No
resultó sencilla la tarea de habilitar el acceso
de los vecinos al balneario El Cóndor. Hubo un
viedmense, Jacinto Massini, que contra viento y
marea logró hacer valer los derechos de la
comunidad para acceder a las playas del primer
balneario de la Patagonia.
El 22 de junio de 1920 el gobernador Evrat dicta
una resolución que marca, sin ninguna duda, el
primer antecedente oficial de lo que podríamos
interpretar como el momento en el que se
formaliza el nacimiento, o la fundación misma,
del balneario El Cóndor.

Jacinto Massini |
El texto de la
resolución tiene su anclaje en la “solicitud
presentada por don Jacinto Massini, en la que
pide se le permita ocupar con edificios
destinados a un pequeño balneario, una fracción
de tierra de quince metros de fondo por
cincuenta de frente, en la ribera del Océano
Atlántico, y en el espacio comprendido entre el
Faro y la desembocadura del río Negro,
jurisdicción de esta Gobernación”. |
En el artículo primero de la resolución, el
gobernador del Territorio dispone “acordar a
título precario, el permiso que solicita D. J.
Massini” para poner fin a una pequeña y gran
batalla acometida por este italiano, que llegó a
Viedma como coadjutor de la Obra Salesiana en
las postrimerías del siglo XIX, y que durante
años había luchado para que los viedmenses
pudieran ejercer libremente el derecho de llegar
a las playas de “La boca” sin que mediaran
candados y alambrados que impidieran su paso.
Massini, unos años antes, había sido objeto de
una denuncia ante la Justicia Federal por parte
de los hermanos Harriet, propietarios de la
estancia “El Cóndor”, que llegaba hasta la costa
de nuestro balneario.
En el expediente 22.396, del 16 de febrero de
1919, los Harriet exponen ante la justicia que
un grupo de vecinos liderados por Massini, se
introducían sin su consentimiento en la playa y
que “han levantado construcciones de carácter
permanente en las que habitan, construido
corral, excavado pozos, hecho caminos”.
Las personas que los Harriet involucran en su
denuncia junto a don Jacinto son sus familiares
directos Tomás, Juan Tovello, Guido y María
Bagli y los vecinos María Celiccione, Agustina
Guidi, Verónica Serra y José Malpelli.
La furia de los Harriet: Massini, y
quienes lo seguían, eran considerados por los
dueños de la estancia como usurpadores ilegales
y hombres de actitudes temerarias, tal cual son
calificados por el abogado de los hacendados. La
Justicia no se hace eco de estas imputaciones.
Massini lo único que buscaba era habilitar un
paso que por derecho le correspondía a los
vecinos de Viedma para acceder al mar. Al mismo
tiempo, alentaba la posibilidad de uso de un
espacio, a contar desde la línea de máxima
marea, para poder disfrutar de la playa con la
instalación de lo que hoy técnicamente, en
términos turísticos, llamaríamos servicios
básicos para la utilización del recurso. De
todas maneras, las preocupaciones de Massini no
fueron pocas cuando se enteró de que los Harriet
lo habían denunciado en durísimos términos ante
la Justicia Federal, pues jamás estuvo en sus
planes apropiarse de una propiedad que no le
correspondía. Sólo quería que los viedmenses, y
también los maragatos, pudieran disfrutar
libremente de un recurso público para llegar al
cual, durante años, hubo que apelar a arduas
travesías en bote.

Casilla de madera |
Mi abuelo recordaba que su padre, dueño de la
isla Churlaquín, alguna vez le permitió junto
con sus hermanos llegar al mar de esta manera,
con los botes de tres pares de remos que
utilizaban para traer su producción hasta el
puerto de Patagones. Remontar el río, luego de
una caminata entre la desembocadura y el mar,
seguramente era un ejercicio poco estimulante
para descansar, tal como hoy lo entendemos,
luego de un día de sol y playa.
La furia de los Harriet contra Massini y los
vecinos que lo acompañaban en su propósito
era manifiesta. No podían aceptar la
impertinencia de este italiano que, contra
viento y marea, estaba decidido a fundar un
balneario. |
Ya en 1913 Massini, junto con su familia, comienza a
visitar la playa en forma periódica con el fin
de establecer un pequeño núcleo que les
permitiera pernoctar a orillas del mar.
La primera casilla: En enero de 1917 se
decide a construir una modesta y precaria
casilla, hecha de madera y de las chapas que
obtenía al abrir las latas que se utilizaban por
entonces para comercializar nafta y querosén.
Los Harriet, seguramente, estallaron en ira. No
dudaron en cerrar las tranqueras con enormes
trancados e incluso en apostar cierta vigilancia
para desalentar cualquier intento de llegar por
tierra hasta “La Boca” e impedir el paso de
aquellos pioneros a quienes no dudaron en
calificar de “atorrantes y bandidos”, como quedó
expresado en la documentación oficial de la
época. Massini, por su parte, hizo caso omiso de
la actitud prepotente de los dueños de la
estancia.
Tiempo después, cuando el establecimiento pasó a
manos de la familia Pérez, la actitud de los
nuevos dueños fue inversamente proporcional. La
mención de “Tocho” Pérez no puede dejar de
recordarse, pues cedió enorme cantidad de lotes
para contribuir al desarrollo urbano del
balneario, lo que justifica esta digresión que a
modo de homenaje le tributamos en estas líneas.
A romper candados: Los candados de
Harriet aparecieron en las innumeras tranqueras
que mediaban entre Viedma y el mar. Sin embargo,
no alcanzaron para desalentar a Massini, quien
no dudó en romperlos a martillazos para
franquear el paso de aquellas primeras familias
amparadas en el derecho de acceder a un bien
público. Esta es una de las razones que
determinaron a Juan y Alberto Harriet a
denunciarlo por usurpación, acción judicial que
finalmente no prosperó y que por el contrario
desencadenó la decisión del Gobierno del
Territorio del Río Negro de concederle el primer
permiso para construir una casilla en un terreno
que hoy se ubica en la calle 4, entre 69 y 71,
del balneario El Cóndor.
El lote todavía conserva parte de aquella
precaria edificación que Massini y sus sobrinos
construyeron con una devoción que largamente
trascendía sus intereses particulares, pues
siempre estuvo presente en el proyecto de este
hombre la fundación de una villa veraniega para
todos.
El asistente del cura “dotor”: El 11 de
septiembre de 1868, nacía en Rímini, Italia, don
Jacinto Massini. En 1893 llega a Viedma para
trabajar en la Obra de Don Bosco junto al padre
“dotor” Evasio Garrone con quien se integra de
lleno a servir en el Hospital San José. El
pequeño sanatorio, el único que por cientos de
kilómetros a la redonda existía en la región,
asistía a cuanto enfermo necesitaba de techo y
de remedios. El padre Entragias, en su libro
dedicado a Garrone, señala: “No se les preguntó
nunca a los enfermos si podían pagar o no
podían, si eran cristianos o no, si tenían
cariño o aversión al clero. Desde entonces, el
padre Garrone fue el director y el encargado de
la farmacia. Poco después, en 1893, llegó de
Italia un novicio salesiano natural de Rímini
que profesó al año siguiente: Jacinto Massini. A
él le confió el padre Garrone la parte de la
farmacia para dedicarse él más de lleno a la
atención del hospital, al consultorio externo y
a los enfermos de la campaña. La obra del padre
Garrone fue inmensa. Massini fue siempre su
brazo derecho. Cuando Zatti comenzó a actuar en
ambas reparticiones, farmacia y hospital,
Massini lo encaminó.
La amistad que Massini trabó con el primer Beato
de la Patagonia, don Artémides Zatti, y con
Ceferino Namuncurá, constituyen uno de los
capítulos de su vida más interesantes.
Baños de salud: La relación de don
Jacinto con los salesianos seguramente signó su
propósito de habilitar un balneario en la costa
de El Cóndor. La relación que por entonces se
establecía entre las propiedades curativas del
agua mar y la prevención de enfermedades impulsó
desde siempre a los salesianos a emprender
verdaderas aventuras hasta la desembocadura para
que sus alumnos pudieran gozar de estos
beneficios.
Las crónicas del Colegio San José registran lo
que podemos considerar como el primer tour a El
Cóndor. La navegación es iniciada el 26 de enero
de 1887. El maestro Piccono y los clérigos
Dallera, Aceto y Stefenelli emprenden el viaje
con los pupilos del establecimiento hacia la
desembocadura en dos barcas de paseo. Regresan
dos días después tras visitar la construcción
del Faro del Río Negro -que se inauguraría un
año después- y tomar “baños de salud” en las
rompientes de El Cóndor.
El proyecto de Massini: Cuando ya había
quedado atrás el conflicto con los Harriet y los
vecinos podían acceder libremente a la costa,
Massini es designado presidente de la comisión
pro-balneario, que por entonces era reconocido
por su nombre.
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En 1936, cuando se le tributa al ex
gobernador Gallardo un homenaje por parte
del Concejo Municipal, don Jacinto es
designado para dirigir unas palabras en el
mismo balneario que Gallardo visita en el
marco de las actividades que se programan
para ese evento. |
En su discurso, Massini le agradece las acciones que
desde el gobierno Gallardo emprendió para
consolidar el balneario y al mismo tiempo
enfatiza el esfuerzo de los vecinos para
concretar su desarrollo.
“Todo ha surgido del esfuerzo particular, pues
con razón comprendimos que si no hay fuerzas
para trabajar no se puede adquirir el
bienestar.” A cartón seguido agrega lo que cifra
claramente su proyecto: ¿Cuál es el valor del
dinero sin salud? Mal haríamos en tener hijos si
después no nos preocupásemos de criarlos fuertes
para ser hombres útiles, nuestro sostén, nuestra
gloria, buenos servidores de Dios y de la
Patria. Sus playas, dicen los entendidos, son
inmejorables. Tendremos nuestra playa atestada
de niños jugando alegremente en la arena,
respirando y llenando sus pulmones de la
balsámica brisa, fortaleciendo músculos con el
espléndido sol y las aguas del océano que, con
su inquietud, nos estimulan. Sus beneficios se
extenderán a los pobres, a los desamparados;
surgirán no sólo casas de veraneo sino también
de salud”.
Massini, como podemos interpretar a través de
sus propias palabras, no propició el nacimiento
del balneario desde la lógica que hoy gobernaría
una decisión equivalente. Su preocupación, la
misma que los salesianos debieron transmitirle,
estaba vinculada a la necesidad de garantizarle
a los jóvenes el acceso al mar para contribuir a
su desarrollo físico, subrayando que estos
beneficios deberían extenderse a las clases más
postergadas, con lo cual deja en claro también
que su proyecto jamás alentó un refugio para los
sectores más acomodados de la sociedad en donde
pudieran “reconocerse” como clase.
Massini luchó para que Viedma tuviera un
balneario sin excluidos porque en definitiva, en
su propia historia, él lo fue, tal cual lo
demuestra su enfrentamiento con los Harriet.
Fuente
Pedro Pesatti
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