"Sabido es que la primera biografía de Cervantes la hizo don Gregorio Mayáns y Siscar en el año 1737.
Lord Carteret, célebre hispanista inglés, admirador de Cervantes, que sostenía correspondencia
con Mayáns, influyó en su ánimo y le instó para que escribiese su vida. Mayáns suponía que
Cervantes había nacido en Madrid.
Don Blas Nasarre murió en 1751 y creemos firmemente que alrededor de 1740 fue cuando hizo sus
averiguaciones en Alcázar, por estimar que esta villa de La Mancha era la patria de Cervantes,
bien por conocer la tradición que Fray Alonso Cano defendía, bien por ser conocedor de otra
causa o motivo que hasta nosotros no ha llegado y que no dejaría de ser de suma verosimilitud,
tenido en cuenta que los viajes en el siglo XVIII no eran cómodos y suponían un gran sacrificio
para el viajero, además de entrañar una aventura que no todos estaban dispuestos a correr, y
menos aún cuando, como en este caso, podía ser baladí, si sus pronósticos no hubiesen estado
fundamentados.
Hasta dos años después de fallecer Nasarre no se sabía nada en absoluto del Cervantes de Alcalá.
La primera pista la dio el benedictino Fray Martín Sarmiento, que leyó en la obra «Topographia e
Historia general de Argel», del Padre Fray Diego de Haedo -impresa en Valladolid en 1612- el
pasaje que éste dedica a un Miguel de Cervantes, Caballero principal de Alcalá, inserto en el
folio 184, diálogo segundo de los Mártyres.
Este descubrimiento sirvió de indicio a don Agustín Montiano y Luyando para hallar la partida
de nacimiento de Alcalá en el año 1753, hecho que consignó en su «Discurso segundo sobre las tragedias
españolas», publicado en Madrid en el mismo referido año.
Vemos, por tanto, que cuando don Blas Nasarre apostilló de su puño y letra la partida de nacimiento
de Miguel de Cervantes Saavedra o Saabedra, que para caso es lo mismo, no fue para establecer una
pugna o polémica con Alcalá, fue porque, separadamente de la partida que descubrió, tendría
otros motivos que a ello le impulsaran, como le aconteció a don Agustín Montiano con la de
Alcalá, unos quince años después, ya fallecido don Blas Nasarre.
Una cosa es propugnar y tratar de que nuestra verdad se imponga por la correlación de los
hechos, y otra inventar infundios, menospreciando la valía de las personas que intervinieron
en los mismos, tratándolos de ineptos y falsificadores encubiertos, cuando no desprestigiándolos
como anticervantistas, afirmando además que un documento es apócrifo o falso sin ponernos delante
un paleógrafo de garantía que lo certifique. Precisamente eso fue don Blas Nasarre, un paleógrafo
insigne del siglo XVIII, el cual tenía méritos suficientes para saber pasar por alto los errores
de los amanuenses y clérigos de aquellos tiempos con su ortografía confusa y arbitraria y confirmar
que Saabedra o Saavedra querían decir lo mismo.
Creer y estimar que a don Blas Nasarre se le pudo engañar, haciendo una interpolación o
falsificación de una simple partida de nacimiento y que lo que descubrió y apostilló era un
documento apócrifo, no sólo es absurdo, sino ridículo.
En cambio, no podemos decir lo mismo del apellido que aparece en la partida de Alcalá,
y en cuanto a las interpretaciones de que su Cervantes sea Carbantes o Carabantes, si se admite o
no la raspadura de la A que Menéndez Pelayo señaló, nada tenemos nosotros que añadir; que el
padre del Cervantes de Alcalá usó el apellido Carvantes es notorio. Así aparece en la partida
de rescate, como asimismo el de su hermana.
Muchísimo más importante es la carencia absoluta, del sobrenombre Saavedra en toda la rama
masculina de sus antepasados. En los documentos descubiertos por Narciso Alonso Cortés,
procedentes de la Chancillería de Valladolid, no aparece, ni por asomo, el Saavedra; además es
completamente perceptible que el apellido o sobrenombre Saavedra, que usó siempre el autor del
Quijote, se compone en un solo apellido único, del padre, y bien patente y significativo es el
no llevar la preposición de, como procederla llevarla, si fuera de su madre, o adoptado de
algún pariente, que de no haber sido así, dada la Hidalguía y Nobleza de los cervantes alcalaínos,
no hubiera dejado de poner, ya que el hecho de sustituir un Saavedra por un Cortinas no le
impedía poner el aditamento de la preposición de, que siempre daría más prosopopeya y enjundia
al apellido.
Esta anomalía tan evidente la obviaron los cervantistas alcalaínos diciendo que en aquellos
tiempos era frecuente mudar y cambiar apellidos; error supino. Como muchas de las habilidades
casuísticas, sin base genérica, a que echaron mano para salirse con la suya; pero todos sabemos
que, a partir del año de 1547, esto se había prohibido, regularizándose los registros parroquiales
en evitación de los mil desaguisados que el cambio de la verdadera personalidad suponía, quedando
reducido su uso a aquellos individuos de mala nota que, como ahora, temen la persecución de la
Ley. Prueba de ello es el ardid a que recurrieron los alcalaínos para destruir el descubrimiento
que hizo el señor Rodríguez Jurado del Cervantes de Córdoba, donde aparece firmando un documento
como testigo y diciendo que es natural de Córdoba. Interpretando que ser natural quería significar
que sus antepasados eran oriundos de Córdoba."