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EL LUGAR DE LA SAGRADA ESCRITURA EN LA HOMILÍA

La Homilía según la enseñanza del Vaticano II

Horacio Bojorge S.J.

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Hace ya casi cuarenta años, los Padres del Concilio Vaticano II se ocupaban del tema de la función de la homilía y del lugar de la Sagrada Escritura en ella. Encontramos su enseñanza al respecto en tres lugares de los documentos conciliares. En la Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium (24, 35, 52), en la Constitución Dei Verbum (24) y en el Decreto Presbiterorum Ordinis (4b) .

 

1. La Constitución Sacrosanctum Concilium prescribe que se ha de procurar una mayor riqueza y amplitud de lecturas bíblicas en el nuevo Misal y enseña que el sermón u homilía se ha de ocupar principalmente de explicar al pueblo el sentido de las Sagradas Escrituras que acaban de leérsele.

            En los tramos de la Constitución donde se trata de aquélla forma de predicación que acompaña la celebración de cualquiera de los sacramentos en general, se considera que su destino y su contenido ha de consistir principalmente explicar las Escrituras al Pueblo.

            En Sacrosanctum Concilium 24, en el contexto de las normas generales, se dice que de las Sagradas Escrituras se toman los textos que se explican en la Homilía. Es clara la convicción y la enseñanza de los Padres conciliares de que la Homilía versa principalmente sobre la Escritura y que su misión es explicarla y aplicarla al misterio que se celebra enlazándolo con la acción de Dios y la respuesta que han de darle los fieles tanto en la celebración sacramental misma como en el contexto de toda su vida cristiana:

           

            En la celebración litúrgica, la Sagrada Escritura es de máxima  importancia. Pues de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía, y los salmos que se cantan, las preces, oraciones e himnos litúrgicos están penetrados de su espíritu y de ella reciben su significado las acciones y los signos. Por tanto, para procurar la reforma, el progreso y la adaptación de la sagrada liturgia, hay que fomentar aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura que atestigua la venerable tradición de los ritos, tanto orientales como occidentales (SC 24) [1]

 

En el número 35 de Sacrosanctum Concilium, se trata de la Escritura y la Homilía, ahora, más particularmente desde el punto de vista de su conexión con el resto del rito eucarístico y se prescribe:

         “Para que  resulte evidente que en la Liturgia la palabra y el rito se unen estrechamente 1) En las celebraciones sagradas debe haber lecturas de la Sagrada Escritura más abundantes, más variadas y más apropiadas; 2) Se indicará también en las rúbricas el lugar más apropiado y adecuado al rito para que se tenga el Sermón, como parte integrante de la acción litúrgica. Y  que se ejercite exacta y fidelísimamente el ministerio de la predicación. Cuyas fuentes principales serán la Sagrada Escritura y la liturgia, ya que es una proclamación de las maravillas obradas por Dios en la historia de la salvación o misterio de Cristo, que está siempre presente y obra en nosotros, particularmente en la celebración litúrgica” (SC 35).

 

            Retengamos la definición de predicación que se nos da aquí: “una proclamación de las maravillas obradas por Dios en la historia de la salvación o misterio de Cristo, que está siempre presente y obra en nosotros, particularmente en la celebración litúrgica”.

 

El sermón ha de explicar lo que sucede en este momento en el rito sacramental, bautismo, confirmación, matrimonio, penitencia, y en particular en la homilía eucarística, colocándolo a la luz de la historia salvífica y el misterio de Cristo, de los que nos hablan las Sagradas Escrituras. El sermón está por lo tanto al servicio de la interpretación profética del acontecer sacramental, a la luz que arrojan sobre él las Escrituras, revelándolo como momento de gracia presente. Como hoy salvífico. La Escritura ilumina antes que nada el hoy de gracia, la actualidad salvífica que tiene lugar en el sacramento.

 

            Algo más adelante, la Constitución sobre la Sagrada Liturgia vuelve a ocuparse de la relación entre las lecturas de la Escritura y la predicación. Pero ahora lo hace, más concretamente, en el contexto específico de la acción eucarística, a la relación entre la Homilía y las lecturas bíblicas. Después del manifestar el deseo de que la liturgia eucarística ofrezca una mayor riqueza bíblica en los nuevos leccionarios, trata inmediatamente de lo que la Homilía deberá hacer con esas lecturas más abundantes:.

            “A fin de que la mesa de la palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles, ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de modo que, en un período determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura”. (SC 51). 

 

Y continúa inmediatamente en el número siguiente precisando el contenido de la Homilía en estos términos:

         “La Homilía, en la cual a lo largo del año litúrgico se van exponiendo los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana, se recomienda encarecidamente como parte integrante de la misma acción litúrgica. Más aún, en los domingos y días de fiesta de precepto que se celebran con asistencia de pueblo, no se omita la homilía si no es por una causa grave” (SC 52)

 

            Retengamos la descripción del contenido de la Homilía: 1) exponer los misterios de la fe y 2) las normas de la vida cristiana. La Homilía eucarística es, pues, un caso particular de sermón sacramental. Y como todo sermón sacramental debe: exponer los misterios de la fe a la luz de la Palabra de la Sagrada Escritura, de modo que iluminen la vida de los fieles y la enlacen con  el misterio sacramental que se celebra.

 

            En esta doble finalidad de la Homilía convergen, unidos, los dos aspectos, el doctrinal y el parenético, del ministerio de la Palabra. El predicador, como Pablo en sus cartas, aúna en sí los ministerios del maestro y el profeta y despliega, en la medida de la gracia que se le ha conferido, sus respectivos dones carismáticos. Es lo que explicitará – como veremos - el documento conciliar que se ocupa de los presbíteros como ministros de la Palabra: Presbiterorum Ordinis.

 

            Hasta aquí la enseñanza conciliar sobre nuestro asunto en la Sacrosanctum Concilium. Veamos lo que nos dice sobre él la Constitución Dei Verbum.

 

2. La Constitución Dei Verbum hablando del lugar de la sagrada Escritura en la Vida de la Iglesia, afirma primero genéricamente que  la Iglesia:

“enseñada por el Espíritu Santo, se esfuerza en acercarse, de día a día, a la más profunda inteligencia de las Sagradas Escrituras para alimentar sin desfallecimiento a sus hijos con las divinas enseñanzas” (DV 23)[2].

 

Y particulariza, en el número siguiente ,ubicando a la Homilía en ese contexto general del ministerio de la Palabra en la Iglesia y jerarquizando el lugar que ocupa entre todas las formas de la predicación:

“También el ministerio de la Palabra, esto es, la predicación pastoral, la catequesis y toda instrucción cristiana, en que es preciso que ocupe un lugar importante la Homilía litúrgica, se nutre saludablemente y se vigoriza santamente con la misma palabra de la Escritura” (DV 24c)[3]

 

Notemos el enfoque sapiencial de la Dei Verbum. Dicho enfoque se manifiesta en que la Dei Verbum encara los contenidos escriturísticos de la Homilía desde el punto de vista del acceso de los fieles a la divina sabiduría revelada. Sapienciales son por ejemplo las expresiones “alimentar”; “nutrir”. Estas expresiones nos remiten a las grandes imágenes nutricias del Banquete de la Sabiduría, a cuya luz se ha de entender que en la Homilía, al explicar las Escrituras, se hace sentar a los fieles a la abundante mesa de la Palabra, o se les da el Pan de la Palabra.

 

Lla Sacrosanctum Concilium resalta el rol y el sentido de la Sagrada Escritura en su engarce litúrgico sacramental. Ése es su lugar más propio y condigno en la vida de la Iglesia. La Sagrada Escritura está allí como en su casa. Su hogar es el templo y la celebración de los misterios divinos, de los cuales Dios mismo es el actor principal y protagonista, y el celebrante, como servidor y ministro, actor secundario y subordinado.

 

La Dei Verbum pondera la virtud vivificante de la Palabra como portadora de la divina revelación y, en ese contexto, recuerda a la Homilía como el lugar privilegiado de su dispensación, considerándola como el banquete supremo de la Palabra.

 

De ahí que recomiende a los que en la Iglesia tienen el ministerio de la Palabra, la lectura asidua u el estudio de las Escrituras de cara a la predicación:

“Es necesario por lo tanto que todos los clérigos,  principalmente los sacerdotes de Cristo y los demás que, como los diáconos y catequistas, se dedican al ministerio de la palabra, se sumerjan en las Escrituras con asidua lectura y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte ‘predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios, que no la escuche en su interior’ (S. Agustín, Serm 179, 1), puesto que debe comunicar a los fieles que se le han confiado, sobre todo en la sagrada liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina” [4].

 

Es importante notar que, en la Constitución Dei Verbum, manifiestan su deseo de que la ciencia bíblica en la Iglesia está al servicio de la formación de ministros idóneos de la palabra en su sede litúrgica. Ha de ser una exégesis que esté al servicio de aquél ministerio de la Palabra que tiene su engarce principal en el culto sacramental y cuyo fin es la santidad de los fieles que han de ser conducidos al amor de Dios.

“Conviene que los exegetas católicos y demás teólogos se dediquen, aunando diligentemente sus fuerzas, a investigar y proponer las divinas Letras, bajo la vigilancia del sagrado Magisterio, con los instrumentos oportunos, de forma que el mayor número de ministros de la palabra puedan repartir fructuosamente al pueblo de Dios el alimento de las Escrituras, que ilumine la mente, robustezca las voluntades y encienda los corazones de los hombres en el amor de Dios” [5]

Esta enseñanza de la Dei Verbum podría dar pie, cuando ya corremos hacia el medio siglo de su proclamación, a hacer una evaluación del estado de la ciencias exegética y de la teología bíblica católica, del modo como se imparte en nuestros seminarios y facultades de teología

Podría encuestarse a los sacerdotes preguntándoles si estiman que la formación bíblica recibida los habilitó para esa lectura estudiosa y orante, si los pertrechó con la debida ciencia y si les ha sido útil para sus homilías. Podría encuestarse también si encuentran en la abundante producción de las editoriales católicas, comentarios bíblicos, obras de exégesis y de teología bíblica, homiliarios, obras que sirvan a la vez a la inteligencia, al corazón y al espíritu, para elevarlos al amor de Dios que deben comunicar.

Podría preguntárseles si tienen alguna sugerencia que hacer acerca de la enseñanza de la Sagrada Escritura y la exégesis bíblica en los seminarios.

 

La Constitución Dei Verbum enseña que el proceso interpretativo de la Sagrada Escritura, si bien debe comenzar en el texto prestando atención al género literario y valiéndose de todas las ciencias auxiliares de la exégesis, debe culminar, de acuerdo a la constante enseñanza del Magisterio, en una lectura espiritual pneumática:

“La sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió´” [6].

Creo que no es exagerado concluir que cuando se la interpreta en el curso de la Homilía, también se la ha de interpretar no sólo con ciencia bíblica, sino en el Espíritu de santidad, en una operación carismática en el sentido paulino.

 

Lo que obra el Espíritu Santo es entender el texto en el contexto, la parte en la armonía vital del conjunto, cada palabra en la verdad del diálogo de amor:

“Para entender el sentido exacto de los textos sagrados hay que atender no menos diligentemente al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura, teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe” [7]

 

El proceso interpretativo de la Escritura comienza en el texto y culmina en el contexto. Va de la letra al Espíritu, pasando por la Escritura, la Tradición eclesial y la analogía de la fe. Procede de la parte al todo y vuelve del todo a la parte. El ministerio de la palabra es conjunción de magisterio y profecía, de  ciencia y de sabiduría. Es palabra de sabiduría entre perfectos.

 

 

3. La Presbiterorum Ordinis (4b) va a tocar el lugar de la Sagrada Escritura en la Homilía desde el punto de vista del oficio del predicador, es decir, desde el punto del presbítero a quien el obispo lo asocia a su ministerio de la Palabra.

“El pueblo de Dios se reúne, ante todo, por medio de la palabra de Dios vivo, que corresponde naturalmente buscar en la boca de los sacerdotes.  Pues como nadie puede salvarse si antes no cree, los presbíteros, como cooperadores de los obispos, tienen como oficio principal anunciar a todos el Evangelio de Dios, para constituir e incrementar el pueblo de Dios, cumpliendo el mandato del Señor: id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura (Mc 16,15)” [8]

 

Con la predicación se constituye o funda la Iglesia y con la misma palabra se la aumenta y hace crecer. El decreto Presbiterorum Ordinis lo afirma cuando dice, remitiéndose a la sabiduría pastoral de San Pablo:

“Porque con la palabra de salvación se suscita la fe en el corazón de los no creyentes y se robustece en el de los creyentes, y con la fe empieza y se desarrolla la congregación de los fieles, según la sentencia del apóstol: la fe viene por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo (Rom 10, 17)”[9].

 

La Homilía se sitúa así en relación con la obra divina de alimentar y edificar la Iglesia. Atendiendo a cuya edificación, afirma el decreto:

“atendiendo sobre todo a aquellos que comprenden o creen poco lo que celebran, se requiere la predicación de la palabra para el ministerio de los sacramentos, puesto que son sacramentos de fe, que procede de la palabra y de ella se nutre. Esto se aplica especialmente a la liturgia de la palabra en la celebración de la misa, en que el anuncio de la muerte y de la resurrección del Señor, y la respuesta del pueblo que escucha, se unen inseparablemente con la oblación misma con la que Cristo confirmó en su sangre la Nueva Alianza”[10].

 

El decreto Presbiterorum Ordinis agrega, además, en este contexto de su número cuatro, algo que conviene siempre volver a recordar. En todos los planos y circunstancias de su tarea, los presbíteros,  como ministros de la Palabra, ya anunciando a los no creyentes el misterio, ya enseñando la catequesis a los catecúmenos, ya instruyendo a los fieles, ya procurando tratar los problemas actuales a la luz de Cristo:

“siempre han de enseñar no su propia sabiduría, sino la palabra de Dios, e invitar indistintamente a todos a la conversión  y a la santidad” [11]

 

E inmediatamente el decreto autoriza y aconseja establecer explícitamente dentro de la Homilía, las relaciones entre el misterio que se celebra y que se ilumina en la Homilía con la explicación de las Escrituras, y la vida de los fieles, mediante convenientes referencias a la actualidad del mundo:

“La predicación sacerdotal, difícil, con frecuencia, en las actuales circunstancias del mundo, para mover mejor a las almas de los oyentes, debe exponer la palabra de Dios no sólo de forma general y abstracta, sino aplicando a las circunstancias concretas de la vida la verdad perenne del Evangelio” [12]

 

La Homilía no puede convertirse en un puro comentario de actualidades sin referencia a lo que Dios está obrando en el sacramento. Esto no sería sembrar la palabra, sino robarla del corazón apenas sembrada, como las aves de la parábola del sembrador. O dejando que la sofoquen las solicitudes y preocupaciones de este mundo, ahogándola entre las espinas.

 

Se requiere aquí, a mi parecer, el ministerio y el carisma profético, que guiado por el Espíritu Santo, no inventa razones humanas y naturales, según la carne, sino que piensa según el Espíritu, como quien posee el pensamiento de Cristo (Cr. 1 Cor, 2,16).

Una inspiración bíblica de la Homilía que ni banaliza el texto bíblico a lo Gerundio de Campazas, ni lo invalida según el reproche del rabino Abraham Herschel: «Siempre me ha resultado intrigante lo muy apegados que parecen estar ustedes a la Biblia y cómo la manejan luego igual que los paganos. El gran desafío para aquellos de nosotros que queremos tomar la Biblia en serio, es dejar que nos enseñe sus categorías esenciales propias; y después, pensar nosotros con ellas, en lugar de pensar acerca de ellas»” [Rabino Abraham Heschel en un Congreso de Teología cristiana].

 

Resumiendo las enseñanzas conciliares podemos decir que el lugar de la Sagrada Escritura en la Homilía queda iluminado desde tres puntos de vista o ángulos distintos:

1) la Sacrosanctum Concilium trata de la Homilía, como un caso particular de la predicación sacramental, en el lugar más propio pero no único del ministerio de la palabra en la Iglesia.

2) la Dei Verbum toca el lugar de la Sagrada Escritura en la Homilía en el contexto de su enseñanza sobre la Revelación y la Escritura y atendiendo a la dispensación sapiencial del ministerio de la palabra

3) El decreto Presbiterorum Ordinis, por fin trata de la Homilía como una de las formas del ministerio de la palabra del presbítero y explicita más, que la inspiración escrituraria de la predicación, Homilía incluida, ha de tender a conmover y a mover, y que por lo tanto debe unir al magisterio docente el magisterio profético. De ahí que debe completar el arco que va de la Palabra a la vida, iluminando la vida diaria con la palabra. Haciendo llegar la Palabra eterna de Dios y su misterio, al oído del hombre en su hoy circunstancial e histórico.

Es Cristo ayer, hoy y siempre. Alfa y Omega, principio y fin, quien sentado a la derecha del Padre entrega cada día su cuerpo y su palabra, por medio de su ministro sacerdote.

 

El Concilio no innova nada en nuestro tema. Retoma la enseñanza tradicional según la cual, el buen predicador no sólo ha de enseñar, sino también cautivar para que logre convertir y que para el buen logro de estos tres fines, la Sagrada Escritura es el mejor y más apto instrumento del ministro de la Palabra.

 



[1] Maximum est Sacrae Scripturae momentum in Liturgia celebranda. Ex ea enim lectiones leguntur et in homilia explicantur, psalmi canuntur, atque ex eius afflatu instinctuque preces, orationes et carmina liturgica effusa sunt, et ex ea significationem suam actiones et signa accipiunt. Unde ad procurandam sacrae Liturgiae instaurationem, progressum et aptationem, oportet ut promoveatur ille suavis et vivus sacrae Scripturae affectus, quem testatur venerabilis rituum cum orientalium tum occidentalium traditio” (SC 24)

[2] Verbi incarnati Sponsa, Ecdesia nempe, a Sancto Spiritu edocta, ad profundiorem in dies Scripturorum Sacrarum intelligentiam assequendam accedere satagit, ut filios suos divinis eloquiis indesinenter pascat” (DV 23ª)

[3]  Eodem autem Scripturae verbo etiam ministerium verbi, pastoralis nempe praedicatio, catechesis omnisque instructio christiana, in qua homilia liturgica eximium locum habeat oportet, salubriter nutritur sancteque virescit (DV 24c)

[4]  “Quapropter clericos omnes, impirimis Christi sacerdotes qui ut diaconi vel catechistae ministerio verbi legiitme instant, assidua lectione sacra atque exqusito studio in Scripturis haerere necesse est, ne quis eorum fiat ‘verbi Dei inanis forinsecus praedicator, qui non est intus auditor’ (S. Augustinus, Serm. 179,1), dum verbi divini amplissimas divitias, speciatim in sacra Liturgia, cum fidelibus sibi comissis communicare debet” (De Verbum 25 a)

[5]  “Exegetae autem catholici, aliique Sacrae Theologieae cultores, collatis sedulo viribus, operam dent oportet, ut sub vigilantia Sacri Magisterii, aptis subsidiis divinas Litteras ita investigent et proponant, ut quam plurimi divini verbi ministri possint plebi Dei Scripturarum pabulum fructuose suppeditare, quod mentem illuminet, firmet voluntates, hominum corda ad Dei amorem accendat” (Dei Verbum 23).

 

[6] “Sed, cum Sacra Scriptura eodem Spiritu quo scripta est etiam legenda et interpretanda sit....” (Dei Verbum 12)

[7]  “ad recte sacrorum textuum sensum eruendum, non minus diligenter respiciendum est ad contentum et unitatem totius Scripturae, ratione habita vivae totius Ecclesiae Traditionis et analogiae fidei” (Dei Verbum 12)

[8] “Populus Dei primum coadunatur verbo Dei vivi, quod ex ore sacerdotum omnino fas est requirere. Cum enim nemo salvari possit, qui prius non crediderit [cfr Mc 16,16], Presbyteri, utpote Episcoporum cooperatores, primum habent officium Evangelium Dei omnibus evangelizandi, ut mandatum exsequentes Domini: Euntes in mundum universum predicate Evangelium omni creaturae (Mc 16,15), Populum Dei constituant et augeant”  (Presb. Ord. 4)

 

[9]  “Verbo enim salutari in corde non fidelium suscitatur et in corde fidelium alitur fides, qua congregatio fidelium incipit et crescit, secundum illud Apostoli: Fides ex auditu, auditus autem per verbum Christi (Rom 10, 17) (Presb. Ord. 4)

 

[10]  “...in ipsa autem communitate christianorum, praesertim pro illis qui parum intelligere vel credere videntur quod frequentant, verbi praedicatio requiritur ad ipsum ministerium Sacramentorum, quippe quae sint Sacramenta fidei, quae de verbo nascitur et nutritur; quod praecipue valet pro Liturgia verbi in Missarum celebratione, in qua inseparabiliter uniuntur annuntiatio mortis et resurrectionis Domini, responsum populi audientis et oblatio ipsa qua Christus Novum Foedus confirmavit in Sanguine suo” (Presb. Ord. 4)

 

[11]  “...eorum semper est non sapientiam suam, sed Dei Verbum docere omnesque ad conversionem et ad sanctitatem instanter invitare...” (Presb. Ord. 4)

 

[12]  “Sacerdotalis vero praedicatio, in hodiernis mundi adiunctis haud raro perdifficilis, ut auditorum mentes aprius moveat, verbum Dei non modo generali et abstracto tantum exponere debet, sed concretis applicando vitae circumstantiis veritatem Evangelii perennenm” (Presb. Ord. 4)