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 EL SERMÓN DE LA MONTAÑA  (30)

Lectura guiada de Mateo capítulos 5 al 7

Vivir como el Hijo – Vivir como Hijos.

FORMAS CRISTIANAS DE VANAGLORIA

«Guardáos de practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos” (Mateo 6,1)

Hemos dicho que Jesús pone en guardia contra formas específicamente cristianas de vanagloria.

¿Un caso típico? los cristianos de Corinto. Por  vanagloria formaban partidos para sentirse superiores a los demás: “Yo soy de Cristo, yo soy de Pablo, yo de Pedro, yo de Apolo” (1 Cor 1,12). Notemos la trampa, reconocían el prestigio de un personaje diciendo pertenecerle, cuando en realidad se apoderaban de su prestigio por participación en él. Pero así, por jactancia, dividían la Iglesia. Pablo diagnostica con ojo clínico certero el mal y su raíz oculta. Si encuentras una comunidad cristiana dividida, analiza un poco y encontrarás la vanagloria en la raíz de la división: el apetito de ser aprobado por la comunidad o por el mundo. Los ilusos cristianos de Corinto no sólo querían descollar dentro de la Iglesia, pensaban también atraer la alabanza de los gentiles y los judíos. Pablo los desengaña. Si su fe - les dice - es una locura y una necedad  para aquellos de quienes esperan alabanza ¿cómo sueñan que esta sabiduría pueda alguna vez ser reconocida por el mundo pagano ni por el pueblo judío?  Así que –[abandonada toda ilusa esperanza de reconocimiento del mundo] -  no se gloríe nadie en los hombres sino que el que quiera gloriarse, se gloríe en el Señor  (Ver 1 Cor 1,30-31; 3,21).

 

Otro caso de vanagloria cristiana es el que se da entre los que buscan la perfección del amor a Dios. Por ejemplo: la tentación de vanagloria que atacaba a los monjes del desierto. De la vanagloria y la soberbia, decían los Padres del desierto que son las peores tentaciones y las que atacan al monje después que se ve libre de todas las demás pasiones. El religioso puede considerar la obra de Dios en él, como una victoria o un triunfo logrado con su esfuerzo. Surge así una sutil autocomplacencia en la propia virtud; o también una complacencia en la consideración que esa virtud, o los dones y carismas, le ganan en la Iglesia y aún ante el mundo.

 

Llamar la atención, querer ser visto y aprobado por los hermanos en la fe o por el mundo moderno es una forma sutil de vanagloria. La ilusión de poder agradar al mundo y el deseo de actuar para ser reconocido nos sigue tentando hoy. Por ejemplo, cuando se imagina un testimonio capaz de doblegar las resistencias del mundo y convencerlo. Sobre esa forma más actual de vanagloria cristiana te hablaré la semana próxima.

Horacio Bojorge