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EL SERMÓN DE LA MONTAÑA (61)
Lectura guiada de Mateo capítulos 5 al 7
Vivir como el Hijo – Vivir como Hijos.
HÁGASE
TU VOLUNTAD
Este deseo es fruto del Don de Ciencia
Santo Tomás de Aquino, en su hermoso comentario al Padre Nuestro, nota que orar el Padre Nuestro es como un ejercicio de los dones del Espíritu Santo: El Espíritu Santo nos hace amar, desear y pedir rectamente. Y como es el Espíritu del Hijo, nos enseña a desear y pedir como el Hijo. El Espíritu Santo produce en nosotros, ante todo, el don del Temor. Es el temor de ofender a Dios o de que Dios sea ofendido por otros. El don de Temor nos hace desear y buscar que el nombre de Dios sea Santificado. El don de Piedad consiste en un afecto suave y devoto al Padre que nos impulsa a suplicar que venga el Reino de Dios (Nº 34). A la petición “Hágase tu voluntad” corresponde el Don de Ciencia. El Espíritu Santo nos concede el Don de Ciencia. La ciencia que el Espíritu Santo enseña al hombre es la ciencia de vivir bien. Y esto no se logra apoyándose soberbiamente y con autosuficiencia en el propio sentir, sino obrando humildemente. El Don de Ciencia enseña a no hacer la propia voluntad sino la del Padre. En esto consiste la sabiduría del Hijo y la que Él enseña a los que queremos vivir como hijos. El Don de Ciencia nos hace pedir que se haga la voluntad de Dios así en la tierra como en el Cielo. “En tal petición – dice Santo Tomás – se pone de manifiesto el Don de Ciencia”. El corazón del hombre es recto, prosigue explicando, cuando concuerda con la voluntad divina. Cristo en cuanto hombre, tiene una voluntad distinta que la de su Padre. Y refiriéndose a esta última dice que no hace su voluntad sino la de su Padre. Y por eso también nos enseña a nosotros a pedir: “hágase tu voluntad” (Nº 44). ¿Y qué es la voluntad de Dios? Santo Tomás responde: “Dios quiere tres cosas para nosotros, cuyo cumplimiento es lo que suplicamos”: 1) que alcancemos la vida eterna, 2) que guardemos sus mandamientos y 3) devolvernos la dignidad anteriores al pecado original, es decir que no haya nada en su carne contrario al espíritu (Nº 46-50). Por eso esta petición expresa el deseo de que la voluntad de Dios se realice también en nuestra carne. Y el deseo de estos tres bienes que Dios quiere para nosotros, es motivo de llanto bienaventurado, por lo que Santo Tomás muestra que este deseo nos conduce a la bienaventuranza de las lágrimas: “Bienaventurados los que lloran porque serán consolados” (Mateo 5,5). “Desde los días de Jesús esta voluntad salvífica se está cumpliendo ‘en la tierra’. Pero se cumplirá plenamente aquí, cuando el estado que existe en el cielo se haga realidad en la tierra” (H Schürmann).
Hasta la próxima
Horacio Bojorge S.J.