Parzival "atravesó a caballo muchos países y en barco numerosos mares. Derribó de
la silla a todos los que se midieron con él, excepto a los compatriotas o parientes. Su
balanza pesaba con precisión: hacía subir su gloria y bajar la de sus adversarios".
En un bosque descubrió una eremita recientemente construida. No sabía que allí se
encontraba su prima, que había ofrendado su doncellez y su felicidad al amor de Dios.
Sigune compartía el lugar con Schionatulander, su héroe muerto; llevaba una vida de
sufrimiento, inclinada sobre el sarcófago de su amado.
Parzival se acercó hasta la ventana, quería preguntar en qué bosque se encontraba o
adónde le llevaba su camino. "El le pidió que se acercara a la ventana y la pálida
doncella, que estaba arrodillada, se puso en pie con buenos modales. Sin embargo no sabía
en absoluto quién era el caballero. Bajo su hábito gris, sobre la piel desnuda, llevaba
un cilicio". El héroe le preguntó: "¿Cómo estáis en estos parajes
solitarios, tan lejos de cualquier camino?. No puedo comprender, señora, de qué vivís,
pues no hay ninguna casa en los alrededores". Ella contestó: "La comida me
viene regularmente del Grial. La hechicera Cundry me trae los alimentos todos los sábados
por la noche, para que tenga para toda la semana, se lo ha impuesto a sí misma".
Cuando Parzival escuchó de ella el por qué de sus tribulaciones, supo que era su prima
quien le hablaba a través de la ventana; y a su vez se quitó el capuchón de mallas para
que Sigune le reconociera también. En nombre de su parentesco, él le pidió que le
ayudara a encontrar el camino de regreso hacia el Grial. Ella le indicó que Cundry
acababa de salir de allí, en dirección a Munsalwäsche; por lo tanto Parzival se
despidió de Sigune y siguió la huella fresca del mulo de la hechicera; sin embargo, la
huella desapareció en aquellos parajes sin caminos, y nuevamente perdió el Grial y su
alegría. Pero uno de los templarios, centinelas que protegían los límites de
Munsalwäsche, acudió a enfrentarse con Parzival; quien, aunque estuvo a punto de caer en
un barranco durante el duelo, derrotó al templario y continuó su camino, sin saber
adónde se dirigía, el Grial seguía siéndole ajeno y ello le entristecía.
Algún tiempo después, en una fría mañana, se encontró con una peregrinación de
caballeros y escuderos, encabezados por un noble señor de cabellos canos acompañado de
su familia, todos vestidos como penitentes. Este señor informó al orgulloso caballero
que ese día era Viernes Santo, y se lamentó de que ni siquiera aquellos días sagrados
le hubieran movido a ir sin armas. Pero Parzival no sabía de años, semanas, ni de días;
y al declararle su incredulidad en Dios, el noble señor le aconsejó que fuera cerca de
allí, adonde vivía un hombre santo que podría aconsejarle y ponerle penitencia por sus
pecados.
Parzival se despidió de ellos pensando en no seguir el consejo, y renegando de Dios por
haberle negado Su ayuda; pero la humildad, compasión y fidelidad amorosa que heredó de
su madre entristecieron su corazón. "Por primera vez pensó en el que creó el
mundo, en el que lo había creado a él mismo. ¡Qué poderoso era!. Dijo para sus
adentros: ¿Y si Dios me ayudara a vencer mi tristeza?. Si ha sentido alguna vez
simpatía por los caballeros, si ha recompensado su servicio caballeresco o si han sido
dignos de su ayuda el escudo, la espada y la dura lucha entre hombres, que su auxilio me
libre de mis preocupaciones. Si hoy es el día en que ayuda, que me ayude, si puede
ayudar. Si el poder de Dios es tan grande que puede dirigir a los caballos y a
los demás animales, y también a los seres humanos, lo ensalzaré. Si su sabiduría me
puede ayudar, que dirija este caballo castellano lo mejor posible en mi camino. Con ello
demostrará su bondad. ¡Corre hacia donde Dios te indique!. Entonces puso las
riendas delante de las orejas de su caballo y picó fuerte las espuelas. El caballo fue
hacia la Fuente Salvaje, donde Parzival había prestado juramento a Orilo". Habían
pasado cuatro años y medio desde que estuvo allí. Allí vivía el pío ermitaño llamado
Trevrizent. Era hermano de Anfortas. De él aprendería Parzival los misterios del Grial.
El joven le informó de la gente que lo había enviado allí, de cómo habían alabado sus
consejos, y añadió: "¡Aconsejadme! Soy un pecador". Trevrizent le pidió que
le contara con detalles, serenamente, cómo surgió su cólera hacia Dios, para poder
aconsejarle.
Cuando Parzival se enteró de que el ermitaño había visto también el Grial, le ocultó
su estadía en Munsalwäsche, y le siguió preguntando sobre todo lo que sabía de esa
piedra maravillosa. (De todas formas, Trevrizent sabía que un necio visitó el castillo y
no planteó la pregunta: "Señor. ¿de que sufrís?" a Anfortas). El Grial
concede la fuerza vital que hace que los humanos no envejezcan, ni mueran; sólo los
cabellos se tornan grises tras cientos de años. Cada Viernes Santo una paloma que
desciende del cielo deposita allí una hostia. En el borde de la piedra se marcan las
inscripciones, mensajes escritos con letras celestiales. Su poder asegura la existencia de
la comunidad de caballeros. Su abundancia paradisíaca brinda todo tipo de alimentos para
la comunidad que vive allí. Sólo el Grial puede llamar por voluntad divina a quienes lo
servirán y protegerán.
Trevrizent notó la soberbia de Parzival, su extremada confianza en que su valor
caballeresco lo haría merecedor de la ayuda de Dios; por ello le narró la historia de
Anfortas, de cómo su soberbia lo llevó a su caída. Cuando eso sucedió, Trevrizent le
prometió a Dios que no volvería a luchar como caballero, para que El ayudara a su
hermano a salir de su desgracia. Así es como la estirpe de Titurel se había debilitado,
con Anfortas enfermo y Trevrizent como ermitaño todos se preguntaban quién sería el
protector del misterio del Grial.
El piadoso varón reconoció en Parzival a su sobrino cuando éste le dijo cuál era su
linaje. En sus tiempos como joven caballero, Trevrizent había conocido a Gahmuret en
Sevilla, antes de que partiera hacia Bagdad, a su última batalla. El noble héroe,
Gahmuret, reconoció en Trevrizent, por su parecido, su parentesco con Herzeloyde; así es
que le confió como escudero a su sobrino, Ither de Gaheviez; y le regaló una piedra
preciosa, más verde que el trébol, de la cual, más tarde hizo cincelar el relicario que
Parzival ya había visto, que estaba afuera de la eremita, junto a la peña escarpada.
Entonces el orgulloso joven se arrepintió de haber asesinado a Ither, su primo; a quien
le robó la armadura; y se enteró con profundo pesar, que su madre había muerto de
tristeza al verlo partir. Esto era parte del sueño que ella tuvo antes de que él
naciera; Parzival era el animal que mamó de sus pechos, y el dragón que voló de
ella.
Finalmente, Parzival le confesó que él era el necio que vio toda la desgracia y no hizo
ninguna pregunta. Su tío no le negó el consejo, sólo poniendo su fe en Dios podría
alcanzar "un éxito de tan alto rango que se podría hablar de una reparación".
El joven y el ermitaño conversaron durante un largo tiempo. Parzival se quedó quince
días en la humilde morada de su tío. Dormían sobre un montón de paja. "Hierbas y
raíces eran su mejor comida. Parzival soportaba las privaciones porque habían buenas
nuevas: Trevrizent lo absolvió de sus pecados y le aconsejó como un caballero".
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