¡Llama a los brujos!

Desde el fallecimiento de Eduardo Calderón Palomino, El Tuno, personaje de mi libro Habla, Sampedro. ¡Llama a los brujos! –lo que ocurrió hace hoy exactamente dos años– muchas personas me han preguntado si fui testigo de algún real portento operado por este extraordinario chamán trujillano. Un periodista de France Press me acaba de formular esa misma pregunta, y yo le he dicho que no, porque un chamán en nuestra América, en vez de sacar conejos del sombrero, ejerce y transmite la medicina de nuestras antiguas culturas a la vez que preserva nuestros viejos modos de soñar y de ver el mundo.

No le dije la verdad completa porque debo confesarles que sí, que algo extraño me ocurrió una vez en Barcelona. Vivía yo entonces en París y acababa de recibir una carta de la editorial catalana "Argos Vergara" informándome de que ellos deseaban publicar ese libro. Querían saber si yo prefería recibir el contrato y el cheque por correo o si estaba pensando en darme una vuelta por el norte de España, en cuyo caso cerraríamos el negocio en la ciudad ducal. Ni qué decirlo, preferí el viaje a Barcelona.

La cita era el 21 de diciembre a las 11 de la mañana en el local de la editorial, y como hacía mucho frío, llegué a ese lugar con un sombrero, una bufanda y un abrigo que me hacían pensar que andaba disfrazado del Oso Yogi en el Polo Norte. Eran las 10 y 55 minutos cuando llegué al edificio, y descubrí contrariado que aquél era mucho más grande de lo que había supuesto.

Eso significaba que me perdería un poco y que llegaría a la oficina de los contratos entre las 11 y 4 y las 11 y 8 minutos, no a la hora exacta, y eso me fastidiaba mucho porque siempre soy y he sido puntual. Lo hago y lo he hecho siempre para desmentir los estereotipos que alguna gente me cuelga debido a mi actividad literaria.

Se supone que los escritores se levantan tarde, usan barbas y fuman cigarro tras cigarro en algún café del mundo. La verdad en mi caso es diferente. Me levanto a las 5 aunque sea fin de semana, nunca he usado barbas, voy al gimnasio, nunca bebo café, detesto incluso el olor del tabaco y llego a las citas a la hora exacta. Por todo esto, me desagradaba llegar varios minutos tarde y confirmar los odiosos estereotipos.

Pero estaba de suerte. A las 10 y 56 am, una dama asomó por una ventana del tercer piso, y comenzó a decirme:

–¿Eduardo?... ¿Es usted Eduardo González Viaña?... ¡Qué exacto! (¿No les dije? ¡Cuándo no!). Es en el tercero. En la oficina 341... Suban, por favor.

Me pareció un poco raro que me dijera "suban" en plural, ya que aparte de mí no había un alma frente al edificio, pero acepté la invitación y unos minutos después me encontraba en una grata charla con Anne-Marie Comert, la editora, y luego de la firma del contrato, cuando nos aprestábamos a ir a almorzar, le entregué algunas fotos de mi personaje que podrían servir para la edición del libro. Después de observarlas durante unos minutos, Anne-Marie levantó la vista y me preguntó:

–¿Y por qué no pasó con usted?

Le respondí que el "Tuno" se hallaba en ese momento en Trujillo, Perú, al otro lado del planeta, probablemente pescando en Las Delicias y acaso con el mismo atuendo que lucía en las fotos, el torso desnudo, sin camisa y con un pantalón negro.

–Fue así como lo vi, allí frente al edificio, junto a usted, y me asombró que con un invierno como éste, un hombre pudiera andar vestido de esa manera.

El texto apareció en Barcelona a comienzos de los 80, y me dicen que fue un gran éxito de librería. Habla, Sampedro. Llama a los brujos era el producto de una conversación que yo había sostenido durante seis meses con el "Tuno" y durante la cual devenimos "compadres" y él me enseñó cómo se ha de auscultar a un enfermo valiéndose de un cuy, cómo se ha de limpiar de infortunios una casa, cómo se puede hallar lo perdido, cómo puede uno trasladarse hacia un país ultramarino sin usar el barco ni el avión, cómo debe celebrarse la mesa de brujería, cómo se debe hablar con ciertas huacas y cómo se puede conversar con ciertos pájaros de Sudamérica.

Según mi compadre, su sabiduría era heredada o absorbida de otros "maestros" del norte peruano que uno tras otro la habían ido recibiendo desde un remoto pasado precolombino, porque lo que la gente llama "brujería" es, en nuestras tierras, la supervivencia de alguna vieja religión que los colonizadores no pudieron suplantar por completo, y, a la vez, el vestigio de una ciencia de curar cuya eficacia hasta hoy es evidente.

El "Tuno" no era precisamente un asceta. Preparaba marisco y pescado con artes que habría envidiado cualquier chef. Había engendrado una prole numerosa y no faltaba a las fiestas comunales de Moche armado de una guitarra y una botella de buena chicha, y alguna vez me dijo que: "Aquí no podemos ser ascetas. No podemos darnos ese lujo porque somos muy pobres".

En las decenas de "mesas" (reuniones mágicas) a las que lo acompañé, lo vi agitando una espada, enfrentándose a los demonios, discutiendo de igual a igual con las lagunas y con más de alguna montaña, y devolviendo de ese modo la confianza en la vida a sus esperanzados pacientes, y así, de muchas maneras, supe por él que todos tenemos un poder personal que es todo lo que poseemos en este misterioso planeta, y que si aprendemos a usarlo ni la enfermedad ni la desventura podrán acercarse a nuestras puertas.

"¡Qué miedo le voy a tener al Diablo!... Si yo puedo hacer mi propio diablo. Lo sueño primero, lo modelo a mi manera, le doy potencia, le enseño a ser bueno, y con este Diablo trabajo, con este Diablo espanto a mis enemigos. Con este Diablo no hay Diablo que pueda venir a perturbarme."

Ahora que me vienen estos recuerdos, me pregunto una vez más qué es lo que pasó en Barcelona: ¿Fue una ilusión óptica de la señora Comert? ¿O una broma astral de mi compadre? Ustedes, ¿qué dicen?... Hagan la prueba de leer este artículo dando la espalda a una ventana abierta. Si comienzan a sentir que alguien está detrás de ustedes, acompañándolos, denle saludos de mi parte y díganle que quiero hacer una nueva edición del libro que contenga nuestros diálogos de hoy. Y díganle también que, gracias a él, hay muchas personas que están aprendiendo a creer en ellas mismas, y a usar sus propias fuerzas.