Dénes
Martos - Los Espartanos
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EPILOGO
Librada de su atascamiento la aplanadora persa cayó sobre los helenos.
Focea fue invadida. Beocia fue invadida. Atenas tuvo que ser evacuada. Tespia
fue destruida; Platea arrasada; Atenas incendiada.
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Batalla naval de Salamina
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Después de largos cabildeos se aprueba, por fin, la "Operación Salamina" de Temístocles. Los 180 barcos atenienses y los 90 de otras ciudades navegan hasta la isla y anclan cerca de la costa. Llegan los barcos persas y se introducen en el estrecho canal que separa a Salamina del Continente. De espaldas a la incendiada Atenas, mirando hacia dónde están los griegos, las naves persas se ponen en fila.
Es una trampa tan obvia como evidente. Jerjes no es ningún idiota y, además, ya ha aprendido a conocer a los griegos. Disimuladamente, manda a parte de su flota a rodear la isla para que, en el momento oportuno, aparezca de sorpresa. Temístocles desde su fondeadero no ve la maniobra.
Pero detrás de Salamina está la isla de Egina. Y en Egina está Arístides. "El Justo". El desterrado. El acérrimo enemigo político de Temístocles.
Arístides ve pasar a los barcos persas y comprende inmediatamente el peligro. Por la noche toma una barcaza pequeña y se hace a la mar. Navegando como un fantasma en medio de la noche, evita el cerco persa y desembarca en Salamina. Ubica a Temístocles y lo pone al tanto de la situación. Los dos amigos se abrazan. Al día siguiente Temístocles da la orden de atacar sin demora.
Para cuando el día termina, la Armada persa está destruida. Incapaces de maniobrar en el estrecho pasaje, los barcos persas chocaron entre si y se destruyeron mutuamente. Jerjes, amargado, regresa a Sardes pero aún queda en Grecia su ejército al mando del General persa Mardonias.
Al año siguiente, Mardonias le ofrece la rendición a Atenas. Es Arístides el que contesta. La respuesta es: No. Por segunda vez Atenas debe ser evacuada. Una delegación es enviada a Esparta: ¡Hay que derrotar a los persas al precio que sea! De otro modo, tarde o temprano, Jerjes volverá con otra flota y, entonces sí, ya no habrá nada que hacer.
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La batalla de Platea
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Los espartanos están de acuerdo. Pausanias regente de Esparta, puesto que el hijo de Leónidas aun es menor de edad, pone toda la maquinaria bélica de Lacedemonia en marcha. En el Istmo de Corinto se concentra un ejército formidable. Aparte de los espartanos, están allí los hombres de Platea, de Corinto, de Egina, de Megara, de Atenas... ¡Casi 30.000 hombres! Sin embargo el persa, con más de 100.000, está todavía en una superioridad de más de tres a uno.
Las dos fuerzas se encuentran, por fin, en Platea.
La batalla, seguramente, fue durísima. En un momento la suerte de toda Grecia pendió de un hilo. Fue cuando Pausanias dio la orden de efectuar un movimiento con el ala izquierda. Arístides, que comandaba a los atenienses de ese sector, malinterpretó la orden. Los atenienses perdieron el contacto con el resto y se produjo un hueco en las filas griegas. Apenas producido, Mardonias inmediatamente dio la orden para que la caballería persa atacase por ese lugar. ¡Era la oportunidad! El General persa en persona se puso al frente de 1.000 jinetes y se lanzó al ataque.
Imagínense mil caballos al galope. Hoy, en la era de los blindados, los misiles y las bombas "inteligentes", la palabra "caballería"" ha perdido casi todo su esplendor. Sin embargo, hagan la prueba una vez que puedan; párense al lado de un hombre a caballo e imagínense, por un instante, que es un enemigo dispuesto a atacar. Pueden creerme: se sentirán bastante mal. Un infante se siente como un gusano al lado de un jinete. Y lo que Mardonias lanzó a la carga no fue un jinete. Fueron mil. Mil caballos son una topadora horrorosa. Mil jinetes al galope hacen temblar la tierra. No en sentido figurado. Literalmente. Cuatro mil patas de caballo golpeando el suelo convierten la tierra en un tambor. Viéndolos venir uno debe creer que la Cordillera de los Andes se le viene encima.
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Caballería persa
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Pausanias ordenó a sus espartanos cerrar la brecha. Los hombres de Esparta, en una maniobra tan rápida como impecable, tomaron posición. Clavaron sus lanzas en la tierra, apoyaron sus escudos en el suelo, se afirmaron contra ellos, apretaron los dientes y se prepararon para resistir el embate. Resistieron. Estaban hechos para resistir.
El choque fue tremendo. Las primeras filas de los espartanos terminaron aplastadas por caballos persas moribundos. Los jinetes que venían atrás chocaron, a su vez, contra los que habían caído. En cuestión de segundos se formó una pila de hombres y caballos muertos. Los espartanos de la segunda y tercera fila se juntaron, pusieron escudo junto a escudo, levantaron las lanzas y avanzaron. La próxima oleada persa los encontró unos metros más adelante. La siguiente, otro par de metros. Mardonias cayó. La brecha se cerró. El contacto con los atenienses fue restablecido.
Pausanias lanzó un suspiro que podría haber llegado a barrer las nubes del Olimpo.
La batalla estaba ganada.
Grecia era libre.
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La libertad es una hermosa palabra. Quizás sea la palabra mis gastada del vocabulario político pero, aun así, ni uso ni abuso han conseguido quitarle su aura mágica; su destello de grandeza; su sabor a Paraíso.
¡Libertad!
¡Cuantas veces, cuantos hombres han exclamado esta palabra! ¡Y qué pocos se han detenido a meditar si, en absoluto, la empleamos correctamente! ¡Cuantos hasta desconocen su sentido!
Porque lo tiene, por supuesto. Pero, ¿es tan obvio como parece?. Pregúntenle al primero que encuentren: "¿Qué es la libertad?" Lo digo en serio. Hagan la prueba. Les garantizo que las respuestas serán sorprendentes.
El joven les dirá que la libertad es poder hacer lo que a uno se le da
la gana. El adulto les dirá que es realizar la vocación de cada
uno sin molestar al prójimo, lo cual es lo mismo pero con condicionamientos.
El anciano les dirá que es la posibilidad de vivir en paz, lo cuales
otra vez lo mismo pero con claudicaciones. El político les dirá
que es la posibilidad de votar y elegir entre los cuatro, cinco o cuarenta candidatos
que consiguieron juntar el dinero para pagarse una campaña electoral.
El sacerdote les dirá que es una gracia divina en virtud de la cual somos
responsables por nuestros actos. Algunos filósofos les dirán que
es un estado de ánimo; otros, que es una entelequia; otros, que no existe
tal cosa. El abogado penalista les dirá que es aquello de lo cual goza
una persona cuando no está en prisión; el constitucionalista dirá
que es lo que resguardan las garantías constitucionales. El militar les
dirá que es lo que tiene un Pueblo cuando es lo suficientemente fuerte
como para poder defenderse con éxito. El médico les contestará
que es el goce de la plenitud de las potencialidades de un organismo. El sociólogo
que es la ausencia de coerción sobre las tendencias normales y naturales
del individuo...
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Nietzsche
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¿Para qué seguir? Hay tantas respuestas a la pregunta como disciplinas, oficios, dogmas, doctrinas, ideologías, opiniones y criterios puedan imaginarse. Incluso una misma persona puede llegar a dar dos respuestas distintas en un solo día. Pregúntenle a un periodista político qué es la libertad cuando el hombre está en su oficina, con aire acondicionado, y háganle la misma pregunta a la hora de volver a casa, cuando está conduciendo su automóvil en medio de un embotellamiento de tránsito. ¿Cuanto apuestan a que las dos respuestas serán distintas?
Hemos hablado de los griegos y hemos hablado de los persas. Hablando de persas uno, inevitablemente, se acuerda de Zaratustra y - acordándose de él - es casi imposible evitar la tentación: ¿cómo decía el viejo Nietzsche?...
"¡Existen tantos grandes pensamientos que no hacen más de lo que hace un fuelle! ¡Inflan y ahuecan!"
Es cierto. En boca de los mediocres la palabra "libertad" es como un fuelle que infla los ánimos al precio de ahuecar el cerebro.
Sea por los motivos que fueren, todos quieren la libertad. Cada uno la entiende a su manera pero todos están igualmente de acuerdo en exigirla. La enorme mayoría concibe la ausencia de su particular y privada forma de concebir a la libertad como un yugo. Y en esa pretensión, lo que la gran mayoría ignora olímpicamente es que, para vivir sin yugos, hay que estar primero a la altura de las responsabilidades que eso implica.
"¿Eres tú alguien con derecho a librarse de un yugo? Hay quienes pierden su último valor al librarse de su dependencia."
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Zaratustra
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Sí. Hoy en día es un crimen decirlo, pero hay quienes sencillamente no merecen ser libres. Porque a la libertad hay que merecerla. No es un derecho a reclamar. No es un atributo exigible a otros. La libertad es para aquellos que se la conquistan y para quienes, luego de conquistarla, la saben utilizar con responsabilidad. Muchas veces la libertad es sólo para aquellos que tienen el coraje de plantarse frente a la vida y arrancársela a jirones. Y a veces hasta por la fuerza si es preciso.
Pero el mayor secreto de todos es que nunca se conquista la libertad solamente para uno mismo. La conquista, en realidad, es siempre para los demás. Quien la reclama sólo para si mismo pronto se convierte en esclavo de su propia demanda. Es como reclamar el amor sin darlo. La libertad, en esencia, es siempre para los otros. Porque recién cuando llega a ser un bien de los otros resulta ser para todos.
No es una entelequia. No es un concepto abstracto. No es un bien en si ni un valor por si.
"¿Libre de qué? ¡Qué le importa eso a Zaratustra! ... Tu mirada debe anunciarme claramente: ¡libre para qué!"
La libertad en ausencia de jerarquías auténticas no es sino la hija bastarda de la anarquía. Concebida como debe y puede ser no es un ideal imposible. Es algo real. Es algo casi tangible.
Está hecha de posibilidades. Está construida con los ladrillos de nuestras opciones reales y nuestras posibilidades concretas. No es un derecho que se garantiza. Es una alternativa por la cual se opta, una posibilidad que se ejerce, una acción que se elige y una decisión que se ejecuta respondiendo por las consecuencias.
Soy libre en cuanto puedo. La libertad no es una prebenda. Es un Poder. Y, como todo Poder, no reside tanto en el individuo como en la comunidad, desde el momento en que la asociación aumenta las posibilidades reales de acción y de opción - es decir: el Poder - de los individuos. El monigote paleolítico era menos libre que nosotros por la sencilla razón de que nosotros tenemos más posibilidades, opciones y oportunidades que él.
Pero, por supuesto, lo verdaderamente esencial no es una cuestión de más o de menos. Somos más libres que el Hombre de Neandertal porque nos hemos conquistado mejores oportunidades, posibilidades y opciones. Las hemos conquistado en el laboratorio, en el taller, en el gabinete de estudio, en el monasterio, en el atelier, en los astilleros, en los hangares, en las bibliotecas, en las escuelas, en los hospitales, en las Casas de Gobierno y también en los campos de batalla. A lo largo de más de cuarenta mil años hemos ido conquistando posibilidades reales de a pedacitos y hemos ido tratando de armar esos pedacitos para construir algo mejor. Esa es nuestra libertad.
Por eso deberíamos aprender a no dejar que nos roben o que nos ensucien las libertades concretas que fuimos conquistando. Los que trabajaron y los que murieron para que las tengamos no lucharon para que terminen siendo patrimonio de parásitos. Demasiadas veces nos damos por satisfechos con una "garantía" de libertad, abdicando - de hecho - de su ejercicio concreto. Y demasiadas veces también se ha exigido la libertad sin comprometer la correspondiente responsabilidad para ejercerla. Deberíamos aprende a no dejarnos secuestrar las libertades que nos corresponden y a no exigir tampoco aquellas que superan nuestras responsabilidades.
Si logramos ese equilibrio, seremos libres. Realmente libres. No totalmente libres porque eso es humanamente imposible. Pero sí realmente libres, en la medida en que lo permitan nuestra condición y nuestros auténticos méritos.
Si no logramos ese equilibrio, fatalmente nos sucederá lo que les ocurrió a los griegos.
Apenas nueve años después de la batalla de Salamina; después de las Termópilas y Platea; después de todo ese enorme y tremendo esfuerzo que significó repeler al invasor; el pueblo de Atenas otra vez quiso constituirse en juez.
Se le preguntó a la multitud si quería celebrar un ostracismo. ¡Por supuesto que quería! ¡Es tan fascinador ejercer el Poder! Aunque más no sea una vez al año ¡es tan lindo jugar a Dios y decidir el destino de los hombres más ilustres! ¡sobre todo cuando, después de jugar a Dios, uno no tiene las responsabilidades de Dios!
Se repartieron los pedazos de arcilla.
Cuando se hizo en recuento...
Por favor, no crean que estoy exagerando. Esta es la verdad. Es la desnuda y triste verdad.
Cuando se hizo el recuento de votos resultó que el pueblo soberano de Atenas había condenado al ostracismo a Temístocles.
¿Y saben qué es lo más triste de todo?
Lo más triste de todo es que se lo merecía.
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Temístocles se pasó al enemigo y murió ejerciendo el cargo de gobernador persa en una ciudad del Asia Menor.
A Pausanias lo ejecutaron los espartanos por traidor.
Euribíades se eclipsó y continuó cumpliendo su deber como fiel soldado espartano.
Arístides murió tan pobre que el Estado tuvo que pagar su funeral.
"La guerra es el padre de todas las cosas
y reina sobre todos. Demuestra que algunos
son dioses y otros tan sólo hombres.
Hace esclavos a los unos y libres a los otros."
Heráclito
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