Revista Horda
N° 1-Año 2000
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CUENTO


PREJUICIOS

Germán José Montiel (h)
Prof.de historia.

 La puerta se abrió. Media luz. Un cigarrillo imprudentemente encendido. Ellas recostadas en la cama matrimonial. El, al frente, cerca, sentado sobre la punta de un sillón, tomando lo que siempre acostumbraba en épocas invernales, whisky. Una de ellas con un té y la otra con una copita de licor. Sobre la cama algunas hojas y dos libros. Afuera temperatura bajo cero.
 Cerró la puerta ofuscada. Se dirigió a su madre reclamándole como permitiría eso en su propio dormitorio y sin esperar respuesta se fue al suyo cerrando la puerta con llave.
 La madre, pegada al televisor apenas la miró, pero se levantó intrigada y acercándose al dormitorio les preguntó si ¡qué diablos le pasaba a su hija!. Ellos se miraron sin entender que era lo que preguntaba. En realidad no se percataron que ella había abierto la puerta. Estaban en otra cosa.
 Vivía en otra época. No aceptaba que en su propia casa y menos en el dormitorio de su madre, un hombre con dos mujeres. Uno se imagina, que ella se imagina, verse vestida con ropas del siglo pasado, vestido largo con mangas y a la altura de las muñecas pequeños vuelitos con puntillas. Cintura de avispa, la cola parada, pequeñas botitas con taco, sombrero y sombrilla. Sintiéndose halagada Al ser reconocida por la calle, agradeciendo con una leve inclinación de la cabeza cuando los hombres se descubren al verla pasar.
 Docente en un colegio secundario, siempre trataba a sus colegas sin tutearlos. Era frecuente escucharla decir: “¡no se desubique profesor!”, cuando alguien le hacía cierto tipo de insinuación.
 Salió de su dormitorio sólo para la cena. No le dirigió la palabra a su madre, aunque a ésta poco le importó, porque estaba totalmente absorbida por el televisor. Luego de acostarse y de leer algunas páginas de su novela, apagó la luz. Uno se imagina, que ella se imagina, soñar con un príncipe azul, un caballero de levita y sombrero de copa que la pasaría a buscar en un carruaje tirado por cuatro caballos blancos con penachos rojos en sus cabezas. Un sirviente abriéndole la puerta y él tomándole de la mano, previo beso en el dorso de la misma, le ayudaría a subir.
 Se levantó a media mañana y desayunó sola. Su madre había dejado una nota en la cual decía que se iba de compras. No quiso saber si su hermana estaba durmiendo, menos, abrir la puerta del dormitorio de su madre, pensando en la situación que había vivido el día anterior.
 A la hora del almuerzo se juntaron las tres. Ella buscaba en el rostro de su hermana, algo que la delatara sobre el día anterior. Para colmo ésta volvió cansada, con ojeras muy pronunciadas, típico de las personas que se desvelan. Ese rostro no hacía más que confirmar lo que suponía.
 La madre le preguntó a la que recién entraba, si como le había ido, ella contestó que estaba contenta porque había rendido bien y el compañero del día anterior también. Ella escuchaba en silencio. Pero al mismo tiempo – continuó la hermana - , estaba triste porque su compañera dado el malestar que había sentido el día anterior con su embarazo, no había rendido. “Seguramente – dijo – presentará certificado médico para una nueva oportunidad. En realidad no debería haber estudiado porque le indicaron reposo, pero es un cabeza dura!”
 Ella fue comprendiendo la situación de porqué estaban en el dormitorio. Una de ellas, la embarazada, recostada y su hermana al lado leyendo por las dos. Mientras que él, había llegado sobre el examen pidiendo auxilio con unos temas que no entendía.
 Su rostro cambió, el ceño fruncido desapareció, sintió alivio y calor al mismo tiempo. ”¡Seguramente – pensó – estoy colorada!”. No aguantó más, pidió permiso y se levantó. En su dormitorio, frente al espejo se repetía una y mil veces “¡qué vergüenza, haber dudado de mi madre y de mi hermana, qué vergüenza,!
 Se acomodó el pelo y la ropa y con decisión regresó a la cocina. Las abrazó a las dos, mientras le saltaban algunas lágrimas. La hermana y la madre, sin entender, se miraron sorprendidas como diciendo: “¡está chica está loca!”

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