un impulso me sentó a la mesa de
los manjares eternos.
Pero
tanto la desdicha como la buena fortuna, se negaron a levantar su copa
en brindis.
Entonces
la felicidad era una niña de rubios bucles, que corría por
los pantanos sacudiendo
sus
cabellos para desquitarse de todas las perezas.
La
boca de los pantanos se abrió y la hermosa niña cayó
dentro.
Y
en la mesa servida los comensales se quejaron,
porque
sus platos favoritos estaban llenos de dorados rizos.
Gabriel Arcángelo