Es preciso un cambio en las
relaciones internacionales, una mejor distribución de los recursos
y la aplicación de una ética del comercio y de la producción.
Los fondos destinados a la
cooperación internacional deben incrementarse, pero también
se han de construir estructuras de cooperación enraizadas en las
necesidades de los países receptores y tendentes a fortalecer su
tejido productivo, asociativo y democrático. El colonialismo de
las armas no puede ser substituido por el colonialismo de la caridad. Cooperar
no quiere decir tranquilizar la mala conciencia del mundo industrializado;
significa apoyar estrategias de crecimiento de los países que nunca
han podido crecer.
La lucha contra la pobreza
es también un combate por el desarrollo tal como lo entienden los
países receptores de la ayuda internacional. Además de las
transferencias de dinero, es preciso que los proyectos de desarrollo en
estos países sirvan para fortalecer sus organizaciones populares,
y hacer realidad los derechos políticos, económicos, sociales
y culturales de los ciudadanos y no únicamente los problemas inmediatos.
De lo contrario, las comunidades frágiles siempre acaban siendo
víctimas de las fluctuaciones de los mercados mundiales y de la
especulación financiera.
Cooperar no quiere decir sólo
actuar en los países del Sur. También es presionar a los
gobiernos del Norte para cambiar las leyes y normas que dificultan las
exportaciones de los países del Sur y acabar con la injusticia de
los intercambios comerciales desfavorables para los países en vías
de desarrollo, para que destinen un tanto por ciento de su riqueza al progreso
de las regiones del Sur y para que se les condone la deuda externa que
impide su desarrollo. Es vigilar que el capital financiero no caiga en
la especulación, sino que se invierta en economías productivas
y sostenibles.
Pese al papel fundamental
del crecimiento económico para reducir la pobreza, es necesario
un cambio institucional y social para reforzar el desarrollo de los pobres.
Para luchar contra la pobreza, en primer lugar se deben incrementar las
oportunidades económicas de los desfavorecidos, facilitándoles
el acceso a la tierra y a la educación. También es preciso
desarrollar su capacidad de influencia sobre las decisiones que les afectan
y eliminar las discriminaciones por sexo, raza, grupo étnico o condición
social. Por último, resulta necesario reducir la vulnerabilidad
de los más pobres ante la enfermedad, las crisis económicas,
el desempleo, los desastres naturales o la violencia.
Para conseguir el verdadero,
es decir, equitativo y sostenible, desarrollo económico del Sur
es necesario reformar las estructuras que dificultan el proceso de desarrollo.
Pero, ¿cómo se puede hacer desde fuera, sin guerras ni revoluciones,
y en unos países -muchos de ellos con ricos recursos naturales-
gobernados por caciques y oligarcas, cuando no tiranos, que gastan la mayoría
del presupuesto en armamento o en enfrentamientos, con militares y funcionarios
corruptos, y empresarios o terratenientes explotadores, mientras la mayoría
del pueblo vive en la necesidad y es víctima de la política
de los gobiernos del Norte y el suyo propio? Una manera es condicionando
la condonación de la deuda, los préstamos blandos y las donaciones
a la reforma de las estructuras, particularmente las que afectan al reparto
de la riqueza y del ingreso, como reforma agraria, reforma fiscal, reforzamiento
de la seguridad social pública, fortalecimiento del gobierno municipal
y de la democratización de cada país, aumento de los presupuestos
de educación y salud pública, etc.