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EL LUGAR DE LA SAGRADA ESCRITURA EN LA HOMILÍA (2)
La Sagrada Escritura y los frutos de la Homilía
“ESTAS SON AQUELLAS PALABRAS MÍAS”
Horacio Bojorge S.J.
Exposición
en la Jornada de Estudio para el Clero
Arquidiócesis
de la Plata – 11 de setiembre 2002
y es útil para la enseñanza, para la reprensión,
para la corrección, para la instrucción en justicia
(2 Tim 3:16)
fue escrito para nuestra enseñanza,
a fin de que por la perseverancia
y la exhortación de las Escrituras
tengamos esperanza.
(Rom 15,4)
Hemos
considerado en la exposición anterior el lugar que tiene la Sagrada Escritura
en la Homilía en razón de su propia naturaleza: como palabra de Jesucristo
acerca de sí mismo, predicada in persona
Christi por el sacerdote.
Vamos a considerar ahora el lugar de la Sagrada Escritura en la Homilía en relación con los frutos de la predicación.
Mirada
desde el punto de vista de sus frutos:
la Homilía es palabra de Jesucristo a su
Iglesia.
La
predicación del misterio de Jesucristo, in
persona Christi, por parte de los que lo han conocido, produce frutos de
vida de fe y de santidad: “Esta es la
vida eterna, que te conozcan a ti” (Jn 17, 3 [1]).
Podemos
decir que el lugar de las Escrituras en la Homilía es, - también desde el
punto de vista de sus frutos, o sea de su eficacia -, el lugar que Jesucristo
les asignó.
Jesucristo
re-inspiró, de alguna manera, las Sagradas Escrituras:
1)
cumpliéndolas en su vida;
2)
interpretándolas;
3)
empleándolas para enseñar, consolar, confortar, alegrar, convertir y
santificar.
A
la consideración del lugar de la Sagrada Escritura en relación con los frutos
o la eficacia espiritual de la predicación, dedicaré ahora la exposición que
sigue. Comenzaré exponiendo la concepción que encuentro en san Pablo y luego
mostraré cómo se calca fielmente sobre el modo de obrar de Jesucristo
resucitado.
En
el primer texto que vamos a tomar en consideración (2 Tim 3, 16-17), San Pablo
reconoce y recomienda la eficacia de las Sagradas Escrituras en términos de
utilidad o de provecho para la perfección de la vida del hombre de Dios.
“Toda
la Escritura es inspirada por Dios (theopneustós) y
útil, (ôfélimós = provechosa) para la enseñanza (didaskalía), para
la reprensión (epanofrosyne: llamda
a reflexión), para la formación (paideia), para la educación
en la justicia (dikaiosyne); para que el hombre de Dios sea perfecto,
(artios), y esté bien dispuesto (bien entrenado capacitado
= exertisménos) para toda obra buena”
(2 Tim 3,16-17 [2])
Las
traducciones parecen dar por supuesto que San Pablo considera que todas las
Sagradas Escrituras son provechosas para la vida cristiana
porque son inspiradas.
En
realidad, el texto no afirma explícitamente la existencia de una relación
causal entre inspiración y utilidad: “inspiradas y por eso provechosas”; sino que juxtapone simplemente ambos
conceptos mediante la conjunción “y”: “inspirada por Dios y provechosa”.
Ciertamente,
cabe entender esta construcción como implicando un sentido causal. Pero como lo
que no se explicita no se enfatiza, puede decirse por lo menos, que en este
texto, Pablo no estaría enfatizando la relación causal.
Por
el hecho de no enfatizarla, podemos interpretar que no es lo que San Pablo tiene
intención de destacar más. Ya sea porque lo da por supuesto, ya sea porque su
atención apunta más a destacar la variedad de provechos que enumera que su
causalidad escriturística.
Incluso puede entenderse, y nos inclinamos a interpretarlo así, que Pablo atribuye la utilidad, más que al término “toda la Escritura”, a su condición de “inspirada por Dios”. Nos inclinamos pues a entender que Pablo quiere decir que: “Toda la Escritura es provechosa por estar divinamente inspirada...”.
Si
los frutos de la Sagrada Escritura derivan de su condición de inspirada por
Dios, es importante comprender qué
entiende y quiere decir Pablo con el epíteto theopneustós = “inspirado
por Dios”. Ya que la Escritura sería provechosa, no por sí sola, sino
por su condición de ser inspirada por Dios. O si se la lee en el Espíritu de
Dios.
Esto
tiene importancia para nuestra consideración del lugar de la Sagrada Escritura
en la Homilía en atención a los frutos de la predicación. Porque no sería lo
mismo darle lugar a la Escritura en la Homilía, que darle lugar a la inspiración
divina de la Escritura en la Homilía.
El
significado de esta palabra, theopneustós,
que aparece sólo en este lugar del Nuevo Testamento, no es del todo claro. ¿Cómo
la entiende Pablo? ¿Es una cualidad que tiene toda la Escritura por sí misma y
aún anteriormente a Cristo? ¿O es una cualidad que ha recibido de Cristo como
por infusión del Espíritu de Cristo, como consecuencia de haberla cumplido en
su vida, y explicado su sentido?
Parece
ser, a todas luces, algo que depende también en gran parte de la buena
inspiración del intérprete: de ese hombre
de Dios para cuya perfección resulta provechosa y a quien por ser tan de
Dios como lo es el Espíritu que inspira la Escritura, ésta es capaz de
librarle su correcto sentido y él es capaz de aprovechar con ella.
¿En
qué momento ha sucedido este soplo espiritual de Dios que insufla la Escritura
con su Espíritu? ¿Ya desde antes de Cristo? ¿por la vida y la predicación de
Cristo?
¿por
la enseñanza de Cristo resucitado? ¿Es una inspiración puntual y que ha
cesado o es algo que sigue siendo producido por el soplo del que está sentado a
la derecha del Padre y sigue enseñando a su Iglesia mediante el Espíritu,
Promesa del Padre que enseña todas las cosas?
Estas
preguntas ya sugieren una vía de respuesta.
Pablo parece tener una visión distinta de lo que son las Escrituras antes y después de cumplidas por Cristo. Una cosa son las Escrituras tal como estaban antes de Cristo y siguen siendo interpretadas por los que no creen en él, escritas en las tablas de piedra y otra cosa tal como están escritas ahora en corazones de carne y leídas en el Espíritu.
Creo que vale la pena detenernos un poco a comprobar en algunos textos paulinos esta visión de la diferencia entre un antes y un después en la condición salvífica de las Escrituras.
Entre otros textos paulinos que podrían tomarse, me limitaré aquí a examinar el pensamiento de san Pablo en los capítulos dos al cuatro de la segunda carta a Corintios. Creo que ellos reflejan esta visión de Pablo sobre un antes y un después de la “theopneusis” o “insuflación divina” de las Escrituras.
La Escritura que
sola mata, o inspirada, da vida
“No
somos –
dice Pablo - como esos muchos que
tabernean con la palabra de Dios, sino que hablamos en Cristo como desde la
sinceridad, y como de parte de Dios, y como en presencia de Dios” (2 Cor
2, 17 [3]).
Y,
extremando su advertencia, pone en guardia contra la letra de la Escritura que
puede matar si no está animada por el Espíritu de Cristo que la hace
vivificadora: “la letra mata, pero el Espíritu
vivifica” (2 Cor 3, 6[4]
).
El que vivifica, por lo tanto, no es el texto mismo, sino el Espíritu de Cristo actuante en el Apóstol y en los verdaderos intérpretes y ministros de la palabra; en aquellos que son perfume de vida para vida y no perfume de muerte para muerte.
Pablo califica a “esos muchos” que usan mal la escritura con el término griego “kapêléuontes” que he traducido con el neologismo “tabernear con la Escritura” porque quisiera expresar aquí algo que las versiones no logran trasmitir.
Me parece conveniente detenerme a explicarlo.
Lo
que hacen con la Palabra de Dios esos
muchos, - expresión despectiva con la que alude Pablo a gente que, por lo
visto, los corintios conocen bien -, lo designa Pablo con una metáfora:
mesonerear, tabernear.
El
término kapêléuontes, “los que se
comportan como mesoneros o taberneros”- nos enseñan los léxicos – es
participio del verbo kapêleuo
(oficiar como mesonero). Este verbo deriva a su vez de kapêlós,
que quiere decir: tabernero, fondero, hostalero, mesonero (caupo en latín).
Los
posaderos y mesoneros eran conocidos en el mundo antiguo como prototipos del
perfecto pícaro[5].
Los
“Kapeléuontes” con la Escritura
son, pues, los que se usan la Escritura con la misma falta de escrúpulos, con
el mismo espíritu venal y de lucro vil, que caracterizaba a taberneros,
mesoneros o posaderos, es decir que son perfectos tunantes y bribones,
verdaderos sinvergüenzas.
.
Para
gente de las cultura semíticas orientales, donde la hospitalidad era un deber
sagrado y una obra religiosa y de misericordia, los que vendían hospedaje, era
gente capaz de lucrar con el peregrino.
Esta
es la imagen que Pablo aplica a esos
muchos que usan la Escritura y la explican fuera o contra el espíritu de
Cristo.
¡Qué
diferencia con los servidores sinceros!
Con
los que, como Pablo, sirven el alimento de las Escrituras “como en presencia del Señor“ del banquete. Es decir, como Jesús
reparte el pan a los suyos en la cena; como Pablo lo parte a los corintios,
compartiendo un mismo Espíritu. Como quien, en la Cena del Señor, agasaja a
los invitados y celebra con ellos la alegría de un banquete de bodas.
La fonda o la Cena del Señor. Los dos escenarios suponen dos tratos diversos de las Escrituras. En la fonda se trafica con ellas. En la Cena del Señor se agasaja con ellas. En esta dirección de la oposición entre sala del Banquete eucarístico y el salón comedor de un Mac Donald, parece señalar también la imagen del perfume, que ha usado un poco antes san Pablo.
Espíritu y perfume – acotemos de paso - son dos cosas
que en la mentalidad y en la lengua hebrea están, tanto ideográfica como lingüísticamente
muy ligadas. Se las designa con una variante muy próxima de la misma raíz: Rúaj,
es el Espíritu; ríaj es el olor, o el perfume.
Acaba
de afirmar san Pablo que el buen olor
del conocimiento de Cristo se da a conocer a través del Apóstol en todo lugar
a donde va; y que es motivo de discernimiento entre los que lo aspiran
complacidos para vida y los que lo repugnan como olor a muerto. En los banquetes
de la antigüedad se perfumaba a los invitados y se los vestía para el festín
con vestidos de fiesta. En la casa del difunto, en la casa del duelo, por el
contrario, se difunde el olor de la muerte.
“...
gracias a Dios, - exulta san Pablo - que hace que siempre triunfemos en Cristo y que manifiesta en todo lugar
el olor de su conocimiento por medio de nosotros. Porque para Dios somos olor
fragante de Cristo en los que se salvan y en los que se pierden. A los unos,
olor de muerte para muerte; mientras que a los otros, olor de vida para vida. ¿Y
quién es capaz de esto?
Nosotros no somos
como esos muchos que hacen su negocio fraudulento con la palabra de
Dios, sino que hablamos en Cristo; como desde la sinceridad,
como de parte de Dios, y como en presencia de Dios”
(2 Cor 2,14-16[6])
La
Escritura es la misma. La diferencia está en cómo se la interpreta y la
administra. La diferencia está en el Espíritu con que la leen “esos
muchos” por un lado y Pablo por otro. Pero a la vez, en el texto que acabamos
de leer queda muy clara la conciencia de Pablo, de que la capacidad del ministro
para entender y explicar así las Escrituras, es un don, una gracia por la cual
exulta y que lo hace capaz de explicarlas: “¿Y
quién es capaz de esto?” pregunta
Pablo. Aquél a quien el Señor capacita: “que
hace que siempre triunfemos en Cristo y que manifiesta en todo lugar el olor de
su conocimiento por medio de nosotros”.
La interpretación y predicación de la Escritura es para
san Pablo, como revela este texto, más que algo que hace el apóstol, algo que
hace Dios en el apóstol y a través de él. Una obra divina de la que el apóstol
es servidor.
Por eso los frutos o efectos de la Escritura en un caso y en otro son tan opuestos como la vida y la muerte, como los perfumes de un convite y los hedores de un sepulcro. En un caso obra carnal y mortal, en el otro espiritual y viviente.
La violencia del contraste muestra el empeño de Pablo en subrayar la abismal diferencia entre la utilización humana de la Escritura y su theopneusis más la revelación divina de su sentido,
Los unos la suministran como un veneno. El Apóstol como un remedio salvador. La letra es la misma. El Espíritu del lector es lo que cambia.
Para Pablo, el olor a muerto viene de aquéllos a quienes mata la letra de una Escritura leída sin el Espíritu de Cristo, que es Quien la hace vivificante.
¡Peor
aún! Esa letra, a falta del divino Espíritu, es interpretada de tal manera que
cierra el camino a la fe en Cristo e impide creer en él: “Nosotros tenemos una ley, y según
nuestra ley él debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios”
(Juan 19, 7).
Que esa letra mata, no es una deducción racional. Es la
comprobación de un hecho histórico. Porque esa letra mató a Cristo y sigue
matando a todos aquellos a quienes impide creer en Él. Es un instrumento del
que es homicida desde el principio (Jn 8, 44)..
La
imagen del olor a Cristo o el olor a muerte revolotea sobre todo este pasaje de
la segunda a los corintios y se proyecta hacia lo que dice san Pablo, algo más
adelante, sobre la condición de por sí ambivalente de la Escritura que, por
eso, puede ser mortífera y sembrar olor de muerte, o que – por el contrario -
puede ser perfumada por el Espíritu con el buen olor de Cristo y vivificar.
Aunque
Pablo no explicite la conexión entre estas metáforas, (rúaj: Espíritu y ríaj
perfume) creo que el contexto mismo es elocuente y muestra que están conectadas
en la mente de Pablo y que por eso las relaciona: “El mismo nos capacitó como
ministros del nuevo pacto, no de la letra,
sino del Espíritu. Porque la letra mata,
pero el Espíritu vivifica” (2
Cor 3, 6[7]
).
Pablo vuelve a expresar insistentemente su convicción de
que la interpretación de la Escritura es fruto de una capacitación carismática:
“El mismo nos capacitó como
ministros”.
Al reflexionar acerca del lugar
de las Sagradas Escrituras en la Homilía y su relación con los frutos de la
predicación, es bueno que
recuperemos y tengamos presente el distingo paulino. Pero también que renovemos
nuestra conciencia de que el que nos capacita para entenderla y predicarla; de
que el que nos hace capaces, es el Señor.
Sin el Espíritu de Cristo, las
Escrituras son letra que mata. Si antes de Cristo podían instruir, llegado
Cristo, o son inspiradas por su Espíritu o se hacen mortales enemigas de la
vida en Cristo. Lo que las instituye, desde Cristo en más, es que el Espíritu
de Cristo las inspira.
Según sea la rúaj, el Espíritu
en que se las predique, será el ríaj, el perfume que produzcan.
Creo que he logrado ir
dibujando lo que supone la expresión “toda escritura es inspirada por
Dios”. Y que ella significa que es inspirada por y a partir del Espíritu de
Cristo. Hay en ellas ciertamente espíritu. Son ciertamente inspiradas. Pero si
el intérprete no las lee en el mismo Espíritu, opera como un filtro. Cuela el
Espíritu vivificante y deja la letra mortal en manos del espíritu homicida,
del padre de la mentira.
El Espíritu Santo,
ciertamente, inspiraba también a los hagiógrafos antes de Cristo pero en
vistas a su manifestación. Si una vez manifestado Cristo y derramado su Espíritu,
no se las lee en el Espíritu, entonces se quedan en letra. Y matan.
Animadas por el Espíritu de
Dios, derramado por Cristo, entonces son provechosas para todo lo que Pablo
enumera. difunden en la Iglesia el buen aroma de Cristo.
Los fieles como Sagrada Escritura
Quiero llamar la atención aún
sobre otro hecho que arroja aún más luz sobre nuestro objeto de reflexión y
estudio.
Pablo intuye y sugiere que
existe una analogía entre las Escrituras “inspiradas”, (o “perfumadas”)
por Cristo y la vida de los fieles en los que se ha infundido el espíritu de
Cristo y son buen olor de Cristo (Ef 5, 2; 2 Cor 2, 14-16)..
Podría hasta preguntarse si
para Pablo en realidad, si la Sagrada Escritura no es como un tipo de la
Iglesia. y si Iglesia no es, a partir de Cristo, la verdadera Sagrada Escritura:
“Vosotros
sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos
los hombres. Vosotros habéis demostrado que sois una carta de Cristo, de la que nosotros fuimos los amanuenses, escrita no con
tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las
tablas de corazones humanos.(2Cor 3, 2-3 [8]).
Es posible reconocer en la
comparación de los fieles con una carta escrita por Cristo (2 Cor 3, 2-3), el
resultado de una meditación o midrash cristiano de las profecías acerca de la
nueva alianza, escrita en corazones de carne y no de piedra “pondré
mi ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré” (Jer 31,33 cfr.
Ez 11,19; 36, 26).
Y es posible, asimismo,
sospechar que el olor de vida o muerte en el contexto próximo, provenga de un
midrash cristiano de la visión de Ezequiel, del campo de muerte y de los huesos
secos, de los sepulcros abiertos y la efusión vivificadora del Espíritu: “os
haré salir de vuestras tumbas... infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis”
(Ez 37, 12-14).
En los cristianos Pablo vio
cumplidas estas escrituras. En ellos se ha infundido el Espíritu prometido y
podrían ser llamados theopneustoi con
igual razón que las Escrituras. Y viceversa: una Letra letal de la Escritura,
habiendo sido vivificada como por el soplo del Espíritu profetizado por
Ezequiel, ha sido inspirada por Dios: theopneustós
y se ha vuelto provechosa para la vida de los hombres de Dios.
Reconforta meditar este hecho.
Cristo, sigue ocupado en seguir escribiendo, con Espíritu Santo esa escritura
viviente en los corazones de los fieles. Cristo habla por igual e inspira por
igual la Sagrada Escritura y el corazón de los fieles.
El lugar de la Escritura en la
Homilía en relación al fruto de la predicación queda así iluminado con otra
luz más.
Si la Escritura es provechosa
para la vida de los fieles, es porque existe entre ella y los creyentes, una compatibilidad
pneumática derivada de la participación
y comunión en el mismo Espíritu, que inspira, a cada uno a su manera, tanto a
los hagiógrafos como a los fieles.
El movimiento propio de la
nueva dispensación no va de la Escritura al Espíritu, sino del Espíritu a la
Escritura. Y desde la Escritura, ahora Sagrada porque insuflada por Dios con su
Espíritu, la hace “provechosa” para escribir la carta viva en los
corazones.
Lo que perfuma la vida de los
fieles no son las obras de la ley, sino el perfume de Cristo en una conducta de
hijos y según el Espíritu. No es la moral la que perfuma la fe, sino la fe, la
que perfuma la conducta.
De
acuerdo con esta clave de interpretación del pensamiento paulino acerca de la
eficacia espiritual de las Sagradas Escrituras, podemos leer e interpretar también
este otro texto de san Pablo:
“Todo
lo que ha sido escrito antes, ha sido escrito para nuestra enseñanza (didaskalían),
a fin de que por la paciencia (hupomoné) y por la consolación (dia tes
parakleseos) de las Escrituras tengamos esperanza”.(Rom 15,4 [9]).
En
otro lugar aún, Pablo se refiere a la utilidad de las palabras de las
Escrituras en el combate de la vida apostólica:
“Las
armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas, por virtud de Dios,
para derribar fortalezas; con ellas derribamos todos los sofismas y toda altanería que se yergue contra la ciencia de Dios, y
reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Jesucristo,
y estamos dispuestos a vengar toda desobediencia”
(2 Cor 10, 3-6).
Esa
es el arma con el que, al final de su vida, reconoce haber librado el buen
combate como buen soldado de Cristo (2 Tim 2. 3-4; 4, 7).
A
la luz de esta enseñanza y mediante el discernimiento del aroma de vida o de
muerte que producen, han de ser juzgados los frutos de las interpretaciones de
la Escritura. No sólo la de los contemporáneos judaizantes de Pablo, sino de
nuestros exegetas contemporáneos y de sus métodos de interpretación.
(Lucas 24,
45)
La
afirmación paulina acerca de la utilidad y la eficacia espiritual de la
Escritura inspirada por Dios, tiene su fuente en el ejemplo y en la enseñanza
de Cristo resucitado y en la experiencia de la eficacia que el mismo Cristo le
sigue comunicando a sus ministros para hacerlos capaces.
Se
trata de una eficacia, una virtualidad, que Cristo confiere tanto a la Escritura
como al intérprete. Él los capacita para entender las Escrituras.
La
Constitución Dei Verbum ha expresado este hecho en estos términos, tomados de
San Jerónimo: “la Escritura ha de ser leída en el mismo Espíritu con que
fue escrita” (Nº 12).
Si
nos preguntamos ahora acerca de algún pasaje evangélico donde podamos
encontrar las fuentes de esta doctrina paulina sobre la inspiración cristiana
de la Sagrada Escritura, viene espontáneamente al pensamiento el capítulo 24
del Evangelio según San Lucas que nos presenta a Jesucristo resucitado como al
grande y veraz intérprete e inspirador de la Escritura.
En
el caso de los discípulos de Emaús, los conforta, consuela, consolida en la fe
y los devuelve a la comunidad. Pero voy a dejar de lado aquí el episodio de Emaús
y voy a tomar en consideración la segunda explicación de las Sagradas
Escrituras, - a todos los discípulos -, y los efectos de gracia que Jesús le
asocia.
En
esta segunda Lectio de Sacra Pagina Jesús,
apareciéndose a todos reunidos, no solamente les enseña sino que opera en
ellos al mismo tiempo una multiplicidad de dones, gracias u operaciones de
gracia, capacitándolos con gracias gratis
datae o sea con carismas 1) abre sus inteligencias para entender las
Escrituras; 2) convierte en testimonio lo que hasta entonces era mera
experiencia o memoria de lo vivido junto a él; 3) los instituye apóstoles y 4)
los envía en misión, 5) con poderes de lo alto para perdonar pecados y
expulsar demonios.
Este
episodio nos ilustra, pues, cabalmente, acerca del lugar que tienen las Sagradas
Escrituras en la predicación de Jesucristo, y de su relación con sus frutos[11]
o su eficacia propia en la Iglesia y su misión universal. Arroja abundante luz
sobre el lugar que, desde entonces, ocupará la Sagrada Escritura en la
predicación de los ministros de la Iglesia, y en particular, en la Homilía.
Ese lugar no es exclusivamente de orden lógico o intelectual. No es pura
gnosis. Puro saber y punto. Sino que va investido de poder. Como dijera Pablo:
“mi predicación y
mi anuncio no consistieron puramente en alegatos persuasivos de sabiduría,
sino en argumentos del Espíritu y de poder” (1 Cor 2, 4 [12]).
Era una predicación “theopneustés”, henchida de fuerza espiritual y
divina, que convencía no sólo por la fuerza de sus razones sino por el poder
de sus efectos de gracia.
Oigamos
pues la narración evangélica y examinemos las enseñanzas que encierra sobre
el hecho que estamos considerando:
“Y
[Jesús] les dijo: --Estas son las palabras
que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliesen todas las cosas que están escritas
(panta ta gegramména) de mí en la Ley de
Moisés, en los Profetas y en los Salmos.
Entonces
les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras, y les dijo:
--Tal como está escrito
En
esta explicación de las Escrituras Jesús afirma que la misión de los apóstoles,
su predicación y su testimonio a las naciones para perdón de los pecados y
conversión de todos los hombres, es también parte del cumplimiento de las
Escrituras. Las Escrituras no hablaban solamente de la misión de Jesús, sino
también de la misión de sus discípulos. En el fondo se trata de una sola misión,
porque como dice Jesucristo resucitado: “así como el Padre me envió, así os
envío a vosotros” (Jn 20, 21 [14]).
Un mismo designio del Padre preanunciado en las Escrituras se extiende a la misión
del Hijo y abarca la misión de los hijos. Los apóstoles y sus sucesores tienen
que “completar lo que falta a la misión del Hijo” (Cfr Col 1, 24)
Interpretación
como carisma. Interpretación y carismas.
Quiero
insistir en el hecho de que Jesucristo no se limita solamente a explicarles las
Escrituras. Su explicación va acompañada de diversas operaciones de gracia.
Pablo,
es muy consciente de que debe ser capacitado, de que debe ser hecho capaz de
predicar las Escrituras y difundir el perfume de Cristo. “Y para hacer todo esto ¿quién será capaz?” (2 Cor 2,16 [15])
Por
lo tanto, en los que son enviados como él lo fue, la explicación de la
Escritura no basta por sí sola, si no va acompañada de operaciones de gracia.
Jesús envía a predicar con poder de expulsar demonios. Y Pablo les recuerda a
los corintios que ha predicado con demostración de Espíritu y poder (1 Cor
2,5)
Éste
es el fundamento de la convicción perenne y universal en la Iglesia de que el
fruto de la predicación no lo aseguran ni la sola elocuencia, ni la sola
ciencia bíblica, por excelentes que sean, sino que es necesaria una sabiduría
testimonial, que da el Señor a quien quiere llamar y enviar, y que se ha de
recibir 1) por la docilidad en recibir su llamado, 2) por la fidelidad en el
desempeño de la administración confiada y 3) por la constancia en la oración.
Al
oficio de la palabra, conviene que se junten los carismas de la palabra.
El
texto evangélico que hemos leído lo demuestra. En él encontramos mencionadas,
una tras otra, varias operaciones de gracia.
Primero
una apertura de la inteligencia para comprender las Escrituras: “les
abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras”.
Luego la institución como testigos: “vosotros
sois testigos de estas cosas”.
La apertura de la inteligencia no sólo les hace comprender las Escrituras, sino
los hechos de la vida de Jesucristo con las que se iluminan recíprocamente. Y
de esta comprensión de las Escrituras por la vida de Jesús, y de la vida de
Jesús por las Escrituras, resulta la aptitud testimonial. No hubiera bastado
vivir lo vivido sin entenderlo desde las Escrituras, como cumplimiento del
designio divino. De la nueva inteligencia de las Escrituras resulta su nueva
condición de testigos. Se trata pues de otra operación de gracia: la institución
como testigos ante el mundo.
Insisto en esta observación: la condición testimonial
exige por un lado haber vivido con Jesús y por otro lado la inteligencia de lo
vivido a la luz de una inteligencia de las Escrituras. Se da testimonio de que
Jesucristo, con los hechos de su vida, dio cumplimiento a las Sagradas
Escrituras.
Una tercera operación de gracia es el envío de los
testigos en misión, para que prediquen lo que han visto de Jesucristo y
entendido a la luz de la Escritura.
Esa misión comprende dos aspectos: primero, el testimonio de lo vivido y entendido a la luz de las Escritura, o sea lo que han de ir a predicar y segundo, el poder con que
Dios hará eficaz su predicación acreditándolos como enviados.
Esta
misión los pone en comunión con la misión de Jesús y la prolonga y continúa.
Pero
para que puedan salir a cumplirla es necesaria todavía una cuarta operación de
gracia: “enviaré sobre vosotros la
promesa de mi Padre”... para que
“en su nombre se predique el arrepentimiento y la remisión de pecados en
todas las naciones”.
Me
importaba detenerme a señalar estas operaciones de gracia, porque el lugar que
tiene la Escritura en la Homilía no puede entenderse del todo, como lo he
adelantado, si se lo describe solamente en el plano lógico, intelectual, del
puro conocimiento. Al estilo de: “tenemos que capacitarnos para una predicación
más bíblica, vamos a pedir algunos cursos de exégesis, o vamos a buscar
algunos libros para estudiar más Biblia”. O a contraluz, en tonos de
lamentación, de autocrítica o reproche: “nuestra predicación es poco bíblica”
o “nuestros fieles no conocen la Biblia”. Estas observaciones podrán tener
algo o mucho de verdad, pero no son toda la verdad sobre este asunto y de estas
medias verdades se pueden sacar falsas conclusiones e intentar remedios peores
que la enfermedad.
Uno
de esos errores peores que la enfermedad sería enfrascarnos en un biblicismo de
estilo protestante, que comienza por la libre interpretación, sigue por la
interpretación arbitraria; involuciona puritanamente en un legalismo neojudío
y termina en la incredulidad racionalista.
El engarce de la Escritura en la predicación de la Iglesia, en la misión de los testigos, es un engarce de gracia. Y esa operación es una operación de Jesús mismo con la donación del Espíritu enviado por el Padre.
El lugar de la Escritura en la Homilía era, como vimos, el lugar que Jesús les daba a las Escrituras en su propia predicación.
La función o el lugar de las Escrituras en atención a los frutos de la predicación, es el de los frutos que Jesús resucitado aseguró y sigue asegurando a la predicación de los testigos que él envió y sigue enviando a dar testimonio de Él a la luz de las Escrituras.
Es
Jesús quien seguirá abriéndonos la inteligencia 1) para la comprensión de
las Escrituras; 2) para comprender lo vivido por Él, a la luz de las
Escrituras; 3) para convertirnos en testigos suyos ante los demás y 4) para que
nuestra predicación pueda operar frutos de conversión y santidad: "no me elegisteis Vosotros a mí;
sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto,
y para que vuestro fruto permanezca”
(Jn 15, 16 [16]).
Los
frutos no vienen de la mera Escritura. Ni la Escritura, ni la ciencia bíblica
dan, - ni pueden dar -, fruto por sí mismas en la predicación. No basta la
letra, que, como le hemos oído decir a Pablo, por sí sola mata, aunque sea
examinada y expuesta según los últimos y más refinados métodos exegéticos.
Es necesario que la predicación bíblica vaya acompañada de los carismas
propios de la predicación.
Aún
después de alcanzado un doctorado en exégesis bíblica, sigue siendo necesario
que Jesús nos abra la inteligencia de las Escrituras. Toda la erudición de un
doctor en Sagrada Escritura, que no es en sí desdeñable, no es suficiente para
hacer de él un testigo. Ni para darle por sí sola, a su predicación, eficacia
salvífica alguna.
Los frutos los sigue prometiendo, asegurando y
concediendo Él. “Sin mí nada podéis hacer” (Jn 15, 5[17]).
No
basta siquiera el testimonio, - munido o desprovisto de capacitación académica
-, si Jesús no le confiere al testigo ell don de la palabra eficaz, que mueva
las almas y llene las redes, como se las llenó a Pedro en el sermón de
Pentecostés, después del cual se convirtieron “unas tres mil almas” (Hch
2, 41).
Por
cierto que el amor a Jesús hará amar y estudiar la Escritura, ojalá también
en la academia. Y que el estudio amoroso preservará de la curiosidad
irreverente, corrupción del verdadero espíritu académico eclesial, que
explora el texto sagrado y lo examina carnalmente, que podría llegar hasta
tabernear con la Escritura, para muerte en la letra.
“Regocijáos
de que vuestros nombres estén escritos en el cielo”[18]
La
inteligencia de las Escrituras, no es solamente condición necesaria para
convertirse en testigo y un supuesto imprescindible para la misión y la
predicación Es también necesaria
para comprender la propia vocación y misión como designio eterno del Padre y
como operación de gracia obrada por Jesucristo resucitado.
En
efecto, Jesucristo presenta la misión de los que envía a predicar como algo
que ya estaba escrito en las Sagradas Escrituras y que pertenece al cumplimiento
de designios eternos: “Así está
escrito, que... se predicara en su nombre la conversión para perdón de los
pecados a todas las naciones” (Lc 24, 46-47).
La
condición de testigos y apóstoles, como participación en la misión misma del
Hijo, introduce en el designio eterno del Padre y es motivo de regocijo para Jesús.
Las Escrituras se cumplen, también, en la predicación de las que ellas son parte integrante.
Hay
en el acto de predicar “in nomine
Christi” una profundidad misteriosa a la que apunta nuestra misión como
Hijos: todo nuestro ser ha de ser palabra del Padre. Y ser hijos es el motivo
del regocijo verdadero.
Vengo
considerando el lugar de la Escritura en la Homilía y mostrando cómo, en el
uso que hace de ellas Jesús resucitado, ellas van acompañadas de múltiples
operaciones de gracia.
Pero
se ve claro que estas operaciones de gracia no las producen las Escrituras por sí
mismas, sino que son obra del Resucitado. Jesucristo, quien, a la vez que las
explica abre las inteligencias para entenderlas y obra los demás efectos de
gracia..
La
Iglesia ha aprendido de Jesucristo resucitado a darle a las Sagradas Escrituras
el lugar que deben tener en la predicación.
Baste
recordar cómo argumenta Pedro - en su sermón de Pentecostés - en base a las
Escrituras acerca de su cumplimiento en Jesucristo.
No podemos dudar que, en ese sermón, se reflejan las enseñanzas del mismo Jesús.
Pedro
Puede entender y explicar todo lo vivido junto a Jesús a la luz de las
Escrituras, gracias a que ha recibido la efusión del Espíritu Santo. Habiendo
recibido el don de la palabra, las palabras divinas despliegan en sus labios
toda su virtualidad: llegan al corazón y conmueven a los oyentes moviéndolos a
conversión y al bautismo.
Si
bien el Sermón de Pedro no es una homilía en una eucaristía doméstica, sino
el anuncio del kerygma dirigido a suscitar la fe donde aún no la hay, mutatis
mutandis, el lugar de la Escritura en la Homilía en razón de los frutos,
es el mismo.
Pero
volvamos un poco sobre el texto del evangelio de Lucas, capítulo 24, 44ss,
Este
discurso de Jesucristo resucitado se presenta como un nuevo Deuteronomio. Como
el Deuteronomio cristiano.
Voy a explicar algo más estas afirmaciones.
Así
como el Deuteronomio es, en el Antiguo Testamento, una repetición de la ley, un
“deuteros nomos”, así también
Jesús aparece explicando de nuevo la Ley, los profetas y los salmos, o sea toda
la Escritura, a la luz de su persona y de su vida y muerte, a la luz de su
propio misterio, que ha de ser primero re-comprendido y luego anunciado en medio
de todos los pueblos, en vistas a obtener frutos de fe, conversión, salvación
y santidad.
Atendamos
bien a las palabras con que Jesús introduce su explicación de las Sagradas
Escrituras: “Estas son aquellas palabras
mías[19]
que os hablé estando aún con vosotros”. Lucas quiere trasmitirnos las
palabras del Resucitado de las que se desprende esta visión de sus enseñanzas
como un nuevo deuteronomio cristiano.
El
libro del Deuteronomio comienza, llamativamente, con esas mismas palabras:
“Estas son aquellas palabras[20]
que dijo Moisés del otro lado del Jordán”. Y de esas palabras con que
empieza recibe su nombre en el canon judío, donde el libro que nosotros
nombramos como Deuteronomio es conocido por sus primeras palabras como “Élleh
haddebarim” =. “Éstas son las palabras”.
¿Cuál
es pues el sentido de este nuevo deuteronomio cristiano en el que Jesús retoma
todas las Sagradas Escrituras, las explica y abre la inteligencia para
entenderlas mediante el Espíritu Santo en vistas a la misión?
Para
entender la intención del Resucitado al presentar sus enseñanzas como un nuevo
Deuteronomio conviene que consideremos la naturaleza de este último libro del
Pentateuco. El Deuteronomio es un libro eminentemente dirigido a la práctica, que retoma la revelación para proponerla a
la fe y a la fidelidad. En él se resume la Escritura en vistas a los frutos.
Expliquemos
algo más esta afirmación.
El
énfasis del Deuteronomio está en el cumplimiento de la Ley. A un pueblo que ya
conoce la ley, Moisés le repite la historia de la salvación para moverlo al
cumplimiento de la ley. La rememoración deuteronómica una recapitulación de
la Ley que apunta a la renovación de la Alianza. Es memoria de la Alianza en
vistas a su renovación, a la observancia de lo mandado y a la práctica del
amor fiel entre el pueblo y Dios..
Si
el Deuteronomio recuerda las iniciativas salvíficas, es para mover a la
respuesta. Y la respuesta ha de ser una conducta fiel. Se ha dicho con razón
que la moral de la Alianza es una moral de respuesta[21].
Es, en todo caso, una moral religiosa.
A
semejanza del antiguo Deuteronomio, el deuteronomio cristiano que pronuncia
Jesucristo resucitado, es también memoria de las Escrituras y está también
dirigido a la práctica y a la acción.
Jesucristo
les recuerda también, a sus discípulos, las palabras y las cosas que les había
dicho y lo que había hecho en vida. Jesucristo ilumina las Escrituras, a la luz
de los sucesos de su vida, pasión y resurrección
y rememora las Escrituras a la luz de los recientes hechos.
Como
se ve, este deuteronomio cristiano, apunta también a la práctica y a la acción,
pero se trata ahora de la acción de la gracia que abre las inteligencias, que
instituye testigos, que envía apóstoles y que convierte naciones. Y de la
docilidad de los elegidos y enviados, que ha de reflejar la obediencia amorosa
del Hijo.
El
deuteronomio cristiano culmina con una invitación a dejarse recubrir con la
gracia prometida que Jesús va a enviar desde el Padre.
Conviene
recordar, de paso, que en hebreo, la palabra “dabar” significa tanto
“palabra” como “cosa”. Elleh
haddebarim significa pues, “estas son
las palabras” (que dije) o “estas son las
cosas” (que sucedieron, o que hice).
En
el deuteronomio cristiano, Jesús comienza refiriéndose a sus palabras:
“estos son los logoi que os dije”,
pero después se refiere al testimonio de los hechos.
También
en la vida de Jesús sus debarim- palabras
se iluminan recíprocamente con sus debarim-hechos-cosas-acontecimientos.
Esta
ley de circularidad entre palabras y hechos es la que gobierna la explicación
de las palabras de la Escritura a la
luz de los hechos de la vida de Jesús.
Y
viceversa, los hechos de la Escritura a la luz de las palabras del Señor.
Esta
misma ley es la que gobierna el así llamado sentido
típico de las Escrituras..
San
Pablo explica el sentido típico de los hechos del Antiguo Testamento para
nosotros, basándose, muy probablemente en una enseñanza que se remonta a Jesús
mismo: “Estas cosas sucedieron como
figura para nosotros” (1 Cor 10, 6[22]).
“Estas
cosas les acontecieron como ejemplos y están escritas para nuestra instrucción,
para nosotros” (1 Cor 10, 11[23]
).
La
Homilía cristiana, es un lugar donde Jesús resucitado realiza operaciones de
gracia. Predicar la Homilía es lo que podríamos llamar ejercitar el
deuteronomismo cristiano, reiterar la explicación cristiana de las Escrituras,
mostrar cómo y dónde tienen su cumplimiento; y viceversa, señalar el lado de
gracia de los hechos, mostrar en ellos el cumplimiento del designio del Padre
contenido en las Escrituras.
El
lugar de las Escrituras en la Homilía, tiene, pues, - por institución divina
podríamos decir, o por voluntad del Padre y ministerio de Cristo- , una
eficacia y un lugar en la evangelización, en la conversión, en la salvación
de todos los hombres.
Es
lo que podríamos llamar “la eficacia espiritual” de la Escritura, o su
“eficiencia de gracia”.
[1] Y
ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a
Jesucristo a quien tú has enviado.
au[th de,
evstin h` aivw,nioj zwh, i[na ginw,skwsin se. to.n mo,non avlhqino.n qeo.n
kai. o]n avpe,steilaj VIhsou/n Cristo,nÅ
[2]
pa/sa
grafh. qeo,pneustoj kai. wvfe,limoj pro.j didaskali,an( pro.j evlegmo,n(
pro.j evpano,rqwsin( pro.j paidei,an th.n evn dikaiosu,nh|( i[na a;rtioj h=| o` tou/ qeou/ a;nqrwpoj( pro.j pa/n e;rgon
avgaqo.n evxhrtisme,nojÅ
[3]
ouv ga,r evsmen w`j oi`
polloi. kaphleu,ontej to.n lo,gon tou/ qeou/( avllV w`j evx eivlikrinei,aj(
avllV w`j evk qeou/ kate,nanti qeou/ evn Cristw/| lalou/menÅ
[4]
to. ga.r gra,mma
avpokte,nnei( to. de. pneu/ma zw|opoiei/Å
[5] “El posadero ha pasado a la historia como el prototipo del perfecto bribón: perfidus hic caupo dice Horacio (Sátira I,1, V, 29) y en otro lugar;: “cauponibus... malignis” (Sátira I,5, V, 4)” dice Ugo Enrico Paoli, Urbs. La vida en la Roma Antigua, Ed. Iberia, Madrid 1956, p. 304.
En cuanto al griego kaphleu,w este verbo se usó en diversas épocas para describir comportamientos de pequeños comerciantes al por menor, que traficaban con cosas usadas o robadas, y que tanto robaban vendiendo como vendían robando. Gentecilla que perseguía mezquinamente una exigua ganancia por cualquier medio, pudiendo malvender cosas valiosas con tal de sacar algo pronto. Avezados a falsificar o adulterar su mercadería, incluidos los alimentos que vendían a los viajeros, aún a sabiendas de que eran comidas pasadas. En su profesión se avezaban en un discurso halagador y mentiroso Pero también metafóricamente para comportamientos mezquinos o bajos, de militares o sabios, indignos de su categoría.
[6] Tw/|
de. qew/| ca,rij tw/| pa,ntote qriambeu,onti h`ma/j evn tw/| Cristw/| kai.
th.n ovsmh.n th/j gnw,sewj auvtou/ fanerou/nti diV h`mw/n evn panti. to,pw|\
o[ti Cristou/
euvwdi,a evsme.n tw/| qew/| evn toi/j sw|zome,noij kai. evn toi/j
avpollume,noij(oi-j me.n ovsmh. evk qana,tou eivj qa,naton( oi-j de. ovsmh.
evk zwh/j eivj zwh,nÅ kai. pro.j tau/ta ti,j i`kano,jÈ
[7]
o]j
kai. i`ka,nwsen h`ma/j diako,nouj kainh/j diaqh,khj( ouv gra,mmatoj avlla.
pneu,matoj\ to. ga.r gra,mma avpokte,nnei( to. de. pneu/ma zw|opoiei/Å
[8]
h` evpistolh. h`mw/n u`mei/j
evste( evggegramme,nh evn tai/j kardi,aij h`mw/n( ginwskome,nh kai.
avnaginwskome,nh u`po. pa,ntwn avnqrw,pwn( fanerou,menoi o[ti evste.
evpistolh. Cristou/ diakonhqei/sa u`fV h`mw/n( evggegramme,nh ouv me,lani
avlla. pneu,mati qeou/ zw/ntoj( ouvk evn plaxi.n liqi,naij avllV evn plaxi.n
kardi,aij sarki,naijÅ
[9]
o[sa ga.r proegra,fh( eivj th.n
h`mete,ran didaskali,an evgra,fh( i[na dia. th/j u`pomonh/j kai. dia. th/j
paraklh,sewj tw/n grafw/n th.n evlpi,da e;cwmenÅ
[11] Hablo de frutos en sentido genérico, como sinónimo de efectos de gracia en general. No empleo esta palabra con el sentido técnico que tiene en la teología de la gracia donde tradicionalmente se distingue entre dones y frutos del Espíritu.
[12] kai.
o` lo,goj mou kai. to. kh,rugma, mou ouvk evn peiqoi/ÎjÐ sofi,aj Îlo,goijÐ
avllV evn avpodei,xei pneu,matoj kai. duna,mewj(
[13] Ei=pen
de. pro.j auvtou,j( Ou-toi oi` lo,goi
mou ou]j evla,lhsa pro.j u`ma/j e;ti w'n su.n u`mi/n( o[ti dei/
plhrwqh/nai pa,nta ta. gegramme,na
evn tw/| no,mw| Mwu?se,wj kai. toi/j profh,taij kai. yalmoi/j peri. evmou/Å
to,te dih,noixen auvtw/n to.n nou/n tou/ sunie,nai ta.j grafa,j\ kai. ei=pen
auvtoi/j o[ti Ou[twj ge,graptai paqei/n to.n Cristo.n kai. avnasth/nai evk
nekrw/n th/| tri,th| h`me,ra|( kai. khrucqh/nai evpi. tw/| ovno,mati auvtou/
meta,noian eivj a;fesin a`martiw/n eivj pa,nta ta. e;qnhÅ avrxa,menoi avpo.
VIerousalh,m u`mei/j ma,rturej tou,twnÅ
kai. Îivdou.Ð evgw. avposte,llw th.n evpaggeli,an tou/ patro,j mou evfV
u`ma/j\ u`mei/j de. kaqi,sate evn th/| po,lei e[wj ou- evndu,shsqe evx
u[youj du,naminÅ (Lc 24, 44-4 9)
[14]
kaqw.j avpe,stalke,n
me
o`
path,r(
kavgw.
pe,mpw
u`ma/jÅ
[15]
kai. pro.j tau/ta ti,j i`kano,jÈ
[16]
ouvc u`mei/j me evxele,xasqe( avllV evgw. evxelexa,mhn u`ma/j kai. e;qhka
u`ma/j i[na u`mei/j u`pa,ghte kai. karpo.n fe,rhte kai. o` karpo.j u`mw/n
me,nh|(
[18] plh.n evn tou,tw| mh. cai,rete o[ti ta. pneu,mata u`mi/n
u`pota,ssetai( cai,rete de. o[ti ta. ovno,mata u`mw/n evgge,graptai evn
toi/j ouvranoi/jÅ
[19]
“Y les dijo: Estas son las palabras
que os hablé, estando aún con vosotros” (Lc 24, 44)
Ei=pen de. pro.j auvtou,j( Ou-toi oi` lo,goi mou ou]j evla,lhsa pro.j u`ma/s.
[20]
“Estas son las palabras que
Moisés habló a todo Israel al otro lado del Jordán, en el desierto,
en el Arabá” (Dt 1,1)
!Der>Y:h; rb,[eB rB'd>MiB
.laer'f.yI-lK'-la hv,mo rB,DI rv,a]
~yrIb'D>h; hL,ae
[21] “Le but de l’ouvrage (du Deutéronome) est précisément de rappeler au peuple ce qu’il est, le peuple-en-alliance-avec-Yahvé, afin de l’amener à se conduire en conséquence” Jean L’Hour, La Morale de l’Alliance, Gabalda, París 1966, cita en pág. 110
[23] tau/ta
de. tupikw/j sune,bainen evkei,noij( evgra,fh de. pro.j nouqesi,an h`mw/n(
eivj ou]j ta. te,lh tw/n aivw,nwn kath,nthkenÅ