OCEANÍA
 

 "(...) Preguntémonos lo que significa exactamente
 lo que llaman "civilización". Significa, para los
 habitantes de aquellas islas, haber renunciado al
 canibalismo, pero igualmente haberse convertido en esclavos del hombre blanco. 
 (...) Doquiera vayan los europeos, la tierra cesa
 de producir, la vegetación cesa de crecer y, lo
 que es peor, la especie humana, algunas veces,
 desaparece (...)"

 (F.Yukichi: "Compendio de una teoría de la civilización", 1876)

 En Oceanía, concretamente en Nueva Zelanda, en 1840 -por el Tratado de Waitangi-, quinientos jefes maorís aceptaban la soberanía británica a cambio del respeto a sus bienes y tierras. A pesar de ello, los Tratados sufrieron violaciones que desembocaron en dos guerras maorís en 1845-48 y 1860-70.

  Con respecto a Australia, los británicos desembarcaron allí  en 1788. Inicialmente aparecieron pequeñas colonias en la costa, que lentamente alcanzaron el interior. Desde un principio, los colonos actuaron como si no hubiera "nadie", por lo que se atribuyeron la propiedad de la tierra.

  En 1804 comenzó la invasión británica de Tasmania. A consecuencia del  expolio de los terrenos de caza de los aborígenes, dos años más tarde la guerra entre ambas comunidades era general. Los tasmanos les aniquilaban el ganado y los colonos iban a la caza del nativo como si se tratara de la del zorro; además les secuestraban los niños para explotarlos laboralmente, torturaban y violaban a las mujeres, repartían harina envenenada a las tribus amigas y sembraban los bosques de trampas caza-hombres. Hacia 1834, cerca de cuatro mil aborígenes habían sido asesinados. Los 135 que quedaron fueron trasladados a una reserva donde fueron muriendo de desespero, por falta de interés por la vida, de desnutrición y de enfermedades.

  La destrucción de la Polinesia empezó en el siglo XVIII. Con los exploradores, los balleneros, los comerciantes  y los aventureros llegaron la gripe, el sarampión, la tuberculosis, la disentería, la viruela o el tifus, enfermedades ante las cuales los polinesios no tenían autodefensas. Las venéreas  y el alcohol hicieron el resto. Las armas vendidas por los blancos provocaron guerras intertribales. Los traficantes de esclavos peruanos llegaron en busca de esclavos para las minas de guano. Los soldados, los colonizadores y los plantadores acabaron de darle el golpe de gracia a aquella cultura.

La explotación de los aborígenes por parte de los blancos llegó a extremos brutales. Con el fin de que se les satisfacieran las cantidades exigidas, se tomaban rehenes entre los nativos. En ocasiones, eran embarcados a la fuerza para que cubrieran el lugar dejado por un marinero blanco muerto o enfermo por el escorbuto. Los balleneros raptaban o mataban a los indígenas varones  y violaban a las mujeres. El trabajo forzado, en las plantaciones de copra o en las minas, era moneda corriente. Los colonos mataron o extenuaron a la población autóctona en trabajos forzados y llevaron a cabo una política de deportaciones en masa.

Oceanía fue demográficamente diezmada. De los 400 mil habitantes en las islas de Hawai a finales del siglo XVIII, en 1900  habían 125mil de los cuales sólo 20 mil eran indígenas. No es de extrañar, pues, el siguiente dicho de los marquesanos, que asistían impotentes a la extinción de su raza: "El coral brota, la palmera crece, pero el hombre se va".

  En el Pacífico insular, los aborígenes se regían por unas pautas culturales diferentes, más bien de economía primitiva y de subsistencia, y practicaban el animismo.

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