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Félix Sautié

 

El discurso y la agenda para el cambio en Cuba (II). 
Brocha gorda en ristre

00:39h. del Miércoles, 28 de noviembre. 

Como expliqué en el primer artículo con este titulo escrito para publicar en La República Digital de España, su propósito esencial es dar a conocer criterios y expectativas sobre la situación y el futuro socialista cubano a la luz del discurso de Raúl Castro el pasado 26 de julio en Camagüey, consensuados por Claudio Altamirano, más conocido por Theo entre amigos y colegas. Sin desdoro de los puntos de vista personales desde diversos fundamentos éticos y filosóficos, varios compañeros de nuestra generación, algunos ya jubilados y de regreso en el devenir de la vida, venimos dialogando a partir de la militancia que compartimos en íntima comunión con “los pobres de la Tierra”, con nuestros puntos de miras puestos a favor de la independencia nacional, la plena soberanía y la consolidación mediante el perfeccionamiento, el cambio, la rectificación en medio de un diálogo y una acción verdaderamente participativa del modelo de equidad distributiva, solidaridad, convivencia fraternal y justicia social instaurado por la Revolución Cubana. Valga reiterarlo, aunque la carta que publico a continuación la escribe Claudio Altamirano en primera persona, en realidad expone el criterio de un colectivo.

Continúo pues con el tema iniciado con la primera carta, después de haber publicado el artículo en respuesta a los planteamientos agresivos y extemporáneos del Señor Bush sobre Cuba (“Bush: no por patético menos peligroso”), lo que todos consideramos un deber ineludible ante tanta amenaza y tanto insulto a la vida.

Sin más preámbulos, doy paso a la nueva carta de Claudio Altamirano sobre un tema no agotado al que posiblemente sea necesario acudir a varias entregas más, tantas como sean necesarias a los efectos de expresar las consideraciones que nos exija un asunto tan importante y complejo:

Estimado colega Sautié: Sabrás que me ha costado convencer a un amigo sudamericano de visita en la Isla, respecto a que efectivamente, ha tenido lugar en nuestro país un intenso y fructífero debate tanto en el marco institucional como en las bases y en las múltiples alternativas informales tras la convocatoria de Raúl Castro a calar en los errores, inconsecuencias y hasta “absurdos” noción, esta última, en la que el discurso actual insiste. Mi antiguo amigo, al que conocí hace más de cuarenta años en Praga, solidario y consecuente desde la primera hora con el proceso revolucionario cubano, por más que se trata de una persona familiarizada con nuestras maneras de hacer (o de no hacer), ha buscado en vano en la prensa nacional el reflejo de ese debate y al conocer que no ha sido mencionado ni una vez en el espacio televisivo cuyos juicios y pronunciamientos tanto la población como los periodistas acreditados y los diplomáticos extranjeros toman como la plataforma de opinión de la máxima dirección del país, se resistía a creerlo. La paradoja reproduce una práctica que se ha justificado por la condición de “plaza sitiada” y parece obedecer a una de sus más lesivas lecturas: el síndrome del misterio. Síndrome que viene a engrosar las sin razones que configuran una suerte de “tercer bloqueo” cuyos efectos no menos nocivos se añaden al de Estados Unidos y a las consecuencias de la catástrofe del modelo eurosoviético.

Sin mucho esfuerzo pudieran relacionarse sucesos, coyunturas, eventos que han tenido lugar en el país o en el exterior con una íntima vinculación a nuestra realidad de los cuales la gran mayoría de la población cubana no llega a enterarse y los más inquietos, con posibilidades para hacerlo, conocen a través de las versiones fieles o distorsionadas, que propagan los que tienen acceso a los medios informativos extranjeros o que disponen de correo electrónico, los que son realmente minoritarios. Este último fue, precisamente, el escenario de dos eventos sucesivos (en uno de los cuales tú precisamente, el primero, participaste también con tus criterios y opiniones) que pasarán a los anales de lo que un académico conceptuaría como “desinformación por omisión”. Nos referimos a la tángana digital del pasado enero 2007, a propósito de la extemporánea aparición en dos medios televisivos de funcionarios a los que se responsabilizó individualmente con abusos de poder en el ámbito de la cultura artística, treinta años atrás, y a la declaración de la Unión de Escritores y Artistas (UNEAC), enigmática para la mayoría de los mortales en la Isla, totalmente ajenos a la peripecia, cuyo texto amaneció un buen día, colocado en un recodo del diario oficial según se deduce como fórmula para contener, avalándolo, el revolico que viajó por Internet allende nuestras fronteras en un monólogo coral donde hubo farragosas manipulaciones de la memoria histórica en medio de lúcidas intervenciones como la que por ejemplo tú hiciste en esa ocasión, solo lo menciono, pues sería muy extenso un análisis completo al respecto, que además me sacaría del tema que quiero desarrollar en esta carta.

Siempre de acuerdo a los comentarios de algunos invitados durante las disertaciones que auspiciadas por el Ministerio de Cultura dieron continuidad a los “emilios” (plural cubanizado de “e-mail”) en sesiones intramuros –en las que al parecer no han faltado maduras y esclarecedoras contribuciones-, nos hallamos ante una virtual competencia para, brocha gorda en ristre, superar a toda costa el juicio al cabo benévolo que tiñó de gris todo un quinquenio que también fue heroico y multicolor, a cuenta de errores y transgresiones en la aplicación de criterios rectores excluyentes y homofóbicos no solo en la cultura artística; así, algunos afiebrados comenzaron extendiendo la grisura como color único y total a un decenio; una autoridad en materia de arquitectura sumó otros cinco años y si nos atenemos a la lógica competitiva esa sombría tonalidad pudiera continuar expandiéndose de modo respectivo hasta imponer una nueva y falaz periodizacón del proceso revolucionario.

Aquel trueno de una tarde soleada que constituyó la declaración del Secretariado de la UNEAC se reprodujo recientemente, seis meses más tarde, durante algo más de 27 minutos, por un selecto panel a prueba de disonancias gracias a su cómoda unanimidad en torno a la teoría de la grisura, aparecidos en un programa nocturno de nuestra televisión sin mucha promoción previa, cuya motivación resultaba ajena a los millones que nada supieron de la tángana inicial; es probable que en consecuencia muchos hayan optado por alguna de las tres opciones restantes, cuatro para los televidentes capitalinos, entre ellas uno de los espacios humorísticos de mayor tele audiencia. Los que cambiaron de canal se perdieron una verdadera revelación: uno de los panelistas sostuvo que existen determinados “códigos” (sic) para comprender las famosas “Palabras a los intelectuales” de Fidel Castro, las cuales suelen reducirse al axioma “Con la Revolución todo, contra la Revolución nada”; abundó diciendo que únicamente los aún vivos entre los participantes de aquellos debates precedentes a las “Palabras…” dominan esos códigos. ¿Te imaginas, Sautié? Otro, por su parte, plantó una afirmación de indudable interés: de acuerdo con él, las ciencias sociales se han marginado de las urgencias y las necesidades que emanan de la realidad nacional hace, exactamente 37 años. Y, uno, por último, que a mi juicio encarnó la verdadera conciencia crítica, sentenció que ante el llamado de Fidel y de Raúl a aportar ideas para “salvar a la Revolución y a la nación”, la intelectualidad cubana había respondido con el silencio.

Debiéramos felicitarnos, Sautié, por este episodio en un medio tan masivo como la televisión, que sería prometedor si abriera un auténtico debate y no pasara, sin pena ni gloria, como una sesión para iniciados, otro monólogo coral, omiso de los criterios y los argumentos de los aludidos, cuando no vilipendiados. La omisión, desde luego, puede resultar tan nociva como la saturación de temas y notas presuntamente novedosas que de tanto repetirse y de parecerse entre sí llegan a adquirir una dimensión intemporal, la mezcla de unas y otras deviene letal, no sólo en términos de credibilidad si no de los que es a nuestro entender, peor aún: engendra tedio, hartazgo. En casos o situaciones puntuales, las personas facultadas para decidir lo que debemos o podemos conocer sobre nuestro propio país y el mundo en que vivimos (y conste que no hablamos de secretos de estado ni de informaciones que pueden poner en peligro la seguridad nacional) ejercen de tal modo esa autoridad que, salvando la distancia entre realidad y ficción y sin prejuzgar la pulcritud de sus intenciones, parecen atenerse a la misma lógica de aquel pasaje de “Cien Años de Soledad” de García Márquez donde una huelga bananera brutalmente reprimida al costo de centenares de muertos, dado que fue silenciada por las agencias de noticias, sencillamente no ocurrió. Entonces, el ciudadano común que termina representándose así la mediación entre el mundo real y lo que esa facultad decisoria permite conocer, tiene ante sí una disyuntiva: se vuelve adicto a las fuentes noticiosas y de opinión extranjera como si la mayoría de éstas, en última y a veces primera instancia, no silenciasen también acontecimientos, temas y enfoques o, como ocurre con mayor frecuencia, no se da por aludido no concernido sobre asuntos y temáticas que, quiéralo o no, influyen y condicionan su existencia.

A escala social este comportamiento suele darse de manera inconsciente aunque no por ello menos desmovilizadora a través de la indiferencia, de un desinterés que salvo conmociones sociales o catástrofes naturales puede hacerse crónico respecto a todo lo que exceda los problemas cotidianos más inmediatos y vitales en el ámbito personal y familiar. Quienes convivimos con la población de los países socialistas europeos, incluyendo a la URSS, somos testigos de excepción de lo que a nuestros ojos de aquella época se nos antojaba un apoliticismo enajenado y enajenante, inconcebible en el socialismo.

Según puede referirse de los discursos que venimos comentando y de lo reiterado por Raúl en septiembre 2007, a los periodistas que cubrían la partida del Presidente angolano, oxigenando la discusión de sus pronunciamientos, la ausencia de un tratamiento periodístico del debate actual en los medios cubanos de difusión masiva deja abierta la hipótesis pragmática de una decisión orientada, ante todo, a favorecer la frescura y autenticidad de los juicios o propuestas de los colectivos, preservándola del mimetismo. El debate es interno, no secreto. Interno en los límites geográficos del archipiélago y probablemente en el de los colectivos de diplomáticos y colaboradores cubanos en cualquier parte del planeta. Sería poco menos que irracional auspiciar un ejercicio democrático de esa naturaleza y amplitud para luego hacer como que no ocurrió. Se ha demandado franqueza, valentía y profundidad en las discusiones sobre la agenda más abarcadora imaginable en torno a las políticas, las leyes, procedimientos, normas, estructuras, métodos, conceptos que rigen los destinos del pueblo protagonista de la primera Revolución Socialista del continente, para el cual Estados Unidos han formulado con fuerza de ley imperial un programa de restauración capitalista. El análisis ha tenido lugar de modo simultáneo desde la más modesta unidad de producción y servicios hasta las instituciones de más alto nivel intelectual y científico, pasando por los consejos de dirección de las empresas y las barriadas entre los jubilados y las amas de casa.

Estas excepcionales circunstancias, me atrevieron a conjeturar, Sautié, pueden haber aconsejado un compás de espera y mantener una cierta discreción en esta fase inicial de mirarnos por dentro, frente a un adversario contumaz y prepotente, empeñado en imponernos su agenda; la misma discreción que practicamos con los asuntos íntimos de la familia, aún cuando en su seno estemos llamando a cada cosa por su nombre, para cuando corresponda salir a batirnos por ella con cualquiera y donde quiera, con la fuerza moral de asumir inconsecuencias y errores, algunos de los cuales, de uno u otro modo, más tarde o más temprano, son de dominio público. Haya sido esa o no la razón del mutismo que alcanzó hasta los voceros oficiales y oficiosos más locuaces, es obvio, Sautié, que la hora de batirse en todas las tribunas y espacios posibles por un modelo socialista cubano, renovado, libre de esquemas y de fórmulas sacralizadas, cada vez más eficiente y participativo en la solución de las necesidades materiales y espirituales, más democrático, solidario y siempre perfectible llama a nuestras puertas.

No faltan desde luego, escépticos y fatalistas que no le conceden a estas reflexiones colectivas otra trascendencia más allá de la catarsis, a cualquiera de los cuales no le resulta difícil poner en duda el “después”, una vez que se considere oficialmente concluido este proceso. Desde nuestro punto de vista, despejar la incógnita respecto al paso inmediato, es decir lo que ocurrirá cuando los organismos del Partido y del Estado dispongan de una visión global de las percepciones y propuestas formuladas en todo el país, fruto del “hervidero de ideas” al que aludía Ramiro Valdés el pasado 8 de octubre 2007, y llegue el momento de evaluarlas, concierne a la dimensión cualitativa de las respuestas. Se ha filtrado que se han computado cerca de dos millones de planteamientos y, como te decía en mi carta anterior, todas las fuentes coinciden al destacar que no hay en la conciencia social cubana la menor ilusión respecto a la catástrofe que representaría una restauración capitalista. Ha sido oportuno alertar contra la “ilusión” de soluciones fulminantes (“mágicas”) directamente emparentadas con el tutelaje, el paternalismo y el voluntarismo y no es en modo alguno nuestro propósito ceder a la tentación de las especulaciones o a la línea del deseo, máxime cuando en el discurso promotor de los cuestionamientos y la búsqueda de soluciones no se percibe señal alguna, de que la agenda de los cambios figure un cuestionamiento a fondo la política informativa y editorial actual. Obrando con mentalidad positiva y afiliándonos sin reservas al bando de los optimistas, nos respondemos que se trata de una cuestión de prioridades y teniendo en cuenta que éstas ponen el dedo en la llaga de los imponderables de la vida material, no podemos sino darles la bienvenida.

Una voluntad política cimentada en el efecto retardatorio del triunfalismo y de la sacralización de un pensamiento único, necesita que se torne cotidiano –entendido como su modo natural, culto y políticamente sabio de ser- el acompañamiento por parte de nuestra prensa, crítico en el sentido martiano de ejercicio del criterio, del acontecer nacional en todas las esferas, que contemple diversas modalidades de diálogo y honduras de acuerdo con el perfil y el auditorio de cada órgano u espacio de opinión, sin exclusiones, ridículas pavuras ni sectarismos. El experimento de nuestras cartas y artículos recíprocos que hemos comenzado a publicar en este espacio, es una posibilidad modesta aportada por nuestra parte de lo que pudiera ponerse en práctica al respecto de una apertura en la discusión y el debate público en la prensa escrita por ejemplo. El propio Ramiro Valdés anticipó, como apuntáramos en nuestra contribución inicial, que del debate se esperaba la ruptura de la inercia, del dogmatismo y de estilos burocráticos y fustigó a los que de manera deliberada o inconsciente “promueven teorías peregrinas para la solución de complejos problemas económicos”. La aspiración de ponerle fin al estancamiento que supone aferrarse a fórmulas, vigentes en la economía y en las distintas esferas de la vida social, que deben ser cuestionadas y dar lugar a otras que, en las palabras de Valdés, “se correspondan con las realidades del país y del mundo”, demanda una transparencia incompatible con las inmanencias del socialismo real que en el ámbito de la política informativa perduran entre nosotros y supone develar, incluso, algunos de los más socorridos facilismos y alternativas objetivamente inviables que deben ser dejados atrás con el esclarecimiento y la argumentación que en cada caso requieran.

Aunque, te reitero, a juzgar por la letra del discurso este tema no parece figurar en la agenda del cambio, si se emprenden los pasos ulteriores orientados a la concreción de rectificaciones “con sentido crítico y creador, sin anquilosamientos ni esquematismos”, en palabras de Raúl, se impondrá la participación de la prensa escrita, radial y televisada, y dada la complejidad y envergadura de los problemas se requerirá no sólo de profesionales del periodismo especializados en las materias que estarían en el fondo de los cambios sino, además, de la contribución de especialistas en virtualmente todas las disciplinas del quehacer económico y científico, en particular de las ciencias sociales, del arte, y la cultura en su sentido más abarcador.

Ahora bien, una de las inmanencias de los métodos burocráticos, de ordeno y mando, en las experiencias de construcción socialista, son las campañas de enjuiciamiento críticos a determinados aspectos de la gestión socioeconómica, a políticas y desempeños que un día se desatan y de igual modo languidecen hasta esfumarse. Las andanadas así concebidas han sido de tal calibre que una época hoy se diría remota, cuando los comunistas chinos presumían ser los tigres de la revolución mundial, decían combatir en dos frentes, con el “tigre de papel” que para ellos era el imperialismo norteamericano y con lo que bautizaron como el “socialimperialismo” aludiendo a la Unión Soviética. En la China Popular llegó a publicarse un libro consagrado a demostrar que en la URSS se restauraba el capitalismo basado, únicamente en las críticas que la prensa soviética de entonces publicaba sobre los defectos, errores y problemas de aquella sociedad. Era la campaña contra el “aventurerismo” que se le endilgaba por la dirección de Brezhnev al defenestrado Jruschov, así como este la había emprendido en su momento contra el culto a la personalidad y los abusos de poder en la época estalinista. Al cabo, el aliento crítico contra el mandato de Jruschov fue disipándose y la prensa soviética llegó a desplegar sobre los éxitos de la administración sucesora un nivel de apología a mediano plazo políticamente suicida y mientras Stalin se limitó a aceptar que se le concediera por una vez el título de Héroe de la Unión Soviética, ya Brezhnev iba por el cuarto cuando apenas podía sostenerse en pie y tartamudeaba al leer discursos que se hacían inteligibles.

En Cuba hemos conocido de tales campañas y no es menos cierto que en lo publicado en coyunturas de rectificación hay en nuestras hemerotecas notables ejemplos de rigor y profundidad, como el reportaje “Los shogunes del cemento” del desaparecido Félix Pita Astudillo en el diario “Granma”, para citar sólo un ejemplo que estimo emblemático; testimonios todos, con sus aciertos y deficiencias, de un potencial hoy enriquecido y multiplicado por las nuevas horneadas de profesionales de la prensa, aunque se trate de un destacamento con relativa poca experiencia en la lid del periodismo y de investigación respecto a la realidad nacional, cuyos soldados, como les calificara Martí, se hallan expuestos como aquellos de la década del 80 del siglo pasado durante el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, a emboscadas, escaramuzas y combates de encuentro, al oportunismo variopinto, a los “tirones de orejas”, en suma, que suelen dar los que le exigen al periodista abordar de modo perfecto nuestras imperfecciones.

Para los que asistimos a estos planteamientos desde una vivencia de medio siglo de militancia revolucionaria, ningún otro mecanismo como la prensa escrita, radial y televisada es capaz de alcanzar a cada uno de esos miles de lugares, interactuar con ellos, generalizar sus experiencias y proporcionarle una visión palpitante a las instancias dirigentes del acierto o las fallas de sus políticas y decisiones; participando, con sus sensibles e irremplazables herramientas, en el cumplimiento de una función social al mismo tiempo específica y complementaria en la sucesiva democratización de nuestra sociedad, en las batallas simultáneas que, como el propio Raúl subrayaba, “requieren cohesionar las fuerzas para mantener la unidad del pueblo, principal arma de la Revolución, y aprovechar las potencialidades de una sociedad socialista como la nuestra” . De eso se trata estimado Sautié, ni más ni menos.