Revista Horda
N° 1-Año 2000
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PARA PENSAR LA CRISIS ARGENTINA

Fernan Gustavo Carreras.
Lic. En filosofía.
 

 Nos proponemos realizar algunas aproximaciones reflexivas al momento que vivimos los Argentinos.

Problemas pendientes del Ser Argentino.
 Consideramos que existen dos cuestiones pendientes en nuestro pasado: a)la de nuestra identidad, y ligado a ello, b) la cuestión de la organización nacional
 Estas dos cuestiones constituyen el malestar de nuestra cultura. Es decir una patología que estaría en la base de otras más circunstanciales.

 Presente, transformaciones y crisis.
 Los que organizaron la nación enfrentaron el desafío de “modernizar” el país, hoy estamos compelidos a integrarnos al nuevo proceso globalizador, nuevamente el reto es ser “sujetos” y no “objetos” de este proceso.


 Perspectivas y desafíos.
 Creemos que existen convergencias entre procesos que surgen desde adentro y otros que nos adviene del nuevo proceso mundial a partir de los cuales podemos fortalecer la constitución del “nosotros” como sujeto colectivo capaz de construirse un futuro digno. Los signos serían a nuestro juicio:

 El gran desafío es discernir los gérmenes de vida de los gérmenes de muerte y trabajar arduamente para fortalecer todo aquello que contribuye a ser una comunidad donde se pueda convivir con justicia y vivir con dignidad.
 

PARA PENSAR LA CRISIS ARGENTINA.

Siempre resulto difícil para los argentinos el diagnosticar la propia situación. Los ensayos escritos en tal sentido se han multiplicado tanto como los enfoques. Sin embargo en cada etapa de nuestra historia, sentimos la necesidad de volver sobre nosotros mismos y retomar el intento de autocomprendernos. El presente es un tiempo que nos desafía por su novedad. Nos proponemos realizar algunas aproximaciones reflexivas a nuestra realidad para contribuir a comprenderla.

PROBLEMAS PENDIENTES DEL SER ARGENTINO.

Consideramos que no podemos entender lo que hoy nos pasa sin revisar algunas cuestiones pendientes de nuestro pasado. Nos detendremos en dos que consideramos fundamentales, la cuestión de nuestra identidad y ligada a ella, la de nuestra organización nacional.
La primera cuestión, esta referida a la pregunta ¿quiénes somos los argentinos? El santiagueño Bernardo Canal Feijoó relataba que en una panel donde se trataba sobre el ser argentino, figuras de las más relevantes de nuestra cultura coincidían en que no existía tal ser. Y concluye a partir de allí que el ser argentino es aquel que se afirma a partir de su propia negación.
La anecdota nos habla de la dificultad de la problemática, a la vez que ofrece una pista: la autonegación. El mismo pensador nos dice que el problema de la cultura americana es un problema de contactos culturales (1). Contactos que implican relaciones de diferente tipo: encuentro, choque, dominación - sujeción. Entre sujetos colectivos diversos. Con resultados diferentes en los distintos espacio y tiempo de la aventura humana en América.
Canal caracteriza a estos contactos como “superposiciones culturales”, es decir una relación donde un término se superpone a otro sin lograr una síntesis. Con la particularidad de que el término pretendidamente superior niega al inferior sin poder anularlo. Los momentos fundamentales serian:
1)  Contacto entre el indígena nativo y el conquistador español, el que tendría carácter de fúndante. Allí se dan relaciones ambiguas que van conformando la matriz de nuestra cultura criolla: su actitud ante la naturaleza, un estilo de convivencia y la apertura religiosa. En este proceso la acción cultural de la conquista es caracterizada como la “pedagogía del gajo”. El español enseña al indígena que hay que transplantar plantas refinadas (la cultura europea) y no le enseña que hay una semilla silvestre digna de ser cultivada y perfeccionada (la cultura propia). Es decir, no sólo lo niega, sino que lo educa en la autonegación.
2)  El proceso de organización nacional en donde es el criollo ilustrado el que niega al hombre de pueblo en la antinomia Sarmientina “civilización vs. Barbarie”. Donde el barbaro es el gaucho y el civilizado es el europeo o el criollo europeizado.
3)  El tercer momento sería el de la gesta inmigratoria, promovida por la dirigencia ilustrada con el fin no solo de poblar sino de sustituir al criollo o la masa de la población autóctona por otra población mejor y más apta para el “progreso”.

  De acuerdo a este planteo estaríamos constituidos por la superposición de tres ethos culturales, que  el filósofo Risco Fernández (2) caracterizaría como el mito indígena, la utopía hispana y el logos científico tecnológico de la modernidad. Distintos procesos han intentado eliminar o acallar definitivamente a alguno de estos términos absolutizando al otro pero sólo obtuvieron victorias parciales. En el vasto territorio de la nación encontramos vivo y actuante a lo indigena, lo criollo, lo hispano y lo “moderno”. Allí estaría una de las raíces de nuestros conflictos y también nuestra particularidad y riqueza.

  El segundo problema pendiente de nuestro pasado es el de la organización institucional de nuestra nación. Esta desestimación y negación de lo hispano indígena se habría traducido en lo institucional en una estructuración del país que anulando política y jurídicamente a las regiones transforma el interior en una multiplicidad de provincias impotentes a la vez que dependientes de una poderosa capital. En una dinámica analogable a una cabeza que crece a expensas de la enfermedad de todo el cuerpo.

  Estos dos problemas constituyen el malestar de nuestra cultura. Es decir una patología que estaría en la base de otras más circunstanciales.

  PRESENTE, TRANSFORMACIONES Y CRISIS.

  Todo este proceso implicó la dificultad de armonizar los tiempos de la modernidad europea y los de la vegetalidad americana. “Debemos constituirnos de prisa” “¡hay que alcanzar al tiempo en su carrera!” exclamaba Alberdi. Hoy enfrentamos un desafío similar con la diferencia que los nuevos tiempos no sólo son vertiginosos para nosotros sino también para los nuevos imperios. Estaríamos embarcados en una nueva revolución de dimensiones planetarias con profundas consecuencias para el mundo y todos los subsistemas que constituyen la existencia humana.
  Los argentinos nuevamente fuimos mas objeto que sujetos de estos procesos, en medio del fuego cruzado de poderosos intereses, en actitud servil dependiente, nos hemos desgarrado en luchas de distinto signo bajo el imperio de la irracionalidad y la intolerancia. Destaquemos algunos de estos momentos señalando sus consecuencias.

Neoliberalismo y ajuste económico.

  El neoliberalismo es la ideología que lidera el nuevo proceso globalizador. Entre nosotros, las políticas neoliberales comenzaron a implantarse con la dictadura militar iniciada en 1976. El fracaso del gobierno de Isabel Perón fue el factor que posibilitó el golpe de estado y creó el clima para la aplicación de severas medidas destinadas a restaurar el “orden”.
  Consideramos que este periodo nos dejó dos males graves como herencia: el endeudamiento externo y las heridas de una sangrienta represión. La primera significó hipotecar nuestro futuro económico y político. La segunda constituyó la destrucción de las bases materiales para la construcción del futuro. Se destruía no sólo una ideología o una organización sino a las personas que la sustentaban. Toda una dirigencia estudiantil, obrera, docente, política, artística, intelectual fue exterminada u obligada a expatriarse. El proceso dejaba así el saldo de la más profunda frustración: no sólo quedaba comprometido el porvenir económico por una deuda impagable sino que la destrucción de la vida, la aniquilación del capital humano cerraba posibles caminos de recuperación.
  La apertura democrática significó la renovación de la esperanza que pronto quedaría desvanecida por el inmanejable proceso hiperinflacionario. Si el endeudamiento externo significó la consolidación del capital privado, y el suicidio del estado, la hiperinflación fue el gran río revuelto para la ganancia de los pescadores de siempre que no fueron precisamente los pobres.

  El nuevo fracaso creó las condiciones para radicalizar el proceso neoliberal.

De la “revolución productiva” a la “convertibilidad”.

  La situación del país en el último tramo del gobierno de Alfonsin presentaba un cuadro profundamente crítico cuyos caracteres serian (3): a) Un proceso inflacionario alto y sostenido, b) bajisima credibilidad y mínimo consenso en el poder constitucional, c) una creciente y generalizada ajuridicidad (huelgas permanentes, levantamiento militares, estallidos sociales y saqueos, boicot de los grandes grupos económicos).
   En ese contexto el país tenía algunas posibles salidas: 1) un golpe de estado, 2) la “libanización” (violencia generalizada), 3) un cambio social progresivo, 4) un cambio social regresivo.
  La alternativa uno no era factible porque no existía el consenso necesario  en la sociedad ni en las cúpulas militares que optaron por la legalidad institucional. La dos tampoco era posible al no existir ya fuerzas irregulares. Para la tercera se requería la existencia de fuerzas sociales progresistas, políticamente capacitadas para disputar la hegemonía y retraducir efectivamente el conflicto haciendo emerger un nuevo “bloque histórico”. La Argentina de ese momento estaba huérfana de tales fuerzas.
  En ese contexto el menemismo produjo una gigantesca redefinición política y social del país que podemos denominar “cambio social regresivo”  profundizando el ajuste iniciado en los períodos anteriores. Para lograrlo tuvo que hacer tres operaciones de gran envergadura:

a)  Transmutar completamente la práctica y la ideología del peronismo, alejándolo de cualquier compromiso con la suerte de las mayorías y los marginados, y convirtiéndolo en el eje de una política populista-conservadora.
b)  Dirimir la lucha corporativa. Para ello debió doblegar a la corporación sindical (aunque terminó asociando a su proyecto a la vieja burocracia de los sindicatos), orientar todo el poder de regulación económica en el sentido de los intereses de la corporación patronal, neutralizar al estamento militar, y lograr la adhesión - complicidad de gran parte de la jerarquía católica.
c)  Por último privatizar la escena pública. El estado reduce al mínimo su capacidad de regulación e intervención en el conflicto social, delegándolo en la iniciativa privada... de los más poderosos. En el aspecto cultural e ideológico, la empresa menemista ha tendido a constituir un nuevo “sentido común” (individualista, privatista, excluyente).

  Intentaremos destacar los componentes más significativos del nuevo cuadro de situación:

Cambios económicos sociales
En lo económico: el plan de convertibilidad obtuvo el logro innegable de la estabilidad, mejoro la recaudación fiscal y creció el PBI, pero presenta problemas significativos. Entre ellos: Incremento de la deuda externa. Proceso de concentración de los mercados (ventajas para las grandes empresas), desaparición de numerosas empresas medianas y pequeñas (industriales, agropecuarias, comerciales, etc.). Incremento de las aximetrías regionales. Instalación de capital especulativo y volatil. Todo lo cual conforma un cuadro de vulnerabilidad económica.
Impacto social de las políticas de ajuste. La era del ajuste ha exacerbado las distancias entre los extremos de la pirámide de estratificación social. Esto significa que los sectores socio-económicos altos de la sociedad (sus clases dominantes) son ahora menos y tienen más. Tienen más en términos económicos y      políticos y lo poseen en detrimento de los que tienen menos.
        A su vez, la base de la pirámide se ha ampliado y se ha transformado volviéndose más heterogénea. Junto a los “pobres estructurales” aparecen los “nuevos pobres”. Los primeros son llamados así porque siempre fueron pobres, estarían aquí los pobres del sector rural, los que habitan en asentamientos urbanos, villas y barrios  precarios de los cinturones periféricos de las ciudades, que no satisfacen sus necesidades básicas (hacinamiento, vivienda precaria, condiciones sanitarias, educación y capacidad de subsistencia), y que tienen ingresos por debajo de la línea de pobreza. Sus expectativas serían las de mera subsistencia (4). Para este sector estarían destinadas las políticas sociales del gobierno con un fuerte sentido clientelar. El segundo grupo es el sector de la clase media que por efectos de las nuevas condiciones económicas cayeron en la pobreza, se los denomina también “pauperizados” o “empobrecidos”. Se trata de un sector con ingresos por debajo de la línea de pobreza, pero que no presenta carencias críticas en sus necesidades básicas. Está constituido por empleados públicos, trabajadores poco calificados, docentes, jubilados y jóvenes profesionales sin inserción clara en el mercado laboral. Son los más afectados por el modelo. No tienen contención simbólica ni planes sociales para ellos, además carecen de las estrategias de sobrevivencia de los pobres estructurales. Sus expectativas son las de acceder a los bienes del modelo consumista y la imposibilidad de hacerlo por la declinación de sus ingresos genera frustración y protesta.
El centro de la pirámide se ha achicado de manera sensible, se trata de una “clase media en transición e incertidumbre”. La estabilidad del sector brindado por un trabajo seguro en el estado de bienestar de la etapa anterior se ha convertido en volatilidad y riesgo, hay sectores en ascenso y otros en declinación. De allí el temor y el stress que derivan de la nueva situación de incertidumbre y alta competencia . El temor al despido lleva a una dedicación total a la empresa, la necesidad de alcanzar mayor escolarización y certificados para aferrarse a la posición alcanzada. “Para la mayoría de los trabajadores argentinos es necesario correr cada vez más ligero en la pista ocupacional para lograr permanecer parados en el mismo lugar” (5).
Un fenómeno vinculado al anterior es el de la denominada “hiperdesocupación”. Los indicadores ofrecen estas cifras alarmantes: de la población económicamente activa, el 18,6 % está desocupada, el 10 % subocupada (los que quieren trabajar más pero no pueden), y el 22 % son subocupados invisibles (trabajan mucho pero ganan poco). Es decir que un 44 % de la población económicamente activa tiene problemas muy serios de empleo en Argentina. Vale la pena señalar la función del trabajo en la vida personal y colectiva. El trabajo es la principal fuente legitima de ingresos, por lo que su ausencia impide adquirir lo elemental para la vida, la formulación de proyectos futuros y el ejercicio mismo de la libertad. Por otra parte, mediante el trabajo se adquiere gran parte de la identidad personal, aunque somos más de lo que hacemos, lo que hacemos forma parte esencial de nosotros. Además la ocupación nos hace participar de la vida de la colectividad y este estimulo relacional forma parte de las necesidades básicas. La falta de trabajo es causa de trastornos sicológicos y disminuye la autoestima. Finalmente, se puede afirmar con toda probabilidad que la cohesión y estabilidad social de un país depende de su capacidad de proporcionar un medio de vida al conjunto de la población. La desocupación, y la necesidades que genera constituyen el caldo de cultivo de la delincuencia y la violencia.

Cambios Culturales.

En lo cultural todo este proceso fue conformando una nueva autointerpretación social que respondería al nuevo contexto mundial, que ha sido denominado “posmoderno”, Y que en lo local fue impulsado en forma explícita por el menemismo, por lo que algunos lo llaman “sentido común pos-ajuste”.
En efecto, el cambio de escenario producido por el fin de los socialismos reales en Europa del este, la crisis del estado de bienestar, la revolución científico tecnológica y la globalización de la economía han tenido su correlato cultural en el fenómeno “postmoderno” con caracteres nuevos cuya naturaleza hoy se discute.
Indudablemente todo ello llega hasta nosotros con la fuerza de lo inevitable, pero los acontecimientos propios de nuestra historia le han dado caracteres especiales. La represión militar primero, la hiperinflación luego, y la convertibilidad golpearon fuertemente a la mayoría del pueblo argentino, el cual fue optando por un retiro a la vida privada en una actitud del “sálvese quien pueda”.  A la vez, desde los medios masivos de comunicación, y desde cierto ámbito académico se fue reforzando el discurso oficial del fin de las ideologías, de la necesidad del achicamiento del estado que es “per se” mal administrador y peor negociante, por lo que, a la vez, sus empresas debían transferirse al ámbito privado “per se” eficiente. Que la corrupción es una endemia de la administración pública originada en las regulaciones, por lo que todas debían ser anuladas, que la falta de competitividad de nuestros capitalistas se debe al “costo laboral” y no a la ineficiencia y corrupción del sector privado también, que debía ponerse fin a todo poder sindical como imperativo de la revolución científico tecnológica, etc. Todo ello se fue imponiendo como algo connatural al nuevo modo de interpretarnos los argentinos.
El P. Juan Carlos Scannone (6) señala que mientras el individualismo “moderno” se dio sobre todo en nuestras elites sin llegar a penetrar profundamente en el pueblo, el nuevo individualismo es un fenómeno que abarca a todos los sectores sociales. Su caracteres serian: En lugar de los grandes metarrelatos se esta dando cada vez más lugar a un pluralismo ideológico, ético y aún religioso. En lugar de las grandes utopías sociales, nacionales o populares de futuro común, se están dando una fuerte despolitización, una falta de compromiso social duradero, un centrar el interés en lo privado, lo cotidiano, la felicidad individual, el goce del instante (hasta por medio de las adicciones), la supervaloración del cuerpo propio y de su estética...Lo determinante no es el sujeto colectivo, la raza, pueblo, nación, sino el “estar bien individual”, basado generalmente en el consumo. Se trata de un individualismo competitivo e insolidario que va generando una sociedad no sólo de incluidos y excluidos, sino de “ganadores y perdedores”.

Crisis de representación.

   Podemos considerar que el sistema democrático esta consolidado entre nosotros en el sentido de que no hay cabida para golpes de estado, pero al mismo tiempo podemos afirmar que la política alcanza el máximo desprestigio. Muchas son las causas, señalamos algunas (7):
a)  La propia historia política de los últimos años han llevado a un profundo deterioro de lo político. Muchos que se embarcaron en proyectos revolucionarios traicionaron sus banderas pasándose al bando opositor (colaborando en la represión) o bien buscaron luego beneficiarse de la nueva situación. Por su parte la dirigencia política fracasó reiteradas veces mostrando incapacidad para satisfacer las demandas de la gente, el doble discurso y la distancia entre  promesas electorales y realizaciones generaron un clima generalizado de desencanto político. Se desconfía de los grandes relatos de izquierda o de derecha. La militancia social se aleja de los partidos políticos desvinculando dos instancias necesitadas de articulación. Se ha dado lugar al fenómeno caracterizado como la privatización de los individuos. Se va instaurando un tipo de racionalidad utilitaria donde el calculo costo beneficio se expande más interesado en las ganancias personales a la vez que despreocupado por lo público.
b)  El fenómeno de la corrupción: El momento actual ha sido caracterizado como de hipercorrupción. Los funcionarios hacen del poder un ámbito para realizar negocios personales. La corrupción carcome todos los poderes. Existe la convicción generalizada de que la impunidad premia a los deshonestos. La política es asociada al poder y el poder a la corrupción.
c)  Los medios de comunicación ocupan un enorme espacio público desplazando a los políticos. La gente se siente más interpretada en sus demandas por los comunicadores sociales que por las burocracias partidarias o los funcionarios que los representan (diputados y senadores). Los medios acercan las cuestiones públicas a lo cotidiano, a la vez que la tecnología comunicacional se ha convertido en un poderoso factor de formación de opinión pública.
d)  Nueva estructura de poder. El proceso de globalización, junto con el endeudamiento y los programas de ajuste estructural, reduce los márgenes de autonomía del Estado-Nación y la capacidad de la política para regular una economía desnacionalizada. Aparecen nuevos factores poder, si antes fueron los sindicatos, la fuerzas armadas o la iglesia ahora son los grupos económicos, las empresas transnacionales, los organismos internacionales y los medios de comunicación. Son estos actores los que ahora cuentan con poder para imponer reglas de juego. Los gobiernos tienen capacidad decisoria y de cambio, pero sólo en la medida en que realicen los intereses de estos actores, ya que de lo contrario pueden perder rápidamente la confianza de los inversores, enfrentar “golpes de mercado”, la salida abrupta de inversiones  o el posicionamiento adverso de los medios. Esta nueva estructuración del poder ha dado lugar a las llamadas democracias débiles, porque ocultan decisiones tomadas por centros de poder real que descansan en diferentes partes, lo débil es la política ante la economía, y el interés general ante el interés de los particulares.

  Por otra parte, debemos destacar que en gran parte del país se mantiene el fenómeno del caudillismo, el que pervive sostenido por una estructura económico social de tipo feudal. El caudillismo de hoy no tiene el significado de representar los intereses del interior ante el poder central como fueron los caudillos históricos, más bien aparecen como piezas funcionales a un modelo político clientelar donde su rol se reduce a saber golpear puertas para obtener pequeños beneficios para su provincia. En esta situación el pueblo hace su juego al que hemos caracterizado como el del zorro y el león. El zorro es el débil que sobrevive gracias a su astucia, pero su juego no cambia la estructura de relación, el león sigue siendo el fuerte y el que impone las reglas del juego.

 PERSPECTIVAS Y DESAFIOS.

  Las perspectivas y desafíos del presente están enmarcadas por los datos de la realidad a la que hemos intentado presentar en los párrafos precedentes. Antes de avanzar queremos destacar algunas cuestiones.
  La primera está relacionada con los problemas pendientes del ser argentino al que hemos aludido. En tal sentido es importante retomar la afirmación de  que muchas de nuestras problemas obedecerían  a la dificultad de sincronizar nuestros propios tiempos nacionales con los ritmos impuestos por los países que hegemonizan los destinos del mundo, Europa primero, luego los Estados Unidos.  Hoy la globalización económica y el fenómeno postmoderno irrumpen desde fuera con la fuerza de lo inexorable, y nuevamente desde el poder se ha optado por una suerte de receptividad pasiva, alguien señalaba el llamativo paralelismo entre la expresión Alberdiana “que la Europa nos penetre por todas partes” y la reciente afirmación “mantenemos relaciones carnales con los Estados Unidos” de Guido Di Tella.
   La segunda estrechamente ligada a la anterior, tiene que ver con destacar el carácter “ambiguo” de los procesos históricos. El carácter problemático de nuestra identidad refuerza la dificultad para interpretar lo que nos sucede en la nueva aldea global. De ahí la proclividad a las interpretaciones excluyentes. En Europa se ha producido un rico debate en torno al carácter de estos nuevos tiempos que simplificando podríamos expresar en estos términos ¿modernidad? o ¿posmodernidad? La discusión se ha trasladado a estas tierras añadiendole mayor problematicidad aún(8).
  No es posible extendernos sobre esta cuestión pero vale la pena realizar algunas consideraciones a los efectos de este trabajo. Existe cierta convicción generalizada entre nosotros del hecho que si en Europa se ha puesto en profunda crisis a las filosofías del sujeto, nosotros aún tenemos pendiente la cuestión como lo hemos anotado en la primera parte de este trabajo. Por lo que si el mundo desarrollado se interpreta en proceso de fragmentación nosotros aún no hemos logrado nuestra propia constitución. De este modo nuestra preocupación primaria no iría en la dirección de la disolución sino de la búsqueda de integración.
  Una segunda consideración que puede servirnos es que si llevamos en nosotros la presencia de distintos componente culturales como los hemos señalado ese mismo hecho significaría que junto a la dificultad y conflictividad señaladas, existe en ello mismo una enorme potencialidad para encontrar claves no sólo para nuestro futuro sino un aporte para la humanidad toda.
  Una tercera consideración desde nuestra América reside en señalar el carácter ideológico de gran parte del discurso posmoderno. Se afirma el fin de los grandes relatos, anuncio que a su vez se constituye en un gran relato, se reniega de las totalidades, se atomiza la visión histórica y la voluntad política, “y por cierto que nada se dice de las totalizaciones que surgen del ejercicio del poder mundial, ni tampoco de las que rigen las redes casi infinitas de las empresas multinacionales, así como de esas totalizaciones que muestran algunas instituciones, ciertamente gigantescas, como son los ejércitos que respaldan aquel ejercicio del poder” (9).
  De acuerdo a estas anotaciones queremos señalar algunos rasgos de nuestro presente, en los que parece darse cierta convergencia de procesos internos con elementos que llegan desde fuera, y por ello los juzgamos potencialmente favorables  para la construcción de un futuro mas humano.
 

Ruptura de las totalizaciones absolutas y aceptación de las diferencias.

  El último proceso militar puso en evidencia la irracionalidad de las absolutizaciones de cualquier signo. El baño de sangre que enlutó al país nos llevó a aprender de nuestros errores. Los argentinos estamos aprendiendo a tolerar nuestras diferencias no sólo políticas sino también raciales, culturales o religiosas. Esta tolerancia podría transformarse en un integrismo light o bien podría servir para un efectivo reconocimiento de la alteridad. Ello significaría entre nosotros la superación de viejos caminos ensayados para resolver nuestras diferencias: a) El camino de la solución alternativa es decir anulando a uno u otro de los términos diferentes (civilización o barbarie), b) el camino dialéctico es decir superación de los diferentes en una síntesis superior, y c) quedaría un tercer camino que aún no hemos ensayado del todo los argentinos que sería superación ni de lo uno ni de lo otro sino coexistencia y dialogo de los diferentes. Ello implicaría estructuras institucionales que permitan coexistir a los diferentes con dignidad. Para ello habría que superar la macrocefalia argentina mediante una nueva organización vertebrada por las regiones que equilibre el organismo nacional.

Nuevas demandas y movimientos sociales.

  Se observa la proliferación de nuevas demandas en vastos sectores de la sociedad relacionadas a variados aspectos y necesidades. La sociedad se ha hecho sentir en estos últimos años sobre problemas de  inseguridad e impunidad, como el caso María Soledad en Catamarca que derrumbó el gobierno de los Sadi, el caso Carrasco en Neuquen, y el reciente caso Cabezas; sobre cuestiones laborales y salariales como los piqueteros en Jujuy y la marcha federal; sobre la corrupción generalizada ligada a un ajuste inhumano como el Santiagueñazo del16 de diciembre de 1993, sobre la cuestión ecológica como en el caso del proyecto Caburé del Norte  que amenaza los últimos quebrachales santiagueños;  sobre la educación Argentina como la carpa docente, por enumerar las más significativas.
  El surgimiento de estos nuevos sujetos colectivos ha tenido dos resultados alentadores:


  Todo ello no se da en el mismo grado ni del mismo modo en todo el territorio nacional, pero su extensión favorecería a la reconstitución de un tejido de solidaridad y a una potenciación del sujeto colectivo para hacerse cargo de sus propios proyectos y procesos. Para ello habría que cumplir dos cometidos, integrar de algún modo la actividad de los distintos movimientos sociales, y a la vez, encontrar caminos de articulación con lo político. Es necesario construir un nuevo poder político para pensar en un modelo alternativo.

Apertura a la trascendencia.

  Otra novedad donde converge lo que nos viene de fuera con lo que surge de dentro es un nuevo sentido del misterio, no sólo del mundo, de si mismo y del otro, sino también de Dios. La situación de inseguridad y exclusión social favorece un nuevo despertar religioso,  que en muchos casos tiende a darse en forma privada y emocional, centrada en el bienestar individual, la salud del cuerpo, y una especie de salvación aquí y ahora. Señalemos en este punto el potencial articulador del fenómeno religioso, no sólo de la personalidad individual sino también del nosotros colectivo. Nuevamente aquí señalemos la ambigüedad, si lo religioso puede funcionar como “opio de los pueblos”  también funciona como razón crítica y fuerza de liberación. De hecho ambas posibilidades se realizaron en nuestra historia.
 

EN CONCLUSIÓN,

   Hemos intentado presentar nuestras dificultades profundas, los datos de nuestra historia reciente y presente, destacando la ambigüedad de estos procesos para nosotros, que en parte surgen desde adentro, y en parte nos advienen desde fuera. Esto ha sido la constante de nuestra historia, estamos constituidos como ecúmene abierta. En esta apertura y ecumeneidad hemos sufrido por intolerancias internas y por la dominación externa. Sin embargo, pensamos que nuestra tarea es discernir inteligentemente los gérmenes de “vida” distinguiéndolos de los gérmenes de “muerte  y trabajar arduamente para constituirnos en comunidad donde la pluralidad y la diferencia posibilite  y no impida una convivencia justa.
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