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EL SERMÓN DE LA MONTAÑA  (75)

Lectura guiada de Mateo capítulos 5 al 7

Vivir como el Hijo – Vivir como Hijos.

 

NUESTRAS OFENSAS

 ¿En qué sentido pudo orar Jesús: “perdona ‘nuestras’ ofensas”?

 

Vuelvo atrás respondiendo a una pregunta. Parecería que Jesús no se pudiese incluir en el NOSOTROS del Padre Nuestro, porque nos hace pedir: “perdona nuestros pecados”. ¡Pero Él no tuvo pecado! ¿Cómo podría incluirse entonces Jesús a sí mismo en esa petición?

Ciertamente el Padre es, como Jesús mismo dice:  “Mi Padre y vuestro Padre” (Juan 20, 17). Por lo tanto, Jesús se incluye a sí mismo en el número de los hombres que invocan al Padre como “Padre nuestro”. Él es “el primogénito de muchos hermanos” (Rom 8,29; Col 1,15).

Las tres primeras peticiones del Padre Nuestro, que son invocaciones al Padre, expresan los sentimientos de Jesús y de todos los que tienen corazón de Hijo: “¡Santificado sea tu nombre, venga tu reino, hágase tu voluntad!”.

Pero ¿en qué sentido puede decir Jesús: “perdona nuestras ofensas”? No ciertamente porque hubiese en Él pecado alguno. Él desafía a sus adversarios diciendo: “¿Quién de vosotros me argüirá de pecado?” (Juan  8,46). La carta a los Hebreos afirma que Jesús es “en todo igual que nosotros, excepto en el pecado” (Hebr 4,15). E insiste afirmando que Jesús es: “Sumo Sacerdote santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos, que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día [...] por sus pecados propios” (Hebreos 7,26). Sin embargo, Jesús se constituye “Sumo Sacerdote ... en orden a expiar los pecados del pueblo” (Hebreos 2,17). Él se solidariza y considera propios los pecados del gran Nosotros humano y del gran Nosotros filial, y se ofrece a sí mismo por los pecados de todos, como apropiándose de ellos delante del Padre. Porque “Él cargó sobre sí nuestros pecados y fue triturado por nuestras rebeldías. Él soportó el castigo que nos trae la paz” (Isaías 53,5). “Él fue contado entre los rebeldes” (a pesar de no serlo); “llevó los pecados de muchos e intercedió por los rebeldes” (Isa 53,12). “Cristo nos rescató de la maldición de la Ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros” (Gal 3,13).

“¡Perdona nuestras ofensas!” ¿Era ese el clamor de Jesús al Padre? Del que leemos: “Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente” (Hebreos 5,7-9). Jesús, nuestra cabeza, oró “una vez para siempre” (Hebr 7,27). Como oró nuestra cabeza, así conviene que ore su cuerpo; los que tienen “los mismos sentimientos que Cristo Jesús” (Filipenses 2, 5). Aunque ellos mismos hayan sido sanados y sacados de una vida de pecado, piden perdón, sabiéndose pecadores y solidarizándose con los pecadores, como el justo Daniel con y por su pueblo (Daniel 9,4-19).

Hasta la próxima

Horacio Bojorge S.J.