Había que obedecer de forma ciega a las consignas, asistir a las interminables reuniones de adoctrinamiento, de autocrítica... Herramientas rudimentarias para trabajar, raciones alimenticias siempre insuficientes. La invalidez era sinónimo de ejecución. Las jornadas de trabajo de la población esclavizada duraban por regla general once o doce horas; las jornadas de descanso se producían generalmente cada diez días, y estaban ocupadas por interminables mítines políticos. El hambre fue utilizada para someter mejor a servidumbre: seres debilitados, sufrían menos tentaciones de fuga, aceptaban mejor los desplazamientos forzosos; se lograba el rompimiento de la solidaridad interindividual. El hambre generalizada favoreció las enfermedades. Y el canibalismo. Pero no sólo el practicado por quienes buscaban satisfacer su hambre sino también por sus verdugos, los khmers rojos, que comían vísceras de sus víctimas.
La muerte violenta era cotidiana bajo Pol Pot. En las prisiones las
condiciones eran infrahumanas y la tortura era moneda común. Los
delitos castigados severamente o con la muerte eran el robo, las visitas
clandestinas a la familia, las relaciones sexuales extramatrimoniales,
el alcohol, la insumición, no cumplir con la tarea asignada... La
pena capital se ejecutaba mediante el fusilamiento, el aplastamiento del
cráneo con herramientas, la horca, la asfixia, la degollación,
el apaleamiento, el fuego (enterramiento hasta el pecho en una fosa llena
de brasas, incineración de cabezas con petróleo...)