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Un día que los cinco hijos
del rey irlandés Eochaid fueron de cacería, se encontraron perdidos, cercados por todas
partes. Como estaban sedientos, partieron uno por uno en busca de agua. Fergus fue el
primero, y llegó a una fuente en donde encontró a una anciana de pie.
El aspecto de la vieja era éste: más negro que el carbón era cada pedazo y parte de su
cuerpo, de la cabeza al suelo; comparable a la cola de un caballo salvaje era la grisácea
y metálica masa del pelo que crecía en la parte superior de su cabeza, tenía en la
cabeza una hoz, un colmillo verdoso que se curvaba hasta tocar su oreja y con ella podía
cortar la rama verde de un encino en pleno florecimiento; tenía los ojos oscurecidos y
nublados de humo; la nariz ganchuda, de aletas amplias; la barriga arrugada y pecosa, de
diversas maneras enferma; deformes y torcidas las pantorrillas, que terminaban en pesados
tobillos y un par de enormes patas; tenía las rodillas nudosas y las uñas lívidas.
Toda
la descripción de la dama era de hecho asquerosa.
-Así
eres ¿no es verdad?, dijo el muchacho.
-Así
mismo soy, contestó ella.
-¿Es
verdad que estás cuidando la fuente?, preguntó él.
-Es
verdad, dijo ella.
-¿Me
das permiso de llevarme un poco de agua?.
-Te
lo doy - consintió ella-, pero primero has de besarme en la mejilla.
-De
ningún modo, dijo él.
-Entonces
no te he de conceder el agua.
-Te
doy mi palabra - dijo él-, de que prefiero perecer de sed antes que darte un beso.
Entonces el joven regresó al lugar adonde estaban sus hermanos y les dijo que no había
podido conseguir el agua. Olioll, Brian y Fiachra de la misma manera fueron en su busca e
igualmente llegaron a la misma fuente. Cada uno de ellos le pidió el agua a la vieja,
pero le negó el beso.
Finalmente fue Niall y llegó a la misma fuente.
-¡Déjame
tomar agua, mujer!, le gritó.
-Te
la daré - dijo ella- si me das un beso.
-
El contestó: No sólo te daré un beso sino que te abrazaré.
Entonces se inclinó a abrazarla y le dio un beso. Cuando terminó dicha operación y él
la miró, no había en el mundo entero una joven de porte más gracioso, ni universalmente
más hermosa que ella: de la cabeza al suelo, cada una de sus partes podía ser comparada
a la nieve recién caída que yace en los surcos; redondeados y exquisitos eran sus
brazos, sus dedos largos y delgados; tenía las piernas derechas y de adorable color; dos
sandalias de bronce blanco embellecían sus pies blancos y suaves y la tierra que pisaba;
la ceñía un amplio manto del más fino vellón de color escarlata y en dicho indumento
un broche de plata blanca; tenía brillantes dientes como perlas, ojos grandes y regios,
la boca roja como el fruto del fresno.
Leyenda de Irlanda, extraída de El Héroe de las Mil Caras, de Joseph Campbell, 1959.![]()
Al respecto, Campbell, en el capítulo "El encuentro con la diosa" del libro citado, dice lo siguiente: "La mujer en el lenguaje gráfico de la mitología, representa la totalidad de lo que puede conocerse. El héroe es el que llega a conocerlo. Mientras progresa en la lenta iniciación que es la vida, la forma de la diosa adopta para él una serie de transformaciones; nunca puede ser mayor que él mismo, pero siempre puede prometer más de lo que él es capaz de comprender. Ella lo atrae, lo guía, lo incita a romper sus trabas. Y si él puede emparejar su significado, los dos, el conocedor y el conocido, será libertados de toda limitación. " "La mujer es la guía a la cima sublime de la aventura sensorial. Los ojos deficientes la reducen a estados inferiores; el ojo malvado de la ignorancia la empuja a la banalidad y a la fealdad. Pero es redimida por los ojos del entendimiento. El héroe que puede tomarla como es, sin reacciones indebidas, con la seguridad y la bondad que ella requiere, es potencialmente el rey, el dios encarnado, en la creación del mundo de ella (...) El encuentro con la diosa (encarnada en cada mujer) es la prueba final del talento del héroe para ganar el don del amor (caridad: amor fati), que es la vida en sí misma, que se disfruta como estuche de la eternidad."
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