"Miguel de Cerbantes Cortinas, hijo de don Rodrigo y de daña Leonor, fue bautizado en
Alcalá de Henares en el año de 1547.
En el año de 1613 publicó Miguel de Cervantes Saavedra, autor del Quijote, sus Novelas
Ejemplares, y en la dedicatoria al Conde de Lemos que puso al frente de la obra dijo,
entre otras cosas, la edad que tenía, es decir, 55 años.
Y si Miguel de Cervantes Saavedra, bautizado en Alcázar de San Juan el año de 1558,
cumplía en 1613 los 55 años, mientras que su homónimo Cervantes Cortinas hacía los 66,
por muchas argucias dialécticas que se empleen para desvirtuar este hecho histórico, jamás
podrá negarse lo que Cervantes Saavedra afirmó de sí mismo.
En «El Celoso Extremeño» Cervantes incapacita al tiempo para medir la existencia de
la naturaleza humana, por eso, haciendo hablar a la dueña en la novela, dice: «Y
aunque debo de parecer de cuarenta años, no teniendo ni treinta cumplidos...
y acaso parezco vieja, corrimientos, trabajo y desabrimiento echan un cero a los años,
y a veces dos, según se les antoja.»
En el referido prólogo bien claro dijo que su edad era de cincuenta y cinco años;
pero como esta edad no compaginaba con la de su homónimo complutense, no parándose
en barras, añadieron a la misma los nueve años que en la metáfora o tropo por él
utilizado pone para indicar que gana al tiempo y representa más edad por sus muchos
trabajos y desabrimientos, como sucedía con la dueña de «El Celoso Extremeño».
Y estos nueve años muy bien pudieran ser los cinco y medio de su cautiverio en Argel
y acaso los restantes los pasó en la cárcel (prólogo de la primera parte del Quijote),
más la inhabilitación que su mano herida le supuso o sea, en resumen un cero más a sus años.
Pero aun así, añadiendo a los cincuenta y cinco años de Miguel de Cervantes Saavedra
los susodichos nueve, tampoco salía la cuenta, pues su Cervantes Cortinas que en 1613
tenía sesenta y seis años, y a ellos sólo les salían sesenta y cuatro; esta diferencia
de dos años es para ellos pecata minuta, y la obviaron suponiendo que el prólogo lo
debió de escribir con dos años de anticipación a la publicación del libro.
Tremendo infundio, que sólo puede convencer a gentes que nunca tuvieron un libro
en sus manos. Sabido es que prólogo, dedicatoria y libro se corrigen después de
compuestas las pruebas, y por tanto el conjunto, escríbase cuando se quiera, se
refiere a la fecha que en el libro se declara.
Suponiendo que el libro se hubiese escrito dos o cuatro años antes y detenido
únicamente para su publicación en la imprenta por cualquier causa, el libro hubiese
salido con la fecha de publicación en la portada, en cambio tendría:
En la licencia del Rey, la fecha de su petición; la Aprobación del Consejo,
la de su petición; la Licencia Eclesiástica, si la había, igual; la Tasa, lo mismo,
y no digamos nada de la Carta dedicatoria que se acostumbraba a escribir ofreciendo
el libro a algún personaje, en la que igualmente se ponía la fecha al final.
De libros escritos en el siglo XVII podríamos presentar varios ejemplos que certifican
con absoluta evidencia lo que acabamos de decir.
Cervantes dijo taxativamente en el prólogo de sus Novelas Ejemplares: «Mi edad no está
ya para burlarse con la otra vida que al cincuenta y cinco de los años gano por nueve
más y por la mano...»
Esto es simplemente una elipsis, propia de su estilo y que utilizó con frecuencia,
en la cual suprimió el verbo tener o cumplir, entre las palabras al y cincuenta, que se
deben leer: al tener, o al cumplir el cincuenta y cinco de los años; pues de otro
modo no habría sintaxis.
Bien patente está, que establece una comparación con sus desmedros físicos. Lo contrario
es tan absurdo que no cabe pensar en la definición que de esta metáfora dan los
partidarios de Alcalá, interpretándola así.
Mí edad es cincuenta y cinco años, y nueve que gano, sesenta y cuatro y dos más
que tardó en publicarse el libro son sesenta y seis, justo la edad de Cervantes Cortinas.
Suponen que Cervantes Saavedra era un estulto escritor, siendo tan fácil: «mi
edad de sesenta y cuatro años no está ya para burlarse de la otra vida...»
Por otra parte, el adverbio más, que añade al número nueve, es comparativo y
excluye tamaña interpretación.
Los nueve años más que gana a los cincuenta y cinco que tiene, los compara
con algo: sus trabajos, sus penas, su mano y para que no haya duda de que no
es el signo más de la suma pone el adverbio detrás del último número.
La frase es normal y nada desorbitada, como resulta de aplicarle la silepsis que
le atribuyen, contraria a la naturaleza y condición de esta figura, que deja de ser
laberíntica y rebuscada si se le aplica el tropo con su expresión propia, que sería:
«Al (cumplir) el cincuenta y cinco de los años, gano (al tiempo) por nueve más y por la mano.»
Igual que le ocurría a la dueña de «El Celoso Extremeño», la cual, sin haber cumplido
los treinta, aparentaba ya tener cuarenta."