Sarita Colonia viene volando
El primer milagro de Sarita Colonia se produjo cuando ella todavía era una niña y, en medio de la plaza de armas de Huaraz, su pueblo, el comisario mostraba envanecido el cadáver del bandolero Luis Pardo, a quien había matado a traición a pesar de ser compadres. Por otra parte, a pesar de ser martes, el día había sido proclamado domingo y estaba el hombre disparando balazos al cielo, dando vivas al Supremo Gobierno y repartiendo cañazo entre sus huestes, cuando se le acercó una niñita y le dijo:
Usted ya no está detrás de usted. No hay nadie detrás de sus ojos. Resulta que ya no lo veo, señor comisario.
Dicen y se desdicen los que me lo han contado que el hombre fingió que no hacía caso, pero que al levantar una copa para decir "salud", muy a lo disimulado se palpó el corazón con la mano izquierda, y claro que ya no le latía, pero él se dijo para sus adentros que así debe ser el corazón de los valientes. Aquello ocurrió un día 7 de julio, el séptimo mes del año. Siete días más tarde a las 7 de la noche cayó muerto en esa misma plaza el hombre cuya muerte había profetizado Sarita Colonia.
Me lo contó un viejo de apellido Rivero a quien se lo había contado un tal Xandóval, quien lo supo de boca de un Morillo, a quien, finalmente, no pude ubicar. Lo cierto es que pasé varios años en amables conversaciones con más o menos unas 200 personas, y todas las historias que me relataron no las pude expresar en la novela que debido a ello escribí Sarita Colonia viene volando. El libro tendrá en estos días ocho años de escrito. Su personaje cumplirá 58 de haber muerto.
De esa investigación y de la generosidad de los parientes vivos provienen los datos que doy en el libro en cuanto al lugar y al tiempo de su nacimiento y defunción, y que solamente en ese caso y por esa razón son rigurosos y exactos. El texto no intenta ser una biografía sino una mala memoria, como suelen ser los recuerdos de amor, por decir un ejemplo. No podía transcribir los testimonios porque divergían acerca de todo, así que preferí guiarme por los sueños de los devotos, y confieso que también por los míos, que siempre me han llevado directamente hacia la verdad por los caminos del mayor asombro.
En los años 70, o sea más o menos 30 después de fallecida, comenzaron sus milagros, o sea su vida prodigiosa. En cuanto a su vida terrenal, ella es casi obvia: Sarita Colonia Zambrano, migrante de la sierra peruana, abandonó la tierra natal con Hipólito y Rosalía, sus padres, cuando comenzaba a ser una adolescente, y se fue a vivir al Callao. Aquello no ocurrió en cumplimiento de una profecía sino de una tendencia demográfica que la mayor parte del siglo XX ha estado trasladando a millares de familias del campo y del interior hacia la gran urbe capitalina, la tierra prometida o el escenario de su más penosa frustración.
Nada es inesperado allí. Las estrecheces de la familia Colonia, una probable vocación religiosa truncada por la pobreza, el trabajo de Sarita en el servicio doméstico y su muerte prematura resultan poco menos que normales datos estadísticos.
Tal vez lo milagroso de ella misma es haber sobrevivido, ya adulta y sola, en los barracones del Callao, tugurios pauperizados donde para cualquiera es un prodigio la existencia, y más lo sería para una joven cuyo único ingreso económico provenía del servicio doméstico ocasional. Una presumible muerte tífica, la atención deplorable en un hospital de pobres, las circunstancias de su muerte, también son usuales en la historia demográfica de los pobres del Perú.
Incluso la sepultura de Sarita corresponde a lo ordinario. Apenas se produjo su deceso, se dispuso que sus restos fueran conducidos, sin procesión fúnebre, hacia alguna inagotable fosa común. Una cruz, plantada meses más tarde por su padre, evitó que el nombre fuera borrado de la arena y lo preservó para que el futuro lo convirtiera en dolorida esperanza y en memoria colectiva, como suelen ser las creencias de los hombres inocentes, y también la palabra de Dios.
En los años 70 nació la leyenda popular que le atribuye portentos sin fin y la condición de santa. El ámbito de esta creencia estuvo inicialmente limitado a Lima y el Callao, pero en los años recientes sobrepasó la frontera norte del Perú, avanzó por los países vecinos hasta llegar a Centroamérica, y lo último que he sabido es que una estampa de Sarita está cosida al bolsillo de la camisa en muchos de los inmigrantes pobres que intentan entrar a los Estados Unidos. Ella los torna invisibles o los disfraza de neblina frente a los potentes resplandores y los rayos ultravioletas que usan los sofisticados policías de este país.
Los sectores más proclives a la práctica de este culto fueron, desde el comienzo, los que corresponden a la marginalidad urbana y a las actividades informales, a la desocupación y el subempleo. Un dato proporciona el perfil de sus devotos: de los 890 milagros apuntados por ellos en un cuaderno especial (hasta 1989), 751 revelaban el hecho portentoso en el Perú de haber obtenido un puesto de trabajo gracias a la intercesión de la santita.
Dos semanas después de que apareciera mi novela, que se agotó de inmediato, salió a la luz una edición informal, o pirata, de cuyo éxito siempre me he sentido muy feliz porque me permitió ser leído por gente a cuyo bondadoso acceso nunca había aspirado. Compraron mi libro en las esquinas, en las ferias pueblerinas, en las librerías del suelo y en la puerta de las iglesias, junto a estampitas, oraciones para conseguir el amor y magnetos mágicos. Debe ser por ello que muchas cosas me han ido bien desde entonces.
La gente me pregunta si creo en Sarita y yo respondo que sí, y que he recibido de ella muchas gracias, entre las cuales se cuentan el sombrero negro que me protege de la lluvia en Oregon y el recuerdo milagroso de la patria que se continúa en la nostalgia, y la nostalgia en estas cartas que escribo, además de a mucha otra gente, a mis amigos del Perú. Sarita Colonia viene volando al encuentro de quien la necesite, aunque sea a través de la página editorial de algún periódico. Aun los incrédulos pueden verla si aprenden a ver la luz detrás de la tristeza, la santidad en medio de la miseria y la literatura como una palabra cándida que se apodera del mundo.