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UN
ESPIRITU APOCALIPTICO
EL CATOLICISMO URUGUAYO
VIDA Y OBRA DE
HORACIO TERRA AROCENA
Horacio Bojorge S.J.
[Conferencia pronunciada en el Club Católico de Montevideo el 26 de Mayo
de 1994, conmemorando el Centenario de su nacimiento]
Exordio
Queridos Amigos y Hermanos en la Fe:
Hablar en este hogar del pensamiento de los católicos uruguayos que es
el Club Católico de Montevideo, es para mí, siempre, una experiencia
espiritual, sobrecogedora y consoladora.
Sobrecogedora, por ocupar, no sin alguna confusión, una cátedra que
ocuparon tantos católicos ilustres y beneméritos. Medir esa distancia, de la
que soy muy consciente, me cohibiría, si no me confortara y consolara otro
pensamiento, o otro sentimiento: el de la acogida de esta comunión católica de
los vivos y difuntos, que me hace sentirme perteneciente a este único nosotros
con hombres como Francisco Bauzá, Juan Zorrilla de San Martín, José Luis
(Dimas) Antuña y tantos otros. Ellos fueron grandes a lo cristiano, no a lo
mundano. No grandes en el culto de la propia excelencia, sino que se agigantaron
en servicio de Cristo y de la Iglesia. Grandes en el amor a los pequeños.
Mi pertenencia gratuita a ese nosotros de la gran familia
eclesial, se me hace particularmente concreta y perceptible en este ambiente del
Club Católico, casa solariega de nuestro catolicismo uruguayo.
Recordación de Horacio Terra Arocena
Nos reúne hoy la recordación de Don Horacio Terra Arocena en el
centenario de su nacimiento, un 6 de mayo de 1984, día que era el tercer
aniversario del nacimiento para el cielo del Venerable Monseñor Jacinto Vera.
Quizás muchos de los aquí presentes lo hayan conocido más a fondo y lo
hayan tratado más prolongada y asiduamente que yo; y tendrían, por eso mismo,
muchas más cosas que contar y recordar, para hacer justicia a su memoria y para
reconocer el don de Dios que fue para nuestra comunión eclesial uruguaya.
No es difícil que así sea, porque yo lo vi y conversé con él una sola
vez en mi vida. Y a la recordación de esa visita, de sus motivos y de sus
circunstancias, se ceñirá mi recordación de hoy.
Sería, en efecto, atrevimiento y temeridad de mi parte, pretender hacer
plena justicia a la figura multifacética de este Arquitecto que fue, además,
docente, periodista, diputado, senador, estadista, escritor.
Me limito a resumir aquí su curriculum vitae.
Semblanza biográfica
Horacio Terra Arocena nació en Montevideo el 6 de mayo de 1885 [[1]].
Se recibió de arquitecto en 1918 y ejerció su profesión hasta 1966. De su
matrimonio con Da. Margarita Gallinal tuvo siete hijos y numerosos nietos [[2]].
1) Su actividad docente la ejerció durante 24 años, desde 1918
hasta 1942, como profesor de la cátedra de Estática Gráfica en la Facultad de
Arquitectura. Fue miembro del Consejo de la Facultad durante tres períodos.
Participó en el intercambio de profesores con la Universidad del Litoral
(Rosario, República Argentina) en 1941. Enseñó también, aunque durante menos
tiempo, en Enseñanza Secundaria. Fue allí profesor de Filosofía en los cursos
del Segundo Ciclo de Secundaria, conocidos como Preparatorios (a la Universidad)
de 1939 a 1942, y de Cultura Moral en el primer ciclo de Secundaria en 1937 y
1938.
2) Su actividad como hombre público pueede resumirse en cuatro facetas: a) el
periodista, como co-director del diario católico El Bien Público en
el quinquenio 1932-1937 y como director de la revista Tribuna Católica durante
dos períodos;
b)
el político, como militante en la Unión Cívica;
c)
el estadista,
como diputado por su partido desde 1942 a 1955 y como Senador en 1958; son
veinte años de servicios parlamentarios;
d)
el técnico, al servicio del bien común,
como presidente del Instituto Nacional de Viviendas Económicas (INVE) en el
quinquenio 1967-1972.
3) Su actividad de escritor: Puublicó varios folletos conteniendo
conferencias o ensayos sobre Estética, sobre Libertad de Enseñanza y de
Informes Parlamentarios. También publicó artículos y trabajos en diversas
revistas y periódicos.
Son de destacar como trabajos mayores: su libro Integración en el
Tiempo [[3]]
que fue premiado en la categoría Ensayos Estéticos y Literarios y contiene páginas
de pensamiento filosófico, reflexiones de estética, páginas universitarias,
posiciones de militancia y memorias de los que partieron.
Publicó luego El Planeta Arreit [[4]],
una utopía o novela de ciencia ficción. Con ocasión de este libro trabé
conocimiento con él.
Dejó inédita una obra de teología titulada Prólogo a la Cantata de
los Coros Angélicos. A estas dos últimas obras volveré a referirme más
adelante.
4) Reconocimientos: El rreconocimiento nacional e internacional
como profesional y como hombre público y de Iglesia se reflejó en las
siguientes distinciones y reconocimientos: fue Presidente del Congreso
Internacional de Pax Romana celebrado en Montevideo en 1962; Caballero de la
Orden de San Gregorio Magno; Miembro Académico de la Facultad de Arquitectura
de Valparaíso, Chile; Socio Honorario de la Sociedad Central de Arquitectos de
Buenos Aires.
Es obvio que, si quisiéramos rendir justo homenaje a esta personalidad
multifacética, tendrían que evaluarla y ponderarla quienes lo conocieron como
profesional, periodista, docente, estadista, técnico...
Lo mío será, por eso, mucho más modestamente, una recordación,
una evocación. De ningún modo podré rendir el merecido honor a su
memoria. Para eso debería estar aquí alguien con más títulos que yo. Pero no
considero que sea poco lo que recibí de sus escritos y, a pesar de un trato
personal exiguo y fugaz con este fiel prominente de nuestra Iglesia,
directamente de él. Y es de eso, que para mí es mucho, de lo que quisiera
poner algo en común con ustedes para evocar en familia su memoria.
Mi encuentro con Dn. Horacio Terra Arocena
Voy a recordar mi encuentro con Dn. Horacio Terra Arocena y en ese marco
del recuerdo me referiré a tres escritos suyos: 1) su libro El Planeta
Arreit, que motivó nuestro encuentro y un breve intercambio epistolar; 2)
su inédita Carta a mis amigos católicos militantes, y por fin 3) su
también inédito Prólogo a la Cantata de los Coros Angélicos.
De alguna manera, estos tres escritos sintetizan su cosmovisión o, como
él prefiere decir: mundivisión. Su libro El Planeta Arreit habla
de la Tierra y de la Ciudad de los Hombres; la Carta a mis amigos católicos
militantes da una interpretación histórico-profética de la Iglesia
postconciliar en el Mundo; el Prólogo a la Cantata de los Coros Angélicos
habla del Cielo, de Dios y de sus Angeles, reflejo creado de Dios-Trinidad en
sus procesiones tanto internas como creacionales.
El Planeta Arreit es una utopía; la Carta a los
amigos es una profecía, una visión teológica de la historia; el Prólogo
a la Cantata de los Coros Angélicos es una theoria, o contemplación
del misterio de Dios y de su creación invisible y visible, revelado a los
hombres. Es por la conjunción de estos tres rasgos que definimos el espíritu
apocalíptico de los autores bíblicos y por lo que afirmamos, seguramente para
desconcierto de muchos, que nuestro Horacio Terra Arocena, es un espíritu
apocalíptico dentro del catolicismo uruguayo.
Integración en el Tiempo
La búsqueda de la Unidad
Un aliento común anima a estas tres obras: la aspiración de conocerlo y
abrazarlo todo en la unidad, sin sacrificar la diversidad. Es lo que dice el título
de su primer libro Integración en el tiempo, al que no nos podemos
referir aquí sino circunstancialmente, pero donde están expresados los núcleos
fermentales de Horacio Terra Arocena como
pensador católico. "Integración en el tiempo" dice, en
efecto, el deseo de unir e integrarlo todo: Mundo, Iglesia y Dios. Pero por
tener que darse "en el tiempo", que todo lo disgrega, esa integración
debe lograrse con una argamasa de eternidad. Véase el pasaje de Integración
en el tiempo titulado Ser y Unidad, de donde quiero extraer algunos
pensamientos que son claves para entender a nuestro pensador:
Me he permitido esta algo extensa selección de citas, porque nos da un
retrato intelectual y espiritual de nuestro pensador. Y porque es como el
preludio intelectual de los tres escritos a los que voy a referirme.
Los escritos que voy a presentar, en efecto, se comprenden mejor teniendo
en cuenta que en las obras de esta arquitecto, respira ese impulso, esa
aspiración, tan católica y tan arquitectónica, de abrazarlo todo en la
unidad, sin sacrificar la diversidad; y esa percepción estética de la Verdad
del Ser, contemplada en su Unidad.
Es la misma intuición que dirige la Estética-Teológica y la Teodramática
de Hans Urs von Balthasar. ?Casualidad? Descartado el influjo, que no fue
posible, pienso que simplemente se trata de un mismo aire de familia.
Jugos que suben de las mismas raíces de la tradición católica, insinuaciones
del Espíritu a los fieles de un mismo siglo.
A modo de hipótesis que me gustaría compulsase algún historiador, me
pregunto si Horacio Terra Arocena no fue discípulo de Juan Zorrilla de San Martín,
que, como es sabido, enseñó largos años Estética en la Universidad.
El afán de integración que gobierna la obra del Arquitecto, no
es afán de integrismo, precisamente porque salvaguarda la totalidad y la
diversidad a la vez. El integrismo consiste en cultivar la integridad de
una parte, de un partido, perdiendo de vista el todo y a costa del bien común.
La integridad es la aspiración católica [[6]].
Y la hermosa totalidad se decía: kosmos. El de Terra es, en ese sentido,
un espíritu arquitectónicamente católico, cosméticamente filosófico y teológico,
como lo son el de San Agustín, el del Dante, el de Santo Tomas de Aquino y, a
su manera, los de Santo Tomás Moro y G.K. Chesterton, de todos los cuales,
Horacio Terra Arocena parece haber recibido el influjo. En los grandes y en los
pequeños, desde Jesús hasta nosotros, el mismo aire de familia espiritual.
Por eso me aventuro a suponer que, si Horacio Terra Arocena no hubiera integrado
en su vida la acción cívica con su servicio político y profesional, y si se
hubiese dedicado exclusivamente a escribir y enseñar, habría podido dejar
realizada una Summa Arquitectónica del saber, una Estética filosófico-teológica,
que dejó sólo esbozada en aras, precisamente, de una mayor integración vital
del pensamiento con la acción. El suyo fue un espíritu que aspiró a la unidad
y la realizó realizándose a sí mismo en una hermosa historia de santidad
personal.
Los tres escritos a que voy a referirme, bien podrían considerarse como
fragmentos de esa Summa nunca escrita. Y por eso, para apreciarlos
justamente, convenía anteponer esta algo extensa introducción
contextualizadora.
El Planeta Arreit: una Utopía
Mi encuentro con el Planeta Arreit fue casual. Lo vi en una vidriera de
una sucursal de la Librería Barreiro, en el Paso Molino. Lo compré y empecé a
leerlo. La obra me llamó poderosamente la atención. Al tiempo, la vi anunciada
en el suplemento del diario El Día [[7]],
como novedad, por una nota brevísima. Por lo demás, silencio. Me dolió que se
espesara alrededor de una obra y de un autor que merecían atención, el mismo
silencio de la ignorancia, culpable o fingida que caía sobre todo lo que no se
alineaba en la consignática político-religiosa o religioso-política del
momento. En medio del ninguneo general que aún no me había alcanzado
del todo a mí, me decidí a hablar. Tras golpear varias puertas en vano, logré
que se publicara mi reseña en el órgano de la Iglesia uruguaya Vida
Pastoral [[8]],
gracias a la acogida que generosamente le daba en ella a mis escritos su
director el Pbro. Dr. Gregorio Ribero Ithurralde.
Inserto aquí esa reseña, aparecida con el título: Astronauta
Uruguayo, porque sigo encontrándola una buena presentación de la obra.
"Este libro - nos dice su autor - no es una novela ni un
ensayo" ?Qué es?. Es Utopía, envuelta en un ropaje de
ciencia-ficción. Género exótico para el público lector uruguayo. Este libro
del compatriota, urbanista y arquitecto, llegado a la libertad de la madurez,
cautiva y hace pensar. Toma distancia de la Tierra para verla mejor. Se traslada
a otro mundo para darnos la perspectiva del nuestro; busca "un cambio
radical de perspectiva para contemplar el mundo".
Por primera vez - que sepamos - en los anales de la literatura uruguaya
nos visita este género. Y lo hace en una obra de profundo aliento humano, que
integra nuestro ser nacional y nuestra coyuntura temporal en una arquitectura
universalista.
"Debo comunicar a Uds. que existe otro planeta [= Arreit] en un
recorrido orbital que se confunde con el de la Tierra; pero situado al lado
opuesto, con respecto al Sol. Invisible desde nuestra posición terrena, e
inalcanzable por las trasmisiones, a causa del Sol mismo"
Tres astronautas vuelven a la tierra con esta noticia, tras haber
convivido con los habitantes humanos del planeta Arreit. De sus informes se
desprende una comparación de aquella sociedad planetaria - en la cual han
experimentado hace quinientos años las situaciones que hoy se están dando en
el gemelo planeta Tierra - con nuestra sociedad terrena tal como hoy es.
Moro, Chesterton y Yo
Esta es la ingeniosa trama argumental de esta utopía uruguaya. La
dedicatoria del libro a Tomás Moro, el mártir (1478-1535) y autor de Utopía;
y una referencia en el prólogo a Gilbert K. Chesterton, el humorista católico
inglés (1874-1936) y en particular a su obra El Hombre que fue Jueves,
ubican espiritualmente la actitud de Terra Arocena en relación con las
coordenadas de la seriedad del testigo, por un lado, y la cordura del humorista
por el otro. Los que miramos el teatro del mundo solemos inclinarnos al extremo
de sobredramatizar o al de banalizar las situaciones. No es sabiduría frecuente
la de sortear las simplificaciones que se crispan en el todo o nada, en
la presunción o la desesperación, en la temeridad o la cobardía, en la
agitación o la inercia, en el dogmatismo o el nihilismo. Hacerlo y conservar el
buen humor, como Tomás Moro bromeando caritativamente con el verdugo para
aliviarle el trance amargo, es ya la elegancia del sabio, que por sabiduría
elige el martirio.
Proyectista de un mundo
Terra Arocena, nacido en 1894, tiene seis años más que nuestro siglo.
No teme llamarse viejo y reconocer que, retirado de las luchas de la vida
pública, ya no actúa sobre la superficie de la tierra, donde otras
generaciones han tomado la posta de la acción y se agitan en la trepidación
pasional de los caminos, salvando obstáculos y reconociendo encrucijadas [[9]].
Pero desde su edad, como desde una órbita espacial privilegiada en la que
disfruta de ingravidez y de silencio, se siente libre. Su edad le ofrece la
oportunidad de desarrollar una reflexión personalísima, liberada de coacciones
vecinales y de normas gregarias, de opciones partidarias y de prejuicios fanáticos.
Desde su perspectiva cósmica, los obstáculos geográficos del mapamundi
social, obstáculos que parecen insuperables y divisorios al que pisa la tierra
de la acción inmediata, pierden entidad de barreras insalvables. Su órbita,
afectuosamente aceptada y asumida, abre las de sus ojos interiores para la
imaginación. Imaginación literaria en primer lugar, pero también imaginación
creadora para todas las dimensiones de la vida humana, individual y colectiva.
El Arquitecto crece, por este ejercicio de imaginación, a la dimensión de
Proyectista, no ya de una casa, sino de una ciudad y de un mundo entero. Es la
ciudad humana en su integridad: desde el diseño urbano hasta la raíz funcional
- hundida en el alma del hombre como <ser que habita [[10]]-
la que debe gobernar su plasmación geométrica. Desde su órbita, el
proyectista Terra Arocena, acomete alegremente [[11]]
la tarea de soñar y dibujar la Humanidad futura, tal como podría ser, libre de
las ataduras de sus errores. Con minucia amorosa, sueña una casa para la
Humanidad y puebla su edificio con una familia humana. No escapa a su atención
ni el ornamento vegetal, ni el animal doméstico. Robinson de un naufragio de
guerras atómicas, la Humanidad del planeta Arreit le da ocasión a Terra
Arocena para ofrecernos - como un nuevo De Foe y superando al maestro de nuestra
imaginación infantil - el deleite de un gigantesco inventario. La alimentación,
el mobiliario, la división del día y del calendario - donde Terra Arocena se
detiene con el deleite del Hombre
que calculaba -; los efectos que se siguen en Arreit de la carencia de un
satélite como la luna, forman la trama amena, llena de sorpresas, de este viaje
orbital.
Cuando la Tierra va, Arreit está de vuelta...
Este sería un subtítulo apropiado que Terra Arocena bien podría haber
dado a su libro. El mundo soñado por el autor está poblado por hombres que han
vivido los mismos problemas en los que hoy vive y se debate el hombre sobre la
Tierra. Los tres astronautas terrenos: un inglés, un francés y un alemán de
origen y educación pero uruguayo de nacimiento, confrontan sus experiencias en
vivaces diálogos con sus huéspedes arreitianos. En Arreit se recuerdan como
victorias históricas: la superación de los nacionalismos (pues vive en un
estado de dimensión planetaria, que respeta sin embargo las autonomías
locales); la superación de problemas como el control de la población; la
emancipación de la mujer; la distribución de los bienes y servicios; los
abusos del poder económico... Otros temas que no escapan a la perspicacia del
autor, lo muestran estadista experto, pensador profundo y ameno, un verdadero
filósofo de la cultura, capaz de disertar sin divagaciones sobre educación,
deportes, arte, astronomía y derecho.
Más Profecías que Memorias
A la edad del autor, los grandes hombres interpelan al mundo dedicándose
a escribir sus Memorias. Sus despedidas son legados en los que se combina
el pasado con la autobiografía y el autorretrato, y que pueden ubicarse a media
distancia entre el epitafio y el monumento póstumo. Las Memorias miran
hacia atrás y hacia lo que vivieron. Nada semejante en el libro de Terra
Arocena. Todo lo que nos dice de sí mismo se agota en las solapas y en el prólogo:
breve notas biográficas que nos recuerdan las - también breves -biografías de
los profetas bíblicos. Y, si en algo traslucen sus recuerdos, es sólo -
traspolados - en una mirada profética, estructuradora del futuro, en la que se
mantiene vivo y se agiganta un fuego de interés por el mundo y todo lo humano,
en que el autor logra decirse con la superior nobleza de los que no aspiran a
decirse a sí mismos.
Sello de superior genialidad que obtiene - por añadidura - también
aquellas cosas que no busca, esta obra refleja un desapego altruista no fingido,
una cualidad literaria lograda sin buscarla, y una espontaneidad de niño que
juega, en el desborde lúdico de quien, sin asustarse, se reconoce viejo y
aprovecha las ventajas de serlo.
La patria espiritual de los profetas
Terra Arocena nombra a Moro y a Chesterton. Son sólo dos nombres de una
tradición espiritual que hunde sus raíces muy hondo en la cultura. En el
fondo, muy en el fondo, Arreit se alimenta de jugos juaninos y agustinianos. Sin
saltos al pasado, sin copiar modelos, reproduce los rasgos y despide el aroma de
viejos arquetipos: la Jerusalén celestial y la Ciudad de Dios. Sabores de sueños
de consuelo para épocas que tenían en la boca el sabor salado de las lágrimas.
Las grandes utopías cristianas fueron concebidas así: del connubio entre las
catástrofes históricas y la esperanza del creyente. La Jerusalén celestial
del Apocalipsis la sueña un Juan prisionero en Patmos, víctima él también de
la convulsión anticristiana del Imperio, desatada tras el infausto incendio de
Roma. La Ciudad de Dios, la escribe el Agustín de Hipona como reacción a la
irrupción y saqueo de Roma, cuando la ola de barbarie amenazaba con barrer los
restos del Imperio romano y de su civilización. En aquellas angustiosas
calamidades públicas, un coro de voces se alzaba para recriminar a los
cristianos y hacerlos responsables de los males del Imperio. Calumniosa manía,
también arquetípica, y destinada a rebrotar mil veces a lo largo de la
historia. Acusación absurda y sin embargo cautivante, no desprovista de seducción
hipnótica hasta para los mismos incriminados. Las utopías fueron la
respuesta del pensamiento cristiano a las falaces acusaciones históricas, a la
vez que consuelo y robustecimiento de los creyentes claudicantes, acobardados
por la hostilidad externa y por la incertidumbre interior.
Calamidad histórica y esperanza cristiana; emplazamiento y autodefensa;
he ahí el marco en que el género de la utopía, como subgénero de la
apocalíptica, encuentra medio propicio para germinar y florecer. Ese género
desdramatizador de catástrofes, que mantiene la fe en un futuro entre gentes
que sólo ven llegar el fin, nos disuade de ritualizar el exorcismo de los males
matando chivos emisarios, sino abriendo los ojos para entrever el remedio. Con
ese género está emparentado - nos parece - este libro "didáctico"
del sabio compatriota.
La serenidad tiene futuro
Hay obras que se popularizan por la exasperación de un rasgo, por algún
nuevo grito, más raro o más estridente, por la caricatura o la sobreacentuación
de situaciones. La fabricación de los best-seller sabe bien qué
dosificación de ingredientes: dinero, sexo, violencia, éxito fácil, etc. se
necesita para lograr una obra "salidora". La política comercial de
las editoriales se beneficia con el éxito de fuego de artificio, rápido y
deslumbrante, aún a costa de la fugacidad.
Pero aún si es difícil predecir el destino de este libro - "habent
sua fata libelli" - compartimos la previsión que el autor aventura en
su prólogo: es posible que este libro no sea de los de éxito inmediato, pero
aunque ahora no haya muchos oídos capaces de escucharlo, mantendrá su interés
para un futuro. Un futuro - en nuestra opinión - ya cercano.
Hasta aquí el texto de mi reseña en Vida Pastoral.
La respuesta de Horacio Terra Arocena
Esta reseña dio motivo a un breve intercambio de cartas y al poco tiempo
a la visita, antes referida, del autor a nuestra casa del Prado. Al poco tiempo
de publicada la reseña, recibí la siguiente carta del autor:
R.P. Horacio Bojorge S.J.
Estimado Padre:
Manos amigas me han hecho llegar en estos días, un ejemplar de
"Vida Pastoral" (Nov-Dic de
1977).
Con sorpresa y con agradecimiento, leo en él una cuidada nota bibliográfica
sobre mi libro "El
Planeta Arreit", firmada por Ud.
Lo saluda cordialmente [Fdo:] Horacio Terra Arocena
Yo, a mi vez, me sentí movido a responder esta amable carta con la
siguiente, de fecha 27 de marzo de 1978:
Sr. Arqto. Horacio Terra Arocena
Muy amado de mi Señor y mío:
Deseo ante todo que haya sabido y podido decelar algunas faltas del
linotipista, aquí y allá, que me hacen decir lo que no dije.
No pensaba yo, al concluir mi carta aludiendo a un encuentro, que éste
fuera a darse tan pronto y en este mundo. Pero así fue. Poco después, y a
pesar de sus años y achaques, le significara ostensiblemente esfuerzo y
sacrificio aquel desplazamiento hasta nuestra vieja casona de Ejercicios en la
calle Caiguá (hoy Carlos Vaz Ferreira), en el barrio Atahualpa, se costeó
personalmente a conocerme y visitarme. El tiempo me ha borrado los detalles del
contenido de la entrevista, pero no la impresión
que me produjo aquel hombre esa única vez que lo vi en mi vida: grande y
humilde a la vez, típica estampa de la grandeza humana, de la hermosura humana
a la que da lugar la santidad católica.
En esa entrevista, que tuvo lugar en abril del 78, me obsequió un
ejemplar dedicado de su libro Integración en el Tiempo.
Carta a mis amigos católicos militantes
No sé si durante esa misma entrevista o, como me inclino a creer, después,
por correo, recibí el segundo escrito a que quería hacer más detallada
referencia en esta recordación: la Carta a mis amigos católicos militantes.
Se trata de ocho páginas formato oficio, mimeografiadas, encabezadas a mano: "Al
R.P. Horacio Bojorge, con carácter informativo de su amigo affmo. Horacio Terra
Arocena". Entre paréntesis, luego del título, agregó "(laicos)".
Y debajo del título se lee la advertencia, perteneciente al mismo texto
original mimeografiado: "Personal para c/u." "No
publicable".
Esta carta se presente como "una confidencia vespertina" y como
"reflexiones sugeridas por los silencios que rodean mi vejez, mientras la
vida de la acción se aleja de mí". La carta, desgraciadamente, no lleva
fecha.
La Apostasía de Occidente
Esta Carta a mis amigos católicos militantes (laicos) es un
escrito profético, si entendemos el género profético como la
interpretación creyente de la historia. La tesis del escrito se enuncia
inmediatamente:
La descripción del fenómeno y su delimitación continúa a lo largo de
tres páginas y luego se plantea la pregunta acerca de las consecuencias de este
hecho. Primero en la Civilización misma y su destino y después en la Iglesia y
en la actitud de los cristianos.
Las consecuencias, para una civilización apóstata, de apartarse del
evangelio que conoció, se describen en dos páginas que terminan con esta frase
que, de alguna manera, las resume:
?Cómo se ubica el cristiano en este marco histórico de la civilización
apóstata? "Vivimos para la Iglesia la etapa histórica de las herejías
sociales" - dice Terra - a las que responden las grandes encíclicas
sociales desde León XIII. La respuesta del Concilio Vaticano II a esta situación
ha consistido, según Terra, en acentuar la capacidad de la Iglesia Universal
para vivir en medio de los pueblos y culturas, en medio de la heterogeneidad
religiosa y aún de la hostilidad, y para actuar sobre las culturas del mundo
planetizado, con espíritu de servicio, mediante los principios evangélicos.
Ni encerrarse a la defensiva ni instalarse en el conflicto, sino asumir la
actitud de servicio comprensivo, arma suprema de la Caridad. Terra termina su
carta delineando la actitud militante que enseña el Concilio, señalándonos un
camino de independencia y de servicio ante el mundo. Ante la enseñanza del
Concilio, empero:
Lo que el Concilio ha hecho fue: "afirmar la vocación apostólica
y la libertad de la Iglesia, cualesquiera sean las condiciones externas que la
envuelvan. La libertad en suma, que no ha de aparecer confundida con ninguna
bandería temporal [subrayados de Terra] [...] Todo esto implica un
crecimiento espiritual colectivo y personal, y un desprendimiento de los fines
terrenales, en los militantes".
Es una nueva actitud de los fieles, "caracterizados por la
libertad de espíritu respecto de las ataduras de la civilización temporal.
Pero, sobre todo, una fidelidad al mensaje Evangélico, sin ninguna suerte de
mutilaciones complacientes con la presión del ambiente". Como se ve: "Es
siempre una milicia, tanto más enérgica cuanto más difícil".
Y Terra termina su carta refutando como falsa la acusación de
"ghetto", acuñada entre otros por el jesuita Juan Luis Segundo, que
en sus días se arrojaba indiscriminadamente sobre el pasado del catolicismo
uruguayo e injuriaba particularmente a su generación: "Tampoco fue un
ghetto, la presencia de la Iglesia en medio de la crisis, desde un siglo a acá,
como algunos por ignorancia lo afirman. La vivimos como una gran presencia
militante, sin ánimo de ghetto ni de hostilidad humana".
Y así, la profecía histórica se corona con una cierta Apologia pro
Vita Sua, defendiendo la verdad de la historia de la cual él había sido
actor y gestor.
Al terminar esta presentación de la Carta a mis amigos católicos
militantes (laicos), me auguro verla pronto publicada. Nada obsta ya para su
publicación póstuma. El "No publicable" que la encabeza y que a mi
juicio debe interpretarse como un embargo transitorio y que ha cesado con
la muerte de su autor, quien, a través de sus amigos, quiso precisamente
entregarla y no sustraerla a la historia.
Prólogo a La Cantata de los Coros Angélicos
Quiero por fin referirme a la obra inédita: Prólogo a la Cantata de
los Coros Angélicos.
El manuscrito de esta obra, hoy aún inédita, se lo entregó Horacio
Terra Arocena al padre jesuita Daniel Gil Zorrilla, hoy obispo de Salto
Oriental, en 1977. Este hizo sacar tres copias a máquina y nos entregó una la
P. Eduardo Rodríguez, que iba a fallecer en forma trágica poco después; otra
al Pbro. Dr. Miguel Angel Barriola que hoy vive en Córdoba y otra a mí: "Con
la esperanza - decía - de que logren hacerse tiempo como para
hojearla". El Padre Gil había comprobado que las copias que había
mandado hacer "están plagadas de errores de transcripción" y
nos decía al entregarnos las copias: "tuve la idea de corregir las
copias, confrontándolas con el original; pero me resultó imposible, y por eso
he perdido tanto tiempo. Mejor reparto las copias tal cual están, si alguno
quiere confrontar el original, está a su disposición, lo tengo en mi
cuarto". La pregunta que el P. Gil nos hacía al final de su carta era
ésta: "?podría intentar publicar esta obra teológica de un laico
reconocidamente fiel de nuestra Iglesia? Espero conversar más adelante con cada
uno. Por ahora, dejando el tomo copiado de 240 páginas a máquina, veremos qué
pasa con cada uno de los posibles lectores. ?Hasta pronto!".
Lo que pasó fue que, siete años después, en noviembre de 1985, y
siendo ya Monseñor Gil obispo de Tacuarembó, me encargué yo de colacionar una
de las copias a máquina confrontándolas cuidadosamente con el original
manuscrito y corrigiéndola como para la imprenta. Me quedaron por ubicar sólo
algunas citas bíblicas y patrísticas de difícil identificación.
En 1992, pasados otros siete años, siendo ya Monseñor Gil obispo de
Salto, saqué fotocopia de la copia a máquina corregida por mi, temiendo que
pudiera perderse junto con el manuscrito y apostando a multiplicar las copias.
Siempre consideré confidencial este asunto, por pura discreción cautelar de
simple secretario en todo él, exceptuando algunas personas, familiares de
Horacio Terra Arocena, como han sido su hija Margarita y su sobrino Aurelio
Terra.
?De qué trata este libro inédito?
Voy a limitarme aquí, ceñido por el tiempo, a reproducir unas notas de
lectura que fui escribiendo mientras colacionaba el manuscrito con la copia
mecanografiada.
Algunas facetas del autor y su obra
1?) Hayy que subrayar que se trata de un laico,
teólogo pero político a la vez y de un hombre entendido en Derechos Humanos.
Esta obra apunta a un público que e desentiende de la teología como
intrascendente por teórica, señalándole que ella está en el corazón de la
realidad. Y señalándoselo con el ejemplo de un teólogo que era a su vez, como
se suele decir: un laico comprometido con las realidades temporales.
Breve disgresión sobre nuestros teólogos laicos
2?) El Prólogo a la Cantata de los Coros Angélicos,
es una obra de teología que está concebida en forma de un ir y venir
contemplativo-reflexivo, por el que se ilumina el Misterio de la Santísima
Trinidad, en su vida interior y en su obra exterior, desde la consideración de
los nueve coros angélicos y viceversa. El Misterio de los Angeles desde el
Misterio de la Creación, de la Humanidad caída y viceversa.
3?) Hayy detrás una concepción filosófica, que
como ya dije antes es una ontología estética, o una estética ontológica. Los
Angeles son reflejo de todo lo que es, porque son reflejo creado del Ser
divino Trinitario, increado.
4?) La obra trasunta la sensibilidad del autor
para percibir "La eternidad en el tiempo"; su sensibilidad para
la percepción del tiempo como misterio y para la gradualidad de las cosas. En
este aspecto de la Cantata se refleja el autor de Integración en el
tiempo.
5?) Terrra Arocena tiene presente en el Hombre las
distintas dimensiones, psicológica, social, política, pues la contemplación
de Dios y de los Angeles no sólo no le impide sino que sólo ella le posibilita
comprender el mundo en profundidad.
6?) Exppone toda la teología (y no sólo el
Misterio de la Trinidad) sino también el de la Creación, la Caída, la
Soterología, la Cristología y los Novísimos. Y lo hace a partir de la
contemplación de los nueve coros angélicos y sus correspondencias con las tres
Personas, sus Procesiones y las Misiones del Hijo y del Espíritu Santo. Los
Angeles reflejan tanto la vida interna Trinitaria (Personas, relaciones y
procesiones) como también la obra exterior (Misiones, creación y redención).
Es como una Summa Theologiae vista en el espejo de las Jerarquías y
Coros Angélicos.
7?) Passtoralmente: una novena preparatoria para
la fiesta de los Santos Angeles, se prestaría para exponer, como Horacio Terra
Arocena lo hace, los nueve Coros (3 Jerarquías con tres coros cada una). Esta
obra nos demuestra cómo se puede condensar toda la fe católica y hacer un
repaso de ella, desde los Coros Angélicos. Y esta obra merecería el subtítulo
o la especificación genérica de Catecismo Angélico.
8?) La obra está escrita con unción orante y
mueve a menudo a oración. También reflexiona y saca conclusiones o ilumina
aspectos de la vida cristiana, problemas, actitudes, tentaciones. Subraya
fuertemente la necesidad de la fe activa y operante. El tono alcanza a
menudo un nivel lírico, fervoroso, se diría pentecostal, aunque
con la mesura propia del rito latino.
9?) Pueede tener este escrito, un efecto
evangelizador, entre no creyentes o entre creyentes ignorantes de la belleza,
grandiosidad, profundidad y armonía de la doctrina de su fe, con tal de que estén
abiertos y bien dispuestos a considerar una exposición de la fe católica que
sondea en su sublimidad humana. Aún suponiendo que esta doctrina católica no
fuese revelada ?hay otra de semejante profundidad? De modo que rechazarla ?no
equivaldría a rechazar la más sublime imagen de Dios que pudiera pensarse?
Pero no: esta doctrina es revelada porque no sería imaginable.
El espíritu apocalíptico de Horacio Terra Arocena
Para terminar esta evocación de mi encuentro con Horacio Terra Arocena y
esta presentación de tres de sus escritos, quiero dar una impresión personal
que brota de mi corazón de biblista acerca del espíritu de Horacio Terra
Arocena como apocalíptico.
He dicho que su Carta a mis amigos católicos militantes (laicos)
es un escrito profético en el sentido de interpretación creyente de la
historia; que su El Planeta Arreit es una Utopía, y que este género
literario es un tipo de literatura de consolación; que su Prólogo para la
Cantata de los Coros Angélicos, es una Theoria o contemplación de los
misterios celestiales.
Pues bien, estos tres rasgos, son rasgos que caracterizan al género bíblico
de los apocalipsis; son rasgos que definen el espíritu apocalíptico (aunque no
los únicos). Isaías, Ezequiel, Daniel, Juan, son los grandes espíritus apocalípticos.
El espíritu apocalíptico es el de un creyente que aplica su fe a escrutar los
males de la historia con impávida clarividencia, y al mismo tiempo escruta los
signos de la acción histórica y salvífica de Dios, con impertérrita
esperanza. A ellos, además, le son confiadas revelaciones divinas y a veces le
son revelados en sueños o en visiones, los misterios celestiales y divinos.
Ellos tiene familiaridad con el mundo angélico por el cual son confortados e
instruidos.
Quien, por ser biblista, esté familiarizado con el género apocalíptico
y con los hombres de Dios que, como Daniel, vivieron la soledad de su fe en las
cortes de reyes paganos, y se vieron expuestos por su fidelidad al fuego de los
hornos y al foso de los leones, no puede dejar de percibir una cierta semejanza
de situaciones entre la de ellos y la de Horacio Terra Arocena; y de notar también
una cierta afinidad espiritual entre aquellas almas apocalípticas y nuestro
autor.
Sólo me resta terminar agradeciéndoles a todos los asistentes su atención,
agradeciendo su invitación a las autoridades del Club, pues ella me ha
permitido saldar una deuda de gratitud con el Señor, que enriquece a nuestra
Iglesia con fieles como Horacio Terra Arocena, y la deuda de gratitud con el
mismo Horacio Terra Arocena, que tan generosamente quiso llamarme amigo y
tanto me dejó con su breve, fugaz trato, y sus hermosos escritos, en los que
nos legó a todos, decantada, la hermosura de su alma creyente. Los invito a
concluir con la oración del Trisagio Angélico, que nuestro autor rezaba de
pequeño cuando acompañaba a su abuelo a la Catedral y con la que quiso cerrar
su obra sobre los Angeles.
[1]) Fuerron sus padres Dn. Arturo Terra Zuasnabar y
Da. Zelmira Arocena Artagaveytia, hija del tucumano Ramón Arocena Castro y
de la matrona Da. Matilde Artagaveytia de Arocena.
[2]) Fuerron sus hijos: 1) Horacio, ingeniero agrónomo,
activo en política dentro de la corriente wilsonista del partido blanco,
fue embajador uruguayo en París; 2) Juan Pablo, arquitecto a quien se deben
obras como el convento de las Salesas en Progreso; de intensa actividad política
como Presidente de la Democracia Cristiana desgajada de la Unión Cívica y
fundador del Frente Amplio; investigador social y político como miembro del
CLAEH, Centro Latinoamericano de Economía Humana; 3) Margarita, viuda de
Tornkwist; 4) Mercedes, viuda de Greminger; 5) José Hipólito,
recientemente fallecido; 6) Miguel Angel, fallecido joven, estudiante de
abogacía; 7) Francisco, ingeniero agrónomo, trabaja en el campo.
[7]) Era un diario de orientación anticatólica,
perteneciente a la corriente Batllista del Partido Colorado.
[8]) Noviiembre-Diciembre de 1977, N? 65. Contiene
algunos errores de imprenta que yo corrijo a continuación.