1. VIDA RELIGIOSA Y RELIGIÓN

 

Una crítica de los intentos actuales por renovar la vida religiosa, antes de encarar los aspectos específicos de la vida religiosa, debe ocuparse de algunas cuestiones previas fundamentales,. Esto me quedó claro al participar recientemente en algunos debates sobre "refundación" de la vida religiosa. Estos debates llegaron a caldearse bastante y a veces terminaron sin lograr acuerdos. Los grupos involucrados estaban cansados y atareados, es cierto, pero esto no explica suficientemente el hecho. El acaloramiento tan manifiesto en los debates acerca de los posibles remedios para los males de la vida religiosa actual, nace de una causa más honda. Proviene de un desacuerdo de fondo sobre la naturaleza del cristianismo y la religión.

 

Cuando por primera vez me encontré con la idea de "refundación", actualmente en boga, la acogí como una idea que mejoraba con mucho, la idea de "renovación", pues parecía exigir una conversión más profunda y una reconstrucción más radical. Me venía a la mente la reforma carmelita a manos de Teresa de Ávila y de Juan de la Cruz a través de una recuperación creativa del espíritu y de la disciplina original de los fundadores. Refundación parecía invitar a crear nuevas estructuras, nuevas expresiones simbólicas del ser auténtico de nuestras congregaciones, para así emprender una aventura religiosa que pedía un gran sacrificio y un compromiso con el mundo compatible con una cierta y necesaria separación del mundo.

 

Sin embargo, fue creciendo en mí la desilusión  y la resistencia a la noción de refundación al oír que quienes la promovían centraban su preocupación en identificar los "agentes de cambio" cuyo rol principal se reduciría a fomentar la creatividad en el ministerio y a desarrollar modos de vida alternativos para la comunidad. Cuanto más limitaban los oradores sus tópicos a "sistemas pedagógicos” para el cambio, y ensalzaban modelos de liderazgo derivados de la antropología o incluso introducían alguna técnica importada de la sicología empresarial, es decir, cuanto más debatían ellos exclusivamente sobre los medios, tanto más sentía yo que me empujaban por un sendero encantado pero peligroso. Antes de discutir sobre los medios a mí me interesa discutir sobre los fines. Antes de aceptar los procedimientos a adoptar en el futuro,  quiero saber a dónde me quieren llevar, y a dónde quieren llevarnos a todos. Esto se debe a que sospecho que yo no quiero ir adonde algunos oradores me quieren conducir, o a que la opinión de un orador sobre los medios, contiene algún sentido oculto acerca de los fines, con el que yo no estoy de acuerdo. En una conversación reciente sobre refundación me sentí de repente obligado a formularle a mis interlocutores algunas preguntas, tan curiosas  como básicas, no ya sobre la vida religiosa sino, lisa y llanamente sobre la religión: “¿Qué constituye para ustedes, el corazón de la religión cristiana?, pregunté al grupo. “¿Cuál es el significado fundamental y la intención de la religión?” “¿Qué es lo que da origen a la religión, en primer lugar?” se me ocurrió hacer estas preguntas porque me di cuenta, de pronto, que nuestro desacuerdo radicaba en niveles más profundos, es decir: que no podíamos dar por supuesto que todos estuviésemos de acuerdo en estas cuestiones fundamentales. Aunque nadie hubiera negado explícitamente algún punto de fe que yo sustentara, sin embargo, algunos parecían apartarse o dejar de lado ciertas cuestiones, considerándolas fuera de moda o no en línea con los pasos recomendados.

 

Estas ganas de plantear cuestiones fundamentales me vienen especialmente cuando siento que se está reduciendo la religión a sociología o a sicología, o incluso a moral (personal, social o ecológica). De hecho, la tentación de reducir la religión a pura moral me enciende más que las burdas reducciones sociológicas o sicológicas, porque siendo una reducción menos evidente, resulta más sutil y plausible y por consiguiente más seductora.

 

Pero permítaseme poner las cartas sobre la mesa. ¿Cuál es para mí el corazón de la religión cristiana? (Ignoraré la esotérica distinción que hacen algunos entre fe y religión y la teoría de que el cristianismo no es una religión sino una fe). Aunque el cristianismo, como las demás religiones, es una amalgama de muchos componentes, creo que su elemento estrictamente religioso consiste en que da respuesta a la experiencia de contingencia humana y de contingencia del mundo. Mucha gente, en algunos momentos de su vida experimenta la existencia suya y del mundo como algo extraño, y se enfrenta con el vacío de la propia muerte. Algunos han ido más allá de dar por supuesta la realidad del mundo y los ha atemorizado el pensamiento de que nada en absoluto pudiera existir, ni siquiera la posibilidad de que algo existiese. Se han preguntado si la vida tenía un sentido último o si los hombres no son sólo un juego de la naturaleza. La doctrina central del cristianismo es que el mundo no existe por necesidad, sino que fue objeto de la creación de un Dios bueno. El cristiano creyente está  convencido que en el corazón del universo no hay un absurdo irracional sino un Amor personal.

 

El filósofo Ludwig Wittgenstein no era creyente. Norman Malcolm, su antiguo discípulo y luego biógrafo, decía que no podía considerarse persona religiosa, pero que estaba apasionadamente interesado en la religión y siempre parecía estar cerca de la posibilidad de la religión. Wittgenstein dio una vez dos ejemplos de lo que él consideraba experiencias religiosas auténticas en contraste con experiencias morales o estéticas. Aun cuando pensaba que, al considerar estas experiencias, pateaba contra los límites del lenguaje, las respetaba. Una era la experiencia de extrañeza ante el hecho de que el mundo exista. La segunda era la convicción que tenía a veces de que sucediera lo que sucediera, él estaría a salvo.

 

Ninguna de estas experiencias apunta, necesariamente, a la existencia de un Dios trascendente. Sin embargo, a mucha gente le proporciona el fundamento experiencial, la base afectiva, el trampolín desde el que se lanzan para afirmar la existencia de Dios. En estos sentimientos y experiencias es donde la afirmación de que Dios existe se sustenta existencialmente, pasa a ser algo más que una proposición intelectual, echa raíces, encuentra hogar. La primera experiencia es el sentimiento de que un mundo fugaz debe tener sus raíces en una Realidad fundamental estable. La segunda expresa la confianza de que este mundo no puede ser explicado sin la presencia de un centro del universo que es amor.

 

Mis propios pensamientos sobre la religión giran alrededor de experiencias de este tipo. Admito que mi idea de la religión tiene fuertes tonalidades místicas; es una respuesta a nuestra contingencia radical y, en su sentido más primitivo y profundo, tiene poco que ver con la moral. La religión se refiere primeramente a un espacio "santo" fuera del cual nacemos nosotros y el mundo, y nos impone a cada uno de nosotros  el imperativo de hacernos santos, de vivir la vida en Dios y para él.

          

A más de esto, sé que la religión y la moral están íntimamente entrelazadas y que una persona religiosa o santa debe ser también moralmente buena. No se puede ser santo y malvado a la vez. La santidad significa en parte al menos, que uno es extraordinariamente amable, socialmente justo, honesto, moderado, hombre de paz. Y sin embargo la religión no puede reducirse a la práctica de esas virtudes morales. En efecto, se puede pensar en alguien moralmente bueno, que guarde escrupulosamente las reglas de un sistema moral, apoye la justicia social, sea casto y amable, y sin embargo no sea una persona religiosa. Puede ser moral por gusto personal, por temperamento, por razones estéticas, o por simpatía natural hacia los demás, pero no serlo por su relación con Dios. Philippa Foot, filósofa moral de Oxford y atea confesa, dijo una vez a un grupo de seminaristas que ella era una persona moral en el sentido del que venimos hablando, pero que rehusaba ser tratada con condescendencia y como recibiendo un favor, con el título de "cristiana anónima".

 

La persona cristiana religiosa no sólo actúa moralmente, sino que también ve el mundo de manera diferente: en el sentido de que es dependiente, para su misma existencia, de una realidad trascendente. Y en esto está toda la diferencia. La visión cristiana, por el hecho de estar centrada en lo trascendente, tiene implicaciones éticas diferentes a las de las teorías de la Ilustración, que colocan a la persona humana o la libertad en el centro del comportamiento moral. Para el cristiano la respuesta primaria al mundo no es la que da un hombre que fuera su dueño y creador prometeico, sino la de la creatura humilde y obediente; no es un regusto empresarial de poder y libertad, sino una gratitud mariana ante Dios por todo lo que Dios ha hecho. De esta gratitud cristiana nace el imperativo de amar a Dios y venerar la creación de Dios, la disponibilidad para permitirle a Dios que manifieste su divina bondad por medio de nosotros, especialmente hacia los débiles y abandonados. La gratitud cristiana y sus implicaciones éticas se alimentan y cobran profundidad mediante la estrecha unión con Dios en la oración.

   

Esta visión fundamental es, a mi parecer, lo que debería estar en el corazón de la vida de todo religioso consagrado. Si quieren ser proféticos, han de serlo en eso, en que por su vida señalen constantemente hacia el momento trascendente del universo y traten de alimentar lo que eso significa. Toca a cada congregación religiosa decidir el modo de expresarlo; pero es algo esencial. Como cristiano que soy, me impresiona ver a sacerdotes, religiosas o religiosos embebidos en la contemplación de Dios o verlos recogiendo a una persona moribunda en las calles. Cuando veo a uno de ellos comprometido sin descanso en cualquiera de estas dos cosas, me siento en la presencia de un santo.

   

Algunos católicos de hoy, así como ciertos miembros de congregaciones religiosas, parecen haber perdido de vista el polo trascendente del cristianismo. Su modelo de cristianismo se ha convertido en aquello que Charles Davis etiqueta como pragmático. Le versión pragmática del cristianismo surgió, dice, cuando “la religión cristiana dejó de funcionar míticamente como una totalidad globalizante... Así pues, el énfasis pasó a ponerse en un cristianismo reducido a una manera práctica de vivir o como sistema ético. Esto se concibe y se sigue expresando todavía en términos religiosos: como por ejemplo la paternidad de Dios, la fraternidad de los hijos de Dios, el reino de justicia,... Pero todas estas expresiones son modos diferentes de formular los imperativos morales que gobiernan la humana existencia" (1)  (What is Living, What is Dead in Christianity Today?  San Francisco, Harper and Row, 1986, p. 39)

    

Conservadores y liberales han impuesto en cierta medida, este cambio en el cristianismo. Los conservadores subrayan la moral personal y familiar, y cuestiones tales como el aborto y la eutanasia. Mientras que los liberales hablan incesantemente de justicia social., ecología y derechos feministas. Los futuros historiadores podrán estimar que hasta el mismo Vaticano, aunque en menor grado, se ha dejado llevar en lo que estoy caracterizando como un énfasis exagerado en la moral.  Podrán recordar al papa Juan Pablo II como el "papa de la moral” a causa de sus repetidos juicios sobre la moral personal así como sobre la moral social. Si no en la teoría, al menos en la práctica, el amor al prójimo o al enemigo parece haber tomado más importancia que el interés por la unión con Dios. Las herejías de hoy parecen ser todas herejías morales. No son muchos los católicos mayormente interesados por los dogmas, por los errores trinitarios, soteriológicos o cristológicos. Y, sin embargo, la historia de la Iglesia de los primeros siglos revela que esto no fue siempre así. (¿No deberíamos poner de moda alguna nueva herejía trinitaria para estimular un poco más el pensamiento sobre Dios y menos sobre nosotros mismos?). En ese énfasis excesivo sobre la moral la Iglesia moderna refleja el tono de nuestro tiempo secularizado, la época que confundió el mundo con Dios.

 

A finales de los años 60, tiempo marcado por su aire revolucionario, nuestro seminario reunió una vez a los seminaristas para un debate sobre la cuestión: "¿Cuáles son las cualidades más importantes para ser sacerdote y religioso hoy?" Algunos sugirieron la disponibilidad, otros la ciencia y la competencia, otros en fin la amabilidad y alguna otra virtud. Me sorprendió que ninguno hablara de la santidad - tema que hubiera sido candidato seguro 10 años antes - y l señalé esto al grupo. Uno de los seminaristas fijó en mí su mirada y me soltó con un aire desdeñoso: "¡Basta ser humano Padre!"

      

Hace pocos años tuve el gusto de entrevistar a Kiko Argüello, un laico y artista español, fundador del movimiento neo-catecumenal. Este movimiento ofrece una serie de pasos, un camino, para que los católicos modernos lleguen a redescubrir su bautismo y se comprometan con la evangelización. Adopté el papel de abogado del diablo y le pregunté si este camino para educar a los laicos durante un periodo de varios años no originaba una élite arrogante y no acabaría por crear más división que unidad dentro de las parroquias. Su respuesta estaba en completo contraste con la del seminarista. Insistió en que ser cristiano hoy no era cosa fácil, como muchos de los sacerdotes formados del Vaticano II para acá  parecían creer. No basta gritar simplemente el slogan del amor. Es difícil, en una cultura secularizada, creer que Dios existe y que Jesús es de alguna forma, el Hijo de Dios. Aparte de esto, nuestro mundo de la droga y la violencia, del adulterio suburbano y el aborto, la eutanasia y el consumismo, está lleno de asechanzas. No basta una predicación que se limite simplemente a brindar una especie de refuerzo positivo. Hay que convocar a la gente a una confesión pública de su fe en Jesús Dios; hay que moverla a que sienta la necesidad de conversión, hay que probarla en su resolución; hay que sostenerla con una comunidad unida fuertemente entre si; hay que enriquecerla con una liturgia cordial y participativa. A su modo de ver, se necesita un método, un camino, una estructura, un catecumenado, para poner a la gente claramente frente a su bautismo y frente a las implicaciones que éste tiene para su vida. Este discurso de Kiko Argüello pone de manifiesto qué simplismo encerraban las palabras de aquél seminarista de 1968: “¡Basta ser humano Padre!"

     

Sí, Cristo actúa en el mundo dondequiera se hace el bien, y tenemos que reconocer y fomentar la bondad donde la encontremos. Pero también debemos ser conscientes de que, para ser un cristiano católico no basta fomentar los valores humanos. A más de exigirnos que seamos raíz y rama moral, el catolicismo nos exige la fe en muchas cosas extrañas, como la encarnación, la  necesidad de la redención, la resurrección, la presencia real de Jesús en la Eucaristía, el papel de María, etc. Como ha señalado James Hitchcock, la idea del dogma es esencial al catolicismo, y el dogma es importante precisamente porque nos protege contra "la casi fanática inclinación que cada época manifiesta por remodelar toda la realidad para hacerla coincidir con sus propias especificaciones" (2) (“Eternity’s Abiding Presence”, en Why Catholic?, de. John J. Delaney, N.Y., Image Books, 1980, p.80)

     

Durante cierto tiempo de mi adolescencia deseé haber tenido una educación neutra en materia de religión, de modo que a la edad de 21 años hubiera podido examinar las religiones más importantes y elegir entre ellas sin el prejuicio de una educación o lavado de cerebro anterior, en el catolicismo. Ahora sé que esto es una ingenuidad, pues he constatado que los jóvenes que no han sido educados en ninguna religión acaban por no tener ningún sentimiento religioso ni religiosidad. Tienden a permanecer neutrales en cuanto a religión y a menudo son incapaces de hacer una elección en favor de una religión determinada. George Lindbeck, teólogo protestante, cree que, a menos que se nos enseñe una religión cuando somos jóvenes, a menos que se nos enseñe alguna práctica religiosa, probablemente no seremos capaces siquiera de una experiencia religiosa. Quizás  esto sea una exageración, pero estoy seguro que contiene su partecita de verdad. Una cosa es cierta: Nadie recibe una instrucción en un vacío de visión y de valores. Si no se absorben una visión y unos valores religiosos, se absorberá la visión secular y los valores no-religiosos del cine y la televisión.

     

Especialmente en Europa han nacido algunos movimientos y órdenes religiosas de laicos cristianos con la conciencia clara de esto: el movimiento de los focolari, la comunidad de san Egidio, el neocatecumenado, el León de  Judá, etc. Todos ellos creen que ser cristiano en un mundo secularizado es especialmente difícil. La secularización puede producir una purificación de nuestra fe y puede ser bienvenida por ésta y por otras razones, pero contiene sus peligros particulares. Para caminar en la fe se necesita un método, pertenecer a una nueva forma de sub-cultura cristiana dada por esos nuevos movimientos y comunidades cristianas, los cuales tienen su nueva forma de kenosis, de abandonarse y vaciarse uno mismo como preparación para una decisión radical por Cristo y por Dios. Karl Rahner dijo una vez: "El cristiano en el mundo de hoy deberá ser un místico o no lo será  en absoluto". Y a continuación hablaba de mistagogia: de la necesidad de buscar métodos para llevar a la gente a ver todo en Dios.

       

Creo que una de las razones por las que las congregaciones religiosas viven hoy una situación de pura supervivencia es porque, en su esfuerzo admirable por adoptar una visión positiva del mundo, han identificado demasiado religión y moral humanista, cosa que las inclina a ser secularistas, individualistas y mayormente igualitarias en sus énfasis. La historia muestra que casi todas las congregaciones religiosas gozaron de fuerte crecimiento en sus comienzos. Producían entusiasmo y atractivo en parte porque eran nuevas. Pero su atractivo principal radicaba en otra cosa: los primeros miembros tenían la sensación de emprender una aventura religiosa y servir a una causa más grande que ellos, que les disponía a renunciar a muchos derechos y privilegios personales. Eran miembros de lo que se ha llamado comunidades “intencionales” en oposición a las comunidades “burocráticas” de simple asociación,  que han nacido a partir del Vaticano II (3) (Cf. Patricia Witberg, SC, Creating a Future for Religious Life, New York, Paulist Press, 1991, caps 2,3 y4. Véase también el uso de estas categorías que hace Elizabeth Mc Donough, OP, en “The Past is Prologue: Quid Agis?”. en Review for Religious, 51(1992) Nº 1 Jan-Feb., pp. 78-99). Les importaba poco la auto-afirmación y la igualdad, y ofrendaban voluntariamente cierto control sobre sus opciones, no porque fueran ingenuos y serviles (caricatura de hoy), sino porque habían sido ganados para una causa religiosa superior y deseaban transformarse en una fuerza dinámica para la Iglesia y para Dios.

 

La mayor parte de las congregaciones religiosas fueron fundadas para estos tres fines principales: (1) la salvación de las almas de sus miembros, (2) la salvación del prójimo y (3) la dedicación a una devoción, o una forma de realizar el apostolado. Su carisma no consistía solamente en el tercer elemento, sino en los tres. Sus fines eran decididamente religiosos y escatológicos, así como encarnacionales. Hoy la teología escatológica ha sido reemplazada por la encarnacional, interpretada de modo muy secular y humanista. Los temas trascendentes han perdido relieve en favor del fuerte énfasis puesto en los derechos de igualdad, y en un tipo de justicia interpretada no sólo en el sentido de equidad sino de uniformidad, una especie de horror frente a las diferencias. Todos sabemos que sólo en la unidad se da la fuerza. Pero el igualitarismo doctrinario produce atomiza y distancia a los miembros de un grupo, porque considera más importantes los derechos y deseos individuales que la causa y el sueño religioso propio de todo el grupo.

 

Tenemos que reconocer que este acento exagerado sobre los ideales igualitarios y humanistas es una ideología. Es una forma -sólo una, entre otras posibles- de interpretar la democracia y la justicia en la sociedad y en los grupos religiosos.       

 

Combatir esto no es renunciar a la democracia, sino verla bajo otra luz y dar de ella una definición diferente. La posibilidad de dar varias interpretaciones de la democracia se me hizo evidente hace pocos años cuando escuché una conversación entre un sacerdote norteamericano - un recién convertido al igualitarismo - y una mujer joven de la comunidad seglar de san Egidio de Roma. Ella describía la forma como funcionaba la comunidad y dijo que en su comunidad particular, a causa de su composición e historia particular, sólo podían hablar, durante los actos de oración, algunos hombres pero no las mujeres. El sacerdote norteamericano objetó que esto era un grave error, que era del todo importante, si no para ella personalmente, como símbolo y signo para los demás, que se permitiera a las mujeres predicar en cada comunidad. Ella respondió que la comunidad de san Egidio afrontaba las cuestiones no desde una ideología, sino de forma pragmática. Algunas comunidades sí que tenían mujeres predicadoras, pero, a causa de su historia especial y sus talentos, su grupo prefería no tenerlas y que ella estaba muy satisfecha de que las cosas fueran así. Explicó que para el grupo de san Egidio había tres cosas de suma importancia: (1) la oración en común sobre la palabra de Dios, (2) la amistad y la ayuda mutua y (3) el trabajo para los pobres y con ellos. Todo lo demás está subordinado al logro de estos objetivos. La voz del sacerdote americano subió de tono enérgicamente, diciendo que ella estaba en un error y que la interpretación americana de los derechos de las mujeres era la correcta. Pero ella se mantuvo firme en su terreno y hábilmente cambió de tema.

        

Así han venido a estar las cosas en la vida religiosa. Por los años 60, después de muchos años de represión y exagerado supernaturalismo, necesitábamos dejar de lado muchas reglas inútiles de nuestra vida que nos habían hecho caminar rutinariamente sin tocar nuestro corazón o motivación. Teníamos que reconocer nuestra obligación ante Dios de participar en la construcción del reino de la justicia y de la paz, luchando por los derechos civiles de las mujeres y de las minorías. Pero esto no significaba que ese interés moral debía convertirse en  el programa cardinal y sobresaliente de las congregaciones religiosas para barrer todo lo demás en su estela. Ahora que luces y sombras de dichos énfasis en la vida religiosa han alcanzado su mayor relieve estamos en mejor posición para creer y redescubrir que nuestro compromiso con el mundo debe comenzar más allá del mundo.

 

Mientras las agendas sicológicas dentro de la vida religiosa y las agendas cuasi-políticas en nuestros apostolados fueron muy importantes, ninguna de ellas fueron el unum necessarium. Si ha de ser verdaderamente cristiana, la vida religiosa debe centrarse sobre el aspecto del cristianismo que relaciona nuestras vidas con lo trascendente. En este aspecto de la ecuación es donde la vida religiosa debe buscar su carácter profético. Recordando a la gente el encanto divino del mundo es como descubrirá  su misión esencial. En esto es en lo que debe insistir nuestra reflexión sobre la reforma de la vida religiosa.

         

En su articulo "Religious Life and the Need of Salt"(4) (Religious Life Review, 30 (1991) Nov-Dec, pp. 284-291) Joan Chittister plantea las preguntas correctas acerca de la vida religiosa actual. Comienza con la sabia afirmación de que hoy, unos 30 años después del Vaticano II, el proyecto de proporcionar auto-afirmación a los religiosos tradicionalmente reprimidos y de proveer a sus necesidades sicológicas ya se ha cumplido.  Los que claman por libertad y diálogo están golpeando puertas abiertas. Dice que ahora debemos proceder a considerar cuestiones relativas al sentido del grupo y a cómo se puede ser profético en el mundo de hoy en respuesta al carisma de los fundadores. Ella clama por la pasión religiosa. Pero sus respuestas, cuando da la interpretación de lo que es profecía, están todavía demasiado centradas en preocupaciones por la ecología, la asistencia social y los derechos humanos. Se quedan en el modelo "pragmático" del cristianismo y no parecen sino simple repetición del programa de los políticos liberales. En cuanto tales, hacen imposible la verdadera pasión religiosa. Esas preocupaciones liberales son importantes y deben ser afrontadas por la Iglesia - por los seglares, los religiosos y el clero. Pero afrontar esas cuestiones no traerá, en mi opinión, la salvación de la vida religiosa, porque los problemas de la vida religiosa no se suscitan por falta de atención a esas cuestiones. El problema de la vida religiosa no consiste en la ausencia de compromiso moral en el campo social, económico y ecológico, sino en la ausencia del centro religioso, del tomar conciencia de lo que los  mismos pobres saben y expresan en su religión popular, de que mi unión con Dios por medio de Jesús es lo central, de que debo entregarme a ello y de que ante todo es en ello donde seré realmente contra-cultural. ¿Qué es más contra-cultural -decir: ‘tenemos que tratar de salvar el planeta tierra’, o decir, ‘creemos de verdad que los muertos están con Dios porque Jesús resucitó de entre los muertos y porque esto es lo verdaderamente lo importante’?

 

Estas son palabras duras y acepto con todo gusto un diálogo sobre ellas. Pero estoy convencido que contienen su granito de verdad. Me siento animado a manifestarlas, visto el cambio de interés de los jóvenes tanto en Europa como en Norteamérica en favor del sentido místico de la religión. Por los años 60 los jóvenes estuvieron atrapados por los valores humanos de la sicología y la sociología, pero la juventud de hoy muestra un gran interés por el misticismo, los cultos y los movimientos religiosos, las apariciones, y las curaciones, la vida después de la muerte e incluso por la reencarnación y el satanismo. De este giro, tan profundamente enredado en lo esotérico y lo irracional, no podemos concluir automáticamente que estemos en la aurora de una nueva era de la fe cristiana. Sin embargo, una cosa es cierta: que muchos de nuestros contemporáneos están experimentando un profundo vacío de sentido en un mundo anoréxico y bulímico, en donde dinero, notoriedad, poder, individualismo e igualdad han venido a ser los valores supremos. ¿No indica este cambio que el humanismo secular, a pesar de sus realizaciones morales, carece de profundidad, no pacifica nuestro inquieto corazón, y en cierto grado ha sido un empobrecimiento? ¿No demuestra que el positivismo moderno está basado en el fracaso de la imaginación religiosa? ¿No es un signo de los tiempos el que la gente que vive en sofisticadas culturas tecnológicas, empiece a sentirse atraída hacia credos religiosos interpretados de manera muy simplista?

        

Soy consciente de las probablemente inmediatas reacciones que puede suscitar la distinción que estoy haciendo, entre moral y religión, dentro del cristianismo. Muchos la tacharán de dualista -el epíteto más condenatorio para los críticos modernos. Dirán que estoy separando cosas que van esencialmente unidas, que el amor de Dios y el amor al prójimo están estrechamente unidos  y son dos aspectos de una misma cosa. Si no te interesas por la persona que ves, ¿cómo puedes decir que amas a Dios a quien no ves? Los que aman a Dios han de encontrar la expresión primera de ese amor en su entera dedicación a la atención al prójimo, amigo o enemigo. La oración es misionera y la acción misionera es oración, etc., etc.

        

Otros dirán que hago una falsa descripción de la actual situación de la vida religiosa, que no es cierto que los comprometidos en la justicia social y la ecología tiendan a orar menos o no se interesen por lo trascendente, por los sacramentos o por la escatología.

        

Sé que estas réplicas son parcialmente verdaderas, pero que también son en parte falsas. Sé que los dos aspectos del cristianismo, la religión y la moral el amor de Dios y el amor al prójimo, están estrechísimamente entrelazados, y soy consciente del brillante esfuerzo de Karl Rahner por unirlos esencialmente (5) (Cf. “Reflections on the Unity of the Love of Neighbour and the Love of God” en: Theological Investigations Vol II, Chap. 16, Baltimore, Helicon Press, 1969, pp. 231ss). Pero sé también que conceptualmente son distintos, porque los he visto separados en la historia de la Iglesia. La iglesia a veces ha experimentado los extremos del quietismo, el super-énfasis en la fe sin buenas obras, y otras veces la herejía de la acción, la entrega ansiosa a las obras importantes de la justicia y la caridad, con detrimento de la vida de fe la oración y la interioridad, que son el alma misma del apostolado.

        

Corresponde a cada uno examinar su propia vida para determinar dónde está. Pero estoy convencido que los problemas de la vida religiosa no se deben principalmente a la falta de sistemas pedagógicos adecuados o a la ignorancia de la sicología, de los sistemas sociales y de los modelos antropológicos en una época de cambios rápidos. Estoy convencido que su causa más profunda se encuentra en la confusión existente entre religión y moral y en la insistencia sobre la última, a causa de una pérdida de fe y de interés por la primera.

 

Si el catolicismo se centra casi exclusivamente en la obligación de hacer el bien moral, de promover la justicia social y la ecología o de luchar contra la pornografía o el aborto, entonces ¿cuál es el sentido de sus doctrinas teológicas y sus dogmas? ¿Cuál es el sentido de la redención por Cristo, para una religión reducida a la moral? ¿Cuál es el sentido de la Eucaristía? ¿Son estos dogmas y estos sacramentos tan solo estímulos para la acción, historias y símbolos que nos mueven sutilmente a hacer lo que es realmente importante: fomentar la construcción de un mundo socialmente justo y ecológicamente sólido, crear el reino de la moral? ¿Son sólo adornos religiosos? Si son adornos, ¿por qué no ser honestos y simplemente dejarlos caer? ¿Es acaso la Resurrección un cuento cuyo significado real se reduce a todas esas pequeñas resurrecciones que pueden acaecer en la sociedad, la historia, la vida personal de cada uno?

 

Una congregación religiosa que se centra tanto en la moral ¿en qué puede distinguirse de grupos como la UNICEF o la FAO, en donde unos hombres y mujeres se dedican también a ciertas causas humanas a veces por salarios muy alejados de los que podrían obtener en otras partes?

          

A partir del Vaticano II, algunos teólogos incluidos Rahner y Schillebeeckx, han ilustrado la tesis de que Cristo actúa en el mundo doquiera que se hace el bien y se promueven las causas del hombre. Se han presentado ciertas teologías que interpretan el trabajo de construir el reino de Dios como enfocado prioritariamente a nuestra vida humana actual, afirmando que la salvación empieza aquí  y no sólo después de la muerte, y que la gloria de Dios es el hombre (y la mujer) viviente. Sintonizo con estos énfasis y también con los esfuerzos modernos por crear una nueva forma de vida religiosa que dependa más del diálogo interpersonal que de la reglamentación impersonal. Pero debo admitir que ninguno de esos esfuerzos por sí mismos, me inflama. Y, a juzgar por las estadísticas vocacionales de las congregaciones "progresistas", sobre las cuales trataremos en el capítulo 3, sé que no han emocionado a los jóvenes. Sospecho que ello se debe a que esos énfasis son profundamente incompletos, nacidos, en parte, de la falta de una fe viva en el Dios trascendente. Están muy bien intencionados y pretenden responder a las críticas contra el cristianismo provenientes del moderno humanismo ateo. Son reacciones reflejas a verdades parciales contenidas en los ateísmos de Marx, de Freud y de Nietzsche, quienes han acusado al cristianismo de ser la causa original de las alienaciones de la sociedad actual. En su esfuerzo por responder a las críticas de estos pensadores seminales, se han desarrollado variadas formas de teología encarnacional que recalcan la colaboración estrecha entre Dios y los hombres en el mundo.

 

Estas teologías han sido de desigual valor. Algunas incluso, disminuyen la infinitud de Dios en su esfuerzo por situar al hombre casi a la par de la Divinidad. Aunque puedo simpatizar con mucho de esto, creo que se ha ido demasiado lejos. Debemos ciertamente subrayar las causas segundas y no recurrir de inmediato a la Causa Primera para responder a los problemas humanos. Esa es la doctrina del mismo santo Tomás de Aquino. Pero el cristianismo exige una respuesta al mundo y a la humana existencia bien distinta de la del humanismo contemporáneo. En tanto  que el humanismo centra su atención en el poder humano y en la libertad, el cristianismo comienza con una humilde gratitud ante un Dios de quien recibimos incluso nuestro poder y libertad. Una de las preocupaciones vitales de la fe cristiana es nuestra ingénita tendencia a torcer nuestra libertad, que surge de lo que Lutero llamó la “desviación” de nuestra voluntad. Nunca debemos relegar al inconsciente el hecho de que el cristianismo se ocupa de  Dios, del pecado y de nuestra necesidad de que la mano bondadosa de Dios nos ayude a hacer uso adecuado de nuestra libertad.

 

La religión cristiana no debe ocuparse de Dios y de nuestra relación con Dios sólo implícitamente, sino explícitamente. De la unión con Dios en la oración emana la luz para ver cómo nos hemos de relacionar con Dios, con el mundo, y entre nosotros. Y si uno quiere vivir su vida de manera particularmente religiosa, si quiere que su vida sea una vida religiosa consagrada, debe vivirla no sólo de manera ideal sino estructuradamente. La Vida Religiosa debe estructurarse de tal forma que la vida del grupo fomente en sus miembros esta preocupación prioritaria por la relación con Dios y dé testimonio de ello a los demás. Una vida así, empapada de oración personal, de diálogo en la fe, de devoción comunitaria y también de devociones, producirá  algo que acaso hemos perdido, un buen número de hombres (y de mujeres) santos cuya vida tiene un centro profundo. Si esto se logra, estoy seguro de que los jóvenes volverán a sentirse atraídos hacia la vida religiosa, no tanto porque les resulte más relevante o más interesante que el mundo, sino por la sencilla razón de que la vida religiosa así construida y así vivida es lo que pretende ser:  religiosa.