza fuerte. Sin embargo, no es ésta la fortaleza en la que ponían la
confianza, ni la que celebraban los refundadores de la ciudad santa. La
historia del pueblo les había enseñado que las antiguas murallas de nada habían
servido y que, más que por los arietes de los enemigos exteriores, habían sido
derribadas desde dentro al debilitarse el amor a Dios. Habían abierto brecha en
ellas el olvido de Dios y el desamor, la infidelidad a la Alianza y los pecados
del pueblo.
Israel sabía que la fortaleza es en
parte una virtud y en parte un don de Dios. Y que la seguridad es un don divino, que no depende sólo de la
preparación militar y la capacidad defensiva: "Si el Señor no edifica la
casa en vano trabajan los que la construyen. Si el Señor no guarda la ciudad,
el centinela se desvela en vano"[27].
El Señor defiende al pueblo cuando es fiel y le somete los enemigos, pero
cuando es infiel, cuando se aparta de su amor y se va tras los ídolos, ingrato,
indiferente o tibio, lo abandona a sus propias fuerzas, que es decir: lo
abandona a su debilidad, entregándolo en manos de los que lo odian,
vendiéndolos por nada[28]
4. - El gozo
de la amistad con Dios
Examinemos ahora un poco más de cerca
a qué clase de gozo pertenece esta jedwáh
que recomienda Esdras al pueblo como fuente de fortaleza.
La palabra hebrea jedwáh, que las versiones castellanas de este pasaje vierten por gozo, procede de la raíz jadáh[29]: gozarse religiosamente o por un motivo
religioso.
Bien podría traducirse como: " el consuelo del Señor es vuestra
fortaleza" Jedwah y jadáh, pues, a diferencia de otros
términos hebreos como saméaj o ranán, designan en la Biblia Hebrea un
gozo de carácter religioso. Un gozo espiritual pero que, desde el espíritu
contagia al alma y al cuerpo, al corazón, las entrañas y los huesos. Es el que
nace de lo que san Juan llamará: "la caridad perfecta"[30].
Ese gozo, o la memoria de él, sostiene
en el combate de la tribulación. El salmista reconforta a su alma entristecida
recordándoselo: "¿Por qué estás triste alma mía y por qué me conturbas?
Espera en Dios que volverás a alabarlo"[31].
Es el gozo de hacer la voluntad del
Padre que sostiene a Jesús en la agonía del Huerto de los Olivos, cuando su
alma se entristece hasta la muerte. Y es también el gozo que sostiene a María a
los pies de la Cruz, cuando la espada predicha por Simeón le atraviesa el alma,
pero su Hijo, desde la Cruz, le anuncia el gozo de una nueva maternidad,
entregándole, para alegría de parturienta, a Juan, primogénito que inaugura su
maternidad sobre todos los creyentes.
Un examen de los lugares donde
aparecen jedwáh y jadáh en la Escritura muestra que se
trata de: 1) un gozo que produce en los hombres de Dios la contemplación de sus
obras o 2) del consuelo que experimentan en el culto del templo en la presencia
del Señor; o bien 3) del gozo que produce estar en la presencia de Dios. Veamos
unos ejemplos:
1) Jetró, el suegro de Moisés, al
reecontrarlo después del paso del Mar Rojo: "se alegró (=wayyijád) de todo el bien que Yahvé había hecho a
Israel librándolo de la mano de los egipcios"[32].
2) En el libro primero de las Crónicas[33],
David, en ocasión de establecer el culto del santuario en la traslación del
Arca, entrega a Asaf y a sus hermanos un himno en el que, refiriéndose a la
alegría propia del culto litúrgico en el templo, dice: "Gloria y majestad
están ante Él, fortaleza y alegría (coz wejedwáh ) en su Morada"[34].
¿Cómo podemos imaginarnos que se asocian la fortaleza y la alegría en el
contexto del culto del templo? David, nos cuenta la Escritura, "bailaba
con todas sus fuerzas delante del Señor"[35].
El gozo del Señor lo hacía infatigable aún físicamente en la expresión de la
gratitud y de la alabanza. Se comprende la gravedad de la incomprensión de
Mikal de la naturaleza religiosa de aquella jedwáh.
3) Tercero y último ejemplo: Dios
colma de alegría al rey Mesías del que David es siempre el arquetipo: "lo regocijas (tejaddéhu) de
alegría (besimjáh) delante
de tu rostro (e.d.: en tu presencia)"[36].
Es por lo tanto el gozo de los que
aman a Dios y contemplan sus obras o se encuentran en su presencia. No se
excluye un contexto bélico y guerrero, de lucha y victoria. Puede concebirse
que el gozo de los cantos de victoria que entonan las mujeres al recibir a los
guerreros que regresan[37],
pertenece a este tipo de júbilo religioso por las obras de Dios en favor de su
pueblo.
Después de ubicar la
frase en su contexto y de explicar el sentido de la palabra jedwáh y la naturaleza religiosa de ese
gozo, detengámonos ahora por un momento a meditar sobre lo que este texto puede
enseñarnos.
La jedwáh
de la caridad es, aquél gozo propio de la caridad total. Un gozo como ningún
gozo, porque es ocasionado por un Bien como ningún otro bien: es el gozo de la
amistad divina. Es el gozo de la amistad con Dios, que no se queda en un acto
solamente espiritual sino que también hace "exultar el corazón y la
carne"[38]; y se
somatiza hasta en los huesos y en las entrañas[39].
Un gozo superior a todos los que producen los bienes de este mundo.
Sólo el creyente que ama
a Dios con todo el corazón y todas las fuerzas, es decir no solamente con un
acto puramente mental, sino con un acto del espíritu que redunda también en su
alma, su carne y sus entrañas, es decir con
todo su ser, podrá permanecer adherido al Bien y triunfar y resistir en la
lucha contra el mal. Ya que sólo la caridad, es decir sólo el amor total a
Dios, la teleia agaph de San Juan[40],
hace fuerte a sus hijos, los cristianos, porque los consuela, los conforta, los
hace gozosos en la realización de la voluntad del Padre hasta la muerte. Obviamente,
esta caridad gozosa por ser perfecta, y la fortaleza que redunda de ella, no
son un programa sino una gracia.
Pero uno se dispone a
recibir ese ciento por uno, dejando el uno.
Lo que le impida correr por el camino de ese amor, para reencontrarlo salvo y
transfigurado por el amor divino, con una plenitud centuplicada.
La caridad divina es un
amor que se llama de predilección porque supone siempre, incesantemente, actos
de elección, durante toda la vida. La elección supone que uno siempre está dejando
cosas para quedarse con lo que considera más importante. La dilección supone
una elección y por lo tanto un sacrificio, aunque gozoso. Se sacrifican y
ofrecen cosas, pero alegremente: "laetus obtuli universa"[41].
El que deja cosas a cambio de permanecer en la amistad con Dios y crecer en
ella, puede decir como David en su Bendición y testamento: "te he ofrecido
de corazón todas estas cosas y ahora veo con regocijo que tu pueblo que está
aquí también te ofrece alegremente sus dones"[42].
A esta elección gozosa se refiere
Jesús con las parábolas de la Perla preciosa[43]
y del Tesoro escondido[44],
por el que se vende todo lo que uno tiene. La caridad de predilección hace
fuertes y gozosos en la renuncia, que se convierte, más que en un sacrificio,
en un buen negocio. Me viene al pensamiento aquí el ejemplo del pequeño mártir
cristero de trece años que le argumentaba a su mamacita: "nunca estuvo el
cielo tan barato".
6.- Vigor y
fortaleza
Hemos visto lo que encierran en hebreo
las palabras jedwáh y jadad. Conviene detenernos ahora un
momento en la palabra hebrea coz
que se utiliza principalmente para designar la fortaleza. En hebreo la palabra coz designa el vigor, la
fuerza física, el poder, la virtud.
Más que el concepto quizás nos
describa su significado el personaje del libro de Ruth llamado Bocoz, nombre que traducido
literalmente significa "en él hay poder". Bocoz se nos ofrece y se nos presenta como un ejemplo
viviente del poder divino y salvífico que emana, o que pasa a través, de hombre
piadoso, recto, vigoroso, rico pero misericordioso, apto para salvar y decidido
a hacerlo.
El libro de Ruth se complace en
subrayar la debilidad y pobreza de los antepasados del Mesías.
Elimélek (mi Dios es Rey), su esposa
Noemí (mi dulzura) y sus hijos deben abandonar Belén (La casa del Pan) acosados
por el hambre y la necesidad. Y deben emigrar fuera de la tierra santa, a los
campos de Moab, con sus dos hijos Majlón y Kilión (Enfermedad y Debilidad). La
muerte de su esposo primero y la de sus hijos después convierte la dulzura de
Noemí en amargura.
De esta debilidad y desamparo se hará
cargo Bocoz, el go'el, el
pariente auxiliador. Se convierte así, amparando a las viudas, y dando
descendencia a los difuntos, en un vicario del auxilio divino para los
desgraciados. Pero también, merced a su piedad y sin buscarlo, inmortaliza su
nombre al querer perpetuar el de los difuntos. Dándoles descendencia como pedía
la piedad, se convierte, él también, en antepasado del Mesías.
El narrador del libro de Ruth
establece todavía un contraste entre Bocoz
y el pariente innominado, más cercano por sangre, pero que se desentiende de
auxiliar por no perjudicar sus intereses. No se conserva su nombre en el
relato, que se refiere a él como "fulano", "un tal",
esquivando nombrarlo.
7. - La acedia
de fulano
La acedia de ese fulano, lo hace
inhábil para entrar en el gozo de la piedad que auxilia. La acedia, en efecto,
aún en sus formas atenuadas de tibieza, ingratitud o indiferencia, es ya una
parálisis y debilidad del amor y denota por lo tanto una débil adhesión al
Bien, un miedo al sacrificio por amor, que conduce de antemano a la derrota en
la lucha entre el bien y el mal, a sacrificar el amor al otro, en este caso a
Dios, por el amor propio
La cobardía procede de la debilidad
del amor o de la falta de amor, o de inconstancia en el amor al punto de que se
la pueda considerar como un nombre del desamor y hasta de la traición. Una
velada pero clara censura flota sobre la actitud de este fulano a quien los
intereses materiales le hacen cerrar el corazón para los deberes religiosos que
le imponen obligaciones de piedad familiar con los más necesitados. Haber
preferido sus intereses, el temor, el miedo a perjudicar sus bienes, lo
excluyen del linaje del Mesías. Le sucede algo parecido a Esaú con la venta de
su progenitura. Y al joven rico del evangelio cuyas riquezas le impiden atarse
a Jesús.
A veces la caridad resulta demasiado
cara. Permanecer en la caridad enfrenta al amigo de Dios una y otra vez al
examen del precio que está dispuesto a pagar por mantenerse en esa amistad. La
dilección no es sólo una elección inicial. Es una elección que se renueva.
Siempre hay que estar vendiéndolo todo por la perla preciosa, vendiéndolo todo
para comprar el campo del tesoro escondido. La fortaleza que nace de la caridad
es la que hace posible seguir sacrificando siempre, cada vez con mayor alegría
a medida que crece la amistad y el amor, cada vez con mayor decisión y
facilidad. Porque el ciento por uno es una promesa que también se está
cumpliendo en cada elección, en cada sacrificio.
El ejemplo del fulano, del anti-Bocoz,
nos convence de que hay falta de fortaleza, hay cobardía en rehusar el
sacrificio por el bien.
8. - El
diagnóstico de San Cipriano sobre la codicia de los lapsi
La historia de la Iglesia nos ofrece
otro ejemplo. También rehusarse al sacrificio económico es signo de desamor.
San Cipriano discernía las causas
profundas por la que algunos cristianos habían terminado negando a Cristo.
Cipriano le reprochaba a los lapsi el
no haber huido a tiempo de la ocasión de martirio en la que sucumbieron negando
su fe. No lo hicieron, discierne el santo obispo, por estar demasiado apegados
a sus casas, sus bienes y sus intereses. Una cadena de oro los retuvo. En no
dejarla se puso de manifiesto que estaban ya minusvalorando el tesoro de la
amistad con Dios. No hay que admirarse, concluye Cipriano, que llegado el
momento negaran al que habían ya menos-preciado
en su corazón.
Se comprende así, que la cobardía, en su sentido amplio de miedo a
sacrificar, como vicio opuesto al amor antes que a la misma fortaleza, sea
considerada, por el autor del Apocalipsis, como un pecado tan horrendo, que
encabeza la lista de pecados que precipitan para siempre en el lago ardiente, y
en la muerte segunda: “Los cobardes,
los incrédulos, los abominables, los asesinos, los impuros, los hechiceros, los
idólatras, y todos los embusteros tendrán su parte en el lago que arde con
fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21,8).
Existe pues, como vamos viendo, una
íntima conexión entre la virtud cardinal de la fortaleza y la virtud teologal
de la caridad. O sea, entre la fortaleza y la amistad con Dios. Hay que ser fuertes
para permanecer en esa amistad. Y esa amistad nos hace fuertes para que podamos
permanecer fieles.
En la teología medieval de las
virtudes se observó ya, agudamente, que las virtudes son un organismo vivo y
que todas están conectadas e interrelacionadas. La doctrina de la conexión de
las virtudes es, sin embargo, una doctrina bastante olvidada. Aquellos maestros
enseñaron que la virtud teologal de la caridad es la forma de todas las virtudes en el organismo de las virtudes
cristianas. De modo que sin caridad, sin amor a Dios, no hay virtud cristiana
alguna auténtica o verdadera. Es por la caridad y por su conexión con ella que
toda virtud, cardinal, moral o intelectual recibe su impronta cristiana,
específica y diferencial.
En realidad, estos maestros no han
hecho más que reflexionar sobre la doctrina neotestamentaria de la primacía de
la caridad, expresada, entre otros, por San Pablo en el himno a la caridad de 1
Corintios 13.
10. -
Fortaleza cristiana: una cualidad de la caridad
Cuando el Cantar de los Cantares
afirma que el amor es tan fuerte como su peor enemigo que es la muerte, hace
explícito lo que está implícito en el dicho de Nehemías 8,10. Iluminándose
mutuamente, ambos textos nos muestran que la
fortaleza, en la visión bíblica, viene a ser una cualidad del amor divino.
El Cantar de los Cantares afirma: “Porque es fuerte el amor como la muerte.
Tan obstinado como el sheol es el celo”[45].
Prosigue el texto con una imagen marcial, de guerra santa: “saetas incendiarias sus saetas, llamarada de fuego del Señor”[46].
Y termina de redondear la idea con la siguiente reminiscencia del paso del Mar
rojo: “Grandes aguas no pueden extinguir
el amor, ni los ríos anegarlo” [47].
El amor de Dios se pone de manifiesto en la hazaña y victoria salvadora del
Dios guerrero, del fortísimo e invicto Yahve Tsebaot, Dios de los ejércitos,
cuyo amor hizo pasar a su pueblo predilecto a través de las grandes aguas, es
decir: del Mar Rojo.
11. - La
fortaleza al servicio de la amistad y de su conservación
Ya Aristóteles observaba al hablar de
la fortaleza que "El hombre valiente permanece impertérrito ante el mal,
pero como ser humano que es. Es decir que teme los peligros que el hombre debe
temer, pero los teme como es debido y los soporta según es razón, a causa del bien (tou kalou eneka) porque este es la
meta de la virtud"[48].
La fortaleza está pues al servicio del bien hermoso (to kalon), y de la virtud (areth)[49].
En su comentario al pasaje de
Aristóteles dice Santo Tomás que el hombre fuerte: "soportará los males
terribles, por más grandes que sean, a
causa del bien que es el fin de la virtud"[50],
o sea por amor. Por lo cual, no
vacila Aristóteles en afirmar, en otro lugar, que la fortaleza tiene como fin
algo muy agradable, por más que al defenderlo tenga que soportar el que lo ama,
cosas muy terribles: "Debe tenerse entendido - dice -que la finalidad de
la valentía es algo muy agradable, cuyo poderoso atractivo nos ocultan las
circunstancias que lo rodean"[51].
Aristóteles reconoce que el valiente, el fuerte, debe ser arrastrado por la
hermosura y el amor de un bien.
Se ha observado muy atinadamente que
"la Ética a Nicómaco de Aristóteles es una larga meditación sobre la
virtud, sus formas y sus deformaciones, así como sobre los medios para
adquirirla. Pero esta meditación no se queda en sí misma sino que apunta y
culmina en la amistad. Lamentablemente, muchos no han visto en esta obra más
que lo referente a las virtudes y su práctica, olvidando la perspectiva de la
amistad. Haciendo de la moral de Aristóteles un tratado de las virtudes, han
caído muy pronto en un estoicismo inhumano que traiciona por completo la
intención de Aristóteles. Muchos moralistas pretendidamente tomistas son de
hecho kantianos, porque se han olvidado de la razón de ser de la virtud. Moral
y Política no tienen otra finalidad que la de practicar la amistad, y esto no
es un deber o una carga, sino una enorme felicidad"[52].
¿Cuál es para
Aristóteles ese bien por el cual sufre con fortaleza el hombre virtuoso, el
valiente y paciente? El mejor bien, para una persona virtuosa, es otra persona
virtuosa. Por eso, para Aristóteles, la virtud es el fundamento de la amistad,
y la amistad es el fin último de la virtud. La fortaleza está pues al servicio
de las amistades. La perspectiva aristotélica es precristiana, es puramente
interhumana, al servicio de la red de amistades que es la familia, el clan, la
ciudad, la patria, a la que el fuerte debe defender hasta con las armas.
12. -
Fortaleza y amistad divina
En la visión
cristiana, la verdad entrevista por Aristóteles no sólo sigue vigente, sino que
alcanza su máxima expresión en la caridad, en la amistad con Dios. Fortaleza y
amistad con Dios permanecen unidos. El Bien es ahora Dios mismo, como objeto de
la Caridad. Y toda virtud cristiana tiene por fin la unión con Dios por la
amistad.
La fortaleza del que ama a Dios
consistirá pues en su capacidad de permanecer
en el amor, como encarecerá incansablemente San Juan en sus cartas[53].
La fortaleza del cristiano lo hace permanecer invicto ante los ataques contra
el amor. La fortaleza cristiana consistirá en la capacidad de la caridad para
pervivir, para permanecer fiel en medio de todos los embates. San Pablo afirma
que la caridad es fuerte porque “no pasa más”[54]
y porque "todo lo soporta"[55].
San Juan ha expresado la conexión entre
caridad y fortaleza, diciendo que "la caridad perfecta expulsa el
temor", mientras que "quien teme no ha llegado a la perfección en la
caridad"[56]. La
fortaleza impertérrita, por lo tanto, es la del que ama a Dios sobre todas las
cosas. Y el amor a Dios sobre todas las cosas hace libres, libra de todo temor.
Para los que aman a Dios, completará San Pablo, todas las cosas, aún las que
puedan parecer adversas, cooperan para su bien[57]
Santo Tomás de Aquino ha expresado
este mismo hecho diciendo que la fortaleza que se inspira en el amor a Dios es
propiamente un acto de caridad y sólo materialmente un acto de fortaleza[58].
Nosotros, a pari, podemos argumentar y
deducir que, puesto que el Bien que ama el creyente es todavía objeto de esperanza,
pues aún no tiene del todo a Dios, la fortaleza cristiana recibe su forma tanto
de la virtud teologal de la caridad como de la virtud teologal de la esperanza.
Y que la esperanza sostiene y hace fuertes.
13. - La
fortaleza defiende la amistad
Uno podría suponer que la
caridad no necesitase de la fortaleza. ¿Quién puede apartarse del amor? Sin
embargo, la Sagrada Escritura y la experiencia de la vida cristiana nos
demuestran que la vida del creyente es un agón, un combate. Y un combate arduo,
a juzgar por las cartas a las siete Iglesias en el Apocalipsis, en las que no
falta el reproche, ni la promesa al vencedor.
En la defensa
de las amistades humanas, la virtud de la fortaleza, defiende dos cosas: al
amigo y al vínculo de amistad. La fortaleza cristiana no tiene por qué ni cómo
defender a Dios mismo, si no es su gloria ante los hombres. Por eso la
fortaleza cristiana concentra su lucha en preservar el vínculo mismo de la
amistad con Dios.
La lucha del cristiano por alcanzar o permanecer
en la amistad con Dios, es contra la carne, el mundo y el demonio. Los tres
enemigos atacan y atacan precisamente la caridad, la unión con Dios.
La fortaleza cristiana se ejercita
principalmente respecto del dominio y gobierno de las propias pasiones, porque
ellas apartan del amor de Dios, así como los amores desordenados[59].
"El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí"[60].
Jesús afirma esto, no porque Dios sea rival celoso de nuestros amores y seres
amados, sino porque nuestros amores deben ser salvados por el amor a Dios.
14. -
Hupomoné: la caridad que aguanta
Los cristianos, al decir de Jesús, son
como corderos en medio de lobos. De ahí que la fortaleza cristiana se ponga de
manifiesto principalmente en forma de paciencia, de aguante en el sufrimiento y
vaya acompañada de la oración pidiendo ser defendidos del mal "Y líbranos
del malo". El nombre griego de la paciencia es: hupomoné, literalmente “permanecer firme debajo".
Permanecer, por amor, debajo de la
cruz es la fortaleza propia de Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, y ha de ser
también la de su discípulo. Dice San Agustín a este propósito: “El seguimiento de Cristo consiste en una
amorosa y perfecta constancia en el sufrimiento, capaz de llegar hasta la
muerte”[61].
A partir de la frase
bíblica "el gozo del Señor es nuestra fortaleza" he querido mostrar
lo que el Espíritu Santo nos ha revelado acerca de cómo se conecta la virtud
cardinal de la fortaleza con la virtud teologal de la caridad y de la
esperanza. La fortaleza cristiana se alimenta de un fruto de la caridad: el
gozo.
Las virtudes cardinales, morales e
intelectuales, reciben, en efecto, su sello cristiano, su diferencia específica
cristiana, por su conexión con las virtudes teologales, fe, esperanza y
caridad. Y sobre todo de la caridad, que es la “forma de todas las virtudes”. O
sea la que le da a todas las virtudes su forma específicamente cristiana.
Retengamos algunas reflexiones acerca
de la doctrina bíblica sobre la fortaleza. En particular acerca de la conexión
entre fortaleza y caridad.
Si bien ya Aristóteles insistía en que
el único motivo que debe animar la fortaleza es el amor al bien por sí mismo y
que cualquier otro motivo extrínseco sería indigno, en todo el mundo griego no
cristiano, la hupomoné está ligada a
una concepción puramente natural del hombre y su destino[62].
No hay en ella una conexión con la virtud de la religión o de la esperanza.
Sólo excepcionalmente afloran ideas como el anhelo de una felicidad más allá de
la muerte (Platón en Gorgias) o una
relación con la Divinidad (Epicteto). Eso explica que los griegos no
consideraran a la paciencia estrictamente como una virtud. "No conocemos
ningún texto de la literatura griega pagana en que se llame expresamente virtud
a la hupomoné"[63].
En el mundo griego las virtudes a las que se asocia son las propiamente
guerreras o viriles: la andreia, karteria, megaloyucia (virilidad,
vigor, grandeza de ánimo). El sentido flotante de la palabra en la literatura
griega y su carácter de alguna manera secundario, contrasta con el protagonismo
que cobra en el Nuevo Testamento, donde pasa a significar quizás lo más propio
y distintivo de la fortaleza cristiana.
En la conexión entre fortaleza y
caridad se pone de manifiesto con claridad lo que la virtud de la fortaleza cristiana tiene de específico y
diferencial respecto de lo que otras culturas y religiones consideran que es la
fortaleza como virtud. Pongamos por ejemplo lo que distingue la fortaleza de un
San Pablo de la fortaleza de un Sócrates o de un Aquiles, o aún de un Judas
Macabeo.
La virtud de la fortaleza, lo que en
cualquier cultura hace que se considere a un hombre como valiente y no cobarde,
como fuerte y no como débil, se define por lo que, según los parámetros de esa
cultura, el hombre debe hacer frente al mal.
Qué es el mal y cómo se ha de
resistirlo o padecerlo para ser virtuoso y fuerte se entenderá de diferentes
maneras según los códigos religiosos y culturales: sea antiteos, sea judíos,
sea musulmanes, sea católicos. Cada cultura y cada religión concebirá las
virtudes cardinales, de acuerdo a lo que entiende por bien y por mal. En el
escudo de Hércules y de los héroes helenos, hay grabadas por dentro escenas de
la vida pacífica ciudadana y familiar y por fuera escenas de guerra y de
combate. Esa visión la comparten quienes aún hoy formulan la doctrina de la
seguridad nacional en términos de fuerza y de escudo atómico. Y podrían citarse
ejemplos tomados de los escritos de los secretarios de estado norteamericanos
desde Mac Namara, pasando por Kissinger hasta Fukuyama asesor teórico del
Departamento de Estado.
La doctrina hegeliana de
la dialéctica del amo y del esclavo, retomada y reexpuesta por Kojève en los
prolegómenos de la segunda guerra mundial, plantea la fuerza y la dominación o
la debilidad y la sujeción, como un dilema. Ni siquiera se detiene en
considerar como hipótesis la posibilidad de mantener relaciones interpersonales
fraternas y serviciales, en lugar de la dialéctica de la dominación. En esta
visión hay sin duda implícita una visión de un Dios tiránico, y una visión
dialéctica de las relaciones entre Dios y el hombre.
No hacen estos autores
sino prolongar en el tiempo la doctrina precristiana que expresaba el proverbio imperial romano: si vis pacem, para bellum. (Si quieres la paz prepara la guerra).
No puede ser esa la visión cristiana
de la fuerza y de la fortaleza. En la cultura católica, el bien es la comunión de amistad entre las personas. Primero la
comunión de las Personas divinas entre sí y luego de la comunión entre Dios y
los hombres, y de éstos entre sí. En la visión de fe cristiana, no es necesario
pasar por la dialéctica de la violencia para alcanzar la comunión. El amor
excluye la violencia. Por lo tanto, la fortaleza cristiana no puede significar
violencia. Su forma específica de oponerse al mal es la que la lleva a vencer
el mal con el bien. La fortaleza cristiana no puede ser otra cosa que la
victoria de la caridad por la fidelidad.
La caridad es la reina de las virtudes
porque ella obra, asegura y hace perdurable, en virtud de su fuerza propia, es
decir con la fortaleza misma del amor, esta comunión en su concreción
histórica, eclesial y católica.
El mal al que ha de resistir con
fortaleza el cristiano, es todo lo que impide al hombre incorporarse a, la
comunión con ese Nosotros. O todo lo que, una vez incorporado a ese Nosotros,
lo arranca a la comunión. O todo lo que destruye ese bien de la comunión de
amor, o lo hiere, o lo rechaza, hiriendo o rechazando a cualquiera de sus
miembros más pequeños.
Por el contrario, la fortaleza será el
modo virtuoso de enfrentar esos males, venciéndolos si son vencibles o
padeciéndolos si son invencibles. O quizás, y ésta es una paradoja propia de la
virtud cristiana de la fortaleza, vencer al mal invencible padeciéndolo, vencer
a la violencia soportándola. Porque: “¿Cuál es nuestra victoria que vence al
mundo sino nuestra fe?”.
La Esposa que llama al Esposo a coro
con el Espíritu Santo, al final del Apocalipsis, personifica esa fortaleza que
da el amor. La fortaleza de la caridad esponsal se revela así como: "la
actitud infatigable e insistente de oración incesante y necesaria "para poder mantenerse firme ante el
Hijo del Hombre cuando venga" [64],
con la fortaleza "que da el Espíritu Santo ante la tribulación
apocalíptica". Oración perseverante, de cada día. Que cree contra toda
esperanza en la presencia de Jesús, Señor de la Iglesia y de la historia...
hasta que venga... para decir la última palabra sobre la historia humana"[65].
Así es de fuerte el amor que cree, ama, espera.
[1] Josef Pieper, Las Virtudes Fundamentales, Ed. Rialp, Madrid 1980 y Rialp con Quinto Centenario, Bogotá, 1988
[2] Véanse los estudios de Pedro Ortiz Valdivieso S.J., ´YPOMENW y ´YPOMONH en la literatura griega, Ed. Instituto Caro y Cuervo, Bogotá 1966; ´YPOMONH en el Nuevo Testamento, Ed. Pax, Bogotá 1969. Los principales estudios sobre el tema: A.-M- Festugiere ´YPOMONH dans la tradition grecque, en: Rech. De Sc. Rel. 21 (1931) 477-486; Hauck, Art.: upomonh , en: Theol. Wörterbuch z. N. T., IV 585-593
[3] Me he
ocupado de la transposición de los temas de la guerra santa en relación con la
vida religiosa en Signos de Su Victoria.
El Carisma de los Religiosos a la Luz de la Escritura, (Con prólogo de
Jorge Mario Bergoglio S.J.) Ed. Diego de Torres, San Miguel (Prov. Buenos.
Aires.) 1983
[4] Nehemías 8,10: ki jedwat 'adonáy hi' macuzzekhém
[5] Salmo 18,3
[6] Salmo 27,7 y 8: 'adonáy cuzzí ... coz lacamó, umacóz meshijó
[7] 1 Samuel 17,47
[8] 1 Samuel 14,6
[9] 1 Macabeos 3,19
[10] 1 Corintios
10,6 (cfr. V. 11).: tauta de tupoi hmwn
egenhqesan
[11] Ver Deuteronomio 20. He expuesto a grandes rasgos la teología de la guerra santa y su transposición a la vida cristiana en las conferencias a religiosas sobre los votos religiosos y la vida consagrada, publicadas después con el título: Signos de Su Victoria. El Carisma de los Religiosos a la Luz de la Escritura, que cité en nota 3.
[12] Cantar de los Cantares 8,6: ki cazzáh khammáwet 'ahaváh, qasháh khisheol qine'áh
[13] 1 Corintios
1,25b: to asqenes tou Qeou iscuroteron twn
anqrwpwn
[14] 2 Corintios
12,9-10: arkei soi h caris mou, h gar dunamis
en asqeneia teleitai. Hdista oun
mallon kauchsomai en
tais asqeneiais mou, ina episkhenwsh ep eme h dunamis tou Cristou. dio eudokw
en asqeneiais, en ubresin, en anagkais, en diwgmois kai stenocwriais uper
Cristou otan gar
asqenw tote dunatos eimi.
[15] Efesios 6,10: endunamousqe en Kuriw kai en tw kratei ths iscuos autou
[16] Romanos 8,31
[17] Filipenses 4,13: panta iscuw en tw endunamounti me; ver también 1 Tim 1,12: "doy gracias a Aquél que me conforta"; 2 Tim 4, 17: "pero el Señor estuvo a mi lado y me confortó"; 1 Cor 16,13: "manteneos firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes, hacedlo todo en caridad"
[18] Romanos
8,37: en toutois pasin upernikwmen
[19] Juan 16,33: qarseite: egw nenineka ton ksomon
[20] 1 Juan
2,14: egraya umin, neaniskoi, oti iscuroi este
[21] 1 Juan 5,4-5
[22] Apocalipsis 2,10-11
[23] Apocalipsis 2,26
[24] En mi sed me dieron vinagre. La civilización de la acedia. Ensayo de teología pastoral. Ed. Lumen, Buenos Aires, 19992, páginas 167-172. Y en el ulterior: Mujer: ¿por qué lloras? Gozo y tristezas del creyente en la civilización de la acedia. Ed. Lumen, Buenos Aires, 1999
[25] A las que me he referido en otra ocasión: véase mi
conferencia La debilidad política de los
católicos publicada en Gladius 18
(2000, Diciembre) N° 19, págs. 49-81
[26] ki jedwat 'adonáy hi' macuzzekhém
[27] Salmo 126,1. Cuánto tiene que aprender esta sabiduría la ideología de la seguridad nacional es evidente.
[28] Salmo 43,13:
[29] Curiosamente, la palabra yijád proviene en árabe de esta misma raíz
[30] 1 Juan 4,18: h teleia agaph
[31] Salmo 42,6: mah-tishtojají nafshí watehmí caláy, hojíli le'lohím ki-cód 'odénu yeshucót panáw
[32] Éxodo 18,9
[33] 1 Crónicas 16,27
[34] hod wehadár lefanáw, coz wejedwáh bimqomó
[35] 2 Samuel 6,14: wedawid mekharkér bekhol-coz lifné 'adonay
[36] Salmo 21,7: tejaddéhu besimjáh 'et-panékha. La alegría propia de los que aman a Dios por estar o vivir en su presencia, la canta también el salmista con otra palabra simjáh que se usa también para designar alegrías profanas: "saciedad de alegrías en tu presencia" = sábac semajót 'et panékha, Salmo 15,11
[37] Véase el canto de María en Éxodo 15, o el de Déborah en Jueces 5, o el baile de la hija de Jefté aludido en Jueces 11,34; o el canto de las mujeres que provoca los celos de Saúl por David en 1 Samuel 18,7.
[38] Salmo 83,3: mi corazón y mi carne se regocijan con el Dios vivo: libbí ubesarí yerannenú 'el-'el jáy
[39] Salmo 51,10: exulten los huesos: tagélna catsamót
[40] 1 Juan 4,18 Mujer: ¿por qué lloras? Gozo y tristezas del creyente en la civilización de la acedia. Ed. Lumen, Buenos Aires, 1999
[41] 1 Crónicas 29,17: 'ani beyósher lebabí hitnaddábti khol-'élleh
[42] 1 Crónicas 29,17:
[43] Mateo 13,45
[44] Mateo 13,44
[45] Cantar 8,6: ki cazzáh khammáwet 'ahaváh, qasháh khishecól qiná'h
[46] reshaféha rishpé 'esh
shalhevat yah
[47] Cantar 8,7: máyim rabbim lo' yukhelú
lekhavotáh 'et-'ahaváh
[48] o de
andreios anekplhktos ws anqrwpos. Fobhsetai men oun kai ta toiauta, ws dei de
kai o logos upomenei, tou kalou eneka, touto gar telos ths areths (Aristóteles, Opera Omnia, Ed. F. Didot, Paris, Tomo II, HQIKWN NIKOMACEION Lib III, cap. VII (X) Col 115, 23-24) La traducción latina dice: "Vir autem fortis imperterritus est, sed ut homo. Proinde haec talia quoque pertimescet, sed ita ut oportet et ut ratio postulat, subibit, honesti causa, hic enim virtutis finis est"
[49] Puede verse nuestro estudio: Areté; Ideal de perfección humana y cristiana, en: Revista Bíblica (Arg.) 42(1980/3) Nº 177, pp.129-136. En Internet, en la página Razón y Fe, sección Moral: .http://www.
oocities.com/Athens/Atrium/8978
[50] "sustinebit hujusmodi terribilia, quantumcumque magna, propter bonum quod est finis virtutis" (In X Libros Ethicorum Aristotelis Expositio, Lib III, Lectio 15, n° 545, Ed. Marietti, p. 156)
[51] Ou men alla doxeien an einai to kata thn andreian
telos hdu, upo twn kuklw
dafanizesqai (Aristóteles, Opera Omnia, Ed. F. Didot,
Paris, Tomo II, HQIKWN
NIKOMACEION Lib III, cap. IX (XII) Col 1117, líneas 22-23) La traducción latina dice:
"Sed tamen videri possit, finem quidem fortitudinis esse jucundum, sed ab
iis rebus qui circumstant, obscurari ac paene deleri". Y en otro lugar: Oi men andreioi dia to kalon prattousin, o de qumos
sunergei
autois : "Fortes quidem igitur viri honesti causa res tales gerunt, eosque ira adjuvat" (Aristóteles, Op. Cit. Lib III, cap. VIII (XI) Col 1116-1117, (11) líneas 26 y 27)
[52] Guy Delaporte, Un nouvel humanisme pour le IIIeme Millénaire, www.thomas-d-aquin.com: 29/5/2001
[53] "El que permanece en mí y yo en el" Juan 15,5; "El que cumple la voluntad de Dios permanece para siempre" 1 Juan 2,17; "Si permanece en vosotros lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre" 1 Juan 2,24
[54] 1 Corintios 13,8: H agaph oudepote piptei
[55] 1 Corintios
13,7: panta upomenei
[56] 1 Juan
4,18: teleia agaph exw ballei ton fobon, ... o
de foboumenos ou teleitai en th agaph
[57] Romanos 8,28
[58] El acto de fortaleza
que se lleva a cabo por amor a Dios, es materialmente un acto de fortaleza pero
formalmente es un acto de caridad: "Est autem considerandum in actibus
animae, quod actus qui est essentialiter unius potentiae vel habitus, recipit
formam et speciem a superiori potentia vel habitu, secundum quod ordinatur
inferius a superiori: si enim aliquis actus fortitudinis exerceat propter Dei
amorem, actus quidem ille materialiter est fortitudinis, formaliter vero,
caritatis (Summa Theologica 1a-2ae q.
13, art. 1, c.). "dicendum
est quod caritas est radix omnium donorum et virtutum, ... et ideo quidquid
pertinet ad fortitudinem potest etiam ad caritatem pertinere" (Summa Theologica 2a-2ae q. 139, art. 2,
ad. 2m)
[59] "Oportet quod in talibus sint
principaliter circa interiores affectiones, quae dicuntur animae passiones:
sicut patet de temperantia, fortitudo et alii hujusmodi" Summa Theologica,
1ª-2ae, q. 60, art.2, c.
[60] Mateo 10,37
[61] San Agustín, Com. In Ev. Johannis, Tratado 124,5.7; CCL 36, 685-687; Cfr. Oficio de Lecturas del sábado 6 del tiempo pascual.
[62] Véanse los estudios de Pedro Ortiz Valdivieso S.J. citados en nota al comienzo de este trabajo, ´YPOMENW y ´YPOMONH en la literatura griega, e ´YPOMONH en el Nuevo Testamento. Y los de los de A.-M- Festugiere y de Hauck citados allí mismo.
[63] Valdivieso,
1966, p.62. No la enumeran en sus listas de virtudes griegas ni A. Vögtle, Die Tugend- und Lasterkataloge des N. T. en:
Neutestamentl. Abhandlungen XIV/4s, Münster 1936; ni S. Wibbing,
, Die Tugend- und Lasterkataloge im N. T.
und ihre Traditionsgeschichte unter besonderer Berücksichtigung der
Qumran-Texte, (Beihefte Zeitschr.
f. die neutestamentl. Wiss., 25) Berlin, 1959
[64] Lucas 21,36
[65] José A. Jauregui, "Grandes desafíos del cristianismo antiguo. Reflexión bíblica sobre el tiempo de Adviento", en: Lumen XLIX (2000) 45-58; nuestras citas en p. 58