Libro IX

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    Cada Viernes Santo, una paloma descendía del cielo, y depositaba una hostia en el Grial.

   Parzival "atravesó a caballo muchos países y en barco numerosos mares. Derribó de la silla a todos los que se midieron con él, excepto a los compatriotas o parientes. Su balanza pesaba con precisión: hacía subir su gloria y bajar la de sus adversarios".

    En un bosque descubrió una eremita recientemente construida. No sabía que allí se encontraba su prima, que había ofrendado su doncellez y su felicidad al amor de Dios. Sigune compartía el lugar con Schionatulander, su héroe muerto; llevaba una vida de sufrimiento, inclinada sobre el sarcófago de su amado.

    Parzival se acercó hasta la ventana, quería preguntar en qué bosque se encontraba o adónde le llevaba su camino. "El le pidió que se acercara a la ventana y la pálida doncella, que estaba arrodillada, se puso en pie con buenos modales. Sin embargo no sabía en absoluto quién era el caballero. Bajo su hábito gris, sobre la piel desnuda, llevaba un cilicio". El héroe le preguntó: "¿Cómo estáis en estos parajes solitarios, tan lejos de cualquier camino?. No puedo comprender, señora, de qué vivís, pues no hay ninguna casa en los alrededores". Ella contestó: "La comida me viene regularmente del Grial. La hechicera Cundry me trae los alimentos todos los sábados por la noche, para que tenga para toda la semana, se lo ha impuesto a sí misma". Cuando Parzival escuchó de ella el por qué de sus tribulaciones, supo que era su prima quien le hablaba a través de la ventana; y a su vez se quitó el capuchón de mallas para que Sigune le reconociera también. En nombre de su parentesco, él le pidió que le ayudara a encontrar el camino de regreso hacia el Grial. Ella le indicó que Cundry acababa de salir de allí, en dirección a Munsalwäsche; por lo tanto Parzival se despidió de Sigune y siguió la huella fresca del mulo de la hechicera; sin embargo, la huella desapareció en aquellos parajes sin caminos, y nuevamente perdió el Grial y su alegría. Pero uno de los templarios, centinelas que protegían los límites de Munsalwäsche, acudió a enfrentarse con Parzival; quien, aunque estuvo a punto de caer en un barranco durante el duelo, derrotó al templario y continuó su camino, sin saber adónde se dirigía, el Grial seguía siéndole ajeno y ello le entristecía.

    Algún tiempo después, en una fría mañana, se encontró con una peregrinación de caballeros y escuderos, encabezados por un noble señor de cabellos canos acompañado de su familia, todos vestidos como penitentes. Este señor informó al orgulloso caballero que ese día era Viernes Santo, y se lamentó de que ni siquiera aquellos días sagrados le hubieran movido a ir sin armas. Pero Parzival no sabía de años, semanas, ni de días; y al declararle su incredulidad en Dios, el noble señor le aconsejó que fuera cerca de allí, adonde vivía un hombre santo que podría aconsejarle y ponerle penitencia por sus pecados.

    Parzival se despidió de ellos pensando en no seguir el consejo, y renegando de Dios por haberle negado Su ayuda; pero la humildad, compasión y fidelidad amorosa que heredó de su madre entristecieron su corazón. "Por primera vez pensó en el que creó el mundo, en el que lo había creado a él mismo. ¡Qué poderoso era!. Dijo para sus adentros: ‘¿Y si Dios me ayudara a vencer mi tristeza?. Si ha sentido alguna vez simpatía por los caballeros, si ha recompensado su servicio caballeresco o si han sido dignos de su ayuda el escudo, la espada y la dura lucha entre hombres, que su auxilio me libre de mis preocupaciones. Si hoy es el día en que ayuda, que me ayude, si puede ayudar’. ‘Si el poder de Dios es tan grande que puede dirigir a los caballos y a los demás animales, y también a los seres humanos, lo ensalzaré. Si su sabiduría me puede ayudar, que dirija este caballo castellano lo mejor posible en mi camino. Con ello demostrará su bondad. ¡Corre hacia donde Dios te indique!’. Entonces puso las riendas delante de las orejas de su caballo y picó fuerte las espuelas. El caballo fue hacia la Fuente Salvaje, donde Parzival había prestado juramento a Orilo". Habían pasado cuatro años y medio desde que estuvo allí. Allí vivía el pío ermitaño llamado Trevrizent. Era hermano de Anfortas. De él aprendería Parzival los misterios del Grial.

    El joven le informó de la gente que lo había enviado allí, de cómo habían alabado sus consejos, y añadió: "¡Aconsejadme! Soy un pecador". Trevrizent le pidió que le contara con detalles, serenamente, cómo surgió su cólera hacia Dios, para poder aconsejarle.

    Cuando Parzival se enteró de que el ermitaño había visto también el Grial, le ocultó su estadía en Munsalwäsche, y le siguió preguntando sobre todo lo que sabía de esa piedra maravillosa. (De todas formas, Trevrizent sabía que un necio visitó el castillo y no planteó la pregunta: "Señor. ¿de que sufrís?" a Anfortas). El Grial concede la fuerza vital que hace que los humanos no envejezcan, ni mueran; sólo los cabellos se tornan grises tras cientos de años. Cada Viernes Santo una paloma que desciende del cielo deposita allí una hostia. En el borde de la piedra se marcan las inscripciones, mensajes escritos con letras celestiales. Su poder asegura la existencia de la comunidad de caballeros. Su abundancia paradisíaca brinda todo tipo de alimentos para la comunidad que vive allí. Sólo el Grial puede llamar por voluntad divina a quienes lo servirán y protegerán.

    Trevrizent notó la soberbia de Parzival, su extremada confianza en que su valor caballeresco lo haría merecedor de la ayuda de Dios; por ello le narró la historia de Anfortas, de cómo su soberbia lo llevó a su caída. Cuando eso sucedió, Trevrizent le prometió a Dios que no volvería a luchar como caballero, para que El ayudara a su hermano a salir de su desgracia. Así es como la estirpe de Titurel se había debilitado, con Anfortas enfermo y Trevrizent como ermitaño todos se preguntaban quién sería el protector del misterio del Grial.

    El piadoso varón reconoció en Parzival a su sobrino cuando éste le dijo cuál era su linaje. En sus tiempos como joven caballero, Trevrizent había conocido a Gahmuret en Sevilla, antes de que partiera hacia Bagdad, a su última batalla. El noble héroe, Gahmuret, reconoció en Trevrizent, por su parecido, su parentesco con Herzeloyde; así es que le confió como escudero a su sobrino, Ither de Gaheviez; y le regaló una piedra preciosa, más verde que el trébol, de la cual, más tarde hizo cincelar el relicario que Parzival ya había visto, que estaba afuera de la eremita, junto a la peña escarpada. Entonces el orgulloso joven se arrepintió de haber asesinado a Ither, su primo; a quien le robó la armadura; y se enteró con profundo pesar, que su madre había muerto de tristeza al verlo partir. Esto era parte del sueño que ella tuvo antes de que él naciera; Parzival era el animal que mamó de sus pechos, y el dragón que voló de ella.

    Finalmente, Parzival le confesó que él era el necio que vio toda la desgracia y no hizo ninguna pregunta. Su tío no le negó el consejo, sólo poniendo su fe en Dios podría alcanzar "un éxito de tan alto rango que se podría hablar de una reparación".

    El joven y el ermitaño conversaron durante un largo tiempo. Parzival se quedó quince días en la humilde morada de su tío. Dormían sobre un montón de paja. "Hierbas y raíces eran su mejor comida. Parzival soportaba las privaciones porque habían buenas nuevas: Trevrizent lo absolvió de sus pecados y le aconsejó como un caballero".

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