En este eterno movimiento del espíritu
hacia su origen, los hombres somos responsables de la justa atención
que le damos a los aspectos divinos. De hecho, en función
de la importancia que les otorgamos a estos aspectos, así
mismo las virtudes que se poseen se van multiplicando y perfeccionando
generando el deseado movimiento hacia Dios.
Esta atención que requieren los
aspectos divinos se debe realizar mediante la constante relación
de los hechos que se viven, las cosas que se observan, las personas
que se conocen, las dificultades que se enfrentan, las victorias
y derrotas que se obtienen, las vacilaciones y dudas que se poseen;
con la dualidad espíritu-carne, a fin de extraer la esencia
divina que tienen todas las cosas y tomarla para enriquecer nuestro
interior y además deben elevarse estos extractos a la luz
de la comprensión otorgada por la comunicación que
debe existir entre nuestro ser interior profundo y nosotros para
fundirlos en nuestro patrimonio espiritual.
Para lograr esto, debemos dar el justo valor a lo espiritual dentro de nosotros mismos, con esto, lograremos reconocer lo divino que existe a nuestro alrededor y asumir lo que se es espiritualmente, sacrificando los aspectos humanos que limiten la manifestación de lo divino que hay en el interior de cada uno de nosotros y seguir el camino que traza la virtud hacia el perfeccionamiento de nuestra conciencia y exaltación de nuestra esencia.
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