|
Esta fue la primera victoria de Antonio sobre el demonio; más bien,
digamos que este singular éxito de Antonio fue el del Salvador, que
condenó el pecado en la carne, a fin de que la justificación de la
ley se cumpliera en nosotros, que vivimos no según la carne sino
según el espíritu (Rm 8,3-4). Pero Antonio no se descuidó
ni se creyó garantido por sí mismo por el hecho de que el demonio
hubiera sido echado a sus pies; tampoco el enemigo, aunque vencido en
el combate, dejó de estar al acecho de él. Andaba dando vueltas
alrededor, como un león (1 Pe 5,8), buscando una ocasión en su
contra. Pero Antonio habiendo aprendido en las Escrituras que los
engaños del maligno son diversos (Ef 6,11), practicó
seriamente la vida ascética, teniendo en cuenta que aun si no se
podía seducir su corazón con el placer del cuerpo, trataría
ciertamente de engañarlo por algún otro método, porque el amor del
demonio es el pecado. Resolvió por eso, acostumbrarse a un modo mas
austero de vida. Mortificó su cuerpo más y más, y lo puso bajo la
sujeción, no fuera que habiendo vencido en una ocasión, perdiera en
otra (1 Co 9,27). Muchos se maravillaron de sus austeridades,
pero él mismo las soportaba con facilidad. El celo que había
penetrado en su alma por tanto tiempo, se transformó por la costumbre
segunda naturaleza, de modo que aun la menor inspiración recibida de
otros lo hacía responder con gran entusiasmo. Por ejemplo, observaba
las vigilias nocturnas con tal determinación que a menudo pasaba toda
la noche sin dormir, y eso no sólo una sino muchas veces, para
admiración de todos. Así también comía una sola vez al día,
después de la caída del sol; a veces cada dos días, y con
frecuencia tomaba su alimento cada dos días. Su alimentación
consistía en pan y sal; como bebida tomaba solo agua. No necesitamos
mencionar carne o vino, porque tales cosas tampoco se encuentran entre
los demás ascetas. Se contentaba con dormir sobre una estera, aunque
lo hacía regularmente sobre el suelo desnudo.
Despreciaba el uso de ungüentos para el cutis, diciendo que los
jóvenes debían practicar la vida ascética con seriedad y no andar
buscando cosas que ablandan el cuerpo; debían mas bien acostumbrarse a
trabajar duro, tomando en cuenta las palabras del apóstol: Cuando
mas débil soy, mas fuerte me siento (2 Co 12,10). Decía
que las energías del alma aumentan cuanto más débiles son los deseos
del cuerpo.
Estaba además absolutamente convencido de lo siguiente: pensaba que
apreciaría su progreso en la virtud y su consecuente apartamiento del
mundo no por el tiempo pasado en ello sino por su apego y dedicación.
Conforme a esto, no se preocupaba del paso del tiempo sino que cada
día a día, como si recién estuviera comenzando la vida ascética,
hacía los mayores esfuerzos hacia la perfección. Gustaba repetirse a
si mismo las palabras de san Pablo: Olvidarme de lo que queda atrás
y esforzarme por lo que está delante (Flp 3,13), recordando
también la voz del profeta Elías: Vive el Señor, en cuya
presencia estoy este día (1 Re 17,1; 18,15). Observaba
que al decir este día, no estaba contando el tiempo que había
pasado, sino que, como comenzando de nuevo, trabajando duro cada día
para hacer de sí mismo alguien que pudiera aparecer delante de Dios:
puro de corazón y dispuesto a seguir Su voluntad. Y acostumbraba a
decir que la vida llevada por el gran profeta Elías debía ser para el
asceta como un gran espejo en el cual poder mirar siempre la propia
vida.
Así Antonio se dominó a sí mismo. Entonces decidió mudarse a los
sepulcros que se hallan a cierta distancia de la aldea. Pidió a uno
de sus familiares que le llevaran pan a largos intervalos. Entró
entonces en una de las tumbas, el mencionado hombre cerró la puerta
tras él, y así quedó dentro solo. Esto era más de lo que el
enemigo podía soportar, pues en verdad temía que ahora fuera a llenar
también el desierto con la vida ascética. Así llegó una noche con
un gran número de demonios y lo azotó tan implacablemente que quedó
tirado en el suelo, sin habla por el dolor. Afirmaba que el dolor era
tan fuerte que los golpes no podían haber sido infligidos por ningún
hombre como para causar semejante tormento. Por la providencia de
Dios, porque el Señor no abandona a los que esperan en El, su
pariente llegó al día siguiente trayéndole pan. Cuando abrió la
puerta y lo vio tirado en el suelo como muerto, lo levantó y lo llevó
hasta la Iglesia y lo depositó sobre el suelo. Muchos de sus
parientes y de la gente de la aldea se sentaron en torno a Antonio como
para velar su cadáver. Pero hacia la medianoche Antonio recobró el
conocimiento y despertó. Cuando vio que todos estaban dormidos y
sólo su amigo estaba despierto, le hizo señas para que se acercara y
le pidió que lo levantara y lo llevara de nuevo a los sepulcros, sin
despertar a nadie.
El hombre lo llevó de vuelta, la puerta fue trancada como antes y de
nuevo que solo dentro. Por los golpes recibidos estaba demasiado
débil como para mantenerse en pie; entonces oraba tendido en el
suelo. Terminada su oración, gritó: "Aquí estoy yo, Antonio,
que no me he acobardado con tus golpes, y aunque mas me des, nada me
separar del amor a Cristo" (Rm 8,35). Entonces comenzó a
cantar: "Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla"
(Sal 26,3).
Tales eran los pensamientos y las palabras del asceta, pero el que
odia el bien, el enemigo, asombrado de que después de todos los
golpes todavía tuviera valor de volver, llamó a sus perros, y
arrebatado de rabia dijo: "Ustedes ven que no hemos podido detener a
este tipo con el espíritu de fornicación ni con los golpes; al
contrario llega a desafiarnos. Vamos a proceder con él de otro
modo."
La función del malhechor no es difícil para el demonio. Esa noche,
por eso, hicieron tal estrépito que el lugar parecía sacudido por un
terremoto. Era como si los demonios se abrieran paso por las cuatro
paredes del recinto, reventando a través de ellas en forma de bestia y
reptiles. De repente todo el lugar se llenó de imágenes
fantasmagóricas de leones, osos, leopardos, toros, serpientes,
áspides, escorpiones y lobos; cada uno se movía según el ejemplar
que había asumido. El león rugía, listo para saltar sobre él; el
toro ya casi lo atravesaba con sus cuernos; la serpiente se retorcía
sin alcanzarlo completamente; el lobo lo acometía de frente; y el
griterío armado simultáneamente por todas estas apariciones era
espantoso, y la furia que mostraba era feroz.
Antonio, remecido y punzado por ellos, sentía aumentar el dolor en
su cuerpo; sin embargo yacía sin miedo y con su espíritu vigilante.
Gemía es verdad, por el dolor que atormentaba su cuerpo, pero su
mente era dueña de la situación, y, como para burlarse de ellos,
decía: si tuvieran poder sobre mí, hubiera bastado que viniera uno
solo de ustedes; pero el Señor les quitó su fuerza, y por eso
están tratando de hacerme perder el juicio con su número; es señal
de su debilidad que tengan que imitar a las bestias." De nuevo tuvo
la valentía de decirles: "Si es que pueden, seis que han recibido
el poder sobre mí, no se demoren, ¡vengan al ataque! Y si nada
pueden, ¿para qué forzarse tanto sin ningún fin? Por que la fe en
nuestro Señor es sello para nosotros y muro de salvación." Así,
después de haber intentado muchas argucias, rechinaron su dientes
contra él, porque eran ellos los que se estaban volviendo locos y no
él.
De nuevo el Señor no se olvidó de Antonio en su lucha, sino que
vino a ayudarlo. Pues cuando miró hacia arriba, vio como si el techo
se abriera y un rayo de luz bajara hacia él. Los demonios se habían
ido de repente, el dolor de su cuerpo cesó y el edificio estaba
restaurado como antes. Antonio, habiendo notado que la ayuda había
llegado, respiró más libremente y se sintió aliviado en sus
dolores. Y preguntó a la visión: "¿Dónde estaba tú? ¿Por
qué no apareciste al comienzo para detener mis dolores?"
Y una voz le habló: "Antonio, yo estaba aquí, pero esperaba
verte en acción. Y ahora que haz aguantado sin rendirte, seré
siempre tu ayuda y te haré famoso en todas partes."
Oyendo esto, se levantó y oró; y fue tan fortalecido que sintió su
cuerpo más vigoroso que antes. Tenía por aquel tiempo unos treinta y
cinco años edad.
|
|