aduana, con un enjambre de hombres y jóvenes que te rodean para ofrecerte hoteles, taxis, portes. Todos quieren algo de tu dinero. Me doy cuenta enseguida de que aquí yo soy la minoría étnica. Pero pronto el temor inicial se convierte en fascinación: estoy en otro mundo! 15 de agosto Serán dos días enteros en ese Toyota haciendo rumbo norte. Más de 850 km de un viaje alucinante hacia el interior y al norte, agarrado con fuerza para no partirte un hueso con los tumbos de una navegación polvorienta a través de la sabana por una pista que es toda ella un bache salvo unos pocos kilómetros asfaltados iniciales. Camiones desbordantes de personas que a su vez son sustituídos por una larga sabana y ésta por unos extensos palmerales, mujeres cargadas de ropa lavada, vegetación, dunas, promontorios, torrenteras secas y yermas, poblados dormidos, verdes oásis. Lo que más me impresiona son las petite village que de pronto aparecen pegadas al borde de la pista: grupos de casitas -bandako- muy pequeñas, de palos y paja seca en las que se concentran un grupo de familias. Muchos de ellos nos saludan, especialmente niños y niñas que se acercan corriendo y gritando mbote, mbote, mondele ...! (hola, blancos). Y ríen mientras atienden un gesto de respuesta. Cuando les llega, por leve que sea el movimiento de tu mano, dejan de correr, se miran unos a otros y ríen muy satisfechos. Con toda seguridad ese sencillo episodio será lo más excitante que vivieron ese día. A veces hay que frenar para no atropellar una cabra o una gallina. |
Las mujeres son muy guapas. Sus vestidos -liputa- todo un golpe de color. Muchas están peinándose unas a otras. Los críos desperdigados aquí y allá. Hay muy pocos signos de actividad: todos parecen muy ocupados en no hacer nada. Son ellas las que a veces observo transportando cargas: mandioca las jóvenes, pesados cestos de leña las más viejas. |
Es de noche y lucen bastantes lamparitas de petróleo, velas, candiles y otros artilugios de iluminación. Los veo muy animados. Pregunto y me dicen que están comprando la cena: van a unos puestos con un pedazo de pan, una hoja de palma o una pequeña escudilla; miran lo que se vende y pagan unos pocos francos CFA (moneda especial de las excolonias francesas) para que les pongan encima un trozo de pescado o de carne en salsa. Su cena sería para mí un aperitivo. Normalmente invitan a alguna amiga. Se lo comen en cualquier esquina y luego a bailar. O a lo que salga. Va a ser mi primera noche en África. En la cama escucho retumbar de tam-tam, canciones y gritos de duelo en honor de alguien que ha fallecido. Como si estuvieran al otro lado de la pared. Y así hasta el alba durante siete noches. No puedo lavarme: tengo lavabo pero no agua. Fuera hay duchas comunes. Nuestro chófer es un empleado de la Estación de Kellé. Católico. Se llama Yildas, tiene veinte años y dos o tres hijos pero no está casado. |
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16 de agosto Llegamos a Kéllé. Nos recibe una chiquillería contenta y ansiosa de novedades. Nos dan la mano, ríen y felicitan a Yildas que es su ídolo porque sabe conducir. Ayudan a la descarga del equipaje y me asignan dos habitaciones. Una especie de despacho y un dormitorio: cama con mosquitero y lavabo con agua corriente (éste sí!). |
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Hay una radio que se pone en marcha a las horas de la comida para hablar con Brazzaville. Estoy radiante después de ducharme -con agua fría,claro- pero al menos me quito la ropa de tres días de viaje y un kilo de polvo de estas pistas africanas. |
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