8.
VOCACIONES RELIGIOSAS: NUEVOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS
En este capítulo final
volveré a tomar en consideración la situación actual de las vocaciones
religiosas y lo que ésta revela acerca de nuestros tiempos. Algunos piensan que la falta o
abundancia de vocaciones no constituye
un dato importante a la hora de tomar la temperatura de una provincia o
congregación. Pero la Hna. Patricia Wittberg, -socióloga y autora de
obras sobre la vida religiosa, no está de acuerdo. Dice: “ya sea que lo reconozcan sus miembros, ya
sea que no tengan conciencia de ello, la cuestión más importante que afronta
cualquier grupo es el retener los miembros con que cuenta y el reclutamiento de
otros nuevos. Si no está asegurado el suministro con personal de calidad, un
grupo irá decayendo y hasta podrá morir”(1). Sigue diciendo que muchas órdenes
religiosas están enfrentando la muerte de su organización. Se queja de que las
congregaciones religiosas “han ido aceptando su declinar bastante pasivamente”
y de que “sorprendentemente han tomado pocas medidas para revertir su decadencia”;
cita luego a Arbuckle y a Markham quienes hablan de “una negación masiva”(2).
Yo no considero que la
capacidad de atraer vocaciones sea el dato más importante a la hora de analizar
la salud de una congregación, pero creo que es revelador. Si pocos o ninguno quieren, en el primer
mundo, unirse a nosotros, especialmente cuando acuden a otras congregaciones en
número significativo, esto debe indicar algo.
No me gusta el argumento de que la falta de vocaciones es una bendición
disfrazada, porque nos obliga a comprometer al laicado y a darle
intervención. El lugar de los laicos en
la Iglesia no debe llegar por defecto
-tendrían que estar en el centro de la evangelización, aun cuando
seminarios y conventos estuvieran desbordando.
Los seglares han de encontrar su lugar propio, no a causa de un declive
en el número de religiosos o porque los religiosos se están volviendo como
laicos y viceversa, sino porque cada uno logra su propia identidad y su
florecimiento.
Las estadísticas sobre
vocaciones proporcionadas por las casas generalicias de Roma en 1993 revelaron que las
congregaciones apostólicas más antiguas sólo empiezan a prosperar cuando tienen
misiones en África, en partes de Asia (especialmente en India e Indonesia), en
algunas partes de Centroamérica y Sudamérica, en Polonia y Checoslovaquia. La
Sociedad del Verbo Divino, por ejemplo, que cuenta sobre todo con vocaciones de
Europa Oriental y algunas partes del tercer mundo, sufrió una disminución
mínima después del Vaticano II y desde hace dos años comenzó una curva
ascendente en sus estadísticas. Ahora, es una de las pocas congregaciones
tradicionales de religiosos que ostenta un crecimiento numérico en relación con
1965. En general, las estadísticas
vocacionales en el así llamado primer mundo continúan siendo bien tristes para
todas las congregaciones fundadas antes del siglo XX. Esto mismo sucede con las vocaciones sacerdotales en la mayoría
de las diócesis del primer mundo.
¿Por qué la mayoría de
nosotros atraemos tan pocas vocaciones en el primer mundo? ‘No es culpa
nuestra’, se podría decir, ‘sencillamente no las hay’. La cosa está fuera de nuestro control: es un
fenómeno cultural. El mundo postindustrial se ha secularizado, se ha vuelto
pluralista y relativista. Los jóvenes
sienten obsesión por la libertad y, a causa de la abundancia actual, se les
ofrece cantidad de oportunidades. El sacerdocio ya no es un camino para escalar
niveles sociales. La vida célibe es más difícil en una sociedad abierta con
pocos controles sobre películas y medios de comunicación. Los recientes
escándalos de pederastia dan una imagen negativa del clero. Las familias, que
solían ser más numerosas, se han visto
reducidas.
Como Ud., también yo he
pensado en todos estos justificativos: pero, todos me parecen puras excusas
frente al hecho de que, en Roma, un seminario de una congregación religiosa
alberga a 290 jóvenes que quieren ser la sal de la tierra, -jóvenes que
provienen de ese mismo mundo escéptico, sofisticado, mañoso, secularizado, y de
las microfamilias de finales del siglo X; jóvenes ansiosos por ir a trabajar quavis
mundi plaga, (en cualquier parte del mundo) a donde quiera mandarles la
obediencia. Cientos de ellos están
ingresando en congregaciones como esa a la que me refiero, en los Estados Unidos,
en Italia, en Francia, en México y en España. Gran número entra también en
muchos seminarios nuevos llamados Redemptoris Mater, que preparan a
jóvenes que serán ordenados para las diócesis abiertas a la implantación del
camino neocatecumenal. Y, fenómeno conexo, miles se adhieren a los movimientos
seglares católicos en Europa y especialmente en Italia. La mayor parte de estos
grupos tienden a ser tan tradicionales en la doctrina y tan austeros en las
estructuras de formación, como innovadores en sus métodos. ¿Es una aberración
este fenómeno? ¿Pueden ser tantos jóvenes nada más que gente empeñada en una
búsqueda neurótica de seguridad?
Creo que la
pujanza de estas congregaciones y movimientos nuevos es un nuevo signo de los tiempos.
Como ya indiqué arriba (capítulo tercero), es un signo de los tiempos en el
sentido de que, en el así llamado primer mundo, es dable observar una
diferencia en el campo de las estadísticas del reclutamiento vocacional. Las
congregaciones religiosas que han ido quitando progresivamente las estructuras
de la vida de comunidad y de los programas de formación, que han acentuado la
autonomía individual por encima de la identidad del grupo, que han equiparado
la vida religiosa más y más a la de los laicos y han perdido un sentido claro
de su fin, están atrayendo pocos candidatos. Por el contrario, las
congregaciones más recientes que cuentan con una intensa vida de comunidad y
una estructura comunitaria fuertemente ritualizada, con prácticas nuevas de oración
en común y unos objetivos comunitarios muy claros, están atrayendo vocaciones
por centenares. Podremos formular
críticas legítimas respecto de ellas, respecto de su excesiva rigidez, pero la
pregunta queda en pie: ¿son estos grupos simplemente una aberración o nos dan
la clave para entender y hacer posible un nuevo futuro?
Por favor: quiero que se
me entienda bien. Cuando hablo de estos grupos como signo de los tiempos (es
decir, como portadores de sentido, como indicadores de un posible futuro), no
estoy urgiendo a las congregaciones religiosas a imitarlos o a buscar
vocaciones entre los movimientos de seglares que forman parte de este fenómeno.
Creo, más bien que estos fenómenos nos abren una ventana para asomarnos al
corazón de la juventud de hoy y comprender algo más acerca de ellos. ¿Por qué
los jóvenes de una sociedad secularizada se sienten atraídos por estos grupos?
¿Responden estas congregaciones y estos movimientos, sea voluntariamente sea
por azar, a algunas de sus legítimas necesidades? Tenemos que echar mano de
todos los medios para comprender a los jóvenes tal como son realmente y evitar
proyectar sobre ellos nuestras propias necesidades y deseos. Solo así podremos
reconstruir nuestras propias congregaciones y modificar los rumbos de nuestra
renovación para los años 90 de modo adecuado.
Aunque cada una de estas
nuevas congregaciones y cada nuevo movimiento tiene su sello distintivo, hay
entre ellos algunos rasgos comunes.
Todos tienden a ser tradicionales en la doctrina pero innovadoras en los
métodos. La mayor parte de las nuevas congregaciones mantienen fuertes lazos
con los laicos y algunas han nacido inclusive de un grupo laico previamente
fundado al que continúan estrechamente apegadas. Tienden a transitar un camino
pautado por numerosos ritos, y por etapas, pasos y metodología propios durante
la formación. Sus miembros están unidos
por vínculos fuertes y nutren este contacto mediante un conjunto de prácticas
comunes, un modo de vida estructurado, una regla. Su piedad tiende a ser simple
y acrítica. Consideran las Escrituras en primer lugar como historia y quitan
importancia al empleo del método histórico-crítico por miedo a fragmentar el
mensaje cristiano y a diluir su impacto. La reflexión comunitaria y el
comentario autobiográfico compartido de la lectura de la Palabra de Dios, son
fuentes y sostén de su vida espiritual.
He hecho un estudio
informal sobre estos nuevos grupos entrevistando a sus fundadores, directores o
miembros, o participando directamente en sus reuniones, con el fin de discernir
las razones de su atractivo para la juventud del primer mundo. Ese atractivo
parece deberse a tres motivos principales.
Creo que los jóvenes se sienten hoy atraídos hacia grupos que se
caracterizan por los siguientes rasgos:
1. Metas explícitamente religiosas;
2. Una intensa vida de comunidad y
solidaridad comunitaria;
3. Pasión por una evangelización explícita y
universal.
Hablaré de
cada uno de estos atractivos, por separado, a sabiendas, sin embargo, de que en
buena parte están entremezclados.
Los jóvenes se están
acercando a las nuevas congregaciones y los nuevos movimientos en parte para
llenar un vacío interior, para descubrir el sentido último de sus vidas. Vienen en busca de un camino de vida. Debido a que están en busca de un mensaje
claro y explícito sobre el sentido de la vida, la muerte y la resurrección, no
se sienten atraídos por un cristianismo que ha experimentado la muerte de mil
definiciones. En la vida religiosa buscan una religión cristiana entendida a lo
clásico, no principalmente el camino para la realización sicológica ni un
estímulo para la acción social, sino la respuesta a la humana contingencia y a
la soledad cósmica. Hablan con naturalidad
de la salvación, de la voluntad de Dios, de la santidad, de la vocación como
llamado de Dios, de la necesidad de la comunidad, y están dispuestos a
someterse a una regla espartana y a un horario exigente de oración común. Un
artículo sobre los seminarios aparecido en Atlantic (diciembre de 1990)
revela que mucho de esto es también verdad entre los seminaristas protestantes
y judíos de los Estados Unidos. Dice el
autor que los seminaristas de la Harvard Divinity School (el Colegio
teológico de Harvard) hablan de vocación y de ser llamados “con un fervor de
antes de los años 60”.
Visité, junto con el
Provincial Italiano de una congregación apostólica, el seminario neocatecumenal
de Roma y entrevisté a su vice-rector. Me dijo que el atractivo fundamental del
neocatecumenado para los jóvenes estaba en el estilo de predicar y de la
formación, que llevan el sello de su fundador, el artista español Kiko
Argüello. Pregunté si esta predicación era agresiva y fundamentalista y, de ser
así, si no podría ser considerada una forma de lavado de cerebro. Me respondió que, al contrario, el mensaje
central y en el que más se insiste es
el infinito amor de Dios a cada uno y el gran consuelo de la presencia viva de
Cristo resucitado en la Iglesia. El neocatecumenado, movimiento de conversión y
formación fundamentalmente para los laicos secularizados, los desafía a ser más
conscientes de la presencia de Cristo y de las responsabilidades concretas que
lleva consigo el bautismo.
Ese mismo
provincial italiano, que había sido miembro por largo tiempo del neocatecumenado,
me lo confirmó. También él se sintió conmovido desde el comienzo por este
mensaje del amor de Dios y de la presencia activa de Cristo. Habiendo sido educado como una especie de
pelagiano italiano, creyendo que todo dependía del esfuerzo personal, ahora
tomaba conciencia de que en la Iglesia actuaba un Poder y un Amor en los que
podía confiar. Lo que atraía a gran
número de personas del primer mundo a la fe y a algunos al seminario, no era la
libertad, la liberación sicológica, la acción social, ni siquiera la paz y la
justicia, sino el mensaje explícito de que el Señor Jesús está vivo y presente.
Ese mensaje de Evangelio es lo que les atraía.
Hay dos enfoques ante de
la comunicación de la Palabra que prevalecen en la iglesia de hoy. Para no
emplear los términos "minimalista” y “maximalista”, “progresista" y
"conservador", los llamaré "implicitista" y
''explicitista". Los que están a
favor de la comunicación implícita creen que el camino para llegar al corazón
secular es el compromiso silencioso de los cristianos en las causas humanas
seculares y, en consecuencia tienden a no mencionar la doctrina católica y los
temas cristianos. Los explicitistas,
por el contrario, citan la Evangelii Nuntiandi de Pablo VI y
persisten en decir que un compromiso mudo es insuficiente. Los cristianos deben
ir más allá y proclamar públicamente su fe en la primacía del Señor y en la
permanente relevancia de la resurrección. Dice Andrea D’Auria, "sin esa
claridad fundamental el hecho cristiano se reduce a algo subordinado a las
demandas, al proyecto y a los contenidos del mundo". El implicitismo
coloca a la Iglesia en una posición en la que "absorbe sin crítica
alguna los valores ético-humanitarios del entorno, cuyo contenido está dado por
otras matrices ideológicas"(3). Los explicitistas se quejan de que los
implicitistas están hasta tal punto ‘desexplicitados’ respecto de su ser
cristiano, que la gente se pregunta si existe alguna diferencia en realidad. Si
uno está realmente enamorado no puede menos de hablar con entusiasmo de la
persona amada.
Estos dos
enfoques reflejan dos posturas diferentes en la fe. Los implicitistas son
cristianos muy secularizados que abrazan el pluralismo moderno. Desconfían del cristianismo del que uno está
impregnado por educación y desde niño, y prefieren un cristianismo que sea el
resultado de la maduración de una persona en la sociedad. Piensan que una fe
conscientemente elegida es más vital y personal. Simpatizan con la convicción actual de que ni la naturaleza ni el
cosmos nos facilitan un orden y un sentido preestablecidos, y que nosotros
debemos, en parte, crear nuestro propio sentido a partir de los diversos
sistemas de sentido que se nos pueden ofrecer. Para los implicitistas, las
ideas modernas no son caprichos o modas pasajeras sino intuiciones permanentes.
Una religión que agreda a estas nuevas “verdades" del pluralismo y de la
secularización se hará culpable, a sus ojos, de oscurantismo y no conquistará
audiencia. Lo mejor, pues, será que los cristianos atraigan a los hombres a
Cristo mediante una discreta consagración ‘tolstoiana’ a los pobres y
necesitados.
Los
explicitistas (que constituyen la mayoría de los miembros de las nuevas
congregaciones y de los nuevos movimientos) están anclados en un tipo de fe
diferente. Están de acuerdo en que el aggiornamento
debe continuar y que las instituciones cristianas tienen algunas lecciones que
aprender de los críticos seculares, en el sentido de asumir la responsabilidad
de trasformar el mundo; pero insisten en que la Iglesia tiene que continuar
siendo siempre, hasta cierto punto, contra-cultural. Creen que su criterio guía
tiene que ser el Evangelio y no la cultura. Creen que el pluralismo de hoy hace
difícil la consolidación de una comunidad auténtica y que, si bien es deseable
que los intelectuales elijan el cristianismo crítica y conscientemente, éste no
puede ser el camino común de la mayoría de los fieles. Éstos necesitan un
cuadro de doctrinas y estructuras claro y explícito, que pueda servir de sostén
para su fe, puesto que están inmersos en un mundo cuya secularización los
precipita fácilmente en el secularismo.
Para los
explicitistas los tiempos modernos han sido estimulantes, pero también
destructores. Su mensaje es que estos
tiempos ya pasaron. Ya no estamos en
1968 sino en 1992. La atmósfera es
diferente. Hay un agujero en la capa de ozono espiritual; la gente quiere
ese nuevo cálido rumbo que presagia esta ventana abierta al cielo. La gente quiere un mensaje claro, directo y
religioso al estilo clásico; y nos reclama:
"Sé frío o caliente".
El segundo
aspecto de estos nuevos grupos que atraen a los jóvenes, es que ofrecen una
intensa experiencia de comunidad y un fuerte apoyo mutuo. Los jóvenes ansían no
sólo una fe religiosa explícita, sino también una intensa comunidad de fe.
Pregunté una vez a una joven, miembro de la comunidad de laicos de San Egidio
de Roma (a la que volveré a referirme), qué es lo que la había atraído a la
comunidad. Dijo que era la amistad auténtica que no había encontrado en ninguna
otra parte. Se preguntaba de dónde nacía esta amistad y enseguida vio que su
fuente estaba en que el grupo estaba arraigado en el Evangelio. Le pregunté qué haría si la persona con quien
quisiera casarse no estaba dispuesta a vivir así. Me respondió: “La comunidad es mi vida. Será condición para mi matrimonio. Llevaré a mis hijos cuando vaya allá a trabajar".
Para
fomentar este hondo sentido de comunidad, de apoyo y edificación mutua, los
nuevos grupos dan mucha importancia a las celebraciones, (a menudo la celebración de la Palabra), y al
tiempo que dedican a discutir cuestiones religiosas y apostólicas importantes. A veces se da suma importancia a cosas bien
pequeñas: tipo de música a emplear, forma y decoración del altar para la
Eucaristía, forma común del vestido, gestos específicos de reverencia en la
liturgia. Algunos han inventado un
camino de espiritualidad, una forma de medir el progreso en la vida
espiritual. Otros han tratado de
restaurar las estructuras comunitarias y el espíritu de los grandes fundadores.
Los Hermanos de San Juan, en Francia, comenzaron como un intento de redescubrir
al dominico primitivo.
Este deseo
de una vida de comunidad bien estructurada es una reacción ante la excesiva
disgregación de la vida en la sociedad contemporánea. Es una forma de resistencia a lo que Robert Bellah ha llamado
“individualismo lockeano", arraigado en la “ideología lockeana”, que,
insiste él, ha resultado ser más fuerte que la marxista. El filósofo inglés Juan Locke concebía la
sociedad como el resultado de un contrato entre las personas, consideradas como
átomos despojados de toda relación. Para Locke no había más límites para la autonomía
de las personas que los libremente abrazados para entrar en un contrato social
bastante limitado. Para Bellah esta
imagen está en directa contradicción con la noción bíblica de la alianza. En la alianza, los hombres tienen una
relación del todo anterior a la que se genera con un contrato social. Es la relación entre el Creador y la
creatura, relación que genera obligaciones con Dios y con el prójimo que
trascienden los intereses propios y que promete una auto-realización liberadora
mediante la participación en un orden divinamente instituido.
Una
explicación sociológica del nuevo atractivo que ejercen estas nuevas
comunidades sobre la juventud, es que ella es efecto de la banalidad de la vida
tal como se la experimenta hoy dentro de una microfamilia y en una sociedad de
valores consumistas. Las familias actuales no tienen muchas instancias
familiares de apoyo: abuelos, tíos y tías que convivan durante periodos
prolongados, ni primos perdiendo el tiempo por la casa. Insertas en una
cultura, que hasta hace poco se sentía auto-suficiente y no necesitada de
trascendencia como fuente de sentido, estas familias no son capaces de salir
adelante en lo religioso y corren el riesgo de quedar a la deriva. Debido a la
falta de ‘convicción’ (nerve) de las instituciones educativas católicas,
inscribirse hoy en día en ellas puede incluso acelerar la pérdida de la fe. A
resultas de ello algunos jóvenes cristianos serios han recurrido al explícito
testimonio mutuo y a la oración, para apoyar su fe en Cristo y Dios.
Pero la
sensación de apoyo mutuo no puede lograrse sin prácticas comunes, sin una vida
de comunidad hasta cierto punto ritualizada. El historiador Jean Coste, s.m.,
dice que, en sus intentos de refundación, las congregaciones religiosas deben
evitar tres posturas: primera, la solución ''fundamentalista", que suprime
toda evolución; segunda, el énfasis en la mera creatividad, que dice: “Nuestros
fundadores crearon algo; nosotros seremos fieles si creamos también”; y
tercera, una fácil vía media que distingue entre reglas prácticas que
deben ser descartadas y un espíritu o espiritualidad que hay que retener. Como la carne del hueso, es imposible
separar las estructuras del espíritu.
Jean Coste
no propone volver a las mismas reglas del fundador, pero sencillamente nos
recuerda que no puede haber espíritu sin un estilo, ni puede tener élan
un grupo que no se concrete en un cuerpo, en un corps social. Si juzgamos que las estructuras y las
prácticas originales son caducas y difíciles de practicar, tendremos que
inventar otras nuevas para expresar y encarnar nuestro carisma y nuestra
convivencia. Hay que ritualizar de
nuevo nuestra vida de comunidad: hay que dar expresión comunitaria a los
valores del fundador en símbolos y prácticas repetidas a menudo. Jean Coste
sabe que no podemos regresar al grado de control que nuestro fundador quería
que el grupo ejercitara sobre el individuo, pero se pregunta: ¿ha habido alguna
vez “un grupo religioso capaz de sellar un pacto real en este mundo sin que sus
miembros acepten que el grupo verifique su fidelidad con respeto a los valores
que todos reconocen como esenciales?” Creo que esta pregunta es crucial y, al
formularla, Coste coincide con las preocupaciones comunitarias de la juventud
de hoy.
Los
fundadores de los nuevos movimientos religiosos saben que es en vano tratar de
construir una comunidad limitándose a impartir una espiritualidad por vías
exclusivamente conceptuales y dejando después que cada uno la viva o encarne a
su antojo. Todos entienden que hay
necesidad de símbolos, de un ritual, y a veces insisten en la adhesión
minuciosa a un conjunto bien determinado de prácticas. Comprenden intuitivamente que un ritual
opera a nivel del sentimiento, inculcando valores importantes y movilizando a
las personas. Esto se debe a que el
ritual moviliza también al cuerpo, que constituye el yo primario y a que pone
en juego los cinco sentidos. Los actos
físicos y las experiencias sensoriales captan la conciencia con más inmediatez
que las palabras de la filosofía o las ideas. Mediante el ritual comprendemos
algo acerca de nuestras vidas y de nuestro lugar en el cosmos y en la
comunidad, a un nivel menos verbal y menos consciente, pero más profundo. "El ritual, conformándonos con modelos
o paradigmas que se refieren al pasado primordial y pueden ser compartidos por
mucha gente, permite que cada persona trascienda su yo individual y de este
modo pueda vincularse a otros muchos en formas permanentes y verdaderas de
comunidad"(4).
La pasión
por la evangelización explícita y universal
El tercer
aspecto de los nuevos grupos que atraen a los jóvenes es su pasión por la
evangelización y la disponibilidad para servir en cualquier lugar del
globo. Dos aspectos merecen ser notados
a este propósito: primero, el énfasis en la evangelización explícita segundo,
el carácter incondicional de su entrega.
Como ya
hemos dicho, los miembros de estos grupos están interesados en los temas
religiosos explícitos y clásicos, de modo que es natural que prefieran también
una evangelización directa y explícitamente religiosa. No vacilan en proclamar que el mundo
cambiará, principalmente, no por obra
de humanismos ligados a lo temporal, sino por medio de cristianos unidos en
Iglesia, gracias a la convicción de que Dios se hace cargo de la historia y de
que su sentido más profundo está revelado en la muerte y Resurrección del
Señor. Quieren ser, en palabras de
Hauerwas y Willimon “extranjeros residentes” y “servir al mundo mostrándole
algo que el mundo no es, o sea, el lugar donde Dios está formando una familia
con personas que antes no se conocían”.
En consecuencia los nuevos movimientos hacen del Evangelio y no de la
Modernidad su principal criterio. Con san Pablo están convencidos de que aunque
debemos amar la tierra y su gente, no podemos dejarnos hipnotizar por “los
resplandores del mundo”.
El segundo
aspecto de la pasión de los nuevos movimientos por evangelizar es la
universalidad de sus metas, siguiendo en esto el ejemplo de san Pablo. Con el fin de extender el mensaje explícito
del Evangelio, están dispuestos a enfrentar, por obediencia, la precariedad de
una vida ofrecida a la misión en cualquier parte del mundo. En algunos grupos sus miembros están
deseosos de irse como misioneros itinerantes enviados a diferentes partes del mundo
de dos en dos, siendo el “ser enviados” un aspecto importante de su
espiritualidad.
Cuando vivía en nuestra
casa generalicia cerca del Trastevere, en Roma, tuve estrecho contacto con la
hoy ya famosa comunidad laical de San Egidio.
Esta comunidad nació en 1968 durante las revueltas estudiantiles, cuando
un pequeño grupo de estudiantes universitarios se reunía para leer el Evangelio
y preguntarse qué propuesta concreta podían ofrecer como cristianos. Empezaron con oración y con algunos pasos
experimentales. Veinticinco años después, en 1993, se reunieron dos mil
personas en Santa Maria in Trastevere para celebrar las bodas de plata.
Juan Pablo II asistió a la celebración y se le vio visiblemente conmovido por
el celo cristiano de estos jóvenes.
Cuenta, más de 15,000 miembros en el mundo; en Roma hay 5,000 agrupados
en 200 células. El movimiento tiene tres ejes centrales: amistad, celebración
grupal de la Palabra todas las noches, y trabajo con los pobres. Cada
miembro tiene que comprometerse en un trabajo concreto con los pobres y hacerlo
de modo apolítico y no-ideológico. Da
la impresión de que conocen a todos los gitanos y mendigos de Roma; a los
necesitados auténticos y a los simuladores.
Regentan un comedor (mensa) que sirve comida a 1200 personas
sentadas, cuatro días por semana. Les sirven la comida sentados en vez de
dársela empaquetada para llevar, para preservar de ese modo la dignidad de los
pobres. Son atrevidos y creativos: trabajan también por la gente de El
Salvador, Mozambique, África del Sur y Albania. Son emprendedores: dirigen una jornada por la paz, cada año en un
país diferente, siguiendo el modelo del Papa en Asís. Últimamente fueron los principales negociadores de un tratado de
paz en Mozambique, ya que sólo ellos habían ganado la confianza de la
guerrilla. Son de carácter ecuménico: Desmond Tutu viene a verlos; nos piden
dar techo y desayuno a algunos de sus huéspedes en nuestra casa generalicia,
entre los cuales hemos albergado musulmanes de turbante y fumando cigarros, un
sacerdote de Albania que fue prisionero de los comunistas durante más de 30
años, y un obispo ortodoxo armenio de Estambul.
La mayoría de los nuevos
grupos y congregaciones tienen una pasión parecida por la misión mundial. El
movimiento neocatecumenal ha enviado a individuos y a veces a familias enteras
como misioneros itinerantes a países extranjeros, por Europa oriental y
occidental. En comparación con ellos ¿cómo nos vemos a nosotros mismos y a
nuestras congregaciones? ¿Es el nuestro un celo capaz de proclamar el sentido
de la Resurrección de Cristo por todo el mundo? ¿O estamos encerrados
colectivamente en nuestro trabajo, en nuestra provincia, o ideológicamente, en
nuestra propia liberación, o en una causa exclusivamente secular? ¿No
necesitamos un cambio de objetivo, un nuevo arrojo para respirar aire puro, una
mayor solidaridad dentro de la congregación en su conjunto, un sentido de la
aventura auténticamente cristiana que abarca tanto este mundo como el mundo del
futuro?
Si mi análisis de las
causas por las que los nuevos movimientos resultan atrayentes es correcto,
¿cómo podríamos evaluarlo? Algunos se
sienten molestos por dos características, cuando menos, en la sicología de los
candidatos que se afilian a los nuevos movimientos: en primer lugar, su
inclinación por un tipo de piedad explícito y afectivo (que los franceses
llaman “intimiste”), y en segundo lugar, su atracción hacia una
comunidad muy estructurada, potencialmente represiva. Por eso se ha planteado
la pregunta: los jóvenes que se agregan a estas congregaciones y movimientos
¿no están demasiado centrados en sí mismos y atraídos más por un Jesús que
contempla al Padre que por un Jesús que actúa entre los pobres? ¿No se deberá
su atracción por comunidades fuertemente unidas con fines claramente
religiosos, a que necesitan certidumbre y seguridades? Mí respuesta a estas dos preguntas es: sí,
los jóvenes pueden, con cierta verdad, ser descritos en estos
términos. Pero queda por responder la
siguiente pregunta: esta situación de estar centrados en sí mismos y su
necesidad de seguridad ¿es algo neurótico o es algo legítimo?
Dos monjes
de Taizé me han contado que muchos jóvenes vienen a sentarse en el suelo para
orar y platicar con ellos, principalmente por que se sienten abandonados
-abandonados por adultos demasiado inmeersos en sus carreras. Recientes estudios norteamericanos y
británicos están mostrando que, contrariamente a lo que había afirmado toda una
literatura anterior, los hijos de las parejas divorciadas están dañados,
y que este daño se sigue manifestando progresivamente y puede afectar todo el
curso de la vida(6). Más que abandonados, los jóvenes de hoy están a la deriva,
ya que se han formado en culturas que no se preocupan de responder a sus
preguntas sobre el sentido de la vida. Estos
jóvenes andan en busca de puntos de referencia filosóficos, de fe, de compañía
en la fe. Sufren más de lo que
pensamos, y buscan un analgésico para su mal.
Los jóvenes,
actualmente, no preguntan en primer lugar: ''¿Dónde se vive el Evangelio?"
o "¿Qué grupo hace de veras algo importante por los pobres y
necesitados?" A menos que
reconozcamos que los jóvenes de hoy son individualistas de carácter y
poco instruidos en materia religiosa no estamos viviendo en el mundo real. No son lo suficientemente altruistas para
preguntar de inmediato sobre las necesidades de los demás, ni lo
suficientemente religiosos para preguntar dónde se vive de veras el Evangelio.
Como saben tan poco de religión y de Escritura, estas preguntas les son ajenas.
Lo que sienten es una ausencia dolorosa, un vacío en sí mismos, y buscan algo
que alivie su dolor y llene su vacío. Por eso asisten a experiencias y
acontecimientos como las vigilias con el Papa en Denver o en la plaza de San
Pedro, que les llegan tanto a los jóvenes.
Por eso los evangélicos son tan eficaces cuando les hablan de ser
invadidos por una experiencia de Jesús, de ofrecer la vida totalmente a un
poder superior. Los jóvenes de hoy no
son malos, pero tampoco santos. Son consumidores y tienden a ensimismarse, a ocuparse
de sí mismos. Aprendieron a querer tenerlo todo, han tratado de tenerlo y han
comprobado que les falta algo.
Quienes
rechazan estas necesidades juveniles ignoran cuánto ha cambiado la niñez. Los muchachos que salen de esos tiempos de
infancia acaso necesiten experimentar una religión de consuelo antes de poder
acceder a una religión de servicio.
Acaso necesiten pasar por un periodo individualista del "yo y
Dios" antes de sentirse seguros. Acaso necesiten un fuerte apoyo
comunitario durante toda su vida. No debemos proyectar en ellos la necesidad de
libertad que tuvo nuestra generación reprimida. Debemos tomarlos como son.
En otros tiempos
pasados, las vocaciones procedían de una sub-cultura profundamente
religiosa. Los jóvenes, educados en
ghettos de inmigrantes o en familias muy católicas seguían educándose rodeados
de símbolos y prácticas cristianas que les servían de apoyo para su fe. Cuando
desapareció el ghetto y se debilitaron las familias por la acción de un
creciente secularismo, las vocaciones disminuyeron a cero. Ahora, como reacción
subconsciente, “los movimientos religiosos seglares han florecido en Europa e
incluso en Norteamérica para llenar ese vacío”. Estos movimientos son las nuevas estructuras, las nuevas
sub-culturas que introducen a los jóvenes en la fe y sostienen a los hijos de
la secularización. Les proporcionan el
lugar de encuentro que tanto desean los jóvenes.
Voy a ir más lejos. Creo que estos movimientos y este nuevo tipo
de vocación son parte de un cambio global en la cultura actual. Rosemary
Haughton ya tenía conciencia de ello hace ocho años cuando nos hablaba a un
grupo de profesores que solíamos reunirnos a debatir temas en la casa
provincial de los Maristas al lado del Boston College. En ese entonces yo no
alcanzaba a advertir el cambio al que ella se refería. Hoy estoy sinceramente convencido. Incluso
en ambientes no religiosos hay signos de que la cultura actual de Occidente se
está alejando de la óptica positivista e individualista, que fragmenta (“más
allá del modelo liberal”) hacia una visión más global, que podemos llamar
"espiritual", de la sociedad y de la ciencia. Empleo aquí el término "espiritual"
en un sentido neutro: puede ser secular (sin fe en Dios) o teísta. Quiero decir
que, incluso los hombres de estudio y científicos, en reacción contra el
atomismo y el positivismo científico procedente de Descartes y Galileo,
comienzan a contemplar al mundo como interconectado, entretejido en un diseño
mayor.
Este vuelco
hacia lo ‘espiritual’ es un fenómeno evidente en los grupos del New Age con su
fe en la reencarnación y el sincretismo de una seudo-ciencia con elementos
religiosos exóticos. Este fenómeno es también evidente entre algunos adherentes
del movimiento ecológico que consideran a la tierra como una especie de
organismo unificado, a veces llamado Gaia, que tiene poderes de
regeneración semejantes a los de nuestro sistema inmunológico. Se manifiesta en la medicina holistica
(medicina de enfoque global) donde el cuerpo ya no es considerado como un
costal de partes desechables, sino como una unidad física y
''espiritual". Se comprueba en
algunas formas de feminismo que van más allá de una mera lucha por compartir el
poder masculino, definiendo el éxito femenino de forma diferente al éxito
masculino y, que de esa manera, fomentan nuevos valores y nuevos modos de ver
el mundo. Hay un nuevo deseo de
recogimiento y contemplación, de sacralidad, de contacto con Dios. “El profundo
mensaje divino dentro del hombre puede ser sepultado y desfigurado”, dice el
cardenal Ratzinger, “pero una y otra vez irrumpe y se abre por sí mismo un
camino”.
Lo mismo se
advierte en el hecho de que está apareciendo una crítica cultural que apunta tanto
al liberalismo económico de los republicanos como al liberalismo cultural de
los demócratas. Considera a estas dos corrientes como extremos que nos han
dejado en el pantano del consumismo y del hiper-individualismo. Según esta visión crítica, la causa
principal de los problemas sociales y económicos tiene sus raíces en la
debilidad cultural, la cual, a su vez, se debe sobre todo al ridículo al que la
sociedad ha sometido a las virtudes cívicas tales como la diligencia, la
frugalidad, la sobriedad, la autodisciplina y el aplazamiento de la
gratificación(8). En la estela del laissez-faire
económico y cultural, con palabras de Newsweek, hemos experimentado “una
explosión del abuso infantil, el crimen, las dificultades en el estudio, la
dependencia del seguro social, y la patología que Ud. quiera añadir”. El
artículo prosigue diciendo que “el vigorosísimo subtext de la campaña
presidencial (era) que ambas posturas indulgentes habían completado su
ciclo”. Existe la persistente sensación
de que “la ilimitada libertad personal y el triunfante materialismo sólo
acarrean hambres peores y noches más desoladas” (9).
Mary Ann
Glendon, de Harvard, critica el actual discurso sobre los ‘derechos’ como “una
fuerza divisora, inútil para manejarse dentro de la red cada vez más intrincada
de relaciones de interdependencia que entrelaza a las personas entre sí y con
el medio ambiente natural”. Existe un
movimiento comunitario bastante crítico respecto del excesivo ‘libertarianismo’
en filosofía social. Sus abogados son
Glendon y Sandel de Harvard, también Amitai Etzioni, Alasdair MacIntyre,
Stanley Hauerwas y David Hollenbach, s.j. Este movimiento va en busca de una
nueva definición de la libertad, no como una autonomía ilimitada y arbitraria,
sino como un enriquecimiento que resulta de abrazar, en comunidad, la
responsabilidad mutua.
Glendon
opina que los estudiosos del derecho europeos, aunque lejos de ser perfectos,
emplean una óptica más rica de los “derechos”, derivada no de Locke, sino de
Rousseau y de Hegel. En la legislación
francesa y alemana se considera el desarrollo humano como “el esfuerzo del
individuo por trascender más allá de sí mismo”. Los derechos son posibilidades positivas y no, como en
Norteamérica, libertades negativas (no ser impedido). Según Glendon, la
socialidad que falta en el discurso norteamericano sobre los derechos no se
puede lograr primariamente por esfuerzo del gobierno. El “tejido delicado” de una sociedad civil que está compuesto por
familias, vecindades, escuelas, equipos en el lugar de trabajo, sindicatos,
iglesias, etc., es tan importante para el desarrollo de la personalidad como la
comunidad política.
A los
nuevos movimientos católicos y a los nuevos seminaristas se los puede entender
como parte de este patrón más amplio, de este cambio cultural
paradigmático. Algunos jóvenes ya están
abandonando la conciencia lockeana. Se juntan a grupos que les ofrecen una
visión interconectada de las cosas y un camino hacia la perfección; grupos en donde
se llega a encontrar la fuente del propio valor y de la unidad interior en una
conciencia del amor de Dios. Si Dios me
creó y cuida de mí, ya no soy un simple fragmento, sino una persona completa,
un protagonista, alguien sobre quien se puede contar una historia. Si Dios es real, también yo soy real. Puedo tener una vocación, -con Samuel puedo
decir: "Aquí estoy, Señor".
Si tuviera
que decir, en una sola frase, por qué los nuevos grupos atraen a los jóvenes,
diría: porque estos grupos recalcan el “ser” tanto como el “hacer”, la
consagración tanto como la misión, tanto la fe como las obras. Los jóvenes son partidarios de los grupos
cuya vida y misión está conformada por una consciente consagración al Señor en
términos de un espíritu y carisma distintivos.
En un mundo secularizado
existe una tensión entre consagración y misión, hay una tentación ya sea de
retirarse en una consagración entendida en sentido fundamentalista, ya sea de
saltearse la consagración y correr a la misión. Esta última ha sido la gran tentación de la vida religiosa
euro-americana, en el sentido de que la mayor parte de los religiosos aplauden
intelectualmente cuando sus líderes hablan de ser imaginativos e innovadores,
de establecer criterios para discernir los apostolados auténticamente
misioneros, o cambiar de lugar en lugar -aunque después no muevan ni un dedo.
En otras
palabras, la tentación está en definir la vida religiosa en términos de
función. La distinción, invocada hoy
abusivamente, entre “Mantenimiento” y “Misión” es insuficiente, porque se
mantiene dentro de un concepto de vida religiosa considerada principalmente
como función. Nos empuja a elegir un
tipo de función (misión) por encima de otro tipo de función (mantenimiento).
Pero nuestro problema hoy, emerge sólo secundariamente, de la opción acerca de lo
que hemos de hacer (función).
Nuestro problema, más básicamente, es el de rescatar, con fuerza e
inventiva, lo que somos (identidad o consagración). Nos resulta difícil hablar de nosotros
mismos en términos de una consagración especial, porque tenemos miedo de que
los religiosos sean colocados, otra vez, por encima de los seglares. Preferimos quedarnos en una postura del
siguiente tipo: “Todos hemos sido consagrados por el bautismo y no hay
consagración especial en la vida religiosa”. En consecuencia, tratamos de
definir la diferencia existente entre religiosos y laicos a partir de
diferencias funcionales.
Pero distinguirlos sobre
este fundamento es difícil, porque a menudo laicos y religiosos comparten las mismas
funciones. El verdadero sentido de la vida religiosa resulta así trivializado y
esto hace que los jóvenes se pregunten: “¿cuál es la diferencia, entonces?” o
“¿por qué unirme a ustedes?” Desean no solamente una invitación a una aventura
sino a una aventura concretamente religiosa. Se sienten atraídos a una vida que esté consagrada a reproducir
más literalmente la vida y el misterio de Cristo. ¿No sería mejor decir que la
vida religiosa participa de la consagración bautismal, que es una expresión de
esa misma consagración, pero de tipo especial? Como religiosos, vivimos dentro
de la dimensión cristiana como todos los bautizados, pero, a diferencia de
ellos, nosotros los religiosos optamos por que esta dimensión cristiana sea
nuestra verdadera ‘carrera’; la nuestra es una consagración, una dedicación a
vivir la vida de Cristo de modo más literal, al modo de los apóstoles. Supone
dejar de lado familia, sexualidad, poder económico y carrera en el mundo, -y
reorientarnos cuando nos hemos descarriado.
Esta consagración especial, basada en el bautismo, es lo que da a
nuestra vida y misión su especial identidad y carácter.
Hasta aquí
hemos considerado analíticamente el presente.
Permítaseme ahora dar una vuelta alrededor del mundo que conozco y
señalar algunos signos de esperanza para el futuro. En 1965 en Francia había
450 Maristas. Ahora han bajado a unos
160 y desde hace años no tienen novicios.
Su edad promedio es de 71 años.
Pero, inesperadamente, se ha levantado en el 104 de la calle Vaugirard
de París una comunidad de discernimiento vocacional, donde residen siete
jóvenes interesados en la vocación
religiosa. Viven vida común,
trabajan o van a estudiar, tienen su director espiritual, cocinan por turnos,
viven una vida de oración estructurada, tienen diálogos comunitarios, etc. Un candidato ha decidido entrar a un
Monasterio, otro al noviciado marista.
Todos ellos tienden a ser piadosos (intimistes), en el sentido de
los años anteriores a los 60, y ponen nerviosos a los Maristas franceses al
estilo de los años 60. Por otro lado hay una nueva esperanza. Por fin los franceses están admitiendo que
el retorno a la religión en Francia es un hecho, y se dan cuenta de que las nuevas
congregaciones y los nuevos movimientos tienen algo que decir: se atreven nuevamente a invitar directa y
explícitamente a posibles candidatos para que entren en la Sociedad de María.
Algo nuevo surge también
en Italia. Capuchinos y Maristas han decidido recibir postulantes procedentes del
movimiento neocatecumenal. Kiko
Argüello, fundador del neocatecumenado, dice que tiene cientos de jóvenes
esperando para entrar a la vida religiosa, y continúa diciendo: “Serán cristianos formados”. Ha empezado el experimento
y no ha sido fácil debido al choque de estilos y espiritualidad. Al menos ha habido dos resultados positivos:
las provincias receptoras se han visto obligadas a fortalecer los programas de
formación inicial marista y, a causa de la confrontación de espiritualidades,
los seminaristas han debido reflexionar sobre el sentido de la vocación a una
concreta congregación religiosa con una intensidad nunca antes vista.
La congregación del
Santísimo Sacramento, sorprendentemente, está gozando en Holanda de un
significativo renacer de vocaciones, procedente la mayoría del movimiento de
los Focolari. ¿Cómo lo han logrado?
Estableciendo dos comunidades según el modelo de las intuiciones
primitivas del fundador, tanto en el espíritu como en la estructura. En ambas
comunidades, se señala un tiempo diario para la adoración de la Eucaristía,
considerada por la comunidad como la fuente de donde brota el cuidado diligente
y la ayuda mutua entre sus miembros. En
la primera de estas comunidades un compañero estaba a punto de morir y ofreció
sus sufrimientos por las vocaciones. Un candidato fue admitido como novicio en
la comunidad, uniéndose al cuidado de aquel hombre moribundo. Los miembros de la comunidad se reunían
frecuentemente para compartir sus gozos y dificultades así como sus intuiciones
espirituales. Llegaron dos candidatos
más y al año siguiente otros dos, y se quedaron porque encontraron una
comunidad real unida por la Eucaristía.
La otra comunidad se hizo cargo de una iglesia en el centro de
Amsterdam. También aquí, a la misa de
cada día sigue una hora de adoración.
Según el provincial, hay ahora ocho candidatos en esa comunidad y cada
semana se acercan jóvenes preguntando por la vida religiosa, la mayoría
procedentes del movimiento de los Focolari. Una comunidad auténtica en el sentido
de ser fiel a los orígenes en espíritu y estructura –lo cual es el medio
principal de presentar un carisma y una vocación hoy.
En ambos experimentos,
con los focolarini en Holanda y con el neocatecumenado en Italia, hay un
problema fundamental, que el P. Anthony Sweeney, anterior superior general del
Santísimo Sacramento, llama "doble pertenencia” o "doble
lealtad". Los candidatos que
llegan de estos movimientos laicos han experimentado allí su primer despertar a
la presencia de Cristo. Es natural, entonces,
que estén apegados al espíritu y a las formas del movimiento original. ¿Se
podrá injertar el espíritu de estos grupos en el carisma de la comunidad
receptora de modo que este carisma constituya la identidad fundamental? La
pregunta tiene su importancia y el problema puede hacerse insoluble. Por otro lado, a lo largo de los años se han
hecho realidad ricos carismas religiosos capaces de recibir a gente de muchas
partes del espectro cultural y espiritual.
Todavía es prematuro juzgar si el injerto podrá lograrse. Debemos proceder con gran honestidad y
trasparencia; si es imposible, tendremos que admitirlo, sencillamente.
Sea cual fuere el
resultado de estos experimentos, mucho se puede aprender de estos nuevos
grupos. El salesiano italiano Giorgio Zevini ha concluido, del estudio de estos
movimientos, que las congregaciones religiosas deberían restablecer, dentro de
sus programas de formación inicial y permanente, algunos pasos o etapas, claras
y definidas, porque son cosa atrayente y necesaria para la juventud de
hoy. El P. Zevini está intensamente
empeñado en desarrollar un modelo precisamente según este programa de
formación. El P. Mauro Filippucci,
Asistente General Marista, ha explicado la fuerza de estos movimientos en estos
términos: “Nosotros tenemos un espíritu o carisma pero ellos tienen una
metodología”. Con esto quería decir que
ellos subrayan un conjunto de prácticas o pasos para inculcar su espíritu en
los individuos y en el grupo, y que en el mundo amorfo de hoy, eso es lo que
desea la gente. Hay cada vez más religiosos que se preguntan qué metodología
adoptar para trasmitir su carisma y su espiritualidad al corazón y a la cabeza
de otros jóvenes. Éstos, más que oír
hablar del carisma fundacional, lo que quieren es experimentarlo. Quieren que esto sea el núcleo de su
crecimiento espiritual como personas y como comunidad. ¿No valdría la pena
introducir en nuestros programas de formación y en nuestras comunidades algunos
métodos que emplean con éxito los nuevos grupos? ¿No podríamos adoptar la scrutatio
sobre las Escrituras que se hace en el neocatecumenado y en otros grupos? ¿No
podríamos tener una celebración de dichos básicos del fundador, donde se lea un
texto, luego los lugares paralelos, todo eso seguido por unos momentos de silencioso
recogimiento, por un eco autobiográfico compartido por algunos miembros,
poniendo en común la resonancia que el texto cobra en sus vidas, y finalizando
con una presentación, más académica, a cargo de un experto? ¿No necesitaríamos
trazar pasos claros o etapas de crecimiento común en la vida espiritual,
planificar metas espirituales concretas y sugerir medios para alcanzarlas?
Hemos hablado durante
mucho tiempo de renovación y refundación de la vida religiosa, pero ¿no son ya,
ambos conceptos, algo anticuado? ¿No habría que pasar ahora a hablar de otro
concepto que exige mucha valentía sólo el mencionarlo: un tiempo de reforma
en el sentido carmelita de la palabra -reforma de los corazones conforme al
espíritu original de nuestros fundadores, de modo que también nosotros podamos
decir nuevamente: “La comunidad es mi vida”? ¿No tenemos que reformar a la
congregación, cuerpo social, de modo que ya no esté totalmente de-construida,
des-estructurada, sino que siga siendo una entidad social religiosa con la capacidad
de dar fuerza y edificar a cada uno de sus miembros, y de anunciar, con
autoridad y poder, a Cristo al mundo?
Reformar significa un retorno a las fuentes, a los orígenes; significa
examinarnos a su luz para recobrar lo que hizo de los primeros miembros un corps,
una comunidad intencional, una asociación con un objetivo tan fuerte que el
grupo se sintió con la libertad de imponer exigencias a los individuos. Esto
quiere decir, revivir la ardua espiritualidad que caracterizó la vida de
nuestros fundadores y que hizo de su tiempo un tiempo de santos.
Tenemos que preguntarnos
si, en nuestro afán de aggiornamento, junto con todo lo bueno que se ha
hecho, no hemos asimilado, con la mejor intención del mundo, un conjunto de
postulados, no evangélicos, que impregnan la moderna cultura euro-americana.
Todo esto lo conozco por mi experiencia de las congregaciones religiosas: allí
donde las provincias y los programas de formación se han super-politizado o
super-sicologizado, o donde se ha achatado la escatología para hacerla entrar
en horizontes puramente terrenos, esas congregaciones han tendido a vaciarse.
(Esto hay que entenderlo bien. No estoy
criticando aquí ni la sociología, ni la política ni la sicología en cuanto
tales, sino los presupuestos culturales que suelen llevar consigo). Cuando en estas provincias las autoridades
han regresado a enfoques más clásicos en teología, ministerio pastoral y
formación, han vuelto a llenarse de nuevo los seminarios. Si estamos interesados en la sicología, ésta
debe ser una sicología con raíces evangélicas. Si estamos interesados en la
justicia y la paz, esto debe expresarse en un movimiento religioso de paz y
justicia. El P. Herman Wijtten,
encargado de Paz y Justicia por la Sociedad del Verbo Divino, ha criticado los
esfuerzos de paz y justicia de algunos religiosos por limitarse demasiado a lo
secular y faltarles una visión religiosa.
Avery Dulles, dirigiéndose a una asamblea de jesuitas en Georgetown,
dijo que los jesuitas necesitaban "una corrección del rumbo" respecto
del que habían tomado a partir del decreto Nuestra Misión hoy, de la
Congregación 32, la cual manifestaba el puesto central del tema de fe y
justicia.
También yo creo que
necesitamos una corrección, a mitad de carrera, de los rumbos que tomó la renovación
de la vida religiosa desde el Vaticano II.
Los jóvenes nos están diciendo que algo ha ido mal con algunas formas de
vida religiosa. Lo hacen alejándose por bandadas o manteniéndose alejados en
masa. Parte de su mensaje, así lo creo,
es que las agrupaciones religiosas tal vez han vaciado el corazón religioso de
las cosas de tal manera, que no se ha conservado el equilibrio. En cambio, los jóvenes se sienten atraídos
por los que les invitan a amar a Dios porque Dios nos ha amado, y a abrazar sin
vergüenza alguna una identidad religiosa explícita y clásica. Se sienten arrastrados hacia una vida de
comunidad vigorosa, que no rehuya las prácticas rituales y comunes. Su horizonte de visión se abre a una
evangelización universal para la cual saben que necesitan ser formados y
templados. Desean formar parte de un
grupo que cuide su “ser” tanto como su “hacer”, su consagración tanto como su
misión. Quieren el ejemplo y la edificación
de sus hermanos y hermanas. Piensan que las caídas y defecciones, a veces
escandalosas de sacerdotes y religiosos, de cuyas noticias están llenos los
medios de comunicación, no son tan sólo fracasos individuales, sino un fracaso
cultural, nuestro fracaso como grupo.
No sienten ningún deseo de formar parte de una tribu que asfixia al
individuo, pero tampoco quieren ser una colección de átomos.
No podemos invitar a los
jóvenes a unirse a una causa meramente humanista cuando están buscando
ansiosamente una respuesta al sentido de la vida en Jesús resucitado. No podemos ofrecerles una vida de individuos
desconectados entre sí, cuando ellos sienten hambre de una comunidad
intensa. No podemos injertarlos en un
grupo cuyo espíritu está paralizado o es demasiado secular, cuando ellos tienen
ansias de sacudir al mundo con la contra-cultura del Evangelio.