BIBLIA - CONFERENCIAS - DATOS DEL AUTOR - ESPIRITUALIDAD - ESPIRITUALIDAD IGNACIANA - FE Y POLÍTICA - LAICOS - MARÍAPARÁBOLAS Y FÁBULAS - POESÍA - RELIGIOSOS - TEOLOGÍA

 

 

 

 

EL SERMÓN DE LA MONTAÑA  (69)

Lectura guiada de Mateo capítulos 5 al 7

Vivir como el Hijo – Vivir como Hijos.

 

NUESTRAS” OFENSAS

  A los hijos les duele ver al Padre ofendido y sienten como propias las ofensas de todos.

 

No comparecemos ante el Padre en forma individual. Jesús no nos enseñó a decir: “mis” ofensas, o “mis” deudas, sino “nuestras” ofensas. Se trata de las ofensas que recibe el Padre de parte de sus hijos y de los que se niegan a la invitación de serlo. Jesús nos enseña a ponernos delante del Padre solidarios de las faltas de todos nuestros hermanos y de todos los hombres que no quieren ser hijos suyos ni hermanos nuestros. El Padre no es ofendido solamente por nosotros en forma individual. Y al que es hijo, no le duelen solamente las ofensas que le infiere él mismo. Le duele ver al Padre ofendido por sus hijos y por el desprecio con que su llamado a la Humanidad es desoído. La conciencia filial está embargada por ese dolor de ver al Padre ofendido. Ofendido por uno mismo, pero sobre todo y quizás más, por las ofensas de otros. Cuanto más crece un hijo en el temor de ofender al Padre, más le duele ver que se lo ofende y cuánto se lo ofende; y cómo sus propias ofensas se suman a un mar de menosprecio y vituperio, que tanta Bondad no merecería. Esta petición expresa el sufrimiento filial de Jesús ante la gloria del Padre conculcada por sus propios hijos. Invita a considerar la ofensa que le infiere al Padre uno mismo, pero en el contexto de las de los hermanos y de los que se niegan a oír el llamado a vivir como hijos. “Perdona, pues, ‘nuestras’ ofensas”. Siempre (y todos) nos quedamos cortos en el vivir como hijos. No le reconocemos al Padre sus derechos sobre nosotros. Y arrebatándole sus derechos, estamos en deuda con él.

Pero ¡de ahí nacen las demás injusticias entre nosotros! Por eso se enlaza el pedido de perdón con la condición de perdonar. Si fuéramos hijos perfectos, seríamos también perfectos hermanos. Si no ofendiéramos al Padre no nos ofenderíamos a nosotros. Y viceversa, si nos ofendemos y herimos, es porque ofendemos al Padre. A la comunión en la santidad se opone una especie de perversa comunión en la ofensa, la injusticia y las deudas no saldadas con Dios y con los demás.

Esta comprobación no debe, sin embargo, engendrar en nosotros una culpabilidad destructiva y desesperanzada. La petición nace de una convicción profunda de Jesús: ante el Padre de la misericordia podemos comparecer todos con todas nuestras llagas al descubierto. Y nos inspira la misma convicción. En esa escuela, sanados de todo duro juicio puritano hacia nosotros mismos y hacia los demás, aprenderemos a compadecer la llaga del que nos ofende, del que es injusto con nosotros y nos niega lo que se nos debe.

Hasta la próxima

Horacio Bojorge S.J.