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EL SERMÓN DE LA MONTAÑA (28)
Lectura guiada de Mateo capítulos 5 al 7
Vivir como el Hijo – Vivir como Hijos.
MIRA QUE TE MIRA DIOS
Ni buscar aplausos ni temer silbidos
Quiero seguir comentándote
el dicho sapiencial de Jesús: «Cuidad
de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por
ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en
los cielos” (Mt 6,1)
Para vivir como Hijos es necesario que, interiormente, nuestra conciencia esté de cara al Padre. Así vivía Jesús,. El Padre me está mirando siempre. El Padre ve en lo secreto. Vivir de cara al Padre es saber que él me mira siempre y mirarlo a Él yo también. Él está ahí. Me está mirando. Nos miramos el uno al otro.
No solamente ve todo lo que hago, sino que “desde lejos penetra todos mis pensamientos... no ha llegado la palabra a mi lengua y ya te la sabes toda” [...] “¿a dónde iré lejos de tu aliento, a dónde escaparé de tu mirada?” (Salmo 138, 2.4.7). Todo este Salmo 138 es una profesión de fe en esta mirada a la que nada escapa, ni para juicio ni para providencia amorosa. En este Salmo se expresa la conciencia humana de Jesucristo, el gran orante de los Salmos. Te sugiero meditarlo considerando cómo lo habrá orado Jesucristo y cómo ahora lo vive en el Cielo, en su humanidad glorificada y sumergida en Dios.
Uno peca más fácilmente si ignora u olvida la mirada del Padre sobre él. Si deja de mirar al Padre que lo está mirando. Precisamente porque su conciencia está de espaldas al Padre puede pecar. El pecado es como una consecuencia de esa conciencia solipsista, encerrada en sí misma y donde no tiene entrada el Padre. Jesús nos invita a entrar a orar en nuestra habitación y al secreto de nuestro corazón para encontrarnos con el Padre.
Por la misma razón nos pueden agobiar las preocupaciones o los infortunios de este mundo; porque no encontramos en fe esta mirada providente del Padre, y no confiamos en Él. “El Padre – dice Jesús – ve en lo secreto”. Y el Padre “sabe lo que necesitáis antes de pedírselo”, “Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso” (Mateo 6, 8.32)
El olvido habitual, crónico, de la mirada de Dios, es una de las consecuencia del pecado original y de la expulsión del Paraíso. Jesús viene a sanarnos de ese olvido. La recuperación de una conciencia habitual de la mirada del Padre, es obra de la gracia de Jesucristo que nos sana y salva de las consecuencias del pecado original. Una de sus peores consecuencias es la vanidad o vanagloria: un apetito desordenado por ser mirado, visto, aprobado y hasta alabado por los hombres. De eso hablaremos la próxima semana.
Horacio Bojorge