Fiódor Dostoievski
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DOSTOIEVSKI Y SU ÉPOCA


Dostoievski vivió en una época en que la masa democrática manifiesta y activa sus derechos. Esta masa la integraba una parte del pueblo, inquieto hasta lo más hondo por el auge del capitalismo y por la derrota sufrida por el movimiento revolucionario durante el tercer, cuarto y sexto decenios del siglo XIX. El núcleo de esta masa lo constituía, como se decía en la literatura, el «hombre insignificante», que tan magistralmente retrata el escritor en sus obras.
Era una época de transición, que, según palabras de Marx, a pesar de los brillantes éxitos de la industria y la cultura, se caracterizaba por unos rasgos "de decadencia, que superaban con mucho todos los horrores que conoce la historia de los últimos tiempos del Imperio Romano". Las específicas facultades del talento de Dostoievski, su sensibilidad hacia los aspectos trágicos de la vida y su compasión hacia los sufrimientos humanos, que ya había señalado Belinski, convierten al escritor ruso en el Shakespeare de su tiempo. En el género de novela-tragedia creado por él, Dostoievski encarna para el futuro con extraordinaria fuerza muchos de los trágicos rasgos de la vida de Rusia y Europa occidental no sólo de su época, sino también de las décadas siguientes.
Como testimonian sus obras, su atención como persona y escritor se centró desde sus primeros pasos en el campo de la literatura hasta el final de su existencia en los problemas centrales de la vida social de su época. Dostoievski se consideraba un escritor poseído por la angustia hacia las cuestiones de actualidad, por ello sus novelas están dirigidas indefectiblemente hacia lo contemporáneo. Y al mismo tiempo, consideraba la realidad «actual» como una época crítica, crucial, en la vida de Rusia y Europa, como una época que servia de resumen y constituía el prólogo de otra, de una nueva época de desarrollo histórico social y cultural.
Dostoievski no mantenía el punto de vista, de moda en aquel tiempo entre los filósofos de la reacción social y la regresión, de que la historia de la humanidad carece de una orientación general única, sino que consta de una serie de fenómenos invariables en sus fundamentos, que se repiten. El gran humanista ruso estaba firmemente convencido de que el sentido principal de su época consistía en la transformación «de la sociedad humana en una más perfecta», es decir, en la búsqueda de las sendas y los procedimientos de realización de las formas reales y terrenales de convivencia, basadas en la justicia y la hermandad.
Dostoievski no escribió ni una sola obra sobre temas históricos, aunque, según se sabe, pensó repetidas veces hacerlo.
Toda su atención de escritor la centró en la realidad "actual" ya que era precisamente en ella, donde, desde su punto de vista, latía el pulso fundamental de la historia de la humanidad, donde se resumía todo el pasado y se determinaban los caminos de la vida del hombre.
La gran ciudad, los novelistas clásicos de la cual fueron en Occidente Balzac y Dickens y en Rusia Dostoievski, constituía para la literatura no sólo un tema nuevo entre otros muchos. Como lo sintió cada uno de los escritores mencionados, el nuevo género de vida de la ciudad, surgido en el siglo XIX, ejerció su influencia en los propios fundamentos de la metáfora poética. Todo el carácter de las relaciones sociales, el ritmo de vida, se modifica bajo la influencia de las nuevas condiciones socioeconómicas. No sólo en la literatura, sino en la propia realidad surgen nuevas medidas de la vida social y la conciencia humana.
«El hombre en la superficie de la tierra no tiene derecho a dar la espalda y a ignorar lo que sucede en el mundo, y para ello existen causas morales supremas» -escribía Dostoievski en defensa de su severo realismo. Y el escritor se convierte en un nuevo Dante, que no tiene miedo de penetrar en los más profundos y tenebrosos círculos del infierno del alma del individuo de la época en que vive y cuyas lacras morales se ocupa de estudiar. Cuanto más "fantástico" e inhumano es el mundo que rodea al hombre, más abrasadora es en éste, según el convencimiento de Dostoievski, la melancolía que siente por el ideal y mayor es el deber del escritor de «encontrar en el hombre al hombre», mostrar sin recurrir a adornos artificiales, «con pleno realismo», no sólo las monstruosidades y el «caos» que imperan en el mundo, sino el impulso hacia el ideal oculto en el «alma humana», el ansia de «rehabilitar al individuo destruido, aplastado por el injusto yugo de las circunstancias, del estancamiento secular y de los prejuicios sociales».
El mundo que retrata Dostoievski corresponde a la época en que entre las diferentes capas de Rusia posterior a la reforma se incrementa con especial fuerza el sentimiento de la personalidad. En el reino de las «almas muertas» descrito por Gógol, el individuo aislado se sentía aplastado y despersonalizado, transformado por el régimen de los terratenientes y los funcionarios en una simple ruedecilla de la máquina burocrática, semejanza de Poprischin en Apuntes de un loco o de Akaki Alcákievich en El capote. Ya en Pobres gentes y otras de sus obra tempranas, el propio Dostoievski refleja el despertar de la personalidad humana, incluso en el hombre-trapo, despersonalizado y ultrajado por la vida. En sus novelas no aparece un solo individuo en quien, de uno u otro modo -aunque sea deformado y mutilado-, no se manifieste el principio personal «arrancado» de las formas tradicionales, estamentales, de comportamiento y pensamiento. En el complejo proceso de intranquilidad, movimiento y búsquedas morales están implicados los funcionarios Diévushkin y Goliadkin, el estudiante Raskólnikov y el encalador Mikolka de Crimen y castigo, el justo príncipe Myshkin, la «cortesana» Nastasia Filippovna y el hijo de un mercader Rogozhin de El idiota, el escéptico Iván Karamázov, su hermano el «precoz humanitario» Aliosha y el adolescente-«nihilista» Kolia Krasotkin de Los Hermanos Karamazov
El mundo artístico de Dostoievski, lo mismo que su creador es «pura lucha». Es un mundo de pensamientos y de búsquedas plenas de tensión. Esas circunstancias sociales, que en la época de la civilización burguesa dividen a los hombres y engendran el mal en sus almas, activan, según el diagnóstico del escritor, su conciencia, empujan a sus héroes al camino de la resistencia, crean en ellos el ansia de comprender profundamente no sólo las contradicciones de la época en que viven, sino también los resultados y las perspectivas de toda la historia de la humanidad, despiertan su razón y conciencia.
En Shakespeare, personajes diferentes -reyes y bufones-, cada uno en su lengua particular, de acuerdo con el nivel de sus concepciones, expresan ora de forma elevada, ora de forma rastrera la convicción, común a las personas de su época, de que el mundo está trágicamente «desquiciado» y necesita ser transformado. Igualmente en Dostoievski, los interiormente activos Marmeládov y Raskólnikov, Myshkin y Liébedev, Fiódor Pávlovich e Iván Karámazov sienten cada uno a su manera su propia falta de venerabilidad y la falta de venerabilidad de la sociedad que los rodea. Todos esos héroes –aunque en diferente grado- tienen vergüenza y están dotados de conciencia, cada uno de ellos es inteligente y observador a su manera, en la medida de su experiencia vital práctica y teórica, y participa en el diálogo general, que toca e ilumina desde diferentes aspectos los problemas centrales, más delicados, de la experiencia histórica de la humanidad, de su pasado y futuro.
De ahí que las novelas de Dostoievski estén saturadas de un intranquilo y escudriñador pensamiento filosófico, próximo a las personas de nuestro tiempo y afín a los mejores modelos de la literatura del siglo XX.
El escritor se daba cuenta de que la vida prosaica y cotidiana de la sociedad contemporánea suya engendraba no sólo indigencia, sino también carencia de derechos. Hacia surgir además como complemento necesario suyo diferente género de «ideas» fantásticas e ilusiones ideológicas -ideales depravados- en la mente de las personas, no menos deprimentes, agobiantes y terribles, que el lado externo de su vida. La atención de Dostoievski, artista y pensador, en esta compleja y fantástica faceta de la vida de una gran ciudad le permitió aunar en sus relatos y novelas cuadros sobrios y exactos de la realidad cotidiana, prosaica, con tan profunda sensación de su tragedia social, con una envergadura de imágenes y fuerza de penetración en las profundidades del alma humana, que es raro encontrar parangón en la literatura universal.
Pero no sólo el tema de la contradicción interna, de la irracionalidad del mundo interior del individuo que vive en la sociedad, cuya vida diaria está sometida a las inalcanzables e impersonales leyes, hostiles al hombre vivo, se ve reflejado de forma profundamente trágica en la obra de Dostoievski. En tan trágico reflejo se pone también claramente de manifiesto la tendencia opuesta de la vida social de los siglos XIX y XX, consistente en que en comparación con los tiempos pasados había crecido extraordinariamente el papel de las ideas en la vida de la sociedad.
En sus obras, Dostoievski comprueba cada vez no sólo la solidez de diferentes tipos de personas, sino los estados de ánimo que predominaban en su tiempo o que surgían ante sus ojos. En tales circunstancias, como escritor que en su juventud había sido testigo del fracaso del sistema de Hegel, Dostoievski comparte el escepticismo respecto a las posibilidades de la «idea absoluta», la cual se manifestaba de diferente formas entre las celebridades de las décadas del 40-60. El escritor procuraba siempre comprobar cualquier idea abstracta en la vida práctica de las personas y de las grandes masas humanas. Sus novelas constituyen de hecho una y otra vez un grandioso laboratorio artístico, en el que verifica la solidez de las ideas sociales y filosóficas del pasado y el presente, en las que se revelan no sólo sus potencias manifiestas, sino también sus pro y contra.



1. Belinski Vissarión Grigórievich (1811-48), crítico literario, revolucionario, demócrata y filósofo materialista ruso. Maestro del análisis literario, destacan sus artículos sobre Pushkin, Lermontov, Gógol, así como sus brillantes ensayos sobre la literatura de Rusia y Europa occidental de aquella época. El resumen de su actividad literaria lo Constituye su famosa Carta a Gógol (1847).