HATIM TAY: EL REY QUE DECIDIÓ SER GENEROSO  

 

Hubo un rey en Irán que dijo a un derviche: - Cuéntame una historia.

El derviche dijo: - Majestad, os contaré el cuento de Hatim Tay, el rey árabe y el hombre más generoso de todos los tiempos, pues si pudierais ser como él, ciertamente seríais el más grande de los reyes vivientes.

- Comienza a hablar, pero si no me complaces, habiendo puesto en duda mi generosidad, perderás tu cabeza.

Habló de esta manera el rey, porque en Persia los cortesanos tienen la costumbre de decir al monarca que ya posee las más excelentes cualidades de cualquier otro hombre pasado, presente o futuro.

- Para continuar - dijo el derviche a la manera de los derviches, pues no se desconciertan fácilmente - la generosidad de Hatim Tay superaba, en forma y espíritu, la de todos los hombres - y esta es la historia que el derviche contó:

Una rey árabe codiciaba las posesiones, las aldeas y oasis, los camellos y los guerreros de Hatim Tay. De modo que este hombre le declaró la guerra a Hatim, enviándole una mensajero con la declaración formal:

- ¡Ríndete!, de lo contrario invadiré tus tierras, te arrollaré y tomaré posesión de tu estado soberano.

Cuando este mensaje llegó a la corte de Hatim, sus consejeros inmediatamente le sugirieron que movilizara los guerreros en defensa de su reino.

- Seguramente no hay un hombre sano, o mujer, entre tus súbditos, que no ofrezca con gusto su vida en defensa de nuestro querido rey.

Pero Hatim, contrariamente a lo esperado por el pueblo, dijo:

- No. En lugar de que vosotros cabalguéis hacia ellos y derraméis vuestra sangre por mí, yo huiré. Si yo llegara a ser el causante del sacrificio de la vida de un solo hombre o mujer, eso estaría lejos del sendero de la generosidad. Si vosotros os rendís pacíficamente, este rey se conformará con sólo tomar vuestros servicios y rentas y no sufriréis pérdidas materiales. Si, de lo contrario, resistís, tendría derecho por las leyes de la guerra, a considerar vuestras propiedades como botín y, de perder, quedaríais en la miseria.

Habiendo dicho esto, Hatim solamente tomó un fuerte bastón y se fue a las cercanas montañas, donde encontró una caverna y se entregó a la contemplación.

La mitad del pueblo quedó profundamente afectada por el sacrificio que su rey había hecho de su riqueza y posición en favor de ellos. Otros, especialmente los que ambicionaban hacerse un nombre en el campo de la valentía, murmuraron:

- ¿Cómo sabemos que este hombre no es un simple cobarde?

Otros, que tenían poco coraje, murmuraron contra él:

- En cierto modo, él se ha salvado, pues nos ha abandonado a un destino desconocido en manos de un rey que es, después de todo, lo suficientemente tirano como para declarar la guerra a sus vecinos.

Por fin, otros, sin saber qué creer, permanecieron en silencio hasta tanto tuvieran elementos para hacerse una opinión.

Y así fue como el rey tirano, acompañado de sus resplandecientes huestes, tomó posesión del dominio de Hatim Tay. No aumentó los impuestos, no tomó para sí más de lo que Hatim había tomado del pueblo a cambio de ser su protector y administrador de justicia.

Pero una cosa lo perturbaba. Eran los rumores de que, a pesar de haberse apoderado de un nuevo reino, éste le había sido entregado por un acto de generosidad de Hatim Tay. Tales eran las palabras de algunos pobladores.

- No puedo ser el amo de esta tierra hasta que no haya capturado a Hatim Tay en persona. Mientras viva, habrá una cierta lealtad hacia él en el corazón de algunas de estas gentes. Esto significa que no son por completo mis súbditos, a pesar de que se comporten exteriormente como tales.

De manera que publicó un edicto anunciando que cualquiera que le trajera preso a Hatim Tay sería recompensado con cinco mil piezas de oro. Hatim Tay no supo nada de esto, hasta que un día, sentado fuera de su caverna, escuchó una conversación entre un leñador y su mujer.

- Querida esposa, ya estoy viejo y tu eres mucho más joven que yo. Tenemos hijos pequeños y, según el orden natural de los hechos, es de suponer que yo muera antes que tu. Siendo los niños pequeños, si solamente pudiéramos encontrar y capturar a Hatim Tay, por quien hay una recompensa de cinco mil piezas de oro ofrecida por el nuevo rey, tu futuro estaría asegurado.

- ¡Deberías avergonzarte!, sería mejor que murieses y que yo y nuestros hijos padeciéramos hambre antes que nuestras manos se manchasen con la sangre del hombre más generoso de todos los tiempos, que lo ha sacrificado todo por nosotros.

- Todo eso está muy bien, pero un hombre tiene que pensar en sus propios intereses. Después de todo, yo tengo responsabilidades y cada día más personas creen que Hatim Tay es un cobarde. Es sólo cuestión de tiempo que registren todos los escondites en busca de él.

- La creencia en la cobardía de Hatim es alimentada por el amor al oro. Más habladurías de esta clase y Hatim habrá vivido en vano.

En ese momento Hatim se levantó y se presentó a la sorprendida pareja.

- Yo soy Hatim Tay, llévame al nuevo rey y reclama tu recompensa.

El viejo quedó avergonzado y sus ojos se llenaron de lágrimas: - ¡No gran Hatim!, no puedo decidirme a hacer esto.

Mientras hablaban, un grupo de personas que había estado buscando al rey fugitivo, se acercó.

- Si no lo haces, yo me entregaré al rey y le diré que me has estado escondiendo. En ese caso serás ejecutado por traición.

Dándose cuenta de que este era Hatim, la turba se abalanzó sobre él. Sujetó a su antiguo rey y lo llevó ante el tirano. El leñador los siguió, sumido en la tristeza.

Cuando llegaron a la corte, cada uno pretendió haber capturado a Hatim. El antiguo rey, percibiendo la irresolución en la cara de su sucesor, pidió permiso para hablar.

 
- Debes saber, oh rey, que mi testimonio debería ser también escuchado. Fui capturado por este viejo leñador y no aquella turba. Por lo tanto, entrégale su recompensa, y haz conmigo lo que quieras...

Entonces el leñador se adelantó y contó al rey la verdad acerca de cómo Hatim había ofrecido sacrificarse por la seguridad futura de su familia.

El nuevo rey quedó tan abrumado por esta historia que ordenó a su ejército retirarse, puso a Hatim Tay de nuevo en su trono y retornó a su propio país.

Después de oír esta historia, el rey de Irán, olvidando su amenaza contra el derviche, dijo:

- Un cuento excelente, oh derviche, y del cual podemos sacar provecho. Tu no puedes beneficiarte ya que has abandonado las esperanzas de esta vida y no posees nada. Pero yo, yo soy un rey. Y soy rico. Los reyes árabes, gente que vive de lagartos hervidos, no pueden igualar a un persa cuando se trata de generosidad real. ¡Se me ocurre una idea! ¡pongámonos a trabajar!.

Llevando al derviche consigo, el rey de Irán reunió a sus mejores arquitectos en un amplio espacio al aire libre y les ordenó diseñar y construir un inmenso palacio. Debía constar de una cámara para el tesoro en su centro y de cuarenta ventanas.

Cuando estuvo terminado, el rey ordenó reunir todos los vehículos disponibles para que el palacio fuese llenado con piezas de oro. Luego de muchos meses de actividad, se publicó una proclama:

- ¡Atención! el rey de reyes, fuente de generosidad, ordenó que un palacio con cuarenta ventanas fuese construido. Él, personalmente, todos los días distribuirá oro a toda persona necesitada, desde esas ventanas.

Como era de prever, grandes multitudes de necesitados se reunían y el rey entregaba, cada día desde una ventana distinta, una pieza de oro a cada solicitante. Notó que había cierto derviche que se presentaba todos los días ante la ventana, tomaba su pieza de oro y se retiraba.

Al principio el rey pensó que tal vez llevase el oro a algún necesitado. Luego, al ver al hombre nuevamente, pensó que tal vez estaba aplicando la regla derviche de la caridad secreta y estuviera redistribuyendo el oro.

Cada día, al volverlo a ver, lo disculpaba en su mente hasta que el cuadragésimo día, el rey sintió que su paciencia había llegado a su límite y, tomando la mano del derviche, dijo:

- ¡Miserable desagradecido!, no dices "gracias", ni demuestras estima alguna por mí. No sonríes, no te inclinas y vuelves día tras día. ¿Cuánto tiempo puede continuar aún esta manera de proceder?. ¿Estás ahorrando a expensas de mi generosidad para hacerte rico o estás prestando el oro a interés?. Muy lejos estás del comportamiento de los que visten el honorable manto con parches.

En cuanto estas palabras fueron pronunciadas, el derviche arrojó las cuarenta piezas de oro que había recibido, y dijo al rey:

- Debes saber, oh rey de Irán, que la generosidad no puede existir sin que tres cosas la precedan. La primera es dar sin el sentimiento de generosidad; la segunda es la paciencia y, la tercera, no tener ninguna sospecha.

Pero el rey nunca aprendió. Para él, la generosidad estaba estrechamente ligada con lo que la gente pensara de él y con lo que él sentía al ser "generoso".

Volver a inicio de página


índice general    presentación   cuentos  conexiones    E-MAIL

© 1.997, Sheherezade,  Los 1.001 Cuentacuentos.       This page hosted by gc_icon.gif (2851 bytes) Get your own Free Home Page