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EL SERMÓN DE LA MONTAÑA  (74)

Lectura guiada de Mateo capítulos 5 al 7

Vivir como el Hijo – Vivir como Hijos.

 

LA TENTACIÓN (2)

La tentación se le presenta al varón y a la mujer en forma disimétrica.

 

El pecado original desequilibró la armoniosa combinación de materia y espíritu que es el hombre. En esta creatura que somos, Dios quiso anudar armoniosamente el mundo animal y el angélico, lo material y lo espiritual, lo creatural con Lo Divino. Somos una creatura comparable al horizonte, dice Santo Tomás de Aquino, porque en el horizonte se tocan el cielo y la tierra. En nosotros se tocan la materia y el espíritu, lo humano y lo divino. Estábamos destinados a ser los diputados del universo material creado para dar gloria a Dios y cantar ‘delante de los ángeles´ (¿cómo quien los precede?).

El pecado original ha destruido, en nosotros, esa armoniosa unión entre lo animal instintivo y lo espiritual angélico. Ha cesado en el hombre, como canta y pide un himno del oficio divino, la ‘concordia de cuerpo y alma’. Debió venir la gracia a sanarlo y restablecerlo.

A consecuencia del pecado original, el ser humano, o bien se rebaja a una vida según el instinto animal, o bien se exalta en soberbia voluntad de poder, usurpando lo que es propio de lo angelical o lo divino.

Ese desequilibrio que ha introducido el pecado original, ha afectado tanto al varón como a la mujer. Pero los ha afectado en forma disimétrica. Al varón tiende más bien a bajarlo a lo animal haciéndole perder el dominio espiritual de lo pasional y lo instintivo. El pecado dominante del varón, el que más lo deshumaniza, es la lujuria. A la mujer, en cambio, tiende más bien a desordenarla por una exaltación indebida de lo anímico, de lo propiamente espiritual humano, tendiente a usurpar lo angélico o divino. El pecado dominante de la mujer es la dominación. El deseo desordenado de hacer el bien según ella lo entiende. A ella la inclina a usurpar el juicio divino acerca del bien y del mal y a incurrir en un apetito inmoderado de control. No necesariamente por malicia, sino por el bien de los suyos, ella quiere realizarlo todo tal como ella lo entiende y a toda costa. Así resulta inclinada al “ejercicio ilegal de la divinidad”. A fuerza de querer que todo sea como ella lo quiere, suele no ver a las personas, sobre todo a los que ama, como en realidad son.

Es por eso que el Tentador le ofrece a Eva, (y no a Adán) ‘ser como Dios’: por el conocimiento del bien y del mal. Y por eso Eva emplea sus ‘nuevos poderes’ para darle ‘una comida sabrosa’ a su marido. Eva usurpa ingenuamente la ‘Divina Providencia’ y Adán se ‘ceba’ como un animalito con el pan de la desobediencia. ¡No nos dejes caer en estas tentaciones!

Hasta la próxima

Horacio Bojorge S.J.