SUDAMÉRICA
 
"Los blancos proclaman: "Nosotros descubrimos la tierra del Brasil". Pero nuestros antepasados han conocido esta tierra desde siempre. "Nosotros descubrimos esta tierra. Nosotros tenemos libros y por eso somos importantes", dicen los blancos. Pero esas son mentiras. Lo único que hicieron los blancos fue robar las tierras a los pueblos de la selva y destruirlas. Yo soy hijo de los antiguos yanomami y vivo en la selva, donde mi pueblo vivía cuando nací, y no voy a ponerme a contarles a los blancos que la descubrí yo. Yo no digo que he descubierto esta tierra, porque puse los ojos en ella y entonces es mía. Siempre estuvo aquí, antes de mí. Yo no digo: "He descubierto el cielo". Ni proclamo: "¡He descubierto los peces y los animales!" Siempre han estado ahí, desde el principio de los tiempos".(Davi Yanomami, 1999)
Brasil: En 1967, la verdadera magnitud de las acciones criminales contra los indígenas de allí quedó expuesta a través del informe Figueiredo, el cual reveló un catálogo de atrocidades. Asesinatos en masa, torturas, mutilaciones, uso de armas bacteriológicas (viruela), esterilizaciones, envenenamientos con arsénico e insecticidas, esclavitud, violaciones sexuales, inducción al alcoholismo, robos y negligencias... Se enfrentaron a perros, cadenas, armas automáticas, bombardeos con napalm, ropas contaminadas con viruela, certificados falsos, decretos legales, expulsiones, deportaciones, autopistas, cercados, incendios...

En 1960, se excavó una carretera a través del valle fértil que constituía el hogar de los nambiquara. Muchos de ellos murieron a causa de la súbita exposición a enfermedades como la gripe y el sarampión. A medida que proliferaban las carreteras de abastecimiento, gran parte del frondoso valle fue invadido por grandes compañías y desbrozado para pastos de ganado. Los nativos que quedaron fueron forzados a trasladarse a una árida reserva, minúscula y completamente inadecuada, a 300 kms. En la reserva se contagiaron de inmediato de una epidemia de malaria y gripe, como resultado de las malsanas condiciones que encontraron allí. Se dieron cuenta de que no podrían sobrevivir y decidieron regresar a sus aldeas. Casi el 30% de la tribu murió durante el retorno. Fue una marcha trágica, con indígenas cayendo a los lados de la carretera. Miles murieron y un grupo de 400 miembros de la tribu perdió a todos sus hijos menores de quince años a causa de la enfermedad y el hambre. Muchos otros vagaron durante años, desplazados y sin hogar, errantes y desnutridos. Este pueblo del oeste de Brasil sumaban 7 mil en 1915, pero para 1975 sólo quedaban 530; más del 90% de la población murió en 60 años, debido a los proyectos del gobierno, financiados por el Bco.Mundial, y facilitados por la Funai, la agencia nacional para asuntos indígenas.

En 1963 los llamados cintas largas fueron masacrados por pistoleros pagados por una compañía cauchera a quien molestaba la presencia de los nativos. Desde una avioneta se lanzaron cartuchos de dinamita sobre la aldea. Después, volvieron por tierra a rematar a los supervivientes: le volaron la cabeza a un bebé a quien su madre le estaba amamantando, y a ella la colgaron y partieron en dos. Los asesinos gozaron de la impunidad.

En 1972, los equipos de construcción de carreteras entraron con excavadoras en  el territorio panará; las oleadas de enfermedades (gripe y varicela) que éstos introdujeron mataron a muchos nativos. Los obreros les dieron alcohol y abusaron sexualmente de las mujeres. En una de las aldeas, la gente empezó a morirse. Algunos nativos se ocultaron en la selva pero también se morían. Todos estaban enfermos y débiles, ni siquiera podían enterrar a sus muertos; se pudrían en el suelo.

La persecución que han sufrido los awá en más de medio siglo ha sido muy importante. Muchos grupos han padecido un exterminio y una limpieza étnica sistemáticos, a manos de terratenientes y colonos. En 1979, siete indígenas no contactados murieron por envenenamiento cuando los granjeros les dejaron un "regalo" de harina impregnada con insecticida. Muchos nativos contactados son supervivientes de brutales masacres, que les han dejado cicatrices psíquicas y físicas. Esta etnia aún está amenazada. El gigantesco proyecto industrial Carajás recibió financiación del Bco.Mundial y la UE para la construcción de presas, ferrocarriles, carreteras y minas; lo cual implica oleadas de colonos, madereros y mineros.

Antes de 1973, los contactos entre los yanomami y la sociedad invasora eran esporádicos. En 1974, la carretera perimetral norte cortó la parte sur del territorio de esta tribu desorganizando los grupos que vivían allí. Les destrozaron gran parte del entorno de la zona y extendieron epidemias de gripe y sarampión, así como la tuberculosis y las enfermedades venéreas, que resultaron letales para los nativos. Las mujeres fueron prostituidas.
A partir de 1986, más de 40 mil buscadores de oro (garimpeiros) invadieron las tierras yanomami durante siete años e introdujeron la malaria y otras enfermedades contra las cuales los nativos no tienen inmunidad. Murió casi el 20% de los nativos. Con el mercurio que usan para separar el oro contaminan los ríos, la fauna y la flora. De hecho, muchos de estos buscadores, muy pobres, morían de las mismas enfermedades que los indios. Quienes se aprovechan de tal situación son los políticos, financieros y militares locales que utilizan a los buscadores como arma de choque contra los indígenas, para que abran el paso con el exterminio de los indios a la explotación de las fabulosas riquezas que aún guardan sus tierras. Tales individuos se enriquecen continuamente, comprando el oro extraído y abasteciendo a los buscadores. Con todo ello, el indio se siente triste y abandonado; el hombre blanco le ha sacado de su proceso natural y el impacto ha sido tan fuerte que le ha llevado a la dependencia total. Su vida ha perdido sentido.

En las últimas décadas, más de 300 guaraníes se han suicidado, casi todos eran niños y jóvenes. La causa ha sido la desesperanza; el robo y destrucción completos de su tierra ha sido aplastante. Los jóvenes sienten nostalgia por el pasado, por la selva, la caza, la pesca... Las aguas están contaminadas. Viven comprimidos en reducidas parcelas de tierra, en comunidades estrechas y contaminadas, asolados por una epidemia de suicidios y violencia, en medio de la pobreza y el hambre.

Cuando los primeros europeos arribaron en Brasil hace 500 años, se estima que existían al menos 5 millones de indígenas. Hoy sobreviven sólo 350 mil. Cientos de tribus han sido diezmadas sin dejar rastro. El genocidio y etnocidio son indiscutibles. Otro holocausto.

Por su parte, los quechuas, al igual que las demás nacionalidades amazónicas de Ecuador, se ven sometidos a las últimas fases de un proceso de despojo que amenaza con acabar con su propia existencia. Las compañías petroleras, agroindustriales y madereras, en complicidad con el gobierno, se repartieron sus tierras para su explotación. La selva va siendo destruida, los ríos bajan sucios, y las personas padecen enfermedades.

La violencia y los abusos contra los indígenas continúan. Pero ellos siguen luchando, y mucha gente comprometida los apoya, aunque siguen sufriendo ataques de colonos y empresas que quieren su tierra a cualquier precio, y padecen el abandono por parte de la Administración local e internacional que aún los considera menores de edad y se niega a permitir la propiedad territorial indígena. Y padecen los estereotipos creados por el mundo exterior, para el que son exóticas piezas de museo o primitivos atrasados.

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