"The quiet man" (1952)


Una de las películas más justamente famosas de la Historia del Cine. Sus orígenes se remontan a 1936, cuando John Ford adquirió los derechos de la historia original escrita por Maurice Walsh. Los intentos de rodar la película fracasaron en varias ocasiones hasta que en 1951 la Republic accedió a producir el film. "El hombre tranquilo" se estreno en 1952, Ford obtuvo por su trabajo el Oscar al mejor director del año y, desde entonces, el prestigio de la obra no ha hecho sino aumentar. En España, en 1990, el cineasta José Luis Guerin rodó una especie de docudrama sobre el pueblo de Innisfree, donde se rodó la película, titulado precisamente así: "Innisfree". Además, "El hombre tranquilo" alcanzó un extraordinario éxito comercial, siendo la película que todos suelen citar a la hora de recordar un papel de John Wayne alejado del género del Oeste.

La nota distintiva de la obra es su belleza estética, destacando momentos tan inolvidables como la primera aparición de Maureen O´Hara o el célebre momento en que Sean descubre a la chica en su casa mientras un golpe de viento abre una ventana, momento homenajeado por Steven Spielberg en "E.T. el extraterrestre".

Junto a estas escenas de increíble belleza plástica, Ford coloca momentos de humor hilarante - Victor McLaglen apuntando en su lista negra a los personajes que le caen mal, las observaciones del párroco protestante que interpreta Ward Bond o el anciano Francis Ford que se levanta de la cama cuando se entera que va a tener lugar la gran pelea y no olvida los instantes románticos - John Wayne y Maureen O´Hara declarándose en unas ruinas célticas mientras la lluvia empapa con su caricia la pradera y el campo -. La culminación de esta prodigiosa película, un auténtico himno a la alegría de vivir, es la monumental pelea entre los personajes de John Wayne y Victor McLaglen, a la que acudirán todos los habitantes de Innisfree. Pocas veces el cine ha sabido dibujar una emoción y una fascinación tan singulares como las que emanan de esta obra de arte que describe un pueblo idílico pero repleto de personajes humanos y reales.

Ford siempre colocó esta película entre sus favoritas - junto a "La diligencia", "Centauros del desierto", "El fugitivo", "Caravana de paz" y "El sol siempre brilla en Kentucky" -, no en vano es su obra más profundamente irlandesa y, a la vez, la más optimista y esperanzadora.

John Wayne realiza una de las grandes interpretaciones de toda la Historia del Cine americano y mundial, sin embargo ni la Academia de las Artes y Ciencias de Hollywood ni la crítica llamada especializada lo tuvo demasiado en cuenta. Tampoco importaba mucho, es la verdad.

Ford contó con un reparto inolvidable. John Wayne se despidió de la Republic - durante años fue el galán indiscutible del estudio - con el arquetipo de héroe fordiano; su Sean Thornton tiene algo del Ethan Edwards de "Centauros del desierto", del Frank W. Wead de "Escrito bajo el sol" y del Tom Domiphon de "El hombre que mató a Liberty Balance". A su lado, Maureen O´Hara, la más celebre pelirroja de ojos verdes que Irlanda haya exportado a Hollywood, encontró el papel de su vida en la obstinada e ingenua irlandesa capaz de anteponer la tradición al amor. Más atractiva y seductora que nunca y haciendo gala de su fuerte temperamento, Maureen era en la pantalla como un torrente de lava incandescente que abrasaba a su pareja en una de las guerras de sexos más románticas y divertidas de la Historia del Cine. Y si excelentes eran los protagonistas, no hay elogios suficientes para definir la labor de los secundarios: el fornido Victor McLaglen bordó uno de esos gruñones de tierno corazón que le hicieron famoso, mientras Ward Bond y la personalísima Mildred Natwick llenan con su sola presencia toda la pantalla, y por último, pero no en último lugar, el genial Barry Fitzgerald, cuya magnífica composición del borrachín Michaeleen ha pasado a formar parte de la galería de personajes míticos del Séptimo Arte.

"El hombre tranquilo", con sus sutiles pinceladas humorísticas, unos intérpretes en estado de gracia, su hermosa fotografía, la magistral partitura musical de Victor Young y algunas de las escenas más antológicas del celuloide es una incuestionable obra maestra, categoría que pocos críticos se atrevieron a reconocer en la época de su estreno. No importan los años transcurridos - como los buenos vinos, el tiempo juega a su favor - ni cuantas veces hayamos visto la película, porque mientras tengamos memoria soñaremos con volver una vez más a Innisfree.

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