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RAÍCES ADVENTISTAS EN LA ARGENTINA
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Un pueblo con un Libro: |
Ama La Biblia. |
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Un pueblo con un Salvador: |
Ama al Señor Jesucristo. |
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Un pueblo con una Esperanza: |
Aguarda su retorno. |
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Un pueblo dedicado a la oración: |
Habla con
Dios. |
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Un pueblo que ama la ley y el orden: |
Guarda los diez mandamientos. |
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Un pueblo de principios: |
Sostiene normas elevadas. |
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Un pueblo con un programa: |
Abarca el
mundo entero. |
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Un pueblo con un corazón: |
Ayuda al
necesitado. |
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Un pueblo con un pasado: |
La enseñanza
apostólica. |
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Un pueblo con un futuro: |
El cielo es
su hogar. |
Razón de ser del Nombre
Adventistas:
Porque creen en el pronto advenimiento del Señor Jesucristo a
la tierra, para establecer su
reino eterno de
justicia, paz y amor. Los adventistas anhelan el regreso de
Jesús porque lo
consideran el único y
suficiente Salvador de la humanidad.
Del Séptimo Día: Porque si bien confían por fe en
los méritos de Cristo como exclusiva fuente de salvación,
creen firmemente que esa fe en Dios se manifestará en la feliz
obediencia a su Decálogo de amor, los diez Mandamientos; y no
pasan por alto el mandamiento que prescribe la observancia del
séptimo día de la semana, el sábado, como día de reposo
cristiano, tal como lo hicieron el Señor Jesucristo, los
apóstoles y la iglesia cristiana de los primeros siglos.
Resurgimiento de verdades olvidadas
La
historia secular y la historia del cristianismo confirman que
a partir del siglo II de la era cristiana, la iglesia comenzó
a sufrir un proceso de secularización que se inició con la
helenización (introducción del pensamiento griego pagano) del
cristianismo y, consecuentemente, el abandono de algunas
doctrinas cardinales.
Aunque el período de gradual empobrecimiento del cristianismo
se extendió por diecisiete siglos, con excepción de algunos
atisbos de recuperación durante la Reforma del siglo XVI,
siempre hubo cristianos que no se dejaron envolver por esa ola
secularizante. Ello posibilitó que desde fines del siglo XVIII
eclosionara, en distintas latitudes del planeta, un movimiento
que comenzó por restaurar una de las verdades centrales: La
segunda venida de Cristo, como epílogo feliz de la historia de
la redención.
Precisamente, tal como
lo había previsto la presciencia divina según lo registrara el
profeta Daniel (caps. 8:14 y 9:24-27), debía suscitarse el
renacimiento de verdades fundamentales del cristianismo
apostólico que habían quedado sepultadas por siglos de
filosofías humanas.
Ese
movimiento adventista agrupó a investigadores y divulgadores
de envergadura en casi todos los continentes. Se mencionarán
algunos. En primer lugar el sacerdote jesuita chileno Manuel
Lacunza y Díaz (1731-1801), autor de una formidable obra
titulada "La venida del Mesías en gloria y majestad",
concluída en 1790, pero cuya circulación fragmentaria se
rastrea a partir de 1785. ¡Fue tal el impacto que causó que
pronto se tradujo a varios idiomas! El escocés Edward Irving
(1792-1801), la tradujo al inglés. Otros adalides del
resurgimiento adventista fueron: los anglicanos John Hooper en
Londres y Daniel Wilson (1778-1858), obispo de Calcuta, en la
India; Joseph Wolff (1795-1862), judío-alemán, divulgó la
doctrina del advenimiento en Palestina, Mesopotamia, Arabia,
Egipto, Persia, Crimea, Georgia, Turquía, Turquestán,
Afgnistán, Cachemira, Etiopía,y en algunas ciudades de Europa
y América del Norte; el movimiento pietista sueco de
1842-1843; William Miller (1782-1849), bautista, fue uno de
los grandes predicadores de la segunda venida de Cristo en los
Estados Unidos de Norteamérica; lo secundaron Charles Fetch,
presbiteriano de Cleveland, y Josías Litch, pastor metodista
de Filadelfia. A ellos se sumaron centenares de pastores y
miembros de diversas congregaciones, todos animados por la
“esperanza bienaventurada” (Tito 2:13), según expresión del
San Pablo.
La
envergadura del movimiento adventista quedó evidenciada por la
cantidad y calidad de escritores que se ocuparon de este tema
entre 1800 y 1850: 62 autores en Europa y 52 en América.
Raíces Argentinas
El
movimiento adventista, notablemente agitado por la circulación
de la obra del padre Lacunza, tuvo amplia repercusión en toda
la América Latina, desde la Habana hasta el Cabo de Hornos. En
el Río de la Plata admiraron al jesuita chileno: Ambrosio y
Gregorio Funes en Córdoba; el canónigo Juan Ignacio de Gorriti
en Salta; el Pbro. Dr. Pedro Ignacio de Castro Barros,
riojano; Domingo Faustino Sarmiento, sanjuanino; el Dr. Manuel
Belgrano, porteño, tuvo tanto entusiasmo por La venida del
Mesías en gloria y majestad que, con la colaboración de
algunos amigos, financió una fina edición, en cuatro tomos,
que se imprimió en Londres en 1816.
En el
actual territorio argentino, además de los nombrados, hubo
muchos que se interesaron en el tema. Entre ellos se destaca
Don Francisco Hermógenes Ramos Mexía
(1773-1828), poderoso hacendado, hombre público de los albores
de la nacionalidad, con una sólida formación teológica, no
sólo leyó la obra de Lacunza, sino que la copió de
un manuscrito perteneciente al padre Isidoro Celestino Guerra,
la anotó y también supo discrepar con muchas de las posiciones
del autor. Ese ilustre patricio argentino, además de creer en
el segundo advenimiento de Cristo, fue respetuoso de los diez
mandamientos, inclusive del que prescribe la observancia del
séptimo día de la semana, el sábado, como día de reposo
cristiano, tal como lo hicieran el Señor Jesucristo, los
apóstoles y la iglesia cristiana primitiva.
Don Francisco Ramos Mexía mantuvo esa práctica en
sus establecimientos de campo hasta su muerte, tanto en la
estancia Miraflores (partido de Maipú, Prov. de Buenos Aires)
de 160.000 hectáreas, cuanto en la chacra Los Tapiales
(partido de La Matanza, Gran Buenos Aires) de unas 6.000
hectáreas, en donde murió.
Por
tanto, no cabe duda de que Ramos Mexía fue el
primer adventista del séptimo día de los tiempos
contemporáneos (a partir de la Revolución Francesa). O sea que
fue el primero en restaurar dos verdades cardinales de la
doctrina cristiana. La segunda venida de Cristo y la
observancia del reposo sabático.
En
Escocia, se sabe que el adventista James A. Begg (1800-1868)
comenzó a guardar el sábado hacia 1832, y en los Estados
Unidos de Norteamérica, Raquel Oakes (luego Sra. de Preston)
guardaba el sábado desde 1837 y aceptó la fe adventista hacia
1844. Detrás de ella se fueron enrolando numerosos adventistas
del séptimo día. Las iglesias
adventistas del séptimo día del estado de Michigan (EE.UU) se
agruparon en una asociación en 1861. En 1863, los delegados de
los 3.500 adventistas del séptimo día, reunidos en Baytle
Creek, Michigan, organizaron la conducción mundial del
movimiento.
En la
Argentina, después de la muerte de Don Francisco Ramos
Mexía, no se ha podido documentar hasta cuándo se
continuó con la práctica de la observancia del sábado.
Restauración hacia fines
del siglo XIX
En la
Provincia de Santa Fe:
Se
retoma el hilo de la observancia del sábado en Felicia, cerca
de Esperanza, en torno del año 1885, cuando algunas familias
suizo-francesas (Dupertuis, Arn, Dobantón, Pidoux, etc.),
pertenecientes a la iglesia bautista, comenzaron a observar el
sábado y pronto aceptaron la fe adventista del séptimo día por
la lectura de publicaciones procedentes de Europa.
Algo similar ocurrió
hacia 1886 cuando un inmigrante italiano, don Pedro Peverini,
residente en Las Garzas, conoció la fe adventista del séptimo
día como resultado de leer publicaciones que recibió desde
Torre Pellice, valles valdenses del Piamonte (Italia), fe que
abrazó hacia 1889. El fue el tronco de una numerosa familia de
adventistas.
En la
Provincia de Entre Ríos:
Un
tercer grupo de adventistas surgió en los departamentos de
Diamante y Paraná. La zona estaba siendo colonizada por
inmigrantes provenientes de Rusia, pero de ascendencia
alemana. Estos colonizadores lograron rescatar para la
agricultura y la ganadería las tierras todavía en estado
natural.
Los
inmigrantes alemanes del Volga comenzaron a llegar en enero de
1878, siendo aproximadamente el 60% católicos y el 40%
protestantes. Ambos grupos eran particularmente fervientes en
sus prácticas religiosas. Entre
ellos, merecen destacarse don Jorge Riffel y su esposa, que
regresaron a los fértiles campos entrerrianos a principios de
1890. En realidad se habían trasladado a Entre Ríos, por
primera vez, en 1880. Después de sufrir varias invasiones de
langostas, la familia decidió probar suerte con sus paisanos
que habían emigrado directamente a los Estados Unidos de
Norteamérica. Mientras estaban en Tampa, Kansas, conocieron y
aceptaron la esperanza adventista. Entonces decidieron que
debían compartir su nueva fe con los compatriotas y amigos que
habían dejado en Entre Ríos. A fines de 1889 los Riffel
emprendieron el viaje de regreso. Pero no lo hicieron
solos. Se unieron a ellos los matrimonios formados por Osvaldo
Frick y Eva C.L. de Frick, Augusto Yanke y su esposa; Adán
Zimmermann con su esposa Eva y sus hijas Lidia y María. En el
puerto de Diamante se encontraron, providencialmente, con el
Sr. Reinhardt Hetze, un alemán que había llegado hacía un
tiempo de Rusia, quien invitó a los recién arribados y los
llevó en carro hasta su casa para que pasaran la
noche. Durante el viaje Riffel le explicó con fervor el
mensaje de la Biblia que había descubierto; al día siguiente
Hetze observó por primera vez el sábado como día del Señor.
A
partir de ese grupo inicial, los adventistas se multiplicaron
y fortalecieron en esta provincia. Esas cuchillas onduladas
se convirtieron pronto en el escenario de un dinámico centro
adventista, donde personas con ideas e iniciativa impulsaban
el crecimiento del pujante movimiento religioso, al cual se
añadían más y más familias. Esto explica el nacimiento en 1898
de el colegio y en 1908 de un sanatorio en el paraje que
primero se llamó Camarero, luego Puiggari y actualmente
Libertador San Martín.
El primer pastor
Adventista
Una
segunda etapa del crecimiento adventista argentino se inicia
con la demanda de los creyentes santafecinos y entrerrianos de
un pastor o ministro consagrado. Había que organizar iglesias
y bautizar a los nuevos creyentes.
Primeramente, a manera de avanzada, en diciembre de 1891
llegaron tres misioneros que distribuían impresos
adventistas. Después de muchas solicitudes, finalmente llegó a
Buenos Aires (agosto de 1894) el primer pastor adventista para
radicarse en la Argentina. Procedía de los Estados Unidos de
Norteamérica y era de orígen alemán. Se trataba de don
Francisco H. Wetphal.
Resulta imposible omitir en esta reseña las condiciones
favorables que Entre Ríos ofrecía a todos sus habitantes y
particularmente al grupo adventista. No sólo “paz y
concordia”, según el lema del gobierno, sino que también se
caracterizaba por otorgar a su pueblo completa libertad de
culto. Los miembros de las diversas comunidades religiosas
tenían plena libertad para rendir culto a Dios según los
dictados de sus conciencias. Podían erigir templos y capillas
bajo la protección de las leyes. La libertad religiosa y de
enseñanza estaban aseguradas por la Constitución Provincial.
Ahora
bien, cuando el pastor Westphal llegó, después de ubicar a su
familia en Buenos Aires, decidió viajar a Entre Ríos en donde
estaban los adventistas alemanes. Arribó al puerto de Diamante
(en aquel entonces el viaje se realizaba remontando el río
Paraná) a medianoche, sufriendo el chasco de que no había
quién lo esperara. La carta que remitiera anunciando su
llegada no había llegado a manos de los creyentes. Un
hospitalario colono le ofreció pasar la noche en su modesta
vivienda. Allí compartió la cocina de la casa con algunos
animales domésticos y muchos insectos que habitaban en el
cuero de oveja que le proveyeron para protegerse del frío. A
la mañana siguiente fue llevado en carro “ruso” hasta donde
vivían los Riffel, en las proximidades de Crespo. Halló a las
cuatro familias que habían llegado en 1890 y a otras más que
habían aceptado la misma fe por influencia de aquellas.
Los
hermanos los recibieron bondadosa y alegremente. Pronto corrió
la voz de la presencia del predicador y numerosos creyentes y
vecinos afluyeron hacia la casa de los Riffel para
escucharlo. El pastor Westphal estaba engripado, pero esa
noche les predicó el mensaje de la Biblia con fervor por
varias horas, hasta pasada la medianoche, a pedido de los
sedientos asistentes. Muchas
personas aceptaron las enseñanzas bíblicas presentadas por el
predicador. Las reuniones se repitieron todas las noches e iba
creciendo el número de los interesados en el evangelio eterno.
A pesar de estar enfermo el pastor predicaba entre dos y
cuatro sermones por día. El resto del tiempo visitaba a las
familias y estudiaba las Escrituras de casa en casa.
La primera iglesia
organizada
Transcurridas solamente dos semanas, el 9 de septiembre de
1894, Westphal organizó formalmente una iglesia con 36
miembros, en la zona rural de Crespo. Esta fue la primera
iglesia adventista del séptimo día en la Argentina y también
en Sudamérica. Los católicos y protestantes de los
alrededores, acostumbrados a observar el domingo como día de
reposo religioso, no vieron con buenos ojos esta verdadera
innovación en las prácticas del culto cristiano: la
observancia del séptimo día de la semana, el sábado, tal como
lo prescriben el Antiguo y el Nuevo Testamento de la Santa
Biblia. Además, estos cristianos adventistas no fumaban ni
consumían bebidas alcohólicas, tampoco carne de cerdo. No
obstante, los veían como personas muy trabajadoras, amables y
confiables. La libertad religiosa imperante hizo que
convivieran en paz y armonía, tolerando las diferencias y
prestándose ayuda mutua, como sucedió con motivo de la
construcción del primer edificio del colegio Camarero
(posteriormente Adventista del Plata), en las postrimerías del
siglo XIX y los albores del XX.
Desarrollo inmediato
Luego
de la fundación de la primera iglesia, la expansión adventista
en la Argentina fue constante. Todavía en 1894, desde Crespo
el pastor Westphal fue a San Cristóbal, provincia de Santa Fe,
donde los primeros misioneros adventistas habían sembrado la
comarca, dos o tres años antes, con publicaciones. Después de
permanecer allí sólo dos semanas y de bautizar a casi todos
los miembros de la numerosa familia de don Guillermo Mangold,
organizó una iglesia con diez miembros. Fue la segunda iglesia
adventista del séptimo día en el país.
De
San Cristóbal el pastor Westphal regresó a Buenos Aires a
fines de enero o durante los primeros días de febrero de 1895.
También allí algunos misioneros habían preparado el terreno
por medio de impresos que contenían las verdades bíblicas
olvidadas, de manera que el pastor pudo organizar otra
iglesia, la tercera en la Argentina, con unos doce miembros.
A
partir de aquellas primeras familias, se fue multiplicando el
número de creyentes adventistas en la República Argentina,
hasta constituir una pujante iglesia cristiana. Cada año
nuevas congregaciones se fueron organizando, de manera que
actualmente desde Jujuy y Misiones hasta Tierra del Fuego, en
el territorio nacional hay miles de fieles que anhelan de
corazón encontrarse con el Redentor en su segunda venida.
En
el siglo XX
Las
siguientes pinceladas pueden dar una idea del desarrollo del
movimiento adventista en la Argentina durante el presente
siglo.
Los
pequeños grupos de Adventistas del Séptimo Día de las
provincias de Santa Fe y Entre Ríos experimentaron un notable
crecimiento, de tal forma que hacia 1900 se habían organizado
en el país once iglesias y cuatro congregaciones, totalizando
367 miembros activos. Trece misioneros de dedicación exclusiva
atendían las necesidades espirituales de esa feligresía y
continuaban la expansión.
La
primera Asociación
En
octubre de 1901 la Iglesia Adventista Argentina alcanzó la
“mayoría de edad”, pues, por el número de feligreses y por su
capacidad financiera, fue declarada Asociación, con el nombre
de Asociación del Río de la Plata.
La
Misión del Alto Paraná
Durante el primer decenio del siglo XX, la Iglesia Adventista
duplicó generosamente su feligresía. También el número de
templos e iglesias. No es de extrañar, entonces, que en 1906
se haya entendido necesario crear la Misión del Alto Paraná,
con parte del territorio de la Asociación del Río de la Plata.
Esta nueva división administrativa abarcaba
la provincia de Corrientes y los entonces territorios
nacionales de Misiones, Chaco y Formosa.
La
Unión Austral
En
1915 había 1.350 miembros activos de la Iglesia Adventista del
Séptimo Día en la Argentina. En importantes sesiones
administrativas que se realizaron en la ciudad de La Plata en
febrero de 1916, se organizó la Unión Austral de la Iglesia
Adventista, distrito eclesiástico que abarca Argentina,
Chile, Paraguay y Uruguay, lo que representaba una mayor
autonomía y un nivel más elevado de gestión. La sede
administrativa se estableció en Buenos Aires.
Posteriores reorganizaciones se efectuaron de acuerdo con las
necesidades y el crecimiento de la iglesia. En 1921 la
Asociación Argentina debió fragmentarse en diversas
Asociaciones y Misiones, lo que pone de manifiesto el notable
desarrollo del movimiento.
Legalmente, la Asociación Argentina de los Adventistas del
Séptimo Día se organizó en 1939 cuando se le otorgó la
personería jurídica bajo el número 47.391.
Las
estadísticas revelan el crecimiento de la Iglesia en el primer
medio siglo en la Argentina: las 11 iglesias de 1900 pasaron a
ser 67; de 31 escuelas sabáticas (grupos de personas que se
reúnen los sábados para estudiar sistemáticamente las Sagradas
Escrituras), pasaron a 168 con 7.008 miembros; los misioneros
de dedicación exclusiva, de 13 en 1900 se elevaron a 250 en
1950. En cada decenio se observa un señalado crecimiento en
relación con el anterior.
En la octava década de
nuestro siglo, la Iglesia Adventista en la Argentina ya había
llegado a todas las regiones del territorio.
Los
datos estadísticos correspondientes al año 2000 señalan que
las iglesias organizadas eran 484 y 283 congregaciones. Las
instituciones de la Iglesia Adventista se habían multiplicado
con correr de los años, como también la cantidad de miembros
activos: 90.000. Había 6 sanatorios con buena capacidad de
internación, 77 escuelas primarias, 15 colegios secundarios, 5
colegios para pupilos y una universidad, un centro de
comunicaciones, una fábrica de alimentos con sucursales y una
Casa Editora. A estas instituciones se agregaba una cadena de
restaurantes con dieta ovo-lacto-vegetariana, que tienen la
misión de colaborar en la formación de hábitos que contribuyan
a promover la salud de la población. Es que esta iglesia,
emulando el ejemplo y el mandato del Señor Jesucristo, de
quien los Evangelios dicen que “recorrió todas las ciudades y
las aldeas, enseñando, predicando y sanando toda enfermedad”
(San Mateo 9:35), entiende que su misión es servir al prójimo,
es decir, a la humanidad, sin discriminación alguna y
atendiendo todas áreas de la persona: espiritual, física,
psíquica y social.
Asimismo, extiende la asistencia social a todas las provincias
argentinas, por medio de su importantísimo departamento de
promoción y desarrollo denominado ADRA (Agencia Adventista
para el Desarrollo de Recursos Asistenciales). Además, la
Iglesia Adventista cada año conduce centenares de programas de
ayuda comunitaria, planes de desintoxicación tabáquica,
alcohólica y para la liberación de toda otra quimiodependencia,
cursos de estilo de vida saludable, de nutrición, de
aconsejamiento matrimonial y familiar, etc.
De
esta manera, la Iglesia Adventista del Séptimo Día de
la Argentina se une a sus hermanos de todo el mundo (su
presencia se registra en el 86% del total de los países) para
ofrecer no sólo una esperanza de felicidad futura, sino
también una propuesta para disfrutar hoy y aquí de una mejor
calidad de vida.
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