En Idea de la ciudad en el pensamiento europeo, ensayo de 1963 de Carl Schorske, este define tres modos de abordar la idea de ciudad en los últimos doscientos años: La ciudad como virtud que es propia de la filosofía de la Ilustración del siglo XVIII. Voltaire, Adam Smith o Fichte, coincidían en otorgar a la ciudad virtudes civilizadoras. La ciudad aparecía como el agente formador de la cultura por excelencia. El lugar donde se accede al arte, al saber, a lo nuevo. Hacia fines del siglo XVIII, se desarrolla una idea opuesta: La ciudad como vicio. La ciudad es donde se genera un nuevo tipo de desigualdades que abarca lo social, lo cultural, lo ético (Zola, Víctor Hugo). Hacia mediados del siglo XIX, la ciudad se percibe como más allá del bien y del mal. El pensamiento sobre la gran urbe se hace más complejo, más conflictivo y antagónico. Es donde se vive simultáneamente la experiencia de la multitud y la soledad, anonimato y desarraigo (El París de Baudelaire).
Esta recurrente reificación de la ciudad se ha prolongado en abordajes más recientes, lo que quizás pueda atribuirse a que históricamente ésta ha sido el locus de las transformaciones sociales y culturales y el foco de irradiación de las mismas.
La dificultad de definir y estudiar lo urbano, fue señalada por Manuel Castells, casi un cuarto de siglo atrás, cuando trató de establecer el objeto de la sociología urbana. [fim da página 77]
Wallerstein sostiene que la historia de las ciencias sociales es bastante clara. Inicialmente no había ciencias sociales o sólo "precedentes". Paulatina pero continuamente fueron surgiendo a lo largo del siglo XIX, una serie de nombres y más tarde departamentos, licenciaturas y asociaciones que a mediados de este siglo cristalizaron en las categorías que se aplican actualmente. (90: 401)
Con la evolución del mundo real se desdibujaron las líneas de contacto entre lo "primitivo" y lo "civilizado", lo "político" y lo "económico". La invasión de dominios ajenos se convirtió en práctica habitual. Pero lo que se hacía era cambiar de sitio las demarcaciones entre campo y campo sin acabar con ellas. La pregunta que surge es si ¿existen criterios para afirmar en forma clara y sustentable, si hay diferencias entre disciplinas como sociología, ciencia política o antropología ?
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Creemos que hoy resulta más acertado partir - para los estudios sobre la realidad social - de marcos teórico-metodológicos donde se inscriban "disciplinas" como la sociología, la antropología, la ciencia política, la economía, la geografía (humana) e incluso la psicología social. Dentro de un marco común, éstas prácticas se diferenciarían entre sí más por su propia tecnicidad que por su objeto de estudio.
Precisamente, el campo de lo "urbano-territorial" resulta paradigmático para un abordaje como el que propiciamos.
Comte afirmaba que una relación causal "descubierta entre dos fenómenos cualesquiera nos permite tanto explicarlos como prevenirlos, cada uno a través del otro".
Como advierte Gregory (84:38) la limitación de los términos de una explicación científica al nivel fenomenológico significaba por lo tanto, que el positivismo no podía recurrir a ninguna fuerza superestructural o abstracta, las cuales quedaban por definición fuera de su experiencia.
Por otra parte, se requería garantizar el status científico del conocimiento mediante la experiencia común de la realidad, modo de aprehensión accesible a todos los científicos, que aseguraba la reproductibilidad de sus observaciones, o sea la unidad del método científico. En consecuencia, se deducía que había que distinguir las disciplinas por su campo de estudio y no por su método. También era propio del pensamiento de Comte, que el progreso científico, era acompañado paralelamente por el progreso social.
Posteriormente el positivismo lógico reafirmó la importancia de las ciencias fácticas. También según Gregory, de hecho elaboró un compromiso con el concepto nomológico de ciencia, es decir una preocupación por los procedimientos inferenciales que determinan, en su forma más general, que si c, entonces a.
El modelo deductivo-nomológico se hace operativo especificando las razones por las que una proposición teórica puede convertirse en ley. El procedimiento normal consiste en sustituir las leyes por una teoría de la cual puede deducirse un conjunto de hipótesis, que al quedar [fim da página 79] conectadas con las condiciones iniciales dan por resultado un acontecimiento.
Para poder convertir proposiciones en una ley se hace una comparación entre el acontecimiento predicho por la teoría y el acontecimiento revelado por la verificación empírica; si son los mismos, se acepta la hipótesis y queda verificada la ley.
Aunque la forma de inferencia más utilizada en geografía -el dominio espacio-territorial- sea probablemente el modelo inductivo-estadístico, en el cual una o más declaraciones de probabilidad sustituyen las leyes del modelo deductivo-nomológico y eliminen de este modo la identidad entre predicción y explicación, como observa Gregory, las conclusiones que se obtengan no dejarán de ser apriorísticas.
Conviene acotar que el teorema de Godel demostró los límites de los procedimientos inferenciales y de los sistemas de axiomas (2).
La alusión al positivismo está justificada porque las fuentes más significativas de la geografía humana contemporánea - y de la "planificación urbana y regional"- han sido la economía neoclásica y con menor incidencia, la sociología funcionalista, las cuales se han afirmado sobre una epistemología claramente positivista.
El análisis espacio-territorial fue dominado por una concepción instrumentalista de la ciencia. El instrumentalismo considera las teorías como instrumentos cuya utilidad hay que demostrar; no se discute la veracidad de las mismas, sus proposiciones se valoran de acuerdo al éxito de sus predicciones y nada más, lo que importa es el fin y no la validez. El instrumentalismo sirve de apoyo a la economía neoclásica.
Según Gregory, el instrumentalismo y el positivismo están ligados estrechamente y en geografía se han hecho prácticamente indistinguibles. Y podemos especificar que consecuentemente lo mismo ocurre en general, en el dominio de lo urbano y regional. [fim da página 80]
Las necesidades de gestión pública del territorio parece el motivo del entusiasmo demostrado por el enfoque basado sobre el análisis de sistemas. Se trata de generar criterios que faciliten la transferencia de ideas y formulaciones que atraviesen fronteras disciplinares. Por lo menos ese fue el intento de la Teoría general de sistemas enunciada por von Bertalanffy.
El análisis de sistemas resulta un método empírico y como tal puede interrogar las interacciones entre sistemas naturales y humanos regionalmente específicos, restaurando la primacía del método.
En resumen, el comportamiento fundamental del positivismo, en sus versiones tanto clásicas como modernas, es el de su fidelidad al empiricismo, establecida a través del fenomenalismo.
En numerosos campos de la sociología, desde la investigación de la socialización hasta la sociología criminal, las obras de la tradición de Chicago han desempeñado un papel importante y han contribuido al desarrollo de esos campos; se la puede considerar como la fundadora de la "sociología urbana". Su método combinaba una sofisticada investigación empírica de orientación cuantitativa y universos de alcance limitado.
La escuela, nacida en el Departamento de Sociología de la Universidad de Chicago, tuvo una influencia determinante en la sociología norteamericana entre 1890 y 1940. No contó con un teórico orientador individualizable, ni con un programa claramente definido. La escuela constituía sobre todo, un conjunto de pensadores e investigadores cuyas influencias mutuas es difícil reconstituir. Durante muchas décadas la escuela se mantuvo sobre la base de la investigación prolija y la tradición oral más que mediante la elaboración de una teoría sistemática y su fundamentación.
Las principales críticas que recibió la tradición de Chicago, hija del pragmatismo (es decir, dar significado sólo a las proposiciones que puedan tener alcance práctico), se refieren a su limitación a fenómenos de la inmediatez interpersonal, el ignorar las cuestiones relativas al poder y la dominación, la dominación de la naturaleza por la sociedad y [fim da página 81] el considerar la conducta de los actores estudiados como autónoma con relación a su condición social.
El problema fundamental que se planteó ésta escuela fue determinar empíricamente la significación social del orden guiado por una concepción de la autorrealización y resolución consensuada de los problemas que se presentan en pequeñas comunidades.
Se ha caracterizado también a esta corriente intelectual, como la de la ecología humana, porque a partir de 1915, un grupo de sus investigadores intenta aplicar una ciencia natural a la organización social. La ciudad es percibida desde una perspectiva biótica, es decir como un ambiente en donde los individuos compiten entre si para apropiarse de los recursos disponibles.
Tanto Park, como su discípulo Wirth, consideran que la urbanización difunde una cultura emancipadora. Wirth, que practicaba el urbanismo, en su famoso ensayo de 1938, El urbanismo como modo de vida, sincretiza la ecología urbana con las teorías sociológicas de Max Weber, Simmel y Durkheim, partiendo de tres perspectivas interrelacionadas: La estructura espacial, formada por una base demográfica, por una tecnología y por un orden ecológico. Como afirma Castells, es un análisis que tiende a hacer coincidir ciudad y sociedad.
Si bien Park fue el primero en considerar que la organización territorial resulta de la organización social, la ecología urbana no llega a configurar un marco conceptual satisfactorio. Wirth dota a la ciudad de un contenido cultural específico y la reifica convirtiéndola en una variable independiente.
Park, partiendo del supuesto de que los seres humanos son animales comunicadores, amalgama el factor cultural con una base biótica. De cierta manera, la aplicación de la analogía biológica al comportamiento humano apela a alguna "mano orgánica invisible" similar a la de Adam Smith. A. Hawley, representante de la ecología actual, se asocia con las teorías económicas de localización de actividades para explicar los asentamientos humanos.
Durante la década de los sesenta, la tradición de Chicago, estuvo de moda, pero en forma de confusa amalgama con enfoques metodológicos y otro tipo de planteos que desplazaron el original. Más recientemente se han hecho intentos de descubrir y extraer los supuestos marcos teóricos implícitos en las investigaciones concretas llevadas a cabo por los seguidores de esta tradición, para integrarlos en un todo [fim da página 82] coherente, en una teoría del "orden negociado". Pero desde el punto de vista de la producción social de la ciudad es poco lo que se puede rescatar de esta corriente de pensamiento, como concluye Joas, (1990).
A partir de la década de los cincuenta - la segunda posguerra - en los países europeos se renuevan los estudios sobre la ciudad. Ante el descontento que invadía a la población de esos países, que se identificó como de naturaleza urbana, proliferaron las publicaciones sobre el tema y particularmente en Francia, el Estado promovió y apoyó los estudios y las investigaciones referidos a lo que se denominó "la revolución urbana".
Bien pronto se hizo evidente que la aplicación del instrumental conceptual y metodológico de la sociología norteamericana resultaba insuficiente para penetrar en la problemática de la gran ciudad. Esa evidencia también se haría presente en U.S.A. luego de los disturbios de guetto ocurridos en sus grandes ciudades.
El urbanismo de la reconstrucción de posguerra sacó a la luz conflictos sociales latentes. El análisis marxista de la sociedad del capitalismo tardío se aplicó al fenómeno urbano, tratando de sustituir análisis descriptivos con fines instrumentales, por una perspectiva teórica que revelara los factores que configuraban el hecho urbano y explicara las desigualdades socioterritoriales y los conflictos de ellas derivados.
Henri Lefebvre, fue el fiel exponente de aquella época y de aquella corriente intelectual. Su reflexión filosófica y sociológica sobre la ciudad lo llevó a afirmar que, la transformación de la sociedad moderna en sociedad humanista debería darse en forma de "revolución urbana", en forma de revolución del diseño espacial organizado en torno a la vida cotidiana desalienada acompañando la transformación de las relaciones sociales de producción. Eleva la "praxis espacial", a una actividad radical y sustenta su pensamiento en una teoría marxista del espacio.
Según Lefebvre, el espacio posee múltiples propiedades en el plano estructural. Es, simultáneamente, como suelo medio de producción y como espacio, parte de las fuerzas productivas. El espacio [fim da página 83] es un objeto de consumo, un instrumento político y un componente de la lucha de clases. El espacio es lugar de la acción y la posibilidad social de comprometerse en la acción. Esta idea es fundamental en su noción de praxis.
Es decir, que Lefebvre, en vez de reducir el espacio a mera suma de lugares de producción, lo potencia a fuerza productiva. "La configuración espacial de una ciudad, una región, un país o un continente, aumenta las fuerzas productivas de la misma manera que el equipamiento y las máquinas de una fábrica o un negocio, pero a otro nivel se usa espacio exactamente como una máquina". (1970)
Por lo tanto, el modo de producción capitalista sobrevive, en parte, por su uso del espacio como refuerzo de aquellas relaciones sociales necesarias a esa sobrevivencia. "Reconocer el espacio, reconocer lo que 'está sucediendo aquí ' y para qué es usado, es retomar la dialéctica, el análisis revelará las contradicciones del espacio". (1974)
Lefebvre señala que lo que distingue la espacialidad capitalista de la de otros modos de producción es la producción y reproducción peculiares de un desarrollo geográficamente desigual, con tendencias simultáneas hacia la homogeneización, la fragmentación y la jerarquización. En consecuencia, critica la planificación espacial puramente instrumental de un Estado que refuerza ese desarrollo espacial.
En la tentativa continua de Lefebvre para recontextualizar el marxismo en la teoría y en la praxis, podemos descubrir, como bien señala Soja, muchas de las fuentes inmediatas de una interpretación marxista de la espacialidad. Lefebvre retoma la herencia de la teoría social y política francesa, la de Saint Simon, Fourier y Proudhon, quienes conjuntamente con los geógrafos anarquistas Kropotkin y Reclus, dieron un énfasis particular a la espacialidad y al colectivismo de base territorial y que instaron a recuperar el control social del despliegue espacial capitalista.
Lefebvre, es el más importante teórico espacial del marxismo y el defensor más vigoroso de la reafirmación del espacio en la teoría social crítica, aunque sólo en la década de los ochenta su pensamiento fue plenamente reivindicado en el mundo anglosajón. (Soja, 93:62)
Según Manuel Castells, "... no existe una teoría específica del espacio, sino simplemente un desdoblamiento y especificación de la teoría de la estructura social, a fin de explicar las características de la forma social [fim da página 84] particular, el espacio y sus articulaciones con otras fuerzas y procesos históricamente dados". (74:152)
En oposición a Lefebvre, que desarrolla una teoría marxista del espacio con el fin de enmarcar lo que él denomina una praxis social, Castells trata de afirmar la tesis althusseriana de la estructura social y procura aplicarla a las formas espaciales(3).
Consecuente con dicho pensamiento, Castells caracteriza al espacio según tres niveles:
1) Nivel económico:conjunto de realizaciones espaciales del proceso social.
2) Nivel político: La organización institucional del espacio; el Estado ejerce dominio de clase y procura regular las crisis del sistema con el fin de preservarlo.
3) Nivel ideológico: La organización simbólica del espacio, "Una red de signos cuyos significantes están constituidos por formas espaciales de contenido ideológico". (Castells, 74:154ss)
Sin embargo Castells considera lo urbano funda- mentalmente, como unidad territorial de reproducción de la fuerza de trabajo.
"En ese sentido es que digo que los problemas esenciales considerados como urbanos, están de hecho ligados a los procesos de consumo colectivo, lo que los marxistas llaman la organización de los medios colectivos de la reproducción de la fuerza de trabajo, quiere decir, medios de consumo objetivamente socializados que, por motivos históricos específicos dependen esencialmente de la intervención del Estado para su producción, distribución y administración".
(Posfacio 75:485)
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Por eso, la política urbana, campo de articulación entre la lucha de clases, el uso capitalista de la ciudad y la intervención del Estado, se convierte para el Castells de la Cuestión urbana , en el centro del análisis del fenómeno urbano. Por eso también, su interés en los movimientos sociales urbanos, porque tenderían a provocar una modificación estructural del sistema urbano y apuntarían a una nueva relación entre sociedad civil y Estado.
Castells, partiendo de la equiparación de la ciudad al lugar de la reproducción de la fuerza de trabajo, desarrolla una teoría de la crisis del capitalismo y del estado de bienestar, de aquello que O'Connor entiende como la crisis fiscal del Estado(4).
Como observa Gregory, "Los supuestos de que las teorías espaciales expresan teorías sociales y de que las estructuras espaciales realizan estructuras sociales, ocupan un punto central en este sistema de conceptos". (84:187). Pero el estructuralismo que impregna al Castells de La cuestión urbana, (obra que opuso al supuesto fetichismo espacial del Lefebvre de La revolución urbana) hace que subestime el peso de las contradicciones y de las relaciones de fuerza que se establecen en el proceso del desarrollo capitalista, ignorando las continuas transformaciones que se generan en el interior de las propias estructuras.
La estructura espacial no es sólo el escenario donde se expresan los conflictos de clase, sino también el campo a través del cual éstos se constituyen.
Jean Lojkine, en su análisis del proceso de urbanización capitalista, sostiene que, si bien las relaciones sociales de producción y la gran industria que de ellas resulta, provocan una tendencia a la aglomeración, éste proceso está lejos de transcurrir fluidamente, [fim da página 86] originándose contradicciones que inciden en la organización del espacio urbano. Estas contradicciones derivarían de:
1) La financiación de los medios de circulación social y de consumo colectivo (Gastos sociales en la clasificación de O'Connor). La exposición de Lojkine parte de una hipótesis de base: La similitud de la función social de los gastos en consumo colectivo con los gastos en medios de circulación social. Lojkine define los medios de consumo social como "... condiciones necesarias para la continuidad del proceso de la reproducción de la fuerza de trabajo, se inscriben en las fases del proceso como auxiliares necesarios desde el punto de vista social, pero son totalmente improductivos". (de plusvalía) (77:169). Además la lenta rotación del capital invertido en estos medios hacen que sean de baja rentabilidad (capitalista).
En resumen, los fondos aplicados al consumo colectivo, sean privados o públicos, son gastos a fondos perdidos, ya que no contribuyen a reducir el tiempo de producción, ni a una reducción del tiempo de rotación del capital. Es decir son gastos que no se adecuan a criterios mercantiles, ni a los de valorización del capital y desde su perspectiva deben ser reducidos al mínimo.
2) La competencia entre diferentes agentes que pugnan entre si por la ocupación y transformación del espacio urbano. Es decir que, a la organización relativamente racional, desde el punto de vista del capital, de la unidad de producción se opone el desorden y la heterogeneidad que caracteriza a la división territorial del trabajo (competencia entre empresarios en busca de "externalidades", inversores inmobiliarios en busca de rentabilidad, grupos familiares en busca de localizaciones adecuadas a sus necesidades, etc.)
3) La renta del suelo. Según Lojkine "Al estadio clásico del capitalismo marcado por la oposición entre capital industrial y propiedad del suelo agrario, sucede el estadio monopolista, marcado por la fusión del capital financiero y la renta del suelo, fusión que lejos de suprimir las contradicciones entre capital y renta del suelo puede, al contrario, desarrollarlas, integrándolas a la más general que opone las tendencias parasitarias especulativas del capital a la tendencia a aumentar la tasa de plusvalía aumentando la inversión en la producción". (77:174)
Para sus afirmaciones Lojkine se apoya en estudios históricos que demuestran el paso progresivo de la renta urbana fraccionada entre múltiples propietarios independientes, a una renta del suelo monopolizada por grandes grupos financieros transnacionales que [fim da página 87] dominan el mercado de tierras y de inmuebles. La monopolización de la renta por dichos grupos financieros, genera un submercado inmobiliario especializado en la producción de la superestructura material para grandes operaciones urbanas (núcleos de edificios de oficinas, sedes decisionales de corporaciones transnacionales, grandes "shoppings", grandes equipamientos para el esparcimiento masivo, etc.)
La monopolización progresiva de la renta provoca una segregación socio-espacial que expulsa de los centros urbanos no sólo a los sectores populares, sino también a los estratos "medios" de sus habitantes. Estas investigaciones, como las de Christian Topalov, dan toda su significación a la forma de acceso a la tierra en la configuración espacial de la ciudad contemporánea.
Lojkine concluye que el Estado, mediante políticas específicas (regulación de la ocupación del suelo, gestión del consumo social) trataba de paliar los efectos que sobre el conjunto de la población urbana acarrea el proceso de urbanización capitalista.
Para Castells, Lojkine, Preteceille, Topalov, entre otros de los que hemos agrupado arbitrariamente con el rótulo de "la escuela francesa" de la sociología urbana y cuya proyección en América Latina fue significativa en las décadas de los setenta y los ochenta, la intervención del Estado en el espacio urbano tenía como objeto esencial transferir los costos de la reproducción de la fuerza de trabajo al conjunto de la sociedad. Esa transferencia constituiría una desvalorización de capital al transformarlo de productivo en no productivo, ya que el consumo social es una inversión a fondo perdido.
Pero la tesis del consumo social, desarrollada fundamentalmente, a partir de la experiencia francesa en un determinado período histórico, no puede generalizarse.
El viraje de David Harvey desde Explicación en geografía de 1969, hasta La justicia social y la ciudad de 1973, marcó un hito en la geografía moderna, que nunca más volverá a ser la misma. Con su influencia, el materialismo histórico se tornó la vía predilecta para vincular la forma espacial al proceso social, combinando la geografía humana con el análisis de clases y la descripción de efectos geográficos con la economía política marxista. (Soja 93:68) [fim da página 88]
Según Harvey, la geografía histórica del capitalismo tiene que ser objeto de teorización y el materialismo histórico geográfico el método de investigación. A la influencia de Harvey se agregó la de las primeras traducciones al inglés de textos de Lefebvre. Entonces se desarrolla un marxismo apegado a la tradición empírica y pragmática anglosajona poco afecta a la especulación teórica, situación que E. P. Thompson en su Pobreza de la teoría, caracterizaría como concreción anglófona versus abstracción francófona.
Harvey considera a la ciudad como una condensación material e histórica de las relaciones entre clases sociales y de las prácticas de esas clases. Bajo las relaciones sociales del capitalismo, todos sus componentes asumen la forma de mercancía.
Considerados como mercancías, los componentes del medio construido exhiben ciertas características peculiares. La inmovilidad en el espacio significa que una mercancía no puede moverse sin que se destruya el valor cristalizado en ella. La ubicación en el espacio construido de sus componentes resulta un atributo esencial y no incidental. Construidos o montados "in situ" sobre el suelo, su ubicación determina la renta proveniente de la apropiación de la tierra. Por otro lado, todo lo relacionado con la producción y uso del ambiente humano cae en la órbita de la circulación del capital y dentro de este proceso aquél adquiere la forma de capital fijo.
Consecuentemente, Harvey centra el análisis del espacio urbano en la producción del ambiente construido y en la dinámica de la inversión de capital. Con ese objeto identifica tres circuitos en la acumulación de capital. El primario, que se refiere al propio proceso productivo para generar bienes a cambio de beneficios; el secundario, que implica inversiones en el espacio construido para la producción -activo fijo- o para el consumo -fondo de consumo- y el terciario que se refiere a la inversión en ciencia y tecnología y a "una amplia gama de gastos sociales" relacionados principalmente con la reproducción de la fuerza de trabajo. (Harvey 90:237ss)
Harvey explica la relación entre la producción de ambiente construido y el proceso de acumulación de capital como una consecuencia de la super acumulación. Una posibilidad coyuntural en esa situación es la de derivar flujos de capital del circuito productivo a los otros circuitos y cuando se orientan hacia el secundario se produce espacio urbano. No escapa a este autor la tendencia desfavorable de los inversores a hacerlo en la construcción y que para contrarrestarla se [fim da página 89] requiere un sistema financiero interesado y una política estatal que ofrezca un soporte adecuado a ese tipo de inversiones a largo plazo en ese circuito.
Por lo tanto, la dinámica de los ciclos de acumulación de capital explicaría los ritmos de construcción del ambiente urbano y determinaría el desarrollo espacial desigual y la valorización o desvalorización periódica de zonas urbanas serían "funcionales" a dichos ciclos.
Desde cierta pretendida ortodoxia, tanto Harvey como Lefebvre fueron criticados por el énfasis dado en sus análisis, al papel desempeñado por el capital financiero, es decir el capital implicado en la circulación, en desmedro del productivo. De esa manera estos autores considerarían a la especulación inmobiliaria como fuente principal de los conflictos urbanos y subestimarían los conflictos originados en el lugar de la producción, que es donde se genera la plusvalía.
Pero como bien afirma Soja, la realización de la plusvalía y por tanto, la acumulación del propio capital se tornó tan dependiente del control de los medios de consumo / reproducción de la fuerza de trabajo como del control de los medios de producción y en última instancia, ese control permanece en las mismas manos.
Y Soja acota: "La gran cuestión, por lo tanto, no es saber si el capital financiero domina al capital industrial 'en última instancia', sino de qué modo él se relaciona, como una parcela de capital dentro de formaciones sociales específicas y, de qué manera eso afecta la acción de las clases".
"Reducir el análisis marxista a la afirmación de determinaciones estructurales últimas es eliminar toda la especificidad histórica y geográfica -y por tanto, eliminar la propia ciudad como objeto de análisis". (90:123)
Y aclara: "Pocos consiguieron ver que lo que estaba siendo afirmado por Lefebvre y eventualmente por Harvey, era una especificación espacial más abarcadora de lo urbano. El proceso de urbanización, lejos de ser autónomo, era parte integrante de la espacialización envolvente instrumental que era tan esencial al desarrollo histórico del capitalismo, una espacialización que fué casi invisible para el marxismo y para otras perspectivas críticas durante la mayor parte del siglo XX". (90; 123n)
Derek Gregory, formula una crítica radical a la explicación tradicional de la geografía, de raigambre positivista y vinculada a paradigmas de las ciencias naturales. [fim da página 90]
En su obra Ideología, ciencia y geografía humana se propone "....Desarrollar un concepto alternativo de ciencia sobre el cual basar nuestras indagaciones, concepto que implica -en términos generales- una transición desde una concepción tradicional o positiva a una posición explícitamente crítica". (84:11). Y más adelante "... estoy dispuesto a afirmar con Anuchin, que la concentración en la teoría es precisamente lo que salvaguarda la importancia práctica de la ciencia , en consecuencia, que es estratégicamente necesario clarificar los fundamentos de nuestra actividad teórica". (84:12) Una clara alusión crítica al positivismo.
Gregory busca un discurso geográfico que reúna a las epistemologías estructurales y reflexivas (fenomenología, hermenéutica) para dar a la geografía humana un lugar entre las ciencias sociales. Opone ciencia a ideología, el discurso "examinado" al discurso "no examinado" y argumenta en favor de explicaciones que sean a la vez estructurales, reflexivas y comprometidas. Sostiene que el análisis de la estructura espacial no es ni derivada, ni secundaría del análisis de la estructura social. Las estructuras espaciales están implicadas en las estructuras sociales y cada una se ha de teorizar con la otra.
Es útil que nos detengamos en el capítulo que se refiere a Geografía y hermenéutica del libro de Gregory, porque creemos que en él se resume su posición metodológica.
Gregory comienza el capítulo que nos ocupa, destacando dos principios del método hermenéutico(5). 1) Toda interpretación se mueve centro de un círculo hermenéutico y 2) Toda interpretación cambia lo ya interpretado. Y comenta que estas dos proposiciones que deben ser tomadas conjuntamente, confirman la imposibilidad de cualquier norma absoluta de suficiencia. Citando a Bernstein resume: "Lo que juzgamos como una interpretación adecuada de la acción social depende, a su vez, de nuestra comprensión de los determinantes causales de la acción social; es decir, de las construcciones tanto legas como técnicas, que están incrustadas en nuestro marco de referencia". (84:232)
Y recuerda que, en su forma inicial, la hermenéutica se definió como estudio de la comprensión o interpretación y se convirtió en el fundamento epistemológico de las ciencias humanas, que se contraponía [fim da página 91] a las ciencias naturales. Una distinción algo más que ontológica, una distinción epistemológica entre comprensión en las ciencias humanas y explicación en las ciencias naturales. Y acota que, estos binomios contrastan con la unidad metodológica positivista. Mientras que el modelo de Comte pone los fundamentos de todo conocimiento en un método que traduce las ciencias naturales a las ciencias humanas, la hermenéutica, pone el fundamento en un método que traduce las ciencias humanas en ciencias naturales.
La hermenéutica no sería un método científico privilegiado, si no el modo en que debe realizarse la apropiación del mundo por parte del hombre. De esta manera la hermenéutica restauraría la unidad metodológica en la exploración por parte de la geografía de los mundos naturales y humanos. Según Gregory, lo que la hermenéutica pide y el positivismo excluye de modo específico, es una interrogación sobre la totalidad del significado, lo que presupone un examen continuo de nuestro modo de apropiación del mundo.
No se puede dejar de coincidir con Gregory, la ciencia está obligada a ser autocrítica si quiere distinguirse de la ideología , un discurso no examinado. Y él concluye afirmando que tanto la teoría positiva como la normativa, se articulan mediante un paradigma categórico, mientras que la ciencia crítica se articula mediante un paradigma dialéctico.
Edward Soja, geógrafo y profesor de urbanismo en el Departamento de Arquitectura de la Universidad de California, realiza una fuerte crítica al historicismo y "a sus efectos sobre las disciplinas geográficas". En Geografías posmodernas , pasa revista al pensamiento de Castells, Foucault, Jameson, Giddens, Harvey, Lefebvre, Mandel, Poulantzas, entre otros y el objetivo del texto es "reespacializar la narrativa histórica y asociarla a la durée braudeliana, una geografía humana crítica permanente"; "....la reafirmación de una perspectiva espacial crítica en la teoría y en el análisis social contemporáneo". (93:7)
Soja cree que la reafirmación del espacio está entramada en forma compleja, con la restructuración cultural, política y teórica que se designa ambiguamente posmodernidad, aunque rechaza cualquier ruptura sustitutiva del pensamiento progresista postiluminista. Procura develar y explicar desde un punto de vista crítico "... la vibrante interacción de la sucesión temporal con la simultaneidad espacial" (93:9) intenta "... espacializar la narrativa convencional, recomponer la historia [fim da página 92] intelectual de la teoría social crítica en torno de la dialéctica evolutiva del espacio tiempo y ser social: geografía, historia y sociedad". (93:10)
En el primer capítulo de Geografías posmodernas , Soja rastrea los orígenes de lo que considera la subordinación de la hermenéutica espacial, los detecta en el siglo XIX, cuna del historicismo y concluye que a fines de ese siglo, se rompe el relativo equilibrio entre historicidad y espacialidad y aquel sumerge el espacio en el pensamiento social. El capítulo comienza y termina con una cita de Foucault: "El espacio fue tratado como el muerto, lo fijo, lo no dialéctico, lo inmóvil. El tiempo, al contrario, fue la riqueza, la fecundidad, la vida y la dialéctica".
Soja se detiene en el análisis de textos de marxistas franceses, ya que "... alimentan casi solos un discurso crítico en el que el espacio 'tuvo importancia', en el cual la geografía humana no quedó totalmente subordinada a la imaginación histórica".
Intenta una "desconstrucción" ontológica del pensamiento social crítico con el propósito de jerarquizar el espacio; indagación que lo lleva a afirmar que Henri Lefebvre "... fue sobre todo y sobre todos, el origen de la geografía humana crítica posmoderna, la fuente primordial de ataque al historicismo y de la reafirmación del espacio en la teoría social crítica". (93:54)
Soja define al materialismo histórico geográfico, como mucho más que un relevamiento de resultados empíricos a través del espacio, o de la descripción de las restricciones espaciales a la acción social a lo largo del tiempo. Se trata de una reformulación de la teoría social crítica como un todo, del marxismo occidental, en particular; de las maneras de encarar, conceptualizar e interpretar no sólo el espacio en sí, sino toda la gama de relaciones entre el espacio, el tiempo y el ser social en todos los niveles de abstracción.
Sin embargo, considera que existen poderosas barreras que se oponen a la consolidación de un materialismo histórico geográfico especialmente dirigido a comprender la espacialidad capitalista y sus transformaciones; las más rígidas se originarían en la tradición marxista, o más generalmente postiluminista del historicismo, que reduce la espacialidad al lugar estable y no protagonista de la acción histórica, o a un continente especular de la historia.
Esa fuerte crítica al historicismo, puede explicar el acercamiento de Soja al posmodernismo, si como afirma lúcidamente Harvey:
"Esa tendencia a privilegiar la espacialización del tiempo (ser) en detrimento de la aniquilación del espacio por el tiempo (venir a
[fim da página 93] ser) es consistente con buena parte de lo que hoy el posmodernismo articula -con los 'determinismos locales' de Lyotard, las 'comunidades interpretativas' de Fish, las 'resistencias regionales' de Frampton, las 'hetereotopías' de Foucault. Ella ofrece, como es evidente, múltiples posibilidades en el ámbito de las cuales una 'alteridad' espacializada puede florecer" y más adelante: "Marx, en efecto, devolverá la primacía del lugar al tiempo (y a las relaciones de clases) en la teoría social, en parte como una reacción a la concepción espacializada de Hegel del 'Estado ético' como punto culminante de una historia teleológica". (93:208).
De todas maneras no resulta claro como Soja compatibiliza su evocación continua a una teoría social crítica y totalizante , con el relativismo y la segmentación posmodernista. Y por último, debe evitarse el riesgo de que la reivindicación del espacio, lleve a subsumir la historia en la geografía.
En la última década, surgió y se propagó una nueva perspectiva desde donde abordar la cuestión urbano-territorial, según la cual las estructuras de las ciudades y regiones estarían condicionadas por la innovación tecnológica y la informática aplicada, tanto a la producción de bienes y servicios como a la gestión. Ese proceso conllevaría la configuración de nuevos escenarios y formas espaciales, formas constituidas por redes materiales y virtuales que diluirían aún más los límites urbanos. (tecnópolis, telépolis, ciudad mediática, etc.)
Para referirnos a este abordaje, volveremos al siempre presente y prolífico Manuel Castells, refiriéndonos al menos instrumental de sus recientes libros, La ciudad informacional.
En esta ambiciosa obra, Castells, tomando como base empírica de la investigación a los Estados Unidos de Norteamérica, trata de elaborar una nueva teoría del espacio y a través de ella, una nueva teoría de la sociedad capaz de interpretar los nuevos fenómenos de nuestra era, la era de la información.
La tesis del libro es que existe un proceso general de transformación del espacio, que se está dando en todas las sociedades, en la medida que éstas se articulan crecientemente en un sistema global y en el centro de esa transformación está lo que denomina espacio de los [fim da página 94] flujos, como forma funcional de articulación espacial del "poder y la riqueza en nuestro mundo". (95:18)
Junto, frente o al lado del espacio funcional de los flujos persiste el espacio de los lugares, en el que se constituye y practica la experiencia, el espacio de la vida cotidiana de las personas; este espacio es cada vez más local, más territorial, más apegado a la identidad propia como vecinos, como miembros de una cultura, una etnia, una nación. El espacio de la identidad es cada vez más local, al tiempo que el espacio de los flujos es cada vez más global.
Siempre según Castells, la creciente distancia social y cultural entre ambas lógicas espaciales resulta una fractura amenazante para "sociedades como las nuestras en plena travesía de tiempos difíciles". (Ídem)
El tema concreto de la investigación es analizar la existencia de un conjunto de transformaciones articuladas históricamente, que implican simultáneamente al capitalismo como sistema social, al informacionalismo como modo de desarrollo y a las tecnologías de la información como poderoso instrumento de trabajo.
El marco teórico que informa el estudio se ha construido, en lo esencial, sobre las tradiciones clásicas, Marx para el análisis de las relaciones de clases, Freud y Reich para la comprensión de la personalidad sobre la base de las relaciones familiares y sexuales, Weber para el análisis del Estado.
El punto de partida es considerar que en la intersección entre el modo de producción, definido por las relaciones sociales de producción y el modo de desarrollo, definido por las relaciones técnicas de producción (las fuerzas productivas), se halla la base generadora de las nuevas formas y procesos espaciales.
La tecnología informacional "nos invita a la exploración de nuevos caminos de la experiencia desde nuestro ser interior hasta el universo exterior". (95:21)
Esquemáticamente, Castells plantearía como contradicción principal socio-espacial, la que se presenta entre la lógica abstracta y funcional del espacio de los flujos, que corresponde a las "organizaciones detentoras del poder" y la lógica del espacio de los lugares, donde se forma y reproduce la fuerza de trabajo. De allí concluye:
En consecuencia, Castells convoca a los gobiernos locales, representantes del espacio de los lugares, a federarse a través de redes informacionales, para que implementen proyectos sociales que preserven el significado de "nuestras ciudades y el bienestar de nuestras sociedades", controlando el avance del espacio global de los flujos que se apoyan en "las poderosas fuerzas desatadas por la tecnología de la información". (95:489)
Castells apuesta al resurgimiento del poder local como alternativa a las naciones-estado "burocratizadas institucionalmente y carentes de poder funcional". En apoyo a su apuesta recuerda el papel de las ciudades estado del mercantilismo como "instituciones políticas flexibles" capaces de involucrarse en estrategias mundiales de negociación y articulación con "los poderes económicos transnacionales". (95:488)
En relación a La cuestión urbana , Castells evidencia dos virajes, uno con respecto a su crítica radical a Lefebvre al que acusaba de fetichizar el espacio, el otro es el reconocimiento claro del papel de la dinámica de la producción (industria y tecnología) para comprender la teoría y práctica del consumo social.
Además, aunque Castells afirme rechazar el determinismo tecnológico y no neguemos el aumento continuo de la automatización y sus efectos sobre la organización del trabajo, ni el papel de la informática en el comportamiento social, ni la importancia de la teleinformación en la dinámica actual de los acontecimientos, creemos que no escapa a dicho determinismo.
Parecería que para Castells la tecnología ha dejado de ser un puro instrumento y ha adquirido un poder propio, con el cual el hombre mantendría una relación simbiótica.
[fim da página 96]
El abandono de los instrumentos keynesianos que legitimaban la función estatal, la progresiva "mercantilización" del consumo social, el "ajuste" neoconservador, la glorificación del mercado y la difusión del individualismo posesivo, la fragmentación de las clases sociales, la "vuelta a lo local" y en general, el marco socio-político que condiciona estos procesos, hace que la cuestión urbano-territorial hoy se presente en forma muy distinta que en las décadas de los sesenta o los setenta.
En el plano ideológico, el rechazo a corrientes histórico-estructurales, las afirmaciones perentorias sobre la muerte del marxismo, la frívola adhesión a sucesivas modas intelectuales que niegan a las anteriores y la crisis del pensamiento "de izquierda", afectan los estudios e investigaciones sobre la cuestión que nos preocupa.
Preteceille (88:190) señalaba que para el análisis de la articulación entre el movimiento de (re)producción de las clases sociales por las relaciones de producción y los procesos de reproducción social considerados en su conjunto, se presentaban dos tentaciones: 1) El énfasis en el predeterminismo de la producción y 2) El abordaje de la problemática del consumo social y de los movimientos sociales como un campo autónomo. (Definición de lo urbano por el consumo colectivo, considerado funcional para la acumulación).
Es que hoy no se puede pensar en la evolución de las estructuras sociales sin tener en cuenta la nueva división del trabajo industrial y la emergencia de nuevas formas de organización laboral, con la consecuente "desproletarización" de la población activa. Sin caer en determinismos tecnologistas debemos considerar estas transformaciones como la matriz del tejido social.
La complejidad de las actuales relaciones de producción requiere análisis que trasciendan la esquemática relación abstracta de la extracción de la plusvalía. La figura tradicional de clase obrera debe ser rediscutida para comprender el actual marco sociopolítico.
La forma de reproducción del capital y la forma de reproducción social, están relacionadas dialécticamente en un determinado régimen de acumulación y no pueden ser analizadas como autónomas entre si.
La producción social del espacio territorial es un proceso diversificado, que no se puede analizar fuera de su propia historia, ni sin tener en cuenta situaciones coyunturales. [fim da página 97]
Por eso Preteceille reclama el desarrollo de investigaciones comparativas, es decir, una base empírica, para diferenciar la investigación sociológica de la filosofía social.
Hoy, el espacio geográfico se presenta mucho más como construido que como natural y por ende, si queremos saber cómo se genera debemos analizar el comportamiento de los actores sociales que lo configuran.
Compartimos ampliamente la tesis de Gregory, la estructura espacial está implicada en la estructura social y no puede teorizarse una sin la otra; es necesario restaurar la unidad metodológica para la exploración de los mundos natural y social y rescatar la validez de la dialéctica para una teoría crítica.
La teoría crítica percibe la totalidad de su problemática y no se confina en enfoques parciales que la fragmenten. El conocimiento debe penetrar la estructura básica de la sociedad y las formas de pensamiento que la legitiman.
Las proposiciones científicas son poco separables del medio y la cultura que la producen; no existe ciencia o teoría autónoma de prácticas sociales determinadas. (Lacan: "La ciencia es una ideología de la supresión del sujeto").
La dialéctica no es un método en el sentido que se le da a éste en las ciencias naturales. El método de la dialéctica está dado por la contradicción, la oposición, el conflicto. La dialéctica considera a los seres en sus relaciones recíprocas. La dialéctica se aplica a la relación entre sujeto y objeto. (Sebreli, 94:ll7ss).
El sujeto cognoscente interviene activamente en el objeto de conocimiento; éste proceso de conocimiento entre sujeto y objeto se concreta mediante el pensamiento. El sujeto organiza, interpreta, relaciona conceptos por procesos de razonamiento. El conocimiento es resultado de la creación del sujeto. [fim da página 98]
Por último, ¿Puede abordarse una investigación sin presupuestos teóricos si no explícitos, implícitos?. Incluso en el reciente desarrollo de las ciencias naturales, el peso de la teoría ha hecho disminuir la identificación de ciencia dura con la experimentación, es decir con la reproducción de hechos naturales. También en este campo la causalidad ha sido cuestionada.
Una vez más, la ciencia está obligada a ser autocrítica si se quiere diferenciar de la ideología; es en este sentido que apelamos a la restauración del pensamiento crítico, ese del cual los posmodernistas pretendieron hacernos abominar.
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2) Kurt Godel en 1931, cuestiona la certidumbre de ciertas ramas de las matemáticas al plantear que un sistema de axiomas (proposiciones que no requieren demostración) no puede basarse en si mismo.
3) Althusser analiza la estructura social mediante separaciones conceptuales en "instancias" y cualquiera de ellas puede ser dominante en un modo de producción, lo que para algunos marxistas como el filólogo Sebastiano Timpanaro, significa disolver el materialismo en un eclecticismo idealista.
4) James O'Connor clasifica los gastos estatales en gastos de capital y gastos sociales de producción que corresponde a la dicotomía capital / trabajo. El capital social es definido como el total de gastos del Estado exigido por la acumulación privada de capital. Esta cuenta se divide en otras dos: La inversión social y el consumo social. La primera representa el monto de inversiones en proyectos y servicios destinados a aumentar la productividad del trabajo y fijados otros factores, aumentar la tasa de beneficio. La segunda representa el total de proyectos y servicios requeridos para conservar la armonía social, satisfaciendo así la función "legitimadora" del Estado. Según la definición de O'Connor estos gastos no son ni directamente, ni indirectamente productivos (costos de bienestar social, de representación política, entre otros). Para O'Connor, la acumulación de capital social y los gastos sociales constituyen un proceso contradictorio que engendra tendencias a crisis sociales, económicas y políticas.
5) El método hermenéutico es "interpretación basada en un previo conocimiento de los datos de las realidad se trata de comprender, pero que a la vez da sentido a los citados datos mediante un proceso inevitablemente circular". (Del "Diccionario filosófico abreviado" de Ferrater Mora, Edit. Sudamericana, Buenos Aires 1986)