BIBLIA - CONFERENCIAS - DATOS DEL AUTOR - ESPIRITUALIDAD - ESPIRITUALIDAD IGNACIANA - FE Y POLÍTICA - LAICOS - MARÍA - PARÁBOLAS Y FÁBULAS - POESÍA - RELIGIOSOS - TEOLOGÍA |
|
Francisco José Fernández de la Cigoña,
en:
Verbo (Madrid), (Ag-set-oct
2001) Nº 397-398 pp. 766-772
Horacio
Bojorge: Teologías Deicidas. El
Pensamiento de Juan Luis Segundo en su Contexto. Ediciones Encuentro, Madrid
2000, 380 págs.
“Creemos
que estamos ante un estudio definitivo sobre Juan Luis Segundo... “
Juan Luis Segundo, uno de los más conocidos “teólogos de la liberación”,
fallecido en 1996, ha sido objeto de un estudio detallado, pormenorizado y crítico
por otro jesuita, también uruguayo, situado en las antípodas de su
pensamiento. El análisis es demoledor y tras él creo que bien se puede decir
que Segundo no sólo ha muerto físicamente sino también ideológicamente. Creo
que la famosa Teología de la liberación
que tantas preocupaciones causó en su día está dando las últimas boqueadas.
A acelerar su agonía y anticipar su muerte sin duda contribuirá este trabajo
serio y profundo que no deja títere con cabeza en el tinglado segundista.
Con gran aparato crítico, no sólo
del universo de Segundo sino de todo el movimiento liberacionista, vale la pena
enunciar el Índice para que el lector pueda apreciar la densidad y la
universalidad del volumen, ya que introducirnos en las tesis del jesuita
heterodoxo o en la réplica de su hermano de Orden nos llevaría muchas más páginas
que las propias de una recensión.
Comienza con una breve introducción
en la que justifica el por qué de su contundente crítica, de la que merece la
pena destacar el apoyo jesuítico a las teorías de Segundo que a juicio de
Bojorge, que compartimos, “suscita la fundada impresión de que la Compañía
misma asume y difunde como propias las doctrina de Juan Luis Segundo” (13).
Es, por tanto, una obra escrita contracorriente y por tanto más meritoria. Ojalá
no sea una tormenta de verano sino el comienzo de una rectificación doctrinal
de la Orden ignaciana que en sus últimos tiempos había dejado de ser valladar
firmísimo de la ortodoxia para alinearse abiertamente en posiciones no ya de
vanguardia sino incluso situadas en el campo enemigo. Cierto que no es el primer
jesuita que apunta críticas al uruguayo liberacionista, de ellos y de otros
autores se vale repetidamente Bojorge, que ha buscado como una zona de
seguridad, así como con el actual Prepósito general de la Compañía,
Kolvenbach, para los seguros ataques que le van a venir de los epígonos y
corifeos del criticado. Aunque también es posible que, ante la contundencia de
sus argumentos, sea la conspiración del silencio la que se abata sobre el
libro.
“La Esjatología cercenada” es el
título del primer capítulo (23-44). Y Bojorge resalta el significativo
silencio de Segundo sobre la vida eterna, consecuencia del moralismo
inmanentista en el que se mueve. Las consecuencias de este secularismo
quedan perfectamente reflejadas en la crítica de Bojorge.
En el capítulo segundo (45-70),
“Vicios de argumentación lógica, teológica y escrituraria”, estudia su
estilo argumental que califica de sinuoso, resbaladizo y hasta contradictorio en
un permanente intento de no ser “pillado” por la censura. Muchas de esas
acrobacias son traídas a colación por Bojorge así como los textos de
comentaristas indignados ante tanta pirueta, ante tanta cita truncada y
falseada. Sus insuficiencias escriturísticas, evidentes, terminamos por no
saber si son producto de su escasa ciencia o un ejemplo más de su estilo
argumental, si bien Bojorge concluye que son manifestaciones de su pensamiento
gnóstico y sofista.
En el capítulo tercero, “Errores
acerca de la Revelación y de la hermenéutica” (71-91), continúa acotando
las graves limitaciones segundistas que vienen a convertir la Revelación no en
un conocimiento de lo que Dios quiso revelarnos sino en una pedagogía hacia un
modo de vivir. Señala, con todo acierto, las influencias modernistas, suponemos
que más coincidentes que conscientes, tesis para nosotros muy grata pues muchas
veces hemos denunciado el pensamiento “neomodernista” que nos invade. La
consecuencia es una absoluta relativización de las verdades reveladas que dejan
de tener importancia en cuanto tales para ser simplemente un impulso, un
sentimiento, una solidaridad que después veremos a dónde nos lleva. El análisis
de la interpretación filantrópica que hace Segundo de Mateo 25, 31-46 nos
parece un acierto más de Bojorge. Y efectivamente lo que sostiene Segundo es un
reduccionismo de la fe.
En el capítulo cuarto analiza la
“Actitud ante el Magisterio” del uruguayo (92-129), que podríamos
sintetizar grosso modo en que no
existe Magisterio sino Historia. Claro que no niega el primero abiertamente para
no colocarse en el punto de mira de las denuncias. Pero, si no es necesaria su
actuación para las Iglesias y si cuando actúa, actúa mal, ¿qué conclusión
debemos extraer? Y si para ello se alteran los textos, aun peor.
En el capítulo quinto:
“Recomendación y defensa del marxismo” (130-150) llegamos a la concretización
de la ideología neomodernista. El lector que hoy se encare con estas páginas,
después del derrumbe del comunismo, podrá pensar en que era un sostenedor de
absurdas tesis. No podemos perder de vista que el abanderamiento del marxismo
por la teología de la liberación se hacía en años en que el comunismo era un
peligro cierto y gravísimo para la Humanidad y para la Religión. Que millones
y millones de seres humanos estaban esclavizados por un sistema que contaba los
mártires católicos por millares y millares. Su apología, aun con broma,
resultaba un poco pesada. Lo que era, verdaderamente, sólo podemos calificarlo
como una traición a la Iglesia. Pero Segundo era un teólogo sui
generis dentro de los de su corriente. No aprendió nada del pueblo con el
que nunca se mezcló. Era un teólogo burgués que todo lo estudio en los libros
y que se movía encantado en los ambientes burgueses. Lo de los pobres eran
elucubraciones hechas en cómodos despachos. Aunque no por ello menos
peligrosas. Los pobres entendidos, naturalmente, desde el prisma de la Teología
de la Liberación, pues, en el sentido evangélico, son consustanciales a la
predicación de Jesucristo. Las consideraciones de Bojorge al respecto nos
parecen, una vez más, incontestables.
“La adoración de la Historia: la
fe neguentrópica” (151-178) es el título del capítulo sexto. El
determinismo materialista al que se inclina Segundo en su interpretación de la
Historia queda también pulverizado desde el pensamiento católico por Bojorge.
Metz y Teilhard son las fuentes que detecta el autor en el pensamiento de
Segundo al respecto así como algunas teorías físicas. Y como se las da de teólogo
la consecuencia inmediata es identificar la historia de la humanidad con la
Historia de la Salvación. Y hasta Dios es histórico pues es el dios de cada
momento, conocido por una fe cambiante.
“Intermezzo histórico: la inversión
antropocéntrica, naturalismo y gnosis” (179-217), es el capítulo séptimo. Y
en él parece apartarse el autor del pensamiento de Segundo, expuesto hasta el
momento con numerosas referencias textuales, para estudiar una serie de hechos
que tienen al menos un aire de familia con el pensamiento del uruguayo. La
Reforma protestante, el naturalismo, Barth, el secularismo, la muerte de Dios,
Maritain, o al menos un Maritain, el progresismo, el nuevo gnosticismo, la New
Age...
“El giro antropocéntrico en Juan
Luis Segundo: del misterio divino al proyecto humano” es el título del capítulo
octavo en el que se vuelve al pensamiento del uruguayo (218-246). Que sigue en
ello la huella de otros precursores en una mezcla de naturalismo y deísmo. El
Misterio desaparece, la fe vuelve a las exposiciones modernistas de comienzos
del siglo XX y el antropocentrismo se impone al servicio de la historia. La
eficacia política será el criterio fundamental para juzgar la fe aunque, si a
ello hubiéramos de atenernos, menudo fracaso el de la teología de la liberación.
Y por ese camino se llega, como muy bien percibe Bojorge, no a lo contrario del
integrismo sino a un integrismo contrario, propagandista de la leyenda negra
anticatólica e instrumento de la persecución de la fe. No es de extrañar que
los enemigos de la Iglesia se vuelquen en elogios a Segundo.
“¿Es Teología el pensamiento de
Juan Luis Segundo? (247-276). La conclusión del capítulo noveno será
negativa. O si es teología es teología modernista y no católica. Su propósito
de hacer teología para laicos en crisis de fe, y entendida la fe cual él lo
hace, nos lleva a un puro existencialismo sustraído a cualquier criterio
normativo.
El capítulo décimo lleva por título
“Acedia ante el pueblo creyente” (277-302). Y comienza por estas reveladoras
palabras: “Las obras de Juan Luis Segundo reflejan el tipo de pensamiento
secularista: tolerante y simpático con el así llamado hombre de hoy, por el que se entiende preferentemente el ateo o el
creyente en crisis de fe. Por el contrario, ese pensamiento es intolerante, sarcástico
y predispuesto contra el creyente, al
que Juan Luis Segundo zahiere frecuentemente con ironías o frases ofensivas
para su sensibilidad. Sobre el creyente recae una sospecha sistemática, lo cual equivale a decir una condenación
previa al juicio”.
Le fastidian los “idólatras de Jesús”,
los que, en teoría, debían ser los suyos. Como señala Bojorge, es un ejemplo
más, desgraciadamente no el único, de ese complejo de culpa católico
dispuesto a pedir perdón no ya por los pecados que los hijos de la Iglesia
hayan podido cometer sino hasta por las glorias de la Iglesia y por la Iglesia
misma. Y ello, contra lo que puedan creer, es un verdadero obstáculo para el diálogo
con el ateísmo por el que tanto suspiran. El testimonio aducido de Leo Moulin
es apabullante. La auto-antipatía y el precio del desdibujamiento de la
identidad cristiana les convierte en unos compañeros de viaje y no en unos
interlocutores. El masoquismo segundista es un caso más de un fenómeno por
desgracia demasiado difundido en la Iglesia de
hoy. Por tanto su Eclesiología nace ya con mucho plomo en el ala hasta
convertirse en una verdadera antieclesiología. Sus fuentes están descritas con
precisión por Bojorge: Bloch, Metz, Rahner, Machovec...
“Eclesiología gnóstica y
elitismo” (303-326) es el título del undécimo y penúltimo capítulo
consecuencia lógica del anterior. Su pensamiento sobre la Iglesia es una
verdadera reducción de la fe que Bojorge analiza con detallada precisión. Las
comunidades populares concientizadas, no el pueblo
de Dios, al que rechazan por crédulo, supersticioso, obediente a la jerarquía,
Iglesia-institución, amante de la Virgen – el texto sobre Guadalupe es
sobrecogedor -, manipulado por el clero..., son la Iglesia del futuro y la
Iglesia de Segundo. Y curiosamente su Iglesia popular es una Iglesia aristocrática
basada en el esfuerzo y no en el amor. Kant una vez más en el horizonte. Y
Lenin. Y Ortega y Gasset...
Concluye su importante con un breve
capítulo “Señalaciones de heterodoxia” (327-335). La “herejía criptógama”
rahneriana la ve Bojorge evidente en Segundo, cuyos errores fueron calificados
por los obispos uruguayos de “ruinosos para la fe” e incursos en lo
rechazado por la Instrucción de la
Congregación para la Doctrina de la Fe sobre algunos aspectos de la teología
de la Liberación. Su Cristología, en su deseo de hacerla aceptable a los
ateos, compromete la divinidad de Cristo. La Revelación pasa a ser un magma
inconsciente e incompleto. La Historia
la “Gran Marcha” del Mundo. Y la praxis
lo único realmente importante. La gracia queda liuída y los sacramentos serán
meros instrumentos de liberación humana. Así ha podido decir Carlos Saraza:
“Estamos ante el proyecto de una “nueva religión”, resultado de una
mezcla de pelagianismo, protestantismo, racionalismo, modernismo, marxismo,
progresismo. Se trata de una nueva religión, con un nuevo dogma y una nueva
moral, ajena a la Iglesia de siempre”.
La Conclusión de Bojorge es brevísima
(336-341). En verdad ya estaba todo concluido. El pensamiento de Segundo no es
serio ni riguroso. Su teología no fundamenta una espiritualidad. A lo más, una
pseudoespiritualidad, una espiritualidad gnóstica alejada de los contenidos
esenciales de la fe católica. Además, no es teología. No conserva el depósito
de la fe.
El libro concluye con tres Anexos:
“El culto idolátrico” (342-348, “Reducción de la fe a gnosis”
(349-359) y “Sobre el ateísmo del creyente” (360.367) que son tres glosas
de textos segundistas sobre materias ya mencionadas pero en las que ahora se
extiende Bojorge si cabe con más acritud aunque no con menos acierto. Son
comentarios textuales demoledores de unos textos demoledores.
Por último, el libro contiene una
utilísima y muy elaborada “Bibliografía selectiva de y sobre Juan Luis
Segundo” (369-380) en la que distingue, en las obras del uruguayo, sus libros,
los artículos en revistas o en obras colectivas y las traducciones a otras
lenguas; y en las que se escribieron sobre él: los libros, las reseñas,
estudios y juicios sobre sus obras en revistas y obras colectivas, las tesis y
disertaciones académicas y los elogios póstumos.
Creemos que estamos ante un estudio
definitivo sobre Juan Luis Segundo. Del que queda pulverizado. Esos fenómenos
eclesiales de frontera suelen acabar con su fallecimiento o, como muchos, con el
de sus más allegados que, si les sobreviven largo tiempo, hasta ellos se van
olvidando del amigo muerto que ha dejado de tener rentabilidades académicas: ya
no puede comentar trabajos, citar en sus libros, invitar a congresos y
reuniones, firmar manifiestos contra el Papa o la curia... ¿Quién se preocupa
hoy de Loisy o de Tyrrel, de Murri o de Teilhard? Hasta se va apagando la
estrella de los más recientes aún estando calientes sus cadáveres. Chenu,
Congar, Rahner, Häring... Enseguida pasan a ser únicamente objeto de
historiadores de la época. Segundo ya se ha ido. Y siendo de mucha menor talla
que los citados, su estrella se apagará bastante antes. Hoy ya apenas titila.
Pero convenía extender el certificado de defunción. Esto ha hecho
brillantemente, extensamente, teológicamente, católicamente, el padre Horacio
Bojorge, de la Compañía de Jesús. Ojalá, como dijimos al principio, esta
obra y este jesuita no sean aislado fenómeno sino la vuelta del instituto
ignaciano a la trinchera que nunca debió abandonar. La de la defensa de la
Iglesia.
Francisco
José Fernández de la Cigoña